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Día de la familia

La familia es el ámbito de vida social y eclesial en donde repercute con mayor crudeza el cambio de época que estamos viviendo. Es el espacio vital más sensible, no solo porque allí nacen y crecen las nuevas generaciones, sino también porque allí se inician los procesos más importantes y decisivos en la vida de las personas y por lo tanto de la sociedad. En ella se acumulan sombras que amenazan la unidad y su naturaleza. Dice el Papa Benedicto XVI, “la familia sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos”.
La Iglesia proclama con alegría el valor de la familia. La familia: “patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos” (Discurso Inaugural. Aparecida, num. 5)
Cristo nos revela que Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor, y, optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de “Iglesia doméstica”. Dios creó al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera confundir esta verdad: “Creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el uno en el otro su reciprocidad y complementariedad.
El amor humano encuentra su plenitud cuando participa del amor divino, del amor de Jesús que se entrega solidariamente por nosotros en su amor pleno hasta el fin. El amor conyugal es la donación recíproca entre un varón y una mujer, los esposos: es fiel y exclusivo hasta la muerte y fecundo, abierto a la vida y a la educación de los hijos, asemejándose al amor fecundo de la Santísima Trinidad. El amor conyugal es asumido en el sacramento del Matrimonio para significar la unión de Cristo con su Iglesia, por eso, en la gracia de Jesucristo, encuentra su purificación, alimento y plenitud (Ef 5, 25-33).
En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.
Oremos por la paz y tranquilidad de nuestras familias:
Señor Mío te pido por la Paz y la Tranquilidad de Nuestras Familias, por nuestros Niños que les está tocando vivir cosas que nosotros nunca imaginamos vivir. También Señor te pido con todo mi corazón por estas personas que han escogido su vida fácil y que han hecho de la Violencia un estilo de vida, Tocas su Corazón para que recapaciten Señor, ya que ellos también tienen Familia, Hijos Inocentes como nosotros que tienen todo el derecho de vivir una vida tranquila. En memoria de cualquiera que conozcas y por los que no conocemos, y que en estos momentos están padeciendo alguna forma de violencia, que no están cerca de su familia y están enfrentando una lucha por su vida. Dales Señor Mío Fortaleza a ellos como a sus Familias. ¡Acompáñanos Señor!

Durango, Dgo., 6 de Marzo del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Reflexión dominical Domingo IX Ordinario; 6-III-2011 Los dos caminos

“Habló Moisés al pueblo diciendo: escribe mis palabras en tu corazón y en tu alma; las llevarás en tu mano como un signo y las prenderás como un pendiente ante tus ojos”. Estos versos introducen al gran código de leyes civiles y religiosas. El recuerdo de las grandes lecciones que Dios ha dado al pueblo en el desierto debe convencer a Israel que su futuro está ligado a la obediencia de las leyes del Señor. Leer más

“La Caridad (amor) y la Verdad, claves en la búsqueda de un auténtico desarrollo humano”

