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Homilía Domingo de Ramos: 24-III-2013

Cristo enfrenta la muerte con libertad de Hijo

            Las tres lecturas de la Eucaristía en este Domingo de Ramos, son muy significativas por su  íntima unidad mediante la cual expresan  anticipadamente el misterio completo de Cristo sufriente.  La primera lectura, es de Isaías sobre la vida y la pasión de Cristo. Cuya actitud de confianza en Dios y de amor a los hombres lo deja en suprema libertad ante toda prueba;  y Él, no ha apartado su rostro de insultos y salivazos, sabiendo que no quedará decepcionado: Él tiene la certeza de que su misión no es vana o inútil.

            En la segunda lectura de S. Pablo a los filipenses, Cristo se humilla a Sí mismo, para que Dios sea exaltado. El trozo resalta: para que reine la humildad, el amor y la concordia entre los hombres y en el mundo, es necesario que los cristianos tengamos los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Bajo esta luz, la lectura  describe el anonadamiento del Hijo de Dios; de lo cual Él no tiene miedo y, como verdadero Siervo sufriente, vivió nuestra experiencia humana hasta la muerte. Dios premió su fidelidad, lo glorificó y lo ha hecho Señor.

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Homilía Domingo V de Cuaresma; 17-III-2013

Vete y no peques más

             Este estupendo, hermoso y desafiante capítulo del Evangelio de S. Lucas, entró sorpresivamente en el Evangelio de S. Juan. Pero, está siempre inspirado y puede considerarse como una realización práctica de aquello  “quiero misericordia  y no sacrificios” de S. Mateo (12,7); o del “no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores” de S. Lucas (5,32); y hasta del mismo profeta Ezequiel “Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva” (33,11).      Y de veras, la clave para leer la Palabra en este domingo, es la aclamación antes del Evangelio: “no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.

             Repetidamente Dios se pronuncia por la vida de sus hijos,  aun cuando su insensatez les excluya de toda consideración humana. Un Dios celoso de la vida de sus hijos, a tal punto, de restituirles con su perdón, la dignidad, la honorabilidad y la vida, se vuelve un anuncio liberador y un juicio sobre un mundo frecuentemente despiadado y cruel. La comunidad cristiana debe ser portadora de este mensaje, consciente de haber sido fundada por un gesto de misericordia, que la hace deudora frente a Dios y frente a cada hermano. El perdón se vuelve responsabilidad comunitaria y personal. Leer más

Homilía Domingo IV de Cuaresma; 10-III-2013

Dios Padre espera el regreso del hijo

             El capítulo XV del Evangelio de S. Lucas incluye las parábolas de la oveja perdida, de la moneda extraviada y del hijo pródigo. La finalidad de las tres parábolas es poner de relieve la misericordia del Señor hacia el pecador arrepentido.

 Por ello, la parábola del hijo pródigo, que escuchamos hoy, se define mejor como la parábola del padre misericordioso. El mensaje es idéntico al mensaje de la segunda lectura de hoy: Dios quiere reconciliar consigo a los hombres que desean reconciliarse con Él. Para desarrollar el concepto de conversión, nótese como el hijo se aleja y después hace de nuevo el camino hacia el padre.

 La parábola del hijo pródigo, presenta tres protagonistas que podrían disputarse el título de la parábola: 1.- el padre misericordioso, 2.- el hijo pródigo y 3.-  el hijo mayor. Aunque, más propiamente la parábola podría llamarse del padre misericordioso. Más aún, recordando el testimonio de mis papás, en la parábola, el mayor pródigo es el padre, pródigo de amor, al grado de escandalizar al hijo mayor.

 Precisamente, por los presuntos justos representados en el hijo primogénito, Jesús dibuja una desconcertante imagen de Dios: un Dios, cuya paternidad sobrepasa los límites del buen sentido y los motivos de los bien pensados escribas y fariseos; al grado de suscitar su irritación y poner al descubierto su intolerancia. En Jesús que acoge a los pecadores, a los extraños, las mujeres de la calle y los excluidos; en Jesús que se sienta a comer con gente despreciada e impura se manifiesta un Dios que ofrece a todos  su hospitalidad, su perdón y la capacidad de renovarse, porque Él ama a todos.

