“Adoramos al hijo de Dios vivo que se hizo Hijo en una familia humana”
En este tiempo de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Dios, a través de la Encarnación del Hijo de Dios, ha querido asumir uno de los misterios sagrados de la humanidad: la vida familiar. El Hijo de Dios se hizo hombre y esto sucedió en un tiempo y en un espacio. Él adoptó una familia, un hogar, una ciudad, un medio cultural determinado; creció en un entorno social, fue educado en la fe judía, aprendió el oficio de carpintero e hizo amigos. Los años pasados por Jesús en Nazaret fueron de formación, se preparación para su misión. Así lo reconocemos como verdadero hombre, pero sin perder de vista su naturaleza divina.
La Sagrada Familia es una familia que vive la realidad y los sufrimientos de cualquier familia pero al mismo tiempo es un ejemplo para ellas. “El padre reconoce como suyo al Hijo enviado por el Espíritu; tiene que hacerlo para obedecer a Dios y hacer de su Hijo un descendiente de la estirpe de David. La madre ha cedido desde siempre su Hijo al Padre divino. Y el Hijo reconoce de manera natural a este Padre divino. Para esta familia Dios y la obediencia a Dios constituye su centro y su principio de unidad. ”
Al descubrirse esta realidad familiar de la vida de Cristo, nos lleva a una doble orientación: primero a redimir a la familia humana, tan golpeada hoy por el misterio del mal y construir la familia siendo familia, es decir hacer familia. La familia se construye con la colaboración de todos sus miembros, y cumpliendo cada uno sus propias funciones de padre, madre e hijos. Si las funciones o roles se trasponen o tergiversan, no se construye la familia. Por ejemplo, si los padres son los que obedecen los caprichos del hijo o de los hijos, o si los hijos sufren no pocas veces los caprichos de los padres (divorcio, una amante…). El edificio de la familia no se acaba nunca de construir, es una tarea de toda la vida. Es una tarea que exige la colaboración y el sacrificio de unos y otros (esposos, padres, hijos) para hacerse mutuamente todos felices.
Hoy más que nunca la familia está siendo atacada por muchas partes. Pero hasta ahora la institución familiar ha resistido bien. La voz unánime de la Iglesia Católica, desde siempre, de salvar la familia para salvar la sociedad y al hombre, es una voz profética y llena de sabiduría, que hay que escuchar. Ante los ataques frontales contra el matrimonio y la familia en México debemos unirnos todos los fieles a Cristo y gritar más alto para salvar el matrimonio cristiano como fundamento de la familia. Debemos impedir que se sigan haciendo leyes que atenten contra la familia (matrimonios entre homosexuales), ya que no lo quieren la mayoría de los mexicanos (así lo demuestran las encuestas), como sucedió en estos últimos días en el Distrito Federal. Pero hay que salvarla de todos los virus que la destruyen: divorcio, infidelidad, mentalidad hedonista, individualismo egoísta, el aborto. Hay que salvarla promoviendo el sentido de familia, valorando la riqueza humana y espiritual de la familia; formando a los jóvenes en el amor, en la responsabilidad, en la entrega y capacidad de donación.
Pero también, el descubrir a Jesús viviendo dentro de una familia, es una invitación a todo hombre y mujer a formar parte de la familia divina, es decir, llamados a ser hijos de Dios. Y éstos son aquellos que anteponen la relación con su Padre a cualquier compromiso que pueda desviarlos de su voluntad, así como Cristo, hacer las cosas del Padre es lo que debe movernos constantemente; lo son también los que descubren en cada niño que nace, un signo del don del Dios de la vida.
El Papa Benedicto XVI nos invita para que, “junto a la palabra de la Iglesia, se dé el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas, en particular para reafirmar la inviolabilidad de la vida humana desde su concepción hasta su ocaso natural, el valor único e insustituible de la familia fundada sobre el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas y administrativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común”. La santa Familia de Nazaret es verdaderamente el “prototipo” de cada familia cristiana para que, unida en el Sacramento del matrimonio y alimentada de la Palabra y de la Eucaristía, realice la vocación y misión de ser célula viva de la sociedad y de la Iglesia.
Durango, Dgo. 27 de diciembre del 2009.
+ Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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