Ante la necesidad de respuestas, de soluciones a lo que constantemente nos aqueja: la pobreza, la crisis económica, la desintegración de la familia, la crisis del tejido social, la violencia y la inseguridad, el aumento del consumo de drogas, la corrupción en todos los niveles, la impunidad, porque la ley no se aplica, se pasa sobre ella; debemos volver nuestra mirada, nuestros ojos al Evangelio y pedir a la Iglesia como Madre y Maestra, que nos oriente.
Ante la incapacidad de dar respuestas a la comunidad por parte de los gobernantes (federales, estatales, municipales), dentro de la población y los sectores de la vida social (empresarios, médicos, abogados, campesinos, etc.), surgen brotes de hacer justicia por propia mano, hay desesperación, temor, no se ve una salida, y exigen respuestas y nos las hay; pero todo tiene un límite. Dice el dicho: “no hay mal que dure cien años, ni enfermo (ni cuerpo? Ni pueblo?) que lo resista”. No es suficiente preocuparse por lo económico. Es cierto que hay pobreza y faltan empleos, y que hay que traer las mejores inversiones al Estado, pero eso no podrá ser la solución a los problemas más importantes. Se podrá lograr la mayor inversión económica de todos los tiempos, pero no va a funcionar, como ya ha sucedido en el pasado. Se necesita realizar proyectos que nos haga mejores personas, mejores ciudadanos, que nos una a todos en el bien común, y necesitamos comprometernos todos. Estamos dispuestos para actuar en unidad y con un solo objetivo? O esperaremos hasta que llegue el límite?
Cual es la fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de la humanidad? Es la Caridad en la Verdad. Jesucristo nos ha dado testimonio de ello y nos ha enseñado con su vida el camino a seguir (Benedicto XVI “Caritas in veritate” Introducción 1-5).
Que es el amor (caritas)? Que es la verdad? Es una “fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz”. Esta fuerza tiene su origen en Dios, que es Amor eterno y Verdad Absoluta. Dios mismo, “siendo tres personas, no es una verdad estática, sino una interacción, una comunión que es el modelo de lo que debería ser la vida de cada católico y de la Iglesia como un todo”. Dios tiene un proyecto sobre cada ser humano, quien está llamado a aceptarlo; en el proyecto divino, cada hombre y mujer encontrarán su propia verdad. Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano.
Jesucristo nos ha revelado plenamente ese proyecto de amor y de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros, al mismo tiempo nos purifica y libera de nuestras limitaciones humanas en la búsqueda del amor y la verdad. Cristo mismo es la caridad en la verdad, en Él recibimos la vocación de amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. Él mismo es la Verdad (Jn 14,6)
La Caridad es el camino de la Iglesia. Según Jesús y su enseñanza, la Caridad es la síntesis de toda la Ley, por lo tanto, todo proviene de ella. La caridad “da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo”; es el “principio de las micro-relaciones” (la amistad, en la familia, el pequeño grupo); también el “principio de las macro-relaciones” (sociales, políticas y económicas). Para la Iglesia, la Caridad es todo porque “Dios es caridad. Todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma de ella y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza”.
En estos tiempos es importante de “unir no solo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la “veritas in caritate” (Ef 4,15), sino también en el sentido, inverso y complementario, de “caritas in veritate”. Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad”. Esto ayudará a una correcta valoración de la caridad y a evitar que sea mal entendida.
Solo unida con la verdad se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas y sociales. “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad”. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente, como a cada quien se le antoje. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones.
En el contexto social y cultural actual, vivir la caridad en la verdad, lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo es indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral. Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.
La caridad es amor recibido y ofrecido. Es “gracia” (cháris). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.
La Doctrina Social de la Iglesia responde a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es “caritas in veritate in re social”, anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Es servicio de la caridad, pero en la verdad. Es al mismo tiempo verdad de la fe y de la razón. El desarrollo, el bienestar social, las soluciones propuestas ante los graves problemas que nos afligen, necesitan esta verdad. Más aún, necesitan que se estime y se dé testimonio de esta verdad. Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores y fatales sobre la sociedad.

Durango, Dgo., 27 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Reflexión dominical VIII Domingo ordinario; 27-II-2011 Confianza en Dios

Del profeta Isaías: “Quizá se olvida una madre de su hijo, sin conmoverse del fruto de sus entrañas? Aunque hubiera una mujer que se olvida, yo no me olvidaré jamás”. Aquí se expresa el amor de Dios a su pueblo, semejante al amor de un padre con sus hijos o a la pasión de un hombre por su mujer amada. Dios no puede olvidar las promesas hechas a los padres; a pesar de todo, la historia de la salvación continúa porque Dios ama gratuitamente Leer más

XI Reunión de la Provincia Eclesiástica de Durango 23-24 de febrero del 2011

A LOS SRES. OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA:

Les saludo afectuosamente y les deseo toda gracia de parte del Señor.

Por la presente, les recuerdo que en nuestra X reunión del 21 de septiembre del 2010 en esta Ciudad de Durango, acordamos y programamos una reunión provincial para los días 15-16 de febrero, de comida a comida, fecha que luego los Obispos fijamos para los días 23-24.

Les convoco pues fraternalmente a dicha reunión para los días 23-24 de la próxima semana en la Ciudad de Torreón.

La convocatoria comprende a los Vicarios de Pastoral y a los Responsables provinciales (solamente) de Pastoral catequética y bíblica, de Liturgia, de Pastoral Social, de Familia, Juventud y Laicos, de Vocaciones y Ministerios, de Pastoral presbiteral y de Comunicaciones.

