Reflexión dominical VIII Domingo ordinario; 27-II-2011 Confianza en Dios

Del profeta Isaías: “Quizá se olvida una madre de su hijo, sin conmoverse del fruto de sus entrañas? Aunque hubiera una mujer que se olvida, yo no me olvidaré jamás”. Aquí se expresa el amor de Dios a su pueblo, semejante al amor de un padre con sus hijos o a la pasión de un hombre por su mujer amada. Dios no puede olvidar las promesas hechas a los padres; a pesar de todo, la historia de la salvación continúa porque Dios ama gratuitamenteEn S. Mateo leemos: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura. No se afanen por el mañana, porque el mañana traerá sus propias preocupaciones. A cada día le basta su pena”. No se trata de una confianza pasiva en la Providencia; tampoco es desprecio de las cosas materiales; es el mandato de buscar en la vida lo que es esencial y no perder de vista el fin de la vida dedicada al Reino.

En la base de la confianza que el hombre tiene, está la certeza de que Dios es fiel a su proyecto de salvación. Dios como roca de Israel, es nombre que simboliza la inmutable fidelidad, la verdad de sus palabras, la firmeza de sus promesas, no obstante la infidelidad del hombre y sus continuos regresos a la idolatría: sus palabras no pasan, mantiene sus promesas, Dios no miente ni se retracta.

El diseño de Dios es un diseño de amor, que se realizará infaliblemente. El hombre pues puede vivir en la confianza; pues Dios vigila sobre el mundo, regulando sol y lluvia sobre buenos y malos. El rostro de Dios en la Biblia es de un padre bueno que vela sobre sus criaturas y atiende a sus necesidades: “a todos tu das el alimento a su tiempo”, tanto a los animales como a los hombres.

Hay quienes esperan de Dios todo lo que les sirve: la lluvia, el buen tiempo, salir bien en un examen o el éxito en algún asunto. Lo piden para obtenerlo y esperan tranquilamente. Esta es una idea errónea de confianza; sólo es servirse de Dios en vez de servirlo. También hay quien no espera nada de Dios; más aún, hay quien, con actitudes de autosuficiencia, elimina a Dios y cree que la confianza es un impedimento para alcanzar el éxito.

La auténtica confianza no es pasiva. Hasta los proverbios populares lo dicen; “a Dios rogando y con el mazo dando”; “dice Dios: ayúdate que yo te ayudaré”. El cristiano, sobre la pista de las palabras de Jesús, huye de la idea ingenua y mágica de quien se confía pasiva y quietamente en Dios; huye también de la pretensión orgullosa del ateo que borra a Dios de su horizonte.

La confianza cristiana brota del activismo del cristiano, sabiendo que su trabajo es continuación de la acción creadora de Dios. El cristiano se siente colaborador de Dios y sabe que su trabajo es continuación de la acción creadora de Dios y como Dios construye para la eternidad. Por ello trabaja como si todo dependiera de su trabajo; pero confía como si todo dependiera sólo de la intervención divina; y así se lanza a un creciente perfeccionamiento del cosmos, cuyo término sólo Dios conoce.
A pesar de todo, la salvación continúa porque Dios ama gratuitamente.

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