Domingo II ordinario; 19-I-2014 Jesús borra los pecados del mundo
Domingo II ordinario; 19-I-2014
Jesús borra los pecados del mundo
El hombre moderno parece convencido de ser el dueño de su destino. Hoy, hay un nuevo modo de poner y de vivir el problema de la salvación. Al hombre de hoy le apura una nueva esperanza terrena: la visión del hombre, de teocéntrica cambia a geocéntrica y antropocéntrica. Se ha obrado un traslado o traspaso radical de intereses: una auténtica revolución en el universo espiritual del hombre. El hombre ya no aparece más a sus propios ojos como peregrino que recorre apresuradamente el valle de lágrimas de este mundo, todo tenso hacia la tierra prometida en el más allá.
El hombre se vuelve cada vez más sedentario; ha sustituido la tienda móvil por una sólida casa de piedra. Las únicas fronteras que conoce son las terrestres y temporales: ha sustituido la esperanza teologal por una esperanza terrenal y humana. Una nueva misión y una nueva acción dan sentido nuevo a su vida: la conquista gradual e incontenible del mundo. La confianza del hombre está puesta en esta lucha gigantesca. La preocupación por construir la ciudad terrena supera la esperanza y la preocupación por el más allá. El hombre ya no espera la salvación desde fuera, quiere construirla con sus propias manos.
Al contrario, leemos hoy del cuarto Evangelio: “Juan Bautista, viendo que Jesús venía hacia Él, dijo: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… Vi descender del cielo sobre Él como una paloma, al Espíritu Santo. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: el hombre sobre el que veas descender y permanecer el Espíritu, es el que bautiza en el Espíritu Santo”.
El idioma arameo usa la palabra “talya” para nombrar siervo y para nombrar cordero; “he aquí el cordero” está pues relacionado con el siervo expiatorio y con el cordero pascual, símbolo de la redención de Israel. Así pues, la expresión “Cordero de Dios”, evoca en los oyentes hebreos dos imágenes distintas y convergentes: la imagen del Siervo de Yahvé que en Isaías aparece “como cordero conducido al matadero como oveja muda ante sus esquiladores” (Is. 53,7); y la imagen del cordero del sacrificio pascual.
Jesús, como redentor debe pasar por la pasión; así, podrá bautizar en el Espíritu. Pues, sólo después de haber sido elevado tiene el poder de santificar por medio del Espíritu. En este trozo, la actitud de Juan bautista, es la de quien por etapas progresa en la fe y en el conocimiento de Cristo: inicia por no conocerlo, luego ve en Él al Mesías-sufriente, al santificador y por fin al Hijo de Dios.
Jesús, Cordero liberador, fue sometido a la muerte en la vigilia de la Pascua, por la tarde, en la hora misma en que según las prescripciones de la ley se inmolaban en el templo los corderos. Ya muerto, no le fueron rotos los huesos como a los demás condenados; en lo que el evangelista ve la realización de un anunció del salmo 34, 21 “no le quebrarán ni un hueso”: Jesús, el Cristo, es el Cordero de la nueva Pascua, que con su muerte inaugura y sella la liberación del pueblo de Dios. Muy pronto, la Iglesia primitiva descubrió en Cristo los lineamientos del “Siervo de Yahvé” descritos por el profeta Isaías.
El Siervo es una figura simbólica que recoge en sí todo el destino de un pueblo, y que mediante el cumplimiento histórico revela a Dios como salvador y como liberador. La misión del Siervo de Yahvé, no se refiere solo al regreso y a la liberación de los prófugos hebreos de Babilonia, sino que adquiere una dimensión ecuménica y universal. La misma liberación histórica de Israel, llega a ser anticipación y prenda de una salvación y de una liberación definitiva de las dimensiones cósmicas hasta los confines de la tierra. Reconociendo al Siervo de Yahvé en Jesús “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, la primitiva Comunidad cristiana, expresa su fe en Cristo liberador y salvador del mundo.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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