Objetivo: revisión del Programa: qué se hace o cómo se trabaja.

Llegar a comer a la 1.30 a la Vicaría de Pastoral: Calle Niños Héroes esq. con Av. Bravo; (a un costado de la Parroquia de S. José).

De Uds Aftmo. en Xto.

Héctor González Martínez
Arz. de Durango

José de la Luz Guerrero Haro
Secretario de la Provincia

Los sacerdotes hacen presente la acción transformadora de la Iglesia en la vida social

En esta Quinta Etapa de la Misión Diocesana “La Iniciación Cristiana”, es necesario reflexionar constantemente sobre el papel de los sacerdotes, especialmente sobre su identidad misionera, ya que de ellos depende, en gran parte, que se pueda llevar a cabo esta renovación de nuestra pastoral por el camino de la “Iniciación cristiana”.
“La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Ad Gentes, 2, Concilio Vaticano II). La misión de la Iglesia “la ha recibido de Jesucristo con el don del Espíritu Santo. Es única y ha sido confiada a todos los miembros del pueblo de Dios, que han sido hechos partícipes del sacerdocio de Cristo mediante los sacramentos de la iniciación, con el fin de ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y testimoniar a Cristo ante los hombres. Esta misión se extiende a todos los hombres, a todas las culturas, a todos los lugares y a todos los tiempos” (Congregación para el Clero, “La identidad misionera del presbítero en la Iglesia”).
En esta misión, los presbíteros, como los colaboradores más inmediatos de los Obispos, conservan ciertamente un papel central y absolutamente insustituible, que les ha sido confiado por la providencia de Dios. Por su naturaleza, la Iglesia está llamada a anunciar la persona de Jesucristo muerto y resucitado, a dirigirse a toda la humanidad, según el mandato recibido del mismo Señor: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).
Para realizar esta misión, la Iglesia recibe el Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo en Pentecostés. El Espíritu confirma y manifiesta la comunión de los discípulos como nueva creación, como comunidad de salvación escatológica y los envía en misión: “Seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra” (Hech. 1,8). El Espíritu Santo impulsa la Iglesia naciente a la misión en todo el mundo, demostrando de esta forma que Él ha sido derramado sobre todos.
Ante las situaciones que vivimos en el mundo, en México, en nuestra Arquidiócesis de Durango, urge que renovemos este aspecto misionero de la Iglesia, esto nos debe llevar a una renovación de la practica pastoral en nuestra Arquidiócesis, de buscar caminos nuevos, “nuevos modos de llevar el Evangelio al mundo actual”, una nueva manera de organizar el proceso de la Iniciación Cristiana. Es insustituible el papel de los sacerdotes en la actividad misionera, sobre todo cuando hay que evangelizar a los bautizados “que se han alejado” y a todos aquellos que, en las parroquias y en las diócesis, poco o nada conocen de Jesucristo.
En virtud del sacramento del Orden, los presbíteros son consagrados, es decir, segregados “del mundo” y entregados “al Dios viviente”, tomados “como su propiedad, para que, partiendo de Él, puedan realizar el servicio sacerdotal por el mundo”, para predicar el Evangelio, ser pastores de los fieles y celebrar el culto divino, como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento (cf. Hb 5,1). El decreto Presbyterorum Ordinis (4-6), sobre el ministerio y la vida sacerdotal, se refiere a los presbíteros como ministros de la palabra de Dios, ministros de la santificación con los sacramentos y la eucaristía, y guías y educadores del pueblo de Dios.
Este triple ministerio ejercido por los sacerdotes, no se puede concebir sin su esencial relación con la persona de Cristo y con el don del Espíritu. El presbítero está configurado a Cristo mediante el don del Espíritu recibido en la ordenación. El presbítero está en relación con la persona de Cristo, y no solamente con sus funciones, que brotan y reciben pleno sentido de la persona misma del Señor. Esto significa que el sacerdote encuentra la especificidad de la propia vida y de su vocación viviendo la propia configuración personal con Cristo; siempre es un alter Christus.
En nuestra Arquidiócesis, en la vida cotidiana de nuestras comunidades, en la ciudad, en el campo, en la sierra, en el llano, en las comunidades más lejanas, la presencia de los sacerdotes es fundamental y necesaria ya que su ministerio, su persona, hacen presente la acción transformadora de la Iglesia en la vida de la sociedad. Allí, ellos predican la Palabra de Dios, evangelizan, catequizan, exponiendo íntegra y fielmente la sagrada doctrina; ayudan a los fieles a leer y a comprender la Biblia; reúnen al Pueblo de Dios para celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos; promueven otras formas de oración comunitaria y devocional; reciben a quien busca apoyo, consuelo, luz, fe, reconciliación y acercamiento a Dios; convocan y presiden encuentros de la comunidad para estudiar, elaborar y poner en práctica los planes pastorales; orientan y estimulan a la comunidad en el ejercicio de la caridad hacia los pobres en el espíritu y en las condiciones económicas; promueven la justicia social, los derechos humanos, la igual dignidad de todos los hombres, la auténtica libertad, la colaboración fraterna y la paz, según los principios de la doctrina social de la Iglesia. Son ellos quienes, como colaboradores de los Obispos, tienen la responsabilidad pastoral inmediata.
Le damos gracias a Dios por la presencia de los sacerdotes en nuestras comunidades, la mayoría de ellos, son entregados, sinceros, trabajadores, fieles en el ministerio que les ha sido confiado.