             Por ello, si en la parábola aparece un reclamo, es para el hermano mayor y a quien como él piense que la observancia exterior de la ley sea fuente de méritos y autorice el desprecio para con los hermanos pecadores. Peor pecado es el del hermano mayor: servir con ánimo interesado, permanecer en casa sin descubrir  el  testimonio de los padres, rechazar y condenar sin tolerancia a quien se ha equivocado. Leer más

Homilía Domingo II de Cuaresma; 24-II-2013

                                                                                            Dios fiel al hombre fiel

                         Hoy, la lectura del Génesis nos ofrece una magnífica lección en el “Año dela fe”: el establecimiento de la Alianza entre Dios fiel y Abraham fiel: “Dios condujo a Abraham fuera de la tienda y le dijo: mira el cielo y cuenta las estrellas, si logras contarlas… Así será tu descendencia”.  El tema de la alianza resuena siempre en la historia de la salvación. Los preliminares de este pacto son la propuesta de Dios y la adhesión incondicionada por parte del hombre.   

             En el caso de Abraham, la adhesión es renuncia a toda certeza que pueda venir del hombre mismo; los signos de este pacto son claros en el ambiente de Abraham: “varios animales partidos a la mitad, cada parte colocada frente a la  otra; al caer el sol, un brasero humeante y una antorcha encendida pasaron entre los animales”: Dios, bajo la forma de llama de fuego pasa entre las víctimas descuartizadas, significando lo siguiente: así me suceda si no soy fiel a este pacto. Así, Dios se compromete con Abraham porque encontró fe en él y la historia demuestra su fidelidad. Leer más

Homilía Domingo I de Cuaresma 17 febrero 2013

Jesús guía en el camino de la vida

             Con el Miércoles de Ceniza, abrimos un nuevo caminar hacia la Pascua. E inmediatamente, la Palabra de Dios nos presenta a Jesús, enseñándonos cómo luchar en el camino de la vida cristiana. “Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció donde permaneció por cuarenta días y fue tentado por el diablo”. Los Evangelios sinópticos hacen de las tentaciones un paradigma de toda la vida de Jesús, pero S. Lucas sólo lo limita a los cuarenta días y a la última tentación en Jerusalén, añadiendo que el diablo se alejó de Él para regresar al tiempo fijado. Esto dice que los cuarenta días sólo fueron un primer intento y que el encuentro final será en Jerusalén durante la pasión.

             También es propio de S. Lucas el contexto de las tentaciones, no después del Bautismo como en Marcos y Mateo, sino luego de la genealogía de Jesús, que en forma ascendente: se remonta hasta el comienzo de la humanidad: Jesús, el nuevo Adán, es tentado como todo hombre, en la primera tentación en la concupiscencia de la carne, respondiendo “está escrito no sólo de pan vive el hombre”; en la segunda tentación  en la concupiscencia de la vista, respondiendo “está escrito: adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás”;  en la tercera tentación, tentado en la soberbia de la vida, respondiendo: “también está escrito: “no tentarás al Señor tu Dios”: Jesús sale victorioso por su adhesión a la Palabra de Dios.

             La Cuaresma nos propone el empeño de escuchar la Palabra de Dios, de la conversión, de la oración, de la caridad fraterna, porque, en un continuo pasar hacia la vida nueva, la Iglesia descubre el sentido de su propia vocación y de su pertenencia al Señor. Todo momento está marcado por este empeño; pero el tiempo cuaresmal tiene una eficacia particular porque en las señales de la comunidad que se convierte, es memoria viva y actual del camino pascual de Cristo y de su “sí” a la voluntad del Padre celestial.

