XXV ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN SACERDOTAL
Quiero compartirles algunas de las reflexiones de la homilía en la celebración de mis XXV Años de vida sacerdotal.
La solemnidad de San Pedro y San Pablo nos hace recordar a estas dos “columnas” de la Iglesia. Es la memoria de los grandes testigos de Jesucristo y, a la vez, una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Estos dos apóstoles son quizá las más grandes figuras de la Iglesia y pueden ser vistos desde diferentes ángulos. La Palabra de Dios que hoy guía nuestra celebración nos propone varios caminos de reflexión sobre la vida y obras de estos dos grandes apóstoles: Su personalidad, su misión, las luces y sombras de su caminar y de la Iglesia de los primeros tiempos, o de los nuestros, la acción del Señor en ellos y en nosotros….
La obra de San Lucas nos muestra que, en el proyecto revelador del Padre, al tiempo del Hijo sigue el tiempo del Espíritu. Así, si el Evangelio termina con la Ascensión, el verdadero punto de partida del libro Hechos de los Apóstoles está en Pentecostés. Es el tiempo de la Iglesia, el tiempo anunciado por los profetas del Antiguo Testamento: “Derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas… haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra…” (Hech. 2, 17-19)
El Espíritu Santo es quien dice en nosotros “Jesús es Señor”. «Y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor! sino con el Espíritu Santo” (I Cor.12,3). El Evangelio de hoy, en el que se evoca el primado de Pedro, “Sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”, nos recuerda que éste, viene precedido por su confesión de fe en la divinidad del Hijo. Esa confesión es la piedra sobre la que edificará la Iglesia. Una confesión que “Alguien” hace desde él: “¡Dichoso tú, Simón hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el Cielo”.
Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia, continúan estimulándonos a “combatir el combate de la fe” a superar los miedos, complejos, esclavitudes, o prisiones que sufrimos. El secreto parece estar en la capacidad para abrirnos a la acción del Espíritu que en nosotros y desde nosotros sigue repitiendo que “Tú eres el Hijo de Dios”.
Las palabras que Jesús dirige a Pedro, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La Iglesia está fundamentada en Cristo, (1 Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. El “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. El texto de Mateo, el “tu es petrus” debe recordarnos que Pedro fue elegido por Jesús para el servicio de la salvación de los hombres.
Los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.
Siguiendo la homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI, este día en su 60º Aniversario de Ordenación Sacerdotal, extraigo este párrafo de su meditación del texto bíblico, “Ya no os llamo siervos, sino amigos”: “…en estas palabras se encierra el programa entero de una vida sacerdotal. ¿Qué es realmente la amistad? La amistad es una comunión en el pensamiento y el deseo. El Señor nos dice lo mismo con gran insistencia: «Conozco a los míos y los míos me conocen» (Jn 10,14). El Pastor llama a los suyos por su nombre (Jn 10,3). Él me conoce por mi nombre. Y yo, ¿le conozco a Él? La amistad que Él me ofrece sólo puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración, en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más. La amistad no es solamente conocimiento, es sobre todo comunión del deseo. Significa que mi voluntad crece hacia el “sí” de la adhesión a la suya. En efecto, su voluntad no es para mí una voluntad externa y extraña, a la que me doblego más o menos de buena gana. No, en la amistad mi voluntad se une a la suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y justo así llego a ser yo mismo. Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo”.
Al recordar el día de mi ordenación sacerdotal he sentido el impulso espontáneo de agradecimiento a Dios por lo que han significado para mí estos 25 años. Al mismo tiempo una palabra de reconocimiento de mis fallas, de mis debilidades, de mis pecados. Pero también dirigirles a ustedes una palabra de alegría y de esperanza especialmente a mis hermanos sacerdotes, aclamar juntos la bondad del Señor, por la amistad que Él hoy nos ofrece.
Durango, Dgo., 03 de Julio del 2011.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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