Reflexión dominical IV Domingo de Cuaresma; 3-IV-2011 La luz ante las tinieblas
El tema en este 4º. Domingo de Cuaresma es el tema de la luz. Leamos de la carta de S. Pablo a los efesios: “hermanos, antes eran tinieblas; ahora son luz en el Señor. Compórtense como hijos de la luz; el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad”. Así define S. Pablo a los cristianos, escogidos y elegidos de Dios. Esto es el resultado de Cristo-luz y de la aceptación por parte del hombre, que como Cristo se convierte en luz. El compromiso de quien ha resultado luz en Cristo, no es sólo de huir del mal o de obrar el bien; sino, también de denunciar las obras de las tinieblas y convencerlas de culpa. Así, el cristiano continúa la acción de Cristo. Así, se es luz y así se ilumina al mundo.
Igualmente, S. Juan en el Evangelio de hoy dice de Jesús: “mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”; escupió en la tierra, hizo lodo, lo untó en los ojos del ciego y le dijo: “ve a lavarte en la piscina de Siloé”; el ciego fue, se lavó y recuperó la vista. Aquí, el tema en sentido natural y en sentido espiritual, es el encuentro de quien es ciego con Cristo-luz. El episodio describe el sufrimiento que debe afrontar el hombre en el paso de una situación puramente humana a una situación de fe; desde la aceptación de la ceguera hasta la aceptación de la luz de Cristo.
Porque, cuando nace un niño, con feliz expresión se dice: “vino a la luz”, paso que permite la continuidad de la vida. Al contrario, cuando un hombre muere, se dice: “se apagó”. Es significativo que el lenguaje común identifique la vida con la luz y la muerte con la oscuridad o las tinieblas. Luz y tinieblas expresan simbólicamente la condición humana en sus contradicciones de vida-muerte, verdad-mentira, justicia-injusticia. La misma sucesión cósmica día y noche muestra la importancia fundamental de la relación luz y tinieblas: el primer resplandor diario despierta la vida, el gozo y la esperanza; al contrario, envuelto en oscuridad el mundo pierde consistencia, las cosas no tienen contorno ni color, el hombre es como ciego, inerte, aterrado por un sentimiento de soledad y miedo.
Luz y tinieblas se confrontan en el trozo evangélico, en sentido natural y en sentido espiritual. Un hombre ciego, marginado de consideraciones sociales y religiosas, incapaz de caminar sólo en la sociedad, es la personificación simbólica del hombre pecador, aún no iluminado por Cristo. La ceguera es la condición en que queda toda persona que se doblega ante las tentaciones, contrariamente al iluminado por la luz de lo alto y que sabe andar con dirección segura por los senderos de lo humano y de lo sobrenatural.
Sólo el encuentro con Cristo, luz viva desde toda la eternidad y luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, puede quitar el velo de los ojos, rehabilita al hombre, lo restituye a su plena dignidad, le permite captar el auténtico esplendor de las cosas y el sabor real de la vida. Aunque siempre quedan zonas de sombra e impermeabilidad a la luz.
Este tema de la luz, en Cuaresma, nos permite renovar el itinerario bautismal, llamado catecumenado, como proceso de cambio, de iluminación y de transformación que nos permite ver a Dios, al hombre y al mundo con ojos y mentalidad nuevos.
El catecumenado o proceso cuaresmal, nos permite ver a Dios, al hombre y al mundo con ojos y mentalidad nuevos.
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