Durango, Dgo., 20 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Reflexión dominical VII domingo ordinario; 20-02-2011 Amar aún a los enemigos

El libro del Levitico, ordena: “sean santos porque yo soy santo”; este precepto es el fundamento de la ley del amor; en consecuencia manda: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La lectura también indica como vivir concretamente la santidad: o sea que por la caridad hacia el prójimo nosotros reflejamos la santidad de Dios.

En la segunda lectura, de S. Pablo a los corintios, leemos: “el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo”; esta afirmación es el comienzo de una condena del culto a la personalidad en la Iglesia; cuando se forman grupos cerrados que aparecen como exclusividad de personas dominantes pero que no han sido crucificadas por nosotros. Leer más

A nuestros hermanos enfermos: “Por sus llagas habéis sido curados” (1Pe 2,24)

Cada año el 11 de febrero, la Iglesia propone la Jornada Mundial del Enfermo. El Papa Benedicto XVI nos ha ofrecido mensaje, que debemos leer, meditar y poner en práctica en nuestra vida y en la actividad de la Iglesia. A que nos invita?
Esta jornada es una ocasión propicia para reflexionar sobre el misterio del sufrimiento y, sobre todo, para hacer a nuestras comunidades y a la sociedad civil, más sensibles hacia los hermanos y las hermanas enfermos. De todos los hermanos el débil, el sufriente y el necesitado de cuidados, son a quienes debemos atender para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado. “La medida de la humanidad se determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto vale tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no consigue aceptar a los que sufren y que no es capaz de contribuir mediante la compasión a hacer que el sufrimiento sea compartido y llevada también interiormente es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38).
El rostro sufriente de Cristo, plasmado en la Sagrada Síndone (el lienzo que envolvió el cuerpo de Cristo crucificado; La Sabana Santa), nos invita a meditar sobre “Aquel que llevó sobre sí la pasión del hombre de todo tiempo y de todo lugar, y también nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros pecados”. Este lienzo sagrado y lo que está plasmado en él, ¡corresponde en todo a lo que los Evangelios nos transmiten sobre la pasión y muerte de Jesús! Contemplarlo es una invitación a reflexionar sobre lo que escribe san Pedro: “Por sus llagas habéis sido curados” (1Pe 2,24). El Hijo de Dios sufrió, murió, pero ha resucitado, y precisamente por esto esas llagas se convierten en el signo de nuestra redención, del perdón y de la reconciliación con el Padre. El sufrimiento permanece siempre lleno de misterio, difícil de aceptar y de llevar. Los dos discípulos de Emaús caminan tristes por los acontecimientos sucedidos aquellos días en Jerusalén, y sólo cuando el Resucitado recorre el camino con ellos, se abren a una visión nueva (Lc 24,13-31). También al apóstol Tomás le cuesta creer en la vía de la pasión redentora: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré” (Jn 20,25). Pero frente a Cristo que muestra sus llagas, su respuesta se transforma en una conmovedora profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28). Lo que antes era un obstáculo insuperable, porque era signo del aparente fracaso de Jesús, se convierte, en el encuentro con el Resucitado, en la prueba de un amor victorioso: “Sólo un Dios que nos ama hasta tomar sobre sí nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el inocente, es digno de fe”.
Queridos enfermos y sufrientes, es precisamente a través de las llagas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Resucitando, el Señor no ha quitado el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los ha vencido de raíz. A la prepotencia del mal ha opuesto la omnipotencia de su Amor. Nos indicó, así, que el camino de la paz y de la alegría es el Amor: “Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). Cristo, vencedor de la muerte, está vivo en medio de nosotros. Sigamos a nuestro Maestro en la disponibilidad de dar la vida por nuestros hermanos (1 Jn 3,16), siendo así mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección.