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Homilía Domingo IV ordinario; 3-II-2013

Iglesia, Comunidad de profetas

             A Jeremías le fue dirigida la Palabra de Dios: antes de formarte en el seno materno te conocía; antes que salieras a la luz, te consagré y te establecí como profeta de las naciones”. En el seno materno,  el hombre está ante Dios como criatura, en dependencia total para con su Creador; y Dios aparece como quien libremente elige y destina para una tarea bien precisa: Jeremías será profeta de las naciones.   Pero, Dios no envía al peligro: si pide valor y fuerza es porque da el apoyo y la certeza para resistir y asegura estar siempre cercano. Sólo si el profeta retrocede, Dios lo expondrá a la humillación de un miedo aún mayor.

             Por su parte, Jesús, predicando en la Sinagoga de Nazaret, primero era alabado por sus paisanos, pero al final fue rechazado por los suyos y arrojado de la Sinagoga, empujándolo hacia un precipicio. “Pero, Él, pasando por en medio de ellos, se retiró”.  Aquí, Jesús se manifiesta como el Maestro que  cumple las profecías. S. Lucas presenta la primera reacción del pueblo aparentemente como favorable: Pero, Jesús se presenta como un profeta que cumple su misión del modo querido por Dios.

             Como Elías y Eliseo, que no tuvieron la oportunidad de ayudar a sus coterráneos, sino que debieron dirigirse a los extranjeros, también a Jesús no le piden signos. Los paisanos de Jesús, los nazaretanos, son obligados a meditar en el hecho que Dios distribuye sus dones a quien quiere; en este caso, a la gente de Cafarnaúm, ya que nadie puede alegar derechos. La reacción de los nazaretanos es violenta: lo sacan de la Sinagoga y lo quieren precipitar.

             Jeremías es llamado por Dios a ser profeta de las naciones; Jesús se presenta como el profeta que cumple su misión del modo querido por Dios; la Iglesia es una comunidad de profetas. Pero: ¿qué cosa quiere decir ser profeta?

 El profeta es un hombre de la Alianza; es un hombre que ha visto a Dios, aunque no en Sí mismo; pues, Dios queda siempre más allá del hombre; queda siempre escondido. Como fruto de un amor apasionado por los hombres y por Dios. El profeta ve lo que Dios hace y ve su plano de amor, hace una lectura divina de los acontecimientos humanos. El profeta es un hombre en contra por amor; la denuncia profética es un juico divino sobre los sucesos humanos y al mismo tiempo una comunicación del querer divino. Es, por tanto, una invitación a la conversión del corazón, personal y colectiva.

             El profeta es la conciencia critica del pueblo, no tanto en nombre de la razón, sino en nombre de la palabra de Dios; él desenmascara donde estén, los dobleces y las complicidades del mal,        El profeta es defensor de los oprimidos, de los débiles, de los marginados; está siempre de su lado; es su voz; es la voz de quien no tiene voz. Es llamado a ser responsable de Dios ante los hombres y responsable de los hombres ante Dios.

             El profeta es el hombre de la esperanza. La denuncia del mal no lo suaviza; con confianza, él ve hacia adelante. En los momentos más duros de la historia del pueblo elegido, deportaciones, exilio, sufrimientos, las palabras del profeta son palabras de consolación  y de confianza. Denunciada la infidelidad del pueblo, el profeta anuncia la fidelidad de Dios, en quien se funda sólidamente la esperanza.

             En sí, la Iglesia es una comunidad de profetas: cabe preguntarnos: ¿Nuestra Iglesia Arquidiocesana es profética? ¿Tenemos profetas en nuestra Arquidiócesis?, ¿Usted y yo somos profetas?

          Héctor González Martínez

                                                                                                                                    Arz. de Durango

Homilía Domingo III del tiempo ordinario 27-I-2013

Comunidad que escucha

           En la primera lectura, el libro de Nehemías, nos cuenta que 444 años antes de Cristo, el sacerdote y escriba, Esdras, leyó el libro del Deuteronomio ante mucha gente en una liturgia de la Palabra: reunido el pueblo se eleva una alabanza a Dios; luego los escribas, en lo alto de una tribuna abren el libro y  leyeron distintos trozos y los explicaron  al pueblo; en reacción, el pueblo suelta el llanto, señal que la Lectura había contrastado con su vida y los había movido a conversión; Esdras interviene y reintegra a la festividad su índole gozosa y caritativa.

