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Homilía Domingo XX ordinario

El banquete de vida

             Como en domingos pasados, otra vez volvemos a escuchar a Jesús en el Evangelio de S. Juan: “yo soy el pan vivo, bajado del cielo, Quien come de este pan, vivirá eternamente, pues el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

Una vez aceptado que Jesús es una persona, esto es carne que se da como alimento por la vida del mundo, estamos dispuestos a entender aquel hablar duro que los judíos y muchos discípulos no querían entender: quien quiere tener vida, tiene la necesidad absoluta de comerlo y beberlo. Las palabras carne y sangre significan toda la persona en su debilidad y pasibilidad y sirven para entender que este comer y beber significa unirse por medio del signo sacramental a la pasión y muerte de Jesús; significa entrar en el misterio de Cristo para recibir y donar la vida. Leer más

REUNIÓN PROVINCIAL DE JORNADAS DE VIDA CRISTIANA

El movimiento de “Jornadas de Vida Cristiana” En nuestra Arquidiócesis participará en la reunión de los grupos de JVC de cada diócesis que conforman la  Provincia Durango (Torreón, Gómez Palacio, Durango, El salto y Mazatlán). En la cual se buscara unificar los métodos y planes de trabajo de este movimiento. Dicho encuentro se llevará a cabo el 11 y 12 de agosto, en la comunidad parroquial de San Juan Bautista de Sombrerete, Zacatecas.

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Homilía Domingo XIX ordinario; 12-VIII-2012

Jesús, Pan de vida

Ya escuchamos en domingos pasados que Jesús “tomó el pan, lo bendijo y lo distribuyó”; más aún,  escuchamos a Jesús, decir que Él es “el pan de vida”. Hoy, Jesús ratifica: “yo soy el pan de la vida; vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que desciende del cielo, para que quien lo come, no muera”.   

             El domingo pasado, las reacciones de los judíos ante la revelación que Jesús hace de sí mismo, no se hicieron esperar, pero no fue una decisión de fe; al contrario: “murmuraban de Él, porque había dicho: Yo soy el pan bajado del cielo. Y decían: ¿que este no es el hijo de José?; conocemos su padre y su madre; ¿cómo puede decir: descendí del cielo?”.  De esta reacción Jesús concluye que ellos no le pertenecían, que su Padre no se los había dado. Ellos no se dejaban amaestrar del Padre, pues no escuchaban a Aquel que ha venido de Dios, el único que puede dar la vida eterna. Leer más

EPISCOPEO

Casa Sacerdotal “San Luis Bátis” para sacerdotes ancianos y enfermos

            Esta semana el Sr. Arz. Dn. Héctor González Mtz., bendijo e inauguró la primera etapa de la Casa Sacerdotal “San Luis Bátis”. Una Casa que ya alberga a los primeros sacerdotes enfermos de nuestra Arquidiócesis, con todas las comodidades y atenciones que ellos necesitan. Un grupo de religiosas, un sacerdote y un buen grupo de fieles laicos los atienden.

            Lo ha hecho posible la solidaridad de nuestro presbiterio y el cariño y generosidad de los laicos. Un patronato formado por laicos comprometidos seguirá con la construcción de lo que falta hasta terminarla.

Es una institución de la Arquidiócesis de Durango que, de acuerdo a la pastoral sacerdotal, tiene como objetivo atender las necesidades de los sacerdotes, humanas y  espirituales   (de la salud,  acompañamiento en la ancianidad y la invalidez), de quienes, siguiendo el llamado del Señor, han entregado su vida al servicio de los demás en el ejercicio de su ministerio. Un hogar sacerdotal ubicado en el corazón mismo de la diócesis, un lugar de encuentro y de fraternidad que permita a los mayores sentir de cerca el reconocimiento y el afecto de aquellos a quienes sirvieron con alegría y entrega. Es una verdadera casa de todos.

Es el lugar o el espacio donde los sacerdotes que lo necesiten, encuentren el ambiente de una espiritualidad sacerdotal adecuada, de acogida, reposo y atención, que les ayuden a vivir esa nueva etapa de su vida uniéndose y testimoniando así a la pasión de nuestro Señor.

