Reflexión dominical Domingo IX Ordinario; 6-III-2011 Los dos caminos

“Habló Moisés al pueblo diciendo: escribe mis palabras en tu corazón y en tu alma; las llevarás en tu mano como un signo y las prenderás como un pendiente ante tus ojos”. Estos versos introducen al gran código de leyes civiles y religiosas. El recuerdo de las grandes lecciones que Dios ha dado al pueblo en el desierto debe convencer a Israel que su futuro está ligado a la obediencia de las leyes del Señor.

En el Evangelio Jesús dijo a sus discípulos: “no todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Con este trozo termina el sermón de la montaña y una sola es la idea que quiere expresar: Para no ser necio sino sabio, y entrar en el Reino de los Cielos, no es suficiente decir que Jesús es Señor, es necesario cumplir la voluntad del Padre.

Jesús como Moisés exige una elección: “quién escucha mis palabras y los pone en práctica es semejante a un hombre sabio que construyó su casa sobre roca…. Quien escucha mis palabras y no las pone en práctica, es semejante a un hombre necio que construyó su casa sobre arena”.

El tema de los dos caminos es tan antiguo como la Sagrada Escritura. La experiencia nómada del pueblo de Israel está en el origen: de hecho, Israel fue constantemente invitado a elegir entre el camino que conduce a la meta y el camino que conduce a derrapar y a la idolatría. El vocabulario bíblico que se basa todo en el término camino expresa la experiencia del pueblo elegido: extravío, piedra de tropiezo, conversión o regreso al camino justo, guía que indica el camino y huella seguida por el pueblo.

El tema de los dos caminos también se encuentra en el Nuevo Testamento: el cristiano debe escoger entre el camino recto que coincide con el plan de Dios o el camino ancho que no se preocupa de Dios, entre el Espíritu y la carne, entre la vida y la muerte,
entre la luz y las tinieblas.

Los primeros cristianos, diciendo que Cristo y la Iglesia son el camino, manifestaban su voluntad de dejar el camino del resbaladero para confiarse a la guía de Jesús, a las indicaciones de su palabra, y a la economía sacramental de la Iglesia.

Este trozo que termina el sermón de la montaña expresa bajo el tema de los dos caminos, las diferentes actitudes frente a la palabra de Dios; estas dos actitudes forman unidad bajo las palabras hacer o poner en práctica.

No hay religión cristiana sin una elección concreta, el camino; y no hay elección concreta sin el empeño activo de cumplir la voluntad del Padre Celestial, y no solo hablar, no solo decir Señor, Señor. Cuan numerosos son los oradores hábiles, los escritores sabios o los profetas inútiles y cuan pocos son los cristianos empeñosos y comprometidos con los problemas, dispuestos a dar la cara personalmente. Ahí está la diferencia entre decir y hacer, entre rezar Señor, Señor y hacer la voluntad del Padre Celestial.
Las ideas de hacer y poner en práctica como dos caminos al final del sermón del monte expresan diferentes actitudes frente a la Palabra de Dios

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