            En la tercera lectura “Jesús regresó a Galilea con el poder del Espíritu Santo y su fama se difundió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos le tributaban grandes alabanzas…. Volvió a Nazaret, donde se había criado; según su costumbre, el sábado entró en la Sinagoga y se puso de pié para hacer la lectura”. Terminada la lectura, enrolló el volumen, lo entregó al asistente y se sentó. Los ojos de todos estaban fijos en Él. Enrolló el volumen y  dijo: hoy se cumple esta Escritura que acaban de escuchar”.

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Homilía Domingo II del tiempo ordinario; 20-I-2013

Domingo de la unidad de los cristianos

             El próximo viernes, día 25 de este mes,  la Iglesia conmemora la conversión de S. Pablo y por ese motivo celebra la Unidad de todos los cristianos. Pero, conociendo la voluntad de Cristo “que todos sean uno como Tú Padre y yo somos uno” la Iglesia dedica los ocho días anteriores a la fecha conmemorativa de la conversión de S. Pablo a que todos los católicos participemos de estos sentimientos y conmemoremos el deseo de Cristo a vivir en unidad y en pluralidad; y  nos convoca a celebrar en torno a la fiesta de la Conversión de S. Pablo, un octavario por la  unidad de los creyentes en Cristo.

Así, hoy domingo 20 de enero, nos propone lecturas bíblicas que nos animen a buscar la unidad querida por Cristo. La segunda lectura de hoy, tomada de la primera carta de S. Pablo a los Corintios, nos propone: “Hay diferentes carismas o dones, pero el Espíritu es el mismo; hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo; hay diferentes actividades, pero el Señor que hace todo en todos, es el mismo”. Carismas, servicios y actividades son lo mismo.

 S. Pablo se refiere a Carismas o dones que proceden del Espíritu Santo, que no son comunes a todos los cristianos. No que haya cristianos sin carismas, sólo, que hay quien tiene un determinado carisma y hay quien tiene otro carisma diverso.           El sentido fundamental del trozo bíblico no ofrece dificultad: en la Iglesia hay una gran diversidad de carismas, que no contrasta con la unidad de su fuente que es el Espíritu y pueden ser: palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, don de la fe, don de hacer curaciones, poder de hacer milagros, de profecía, de reconocimiento de lo que viene del bueno o del mal espíritu, de hablar lenguas, de interpretar lo que se dijo en lenguas, (1Cor 12, 8-10); unos son apóstoles, otros profetas, otros evangelistas, otros pastores y maestros (Ef 4,11). Y todo esto, es obra del mismo y único Espíritu” (1Cor 12,11): para “que todos sean uno como Tú Padre y yo somos uno”. Leer más

Homilía Domingo III de Navidad; 13-I-2013

Bautismo del Señor: el Padre manifiesta la misión del Hijo

 En el libro del Éxodo, Israel es el hijo primogénito, liberado de la esclavitud en Egipto para servir a Dios y ofrecerle el sacrificio (Ex 4,22), es el pueblo que pasa entre dos murallas de agua del mar rojo y por el sendero seco a través del río Jordán; mar rojo y río Jordán, que son anuncio del Bautismo.

             Jesús baja con la gente al Jordán para hacerse bautizar. El bautismo que Jesús recibe, no es sólo bautismo de penitencia: la manifestación del Padre Celestial y la bajada del Espíritu Santo, le dan un significado preciso: Jesús, es proclamado “Hijo predilecto del Padre” y sobre Él se posa el Espíritu que lo reviste de la misión de profeta de sacerdote y de rey para anunciar la Buena Nueva, para el único sacrificio y para ser Mesías salvador.