Se brindará apoyo y acompañamiento en la última etapa de su vida: la tercera edad, su ancianidad. Ahí podrán recibir atención y cuidados médicos, proporcionándoles acompañamiento después de alguna intervención quirúrgica. Recibirán atención y acompañamiento en alguna enfermedad incurable o degenerativa. Reconocemos en ellos a Cristo sacerdote que ofrece su vida como una oblación agradable al Padre y que es señal de bendición y de presencia sacramental (pues el sacerdote es sacramento de Cristo) para nuestra comunidad Arquidiocesana.

No hay dos personas que respondan del mismo modo a los retos de la tercera edad, y esto  es importante considerarlo cuando hay que cuidar a los ancianos. El dolor que experimenta el enfermo se describe como una experiencia con varios aspectos cruzados entre sí y esto es, de tipo físico, psicológico, social y espiritual.

Todo esto nos muestra claramente que el sufrimiento espiritual, o “sufrimiento del alma” es real y que es importante que seamos conscientes de esto. El sufrimiento interesa todos los aspectos de nuestra personalidad: físico, emotivo, intelectual, espiritual. Un sufrimiento diagnosticado de naturaleza física no se refiere sólo al cuerpo, sino a todas las demás dimensiones de nuestro ser. El dolor es provocado no sólo por el disturbio, sino también por una ruptura con el normal funcionamiento del cuerpo, del intelecto, de las emociones y del  espíritu. Esto es más importante aún en la tercera edad.

Como cristianos cuando pensamos en el dolor espiritual, pensamos inmediatamente a Jesús en el huerto del Getsemaní, o en la cruz, o en San Juan de la Cruz y en la “Noche oscura del alma”. Se experimenta dolor espiritual cuando hay rechazo, desarmonía y desintegración. Nada tiene sentido. Los valores en los que habíamos basado nuestra vida parecen que ya no tienen importancia y que se desintegran antes de esta experiencia de vida tremenda y actual. El dolor espiritual nace, por tanto, cuando los principios más importantes en los cuales hemos basado nuestra existencia ya no concuerdan con nuestra actual experiencia de vida y en realidad están en un estado de conflicto.

No es fácil pasar de ser un sacerdote activo y darse cuenta que se está enfermo o que ha llegado al final. El esfuerzo que hacemos para comprender y ayudar a las personas a redescubrir el significado de la vida puede restituir la voluntad de vivir. El amor en la forma de asistencia puede volver a dar significado a la vida.

Como es obvio, el dolor no gusta a nadie, y los agentes sanitarios tratan admirablemente de eliminarlo, pero esto no vale necesariamente también para el dolor espiritual. No se puede suministrar una aspirina para el dolor espiritual. El dolor espiritual no es un problema que puede resolverse, sino “un interrogante que debe ser vivido”. Debemos caminar junto  con la persona, incluso si no tenemos respuestas, pero debemos ayudarla más bien a encontrarse consigo misma.

La oración en la vida del sacerdote es fundamental, lo hacemos a todas horas. Sin embargo, cuando se está enfermo todo cambia. Escuchemos al cardenal Bernardin: “He transcurrido  una sola noche en la unidad de terapia intensiva; luego me han llevado mi cuarto, donde he experimentado las dificultades que moralmente encuentran las personas después de la cirugía intensiva. Quería orar, pero el sufrimiento físico me oprimía. Recuerdo haber dicho a los amigos que me visitaban: Oren mientras están bien, porque cuando os enfermaréis podrías no estar en condiciones de hacerlo. Ellos me miraban estupefactos y yo les repetía: Estoy sufriendo tanto que no puedo concentrarme en la oración. Mi fe está siempre presente, pero estoy demasiado preocupado por el sufrimiento. Me recordaré que debo decir a los sacerdotes y a los parroquianos que desarrollen cada vez más una fuerte vida de oración en los momentos mejores de su vida, de manera que puedan recibir apoyo en los momentos más tristes”. ¡Qué enseñanza!