San Bernardo afirma: “Dios no puede padecer, pero puede compadecer”. Dios, la Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder compadecer con el hombre, de modo real, en carne y sangre. En cada sufrimiento humano, ha entrado Uno que comparte el sufrimiento y la soportación; en cada sufrimiento se difunde la consolatio, la consolación del amor partícipe de Dios para hacer surgir la estrella de la esperanza (Spe salvi, 39). A ustedes hermanos y hermanas repito este mensaje, para que sean testigos de ello a través de su sufrimiento, de su vida y de su fe.
Un pensamiento particular a los jóvenes, especialmente a aquellos que viven la experiencia de la enfermedad. A veces la Pasión y la Cruz de Jesús dan miedo, porque parecen ser la negación de la vida. ¡En realidad, es exactamente al contrario! La Cruz es el “sí” de Dios al hombre, la expresión más alta y más intensa de su amor y la fuente de la que brota la vida eterna. Del corazón atravesado de Jesús ha brotado esta vida divina. Solo Él es capaz de liberar el mundo del mal y de hacer crecer su Reino de justicia, de paz y de amor al que todos aspiramos. Jóvenes, aprendan a “ver” y a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente de modo real por nosotros, hasta el punto de hacerse alimento para el camino, pero también reconózcanlo y sírvanlo en los pobres, en los enfermos, en los hermanos sufrientes y en dificultad, que necesitan su ayuda. A todos ustedes jóvenes, enfermos y sanos, los invito a crear puentes de amor y de solidaridad, para que nadie se sienta solo, sino cercano a Dios y parte de la gran familia de sus hijos.
Contemplando las llagas de Jesús, nuestra mirada se dirige a su Corazón sacratísimo, donde se manifiesta en sumo grado el amor de Dios. El Sagrado Corazón es Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza del que brotan sangre y agua (Jn 19,34), “símbolo de los sacramentos de la Iglesia, para que todos los hombres, atraídos al Corazón del Salvador, beban con alegría de la fuente perenne de la salvación”. Especialmente ustedes, queridos enfermos, sientan la cercanía de este Corazón lleno de amor y beban con fe y alegría de esta fuente, rezando: “Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, fortifícame. Oh buen Jesús, escúchame. En tus llagas, escóndeme”.
Expreso mi afecto a todos y a cada uno de ustedes hermanos enfermos, sintiéndome partícipe de los sufrimientos y de las esperanzas que viven cotidianamente en unión con Cristo crucificado y resucitado, para que les de la paz y la curación del corazón. Junto a ustedes está la Virgen María, a la que invocamos con confianza a María, Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos. A los pies de la Cruz se realiza para ella la profecía de Simeón: su corazón de Madre está atravesado (Lc 2,35). Desde el abismo de su dolor, participación en el del Hijo, María ha sido hecha capaz de acoger la nueva misión: ser la Madre de Cristo en sus miembros. En la hora de la Cruz, Jesús le presenta a cada uno de sus discípulos diciéndole: “He ahí a tu hijo” (Jn 19,26-27). La compasión maternal hacia el Hijo se convierte en compasión maternal hacia cada uno de nosotros en nuestros sufrimientos cotidianos.
Invito también a las Autoridades para que inviertan cada vez más energías en estructuras sanitarias que sean de ayuda y de apoyo a los que sufren, sobre todo a los más pobres y necesitados. Envío un afectuoso saludo a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los seminaristas, a los agentes sanitarios, a los voluntarios y a todos aquellos que se dedican con amor a curar y aliviar las llagas de cada hermano o hermana enfermos, en los hospitales o residencias, en las familias: que en el rostro de los enfermos sepan ver siempre el Rostro de los rostros: el de Cristo.