             “Cuando Jesús fue bautizado, estando en oración, se abrió el cielo y descendió sobre Él el Espíritu Santo en apariencia corporal como de paloma, y se oyó una voz del cielo: Tú eres mi hijo predilecto, en ti me complazco”. Jesús ora y el don del Espíritu Santo se escuchó en la plegaria. Tenemos aquí un tema inconfundible de Lucas, confirmado en otros lugares del mismo Evangelio: “Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino” (Lc 11,2) y “si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”. El Bautismo de Jesús está conectado a la genealogía que en forma ascendente se remonta hasta Adán y hasta Dios. La figura de Jesús entonces, resulta aleccionadora para todo cristiano: en el Bautismo, la oración de la Iglesia hace descender sobre nosotros el Espíritu que haciéndonos hijos de Dios engarza nuestra pobre genealogía humana a la de Dios.

             Cristo es el “Hijo amado” que ofrece el único sacrificio aceptable al Padre Celestial; Cristo que sale del agua bautismal del río Jordán, es el nuevo Pueblo que resulta definitivamente liberado: el Espíritu no solo desciende sobre Cristo, sino que permanece en Él para que los hombres reconozcan en Él al Mesías enviado a traer a los pobres la alegre noticia. El Espíritu que hasta entonces no tenía morada permanente entre los hombres, ahora, por Cristo, permanece en la Iglesia.            El Bautismo de Cristo es nuestro Bautismo, pues, la redacción de los evangelistas presenta el Bautismo de Jesús como el “bautismo del nuevo Pueblo de Dios”: el Bautismo de la Iglesia.

            La misión de Cristo es prefigurada en la del Siervo sufriente de Isaías; Siervo de Yahvé que carga sobre sí los pecados del pueblo. En Cristo que se somete a un acto público de penitencia, vemos la solidaridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con nuestra historia.  Jesús no toma distancia de una humanidad pecadora: al contrario, se identifica, para manifestar mejor el misterio del nuevo Bautismo y los consiguientes compromisos de actividad apostólica que de ahí se derivan para quienes somos discípulos.

 Es difícil comprender que la Iniciación Cristiana no tenga un lugar bien claro en la conciencia explicita del cristiano y que muchos fieles no sientan el ingreso a la Iglesia por medio de la Iniciación Cristiana, como el momento decisivo de su vida.  Bautizados y viviendo en la fe de la Iglesia, los cristianos necesitan descubrir la grandeza de la vocación cristiana. La Iniciación Cristiana, que iniciaremos a implementar a fines de este mes, expresa el amor proveniente de Dios, significa nuestra participación en el misterio pascual del Hijo y también realiza la comunicación de una nueva vida en el Espíritu. Todo esto  pues, nos pone en comunión con Dios, nos integra a su Familia Trinitaria y es el paso de la solidaridad en el pecado a la solidaridad en el amor.  Es difícil comprender que la Iniciación Cristiana no tenga un lugar bien claro en la conciencia explicita del cristiano y que muchos fieles no sientan el ingreso a la Iglesia por medio de la Iniciación Cristiana, como el momento decisivo de su vida.

 

Héctor González Martínez

        Arz. de Durango

 

Homilía Domingo de Epifanía, 6-I-2013

Luz para todos los pueblos

                                   “Álzate y revístete de luz, porque viene tu luz, la gloria del Señor brilla sobre ti”. Este trozo del profeta Isaías altamente poético, en primera instancia se refiere a Jerusalén, pero también a la Iglesia presentada como luz que se opone a las tinieblas, precisamente porque en ella brilla la gloria del Señor, porque en ella habita el Señor, como luz unificadora de todas las gentes.

             A ella, Jerusalén, son atraídos los hijos e hijas de Sión, regresando del exilio; también son atraídos todos los pueblos. Es la idea universalística que campea en las profecías de Jeremías, Miqueas, Sofonías, Zacarías, etc. Y que tiene su primera realización en el Nuevo Testamento, como escuchamos en el Evangelio de hoy: “Unos magos llegaron de oriente a Jerusalén y preguntaron: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto surgir su estrella, y hemos venido para adorarlo”.

             En el texto hebreo, en vez de “revístete de luz” dice: “sé luz”; somos las personas que nos hemos de transformar en luz. En el Nuevo Testamento, el cristiano es luz (Mt 5, 14), porque camina iluminado por  la luz de Cristo (Jn 3,19-21; 8, 12; 12, 35-36). Leer más