 

Durango, Dgo., 12 de Agosto del 2012                    + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Episcopeo domingo 5 de julio del 2012

            El dia 4 de agosto celebramos a San Juan María Vianney, modelo y ejemplo de los sacerdotes y del párroco. Este domingo pedimos a los fieles de nuestra Arquidiócesis una Colecta a favor de nuestros sacerdotes ancianos y enfermos. Esta es nuestra realidad, también nosotros tenemos las mismas necesidades de cualquier otra persona, también nos enfermamos y envejecemos.

Hemos visto sacerdotes que han afrontado los sufrimientos y enfermedades típicas de la tercera edad con gran valentía y estado de ánimo; otros han luchado antes de resignarse y aceptar su condición. Los sacerdotes padecen el mismo trauma como los demás enfermos, pero con matices que son propios de nuestra condición.

La enfermedad y el aumento de los años comportan siempre algunas formas de pérdidas: La pérdida de una parte de sí a nivel físico; también una pérdida de sí a nivel de identidad. Nuestras capacidades disminuyen y nuestra debilidad aumenta, llevando a un constante estado de cansancio.

La pérdida de sí a nivel relacional. Muchos son abandonados por los amigos, por los miembros de su comunidad e incluso por sus parientes. La pérdida de sí a nivel existencial. Esto acontece cuando no se logra dar mayor significado a lo que se hace, cuando parece que nuestros valores ya no nos ayudan, cuando nos preguntamos: “por qué a mí” ? Una pérdida de espacio, ya que pasamos de una situación en la que todo el mundo era nuestra casa, a estar confinados en un área estrecha para movernos; una pérdida de movilidad si dependemos, por ejemplo, de la silla de ruedas o estamos obligados a ser ayudados por alguien para hacer incluso las cosas más simples, como ir al baño; una pérdida del control sobre lo que invade nuestros espacios limitados.

Una pérdida del control sobre el tiempo ya que los medicamentos se suministran en horarios que son más adecuados a los demás y no a mí; una pérdida del control sobre lo que se hace a mi cuerpo, ya que para las personas que están en buena salud la piel es una especie de barrera, y en cambio ahora la agujas, los tubos y los líquidos que se introducen son considerados como intrusos indeseados; una pérdida de contacto con los amigos, ya que no es posible ir a visitarlos y ellos puedan venir a visitarte.

Se pierde la propia independencia: como dijo una vez un sacerdote anciano, “cuando te quitan los pantalones te das cuenta que ya no puedes ir a ninguna parte”. Esta pérdida de independencia comporta una experiencia de separación de las estructuras de la vida, del trabajo, y del tiempo libre, lo que hace  que el enfermo se convierta en “la persona más triste del mundo”; una experiencia de fragmentación, ya que no se puede cumplir más con el propio papel de sacerdote, pastor, maestro, administrador; una experiencia que los hace sentir desvalorados, pues ahora sólo se puede recibir y ya no se puede brindar el propio aporte a la sociedad.

La gran mayoría de laicos se jubilan alrededor de los sesenta y cinco/setenta años. Los sacerdotes realmente nunca se jubilan, pues nos ordenamos para toda la vida. Un sacerdote, dado que es sacerdote para siempre, no se adapta fácilmente al “ser” como concepto diferente del “hacer”. Por esto, cuando son ancianos, los sacerdotes pueden vivir una gran soledad, allí donde habían puesto una escasa atención durante su vida a desarrollar una verdadera comunidad, y como resultado de esto tienden a identificarse con el trabajo.

Durante la formación inicial (Seminario) se pone gran énfasis en la formación intelectual y pastoral, y en un “trabajo” que de todos modos es de tipo mental, y no se pone la atención suficiente en el desarrollo de una verdadera vida espiritual. Se tienen en gran consideración las prácticas devocionales externas, y la oración discursiva, con una orientación poco atenta sobre cuestiones referentes a la vida interior. Al final de la vida el sacerdote anciano y enfermo experimenta una gran dificultad para dejar el ministerio cuando los años avanzan. Por eso se debe iniciar a aceptar la enfermedad y la ancianidad desde los primeros años del sacerdote.