Durango, Dgo., 6 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

El político católico frente al laicismo

Un laicismo sano, como lo reconoce la doctrina de la Iglesia católica, se entiende como la separación entre el Estado y la Iglesia o confesión religiosa. Por esto, el Estado no debe inmiscuirse en la organización ni en la doctrina de las confesiones religiosas, y debe garantizar el derecho de los ciudadanos a tener sus propias creencias y manifestarlas en público y en privado, y a dar culto a Dios según sus propias convicciones. También debe garantizar el derecho a la objeción de conciencia, por el cual los ciudadanos no podrán ser obligados a actuar en contra de sus propias convicciones o creencias. De acuerdo con este concepto de laicismo, el Estado y la Iglesia o confesión religiosa mantendrán relaciones de colaboración en los asuntos que son de interés común. En este sentido el Papa Benedicto XVI nos ha orientado hacia una reflexión y profundización de este laicismo sano en pro de la Libertad Religiosa (Jornada Mundial para la Paz, “La Libertad Religiosa, camino para la paz”, 1 enero 2011). Pero el laicismo también es entendido por otros como una ausencia de relaciones. En virtud de este falso concepto, el Estado debe ignorar a todas las confesiones religiosas; se debe prohibir que el Estado mantenga relaciones con la Iglesia u otra confesión religiosa.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la Organización de las Naciones Unidas en 1948, garantiza (Art. 18) a todas las personas la “libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado”. Los poderes públicos deben garantizar el derecho de los creyentes a manifestar sus convicciones religiosas en público. Ellos tienen el derecho a organizar procesiones, colocar cruces en lugares a la vista del público, etc. No sería razonable que se pudieran organizar manifestaciones políticas en las ciudades o que se pudieran colocar emblemas de partidos políticos o de sindicatos en la calle, y que se negaran los mismos derechos a los creyentes porque son símbolos religiosos.
Por otro lado, los ciudadanos tienen derecho a formar su opinión sobre los asuntos de interés político. Para ello, pueden considerar las fuentes de opinión que estimen conveniente. Sin duda entre las fuentes se encuentra la doctrina de la Iglesia Católica o de su propia confesión religiosa, o el pronunciamiento de un Obispo. Si un ciudadano (o un diputado, o senador en el Congreso, o regidor en el Ayuntamiento) vota en conciencia de acuerdo con sus creencias, lo hace porque ha escuchado los argumentos de su confesión religiosa y le han convencido. Sería una grave discriminación que se pidiera a los ciudadanos que actuaran en contra de su conciencia y de sus convicciones en el momento de emitir su voto.
Para el político católico este concepto de laicismo es un valor adquirido que hay que defender. El cristianismo ha contribuido mucho en la fundación del laicismo auténtico. “De hecho – lo afirma Mons. Crepaldi – el cristianismo no es una religión fundamentalista. El texto sagrado en el que se inspira no se toma al pie de la letra, sino que se interpreta; la autoridad universal del Papa libera a los cristianos de las excesivas sujeciones políticas nacionales, Dios confió la construcción del mundo a la libre y responsable participación del hombre. Esto no significa que la sociedad y la política sean totalmente ajenas a la religión cristiana, que no tengan nada que ver con ella”. La sociedad necesita a la religión para mantener un nivel de laicismo sano. El cristianismo ayuda a la sociedad en este fin, ya que no le impide ser legítimamente autónoma y al mismo tiempo la sostiene y la ilumina con su propio mensaje religioso. Se podría decir que el cristianismo la empuja a ser ella misma en cuanto que hace aparecer su plena vocación y le pide que exprima al máximo sus capacidades, sin encerrarse en sí misma.