La asistencia a los sacerdotes ancianos no es una preocupación sólo de su obispo, también de sus hermanos sacerdotes jóvenes y de la comunidad/es a las que ha servido el sacerdote durante años, ellos deben tener un papel en esta asistencia. A menudo el sacerdote ha permanecido en una parroquia por largo tiempo y está más cercano a los parroquianos y no a los sacerdotes.

En la tercera edad, los sacerdotes tienen el temor de no haber practicado plenamente la vida espiritual, en su ministerio siempre habían exhortado para que lo hicieran los demás. Un famoso teólogo lloraba cuando recibió el sacramento de los enfermos, decía: “He administrado el sacramento de los enfermos muchas veces, siempre reservando una meticulosa atención al ritual, pero sin orar realmente por la situación o por la persona que estaba delante de mí”.

¡Oremos por nuestros sacerdotes! ¡Oremos por nuestros sacerdotes enfermos! ¡Oremos por nuestros sacerdotes ancianos!

Durango, Dgo., 05 de Agosto del 2012                    + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                         Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                      Email: episcopeo@hotmail.com

homilía Domingo XVIII ordinario 5 de agosto del 2012

Fortalecerse en la fe

              Hoy, en el Evangelio de S. Juan, Jesús dice a sus discípulos de todos los tiempos: “ustedes me siguen no porque han visto signos, sino porque han comido de aquel pan y se saciaron”. Pero, Jesús realizó aquel signo para revelar el sentido de su persona; aunque la multitud lo comprendió sólo en la línea de sus necesidades materiales. Y, eso es aún muy frecuente entre las grandes mayorías de los bautizados  católicos; muchas expresiones de la religiosidad católica tienen trasfondo de interés por resolver necesidades de seguridad y paz, de pan y de pescado, de trabajo,  salud, techo, vestido, agua y comida, etc.

             En cambio, Jesús quiere conducirnos a la comprensión de su persona. Dice a los discípulos: “crean en Aquel que el Padre les ha enviado”. Pues, sólo comprendiendo en la fe quien es Él, le será posible darse a nosotros como alimento; pero, para que esto suceda, es necesario preocuparnos por un alimento y una vida  que no terminan y que son un don del Hijo del hombre. Los judíos luego le preguntan: “¿qué debemos hacer para cumplir las obras de Dios?; Jesús contesta: “creer en Aquel que el Padre ha enviado”, o sea reconocer que tenemos necesidad de él, así como tenemos necesidad de alimento material; la exigencia de Jesús era grande y su identificación no les parecen suficiente; por ello, le piden una señal a la medida de Moisés que dio de comer al pueblo en el desierto. Jesús responde afirmando que es mayor que Moisés; y replica que es mayor, porque en El (que es el Cristo), se realiza el don de Dios que no perece: la comida del desierto se acababa, el pan de Cristo perdura y alcanza vida eterna.

            En el desierto, por las tardes una nube de perdices cubría el campamento. El fenómeno de las perdices, que proviniendo del norte se posaban sobre el Sinaí para reposar de su transmigración hacia el sur, puede ser explicable como del todo natural, pero en el momento crítico de Israel en el desierto toma un significado providencial. Lo mismo se puede decir del maná, producto vegetal de tamarisco de alto valor nutritivo traído por el viento, que por las mañanas cubría el campamento.  Aunque no interesa tanto definir la naturaleza esencial del alimento, sino captar el significado religioso. Es la visión religiosa de los hebreos que hacen decir a Moisés: “yo haré llover del cielo pan para ustedes” (Es 16,4). La inquietud de los hebreos preguntando ¿“qué cosa es?”, expresa el carácter misterioso del maná.

                       El fondo religioso de la narración manifiesta la certeza adquirida por el pueblo de una intervención especial de Dios. En esta coyuntura sucede un fenómeno en que ellos ven un signo de la presencia de Dios destinado a asegurarlos. Ante la condición de precariedad en que se encuentra en el desierto el pueblo incrédulo casi desafía a Dios a obrar y a manifestarse: “Yahvé, ¿está en medio de nosotros o no? (Es 17,7). Dios responde manifestando su poder, entre otras maneras con el don de las perdices y del maná.

            El maná, a su vez, es una interrogación que Dios pone a su pueblo: (“en hebreo: man hu=¿qué es?: maná) interrogación que Dios pone a su pueblo para educarlo poniéndolo a prueba: “para ver si camina según mi ley o no”(Es 16, 4). Dando a Israel este medio de subsistencia, Dios le comunica su presencia eficaz, pero invita al hombre a no fijarse sólo en los nutrientes terrenos, que como el maná, pronto cansan y resultan insípidos. Hay otro alimento misterioso que viene del cielo, del cual el maná es símbolo: la palabra de Dios (Dt 8,25). Cristo, en el desierto, confirma y subraya esta lección del Antiguo Testamento: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,1-4), y renueva esta enseñanza nutriendo al pueblo de Dios con un pan admirable; el pan que Jesús da es el “Pan de vida”.

             En el Evangelio de S. Juan, la expresión “Pan de vida” se relaciona al árbol de la vida del paraíso, símbolo de la inmortalidad, de la que el pecado privó al hombre. El maná en el desierto no tenía capacidad para restituir esta inmortalidad; pero Jesús la combina con la respuesta de fe. En el pan de vida hay pues un matiz salvífico: Jesús es el árbol verdadero de la vida que comunica la inmortalidad a que tiende el hombre desde el principio y que luego nos resulta posible y accesible por medio de la fe. Pero no solo con la fe, es necesario un pan concreto que exigirá comerlo y que nos unirá al misterio de la cruz.

 

 

HOMILÍA 29 DE JULIO DEL 2012

Domingo XVII ordinario; 29-VII-2012

Multiplicar el pan para los pobres

              En la primera lectura de la Eucaristía dominical, un individuo ofreció al profeta Eliseo como primicias veinte panes de cebada. Eliseo indicó al que servía: “dalo de comer a la gente”; el que servía dijo: ¿cómo puedo dar de comer con esto a cien personas? Eliseo replicó: “dalo de comer a la gente; porque así dice el Señor: comerán y sobrará. Comieron, y sobró, según la palabra del Señor”. Las primicias son algo que pertenece a Dios; este don, fruto del trabajo del hombre, pero también de la bendición divina, se multiplica hasta saciar a todos. Esta abundancia es la idea dominante en los banquetes del tiempo mesiánico.

            Igual en el Evangelio, S. Juan narra el milagro de Jesús,  multiplicando cinco panes de cebada y dos pescados, con lo que alimenta una gran multitud que le seguía. Leído el trozo del Evangelio en clave de signos, varios datos de la lectura aluden  a  signos, como que estaba cercana la Pascua de los judíos, el lugar sea montaña o desierto y el poner a prueba a los Apóstoles, son signos que hacen recordar la experiencia del desierto y de la salvación; recuerdan al Salvador, y la tensión de la narrativa, toda centrada en Jesús hace concluir que Él es el profeta y rey-mesías. Tal aspecto surge del hecho que Jesús permanece como el sujeto del episodio, que en todo momento tiene la iniciática: se interesa y distribuye.

 Los panes de cebada, alimento de los pobres, como en el milagro de Eliseo, son en sí un don de Dios; pero sobre todo son signo de otro alimento que Jesús dará. Comer es una función esencial de los seres

vivos que todas las religiones convierten en símbolo y lo acompañan de un rito litúrgico. El Cristianismo, propone la salvación bajo el tema de un banquete, que es símbolo y anticipación del banquete eterno.