Hoy se tiende a considerar el laicismo como neutralidad del espacio público respecto de los absolutos religiosos. Estos Principios Absolutos o Religiosos son: dignidad de la persona humana y sus derechos, el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiariedad, la participación, la solidaridad, la caridad; además los valores fundamentales de la vida social: la libertad, la justicia, la verdad, la paz. Se afirma que en estos espacios lo religioso no debe intervenir, primero porque en una democracia no habría sitio para principios; y segundo, porque los absolutos religiosos son irracionales, y en el espacio público solo admite un discurso racional. Pero entonces este espacio permanecería vacío, así se deja lugar para crear nuevos absolutos enemigos del hombre, para nuevos dioses (sobre este tema ver Mons. Giampaolo Crepaldi, “El político católico, laicismo y cristianismo”).
¿La democracia es incompatible con los principios absolutos? No es así, al contrario, los necesita. Se puede afirmar que la falta de éstos en una sociedad, genera una lucha de todos contra todos donde tiene razón quien es más fuerte. También la democracia se arriesga a reducirse a la fuerza de la mayoría. Por ésto existe la necesidad de que los ciudadanos crean en principios absolutos. Lo sustancial, lo fundamental de la democracia es la dignidad de la persona que se debería considerar un Principio Absoluto. ¿Y cómo se puede considerar un valor absoluto si no se fundamenta en Dios?
¿La religión es irracional? No hay duda de que existen formas de religión irracionales total o parcialmente. Pero el cristianismo no lo es. El cristianismo es razonable, no contradice ninguna verdad racional, sino que incluso se vincula a ellas complementándolas sin exigir al hombre, para ser cristiano, la renuncia de todo aquello que lo hace verdaderamente hombre. No es aceptable la idea de que la religión, sea cual sea, es, por su naturaleza, irracional.
Muchos entienden el laicismo como neutralidad, como una expulsión de la religión del espacio público. Mons. Fisichella dice al respecto: “…la secularización y después el laicismo agresivo tienden a excluir al cristianismo del ámbito público, y al hacerlo niegan la relación estructural de la razón con la fe, de la naturaleza con la gracia” (Rino Fisichella, “El valor salvífico del Evangelio también en la tierra”). La idea de quitar festividades religiosas, como la navidad, de impedir que se expongan símbolos religiosos en espacios públicos, de ejercer como misioneros, de hacer pública a otros la propia fe, porque sería un atentado a la libertad de religión, son algunas expresiones de esta idea de laicismo como espacio neutro. Una pared sin un crucifijo no es un espacio neutro, es una pared sin crucifijo. Un espacio público sin Dios no es neutro, sino que no tiene a Dios. El Estado que impide a toda religión manifestarse en público, quizás con la excusa de defender la libertad de religión, no es neutro en cuanto que se posiciona de parte del laicismo o del ateísmo y se toma la responsabilidad de relegar a la religión al ámbito privado. En muchos casos nace la religión del estado, la religión de la antirreligión.
Entre la presencia o la ausencia de Dios en el espacio público no hay término medio, no existen posiciones neutrales. Eliminar a Dios del espacio público significa construir un mundo sin Dios. Un mundo sin Dios es un mundo contra Dios. Excluir a Dios, aunque no se le combata, significa construir un mundo sin referencias a Él.
Por este motivo, el político católico no puede admitir ni colaborar con el laicismo entendido como neutralidad, porque desarrollará una nueva razón del Estado que, perjudicando la religión, se hará daño también a sí mismo. El político católico se opondrá para impedir, sea por razones religiosas, de las que no se puede separar, sea por razones políticas, que nazca una nueva religión del Estado perjudicial para la libertad de las personas.

Durango, Dgo., 13 de Febrero del 2011.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

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Reflexión dominical Domingo V Ordinario; 6-II-2011 Los cristianos: luz del mundo

Dice el profeta Isaías: “tu luz surgirá como la aurora… brillará entre las tinieblas”. ¿Cuándo?: “cuando compartas tu pan con el hambriento, cuando introduzcas en tu casa a los sin techo, cuando vistas al desnudo…cuando apartes de ti la opresión, apartes de tí señalar con el dedo y el hablar impío… entonces brillará tu luz entre las tinieblas”. Reaccionando contra una religión de puro formulismo, Isaías explica cuáles sean las prácticas religiosas agradables a Dios; sólo en este caso la gloria del Señor estará con el creyente y este será como luz en las tinieblas. Leer más