            Los tiempos previstos por los profetas son los tiempos del Mesías, caracterizados como abundancia para los pobres: “los pobres comerán y se saciarán” (Sal 21,27); Isaías, en una visión profética, ve a todos los pueblos reunidos para un gran banquete: “preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos, sobre este monte, un banquete de alimentos suculentos, de sabrosos platillos y de vinos excelentes” (Is. 25,6). Para apreciar esta visión profética, veamos sobre todo a los pobres que jamás comen hasta saciarse; la idea de abundancia y de saciedad es subrayada por los acentos del profeta Eliseo: “comerán y sobrará” (2Re 4, 43); igualmente el Evangelio de S. Juan: “Jesús tomó los panes, y dando gracias lo distribuyó a los que estaban sentados, y lo mismo hizo con los pescados, hasta que quisieron” (Jn 15, 11).

            El milagro de Jesús sobre la multiplicación de los panes y de los pescados se reviste de un transparente significado eucarístico. El vocabulario que usamos en la Celebración Eucarística es igual al que usan los evangelistas: “tomó el pan y luego de dar gracias lo distribuyó”. La Eucaristía es así entendida en su sentido más genuino de abundancia de vida  y por tanto, capaz de dar vida eterna en el sentido del banquete mesiánico.

            Ciertamente, en el mundo, el problema del hambre es una de las cuestiones más angustiosas de nuestro tiempo; su solución aún está muy lejana. El desequilibrio económico entre las naciones desarrolladas y las demás continúa registrando preocupantes aumentos. La ayuda económica ofrecida por los países desarrollados a los subdesarrollados es aún muy débil y mal orientado para obviar el progreso económico y social de los países en vías de desarrollo.

            Cabe preguntarnos si la Iglesia hoy multiplica los panes para los que tienen hambre, o más concretamente si en el problema del hambre que asedia al mundo de hoy, la Iglesia tiene algo qué hacer más allá de su oficio de recordar sin cesar a sus miembros sus obligaciones individuales y colectivas. Jesús sació concretamente a los hombres que tenían hambre, partiendo de realidades concretas. No es posible revelar el pan de vida eterna sin empeñarse en serio con los deberes de la solidaridad humana.

 

EPISCOPEO 29 DE JULIO DEL 2012

Discriminación de la mujer: cómo afrontarlo

La discriminación sigue la lógica del «todos pierden». Pierde la mujer, pierde la sociedad que se ve privada de todo el potencial de riqueza que la mujer puede aportar y pierden los hombres. En este tema seguimos la “Guía para la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad”, del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano).

La violencia sobre la mujer produce la quiebra del respeto y de la reciprocidad relacional, la disminución de la autoestima, una insana  relación de dependencia con el maltratador, la pérdida de confianza en sí misma y otros muchos traumas. Algo frecuente es que la mujer se considera culpable del maltrato que sufre, considerándolo la justa respuesta a su culpa y asumiéndolo como parte del castigo «merecido», a veces es incapaz de recuperar su autonomía y siempre está esperando que el maltratador cambie, que sea la última vez…

En el otro extremo se dan actitudes revanchistas que dan lugar a interpretaciones que se conviertan en una reversión del fenómeno desde un feminismo radical. Puede tener como consecuencia el anhelo de una «falsa igualdad que negaría las distinciones establecidas por el mismo Creador» (Octogésima Adveniens 14). En esa dirección errada irían concepciones de derechos de sentido propietarista y mecanicista como la de la disponibilidad sobre propio cuerpo o la llamada salud reproductiva.

Como cristianos católicos como debemos afrontar esta realidad? Debemos tener claros algunos principios y criteriosa) Hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). Jesús no solo no discri­mina sino que se hace acompañar por «otras muchas» (Lc 8,3) y hace a María Magda­lena testigo privilegiado de la resurrección. Cristo es auténtico promotor de la dignidad de la mujer (Mulieris Dignitatem 12-16). Pablo se acompañó de muchas mujeres en el apostolado (cfr. 1 Cor, 15,7) y algunas acogieron y animaron la fe de las iglesias locales, como Febe (Rom 16,1) o Prisca (Rom 16,5).

b) La dignidad de la mujer y su igualdad con el varón. En Christifideles laici 37 leemos: «redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada ser humano constituye la tarea central y unificante que la Iglesia presta a la familia humana». Mulieris digni­tatem 10, señala que los problemas brotan de la perdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental que, en la unidad de los dos, poseen el hombre y la mujer. La dignidad de toda persona ante Dios es el fundamento de la dignidad del ser humano ante los demás (Cfr. Gaudium et Spes 29): este es el fundamento de la radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su raza, nación, sexo, origen, cultura y clase.

c) Igualdad y diferencia. La Trinidad invita a vivir una comunidad de iguales en la diferencia (Gal 3,28). En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible. Igualdad y diferencia son queridas por Dios (Catecismo 369-373).

 d) No discriminación y auténtica igualdad de derechos a participar en la vida económica social, cultural y política (Octogesima Adveniens 13). La sociedad debe, sin embargo, estructurarse de manera tal que las esposas y madres no se vean obligadas a trabajar fuera del hogar. En esta línea algo que se debe tener en cuenta es el de la participación de la mujer y su visibili­zación social y eclesial: “Constituye uno de los rasgos característicos de la actitud no discriminadora y signo de los tiempos».

e) Los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina. Precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre, no solo en sus roles y las funciones a desempeñar, sino, más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal.

f) Los cambios culturales han modificado los roles tradicionales de varones y mujeres. Hoy se busca desarrollar nueva actitudes y estilos de sus respectivas identidades, potenciando todas sus dimensiones humanas en la convivencia cotidiana, en la familia y en la sociedad, a veces por vías equivocadas. En ese sentido, debe someter a discernimiento la ideología de género, según la cual cada cual puede escoger orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto del derecho a la vida y la identidad de la familia. Se trata de un «empoderamiento» de la mujer desde presupuestos falsos.

g) Es contrario a la dignidad de la mujer (fin en sí misma) ser tratada «como cosa, como objeto de compraventa». Esto revela el desprecio hacia la mujer, la esclavitud, la opresión de los débiles, la pornografía, la prostitución y todas las discriminaciones que se encuentran en el ámbito de la educación, de la retribución del trabajo, etc.

h) Respeto a lo propio y específico de la condición femenina: evitando tanto la imitación del carácter masculino, como las actitudes revanchistas o la homogeneización cultural de la feminidad. Se debe promover un «nuevo feminismo», evitando seguir modelos «machistas», reconociendo el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana y trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación.

i) «La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida. La mujer percibe y enseña que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por el mero hecho de ser persona y no por la utilidad, fuerza, inteligencia, belleza o salud que tenga. Esta es la aportación fun­damental de las mujeres y la premisa para un auténtico cambio cultural». El Catecismo (ClC 239) señala que «la ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad que indica mas expresivamente la intimidad entre Dios y su criatura».

 

Durango, Dgo., 29 de Julio del 2012                                    + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Episcopeo 22 de julio del 2012

La discriminación de la mujer y sus causas

Numerosas investigaciones y estudios, con diferentes enfoques, se han realizado sobre este tema, la Iglesia católica también los ha hecho. Transcribo una presentación que expone la “Guía para la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la Universidad” del CELAM (Conferencia del Episcopado Latinoamericano), sobre este tema. Leer más

Homilía Domingo XVI ordinario; 22-VII-2012


Los servidores y no dueños del rebaño

             Hoy, el Evangelio de S. Marcos, presenta a Jesús, conduciendo a los Apóstoles a descansar, después de de unos viajes misioneros de predicación: Jesús quiere estar con los suyos, pues para eso los llamó: para estar en su compañía, para hacerlos sus amigos y para revelarles como a amigos todo lo que se refiere al Evangelio para desatar los nudos de la conciencia y para  renovar  el mundo. Y, “desembarcando, Jesús vio mucha gente, se conmovió por ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles largamente  muchas cosas”. Esta escena contiene la pregunta fundamental de S. Marcos: “¿quién es Jesús?”, y su respuesta: Jesús, es el verdadero pastor anunciado por los profetas. Leer más