Episcopeo domingo 5 de julio del 2012
El dia 4 de agosto celebramos a San Juan María Vianney, modelo y ejemplo de los sacerdotes y del párroco. Este domingo pedimos a los fieles de nuestra Arquidiócesis una Colecta a favor de nuestros sacerdotes ancianos y enfermos. Esta es nuestra realidad, también nosotros tenemos las mismas necesidades de cualquier otra persona, también nos enfermamos y envejecemos.
Hemos visto sacerdotes que han afrontado los sufrimientos y enfermedades típicas de la tercera edad con gran valentía y estado de ánimo; otros han luchado antes de resignarse y aceptar su condición. Los sacerdotes padecen el mismo trauma como los demás enfermos, pero con matices que son propios de nuestra condición.
La enfermedad y el aumento de los años comportan siempre algunas formas de pérdidas: La pérdida de una parte de sí a nivel físico; también una pérdida de sí a nivel de identidad. Nuestras capacidades disminuyen y nuestra debilidad aumenta, llevando a un constante estado de cansancio.
La pérdida de sí a nivel relacional. Muchos son abandonados por los amigos, por los miembros de su comunidad e incluso por sus parientes. La pérdida de sí a nivel existencial. Esto acontece cuando no se logra dar mayor significado a lo que se hace, cuando parece que nuestros valores ya no nos ayudan, cuando nos preguntamos: “por qué a mí” ? Una pérdida de espacio, ya que pasamos de una situación en la que todo el mundo era nuestra casa, a estar confinados en un área estrecha para movernos; una pérdida de movilidad si dependemos, por ejemplo, de la silla de ruedas o estamos obligados a ser ayudados por alguien para hacer incluso las cosas más simples, como ir al baño; una pérdida del control sobre lo que invade nuestros espacios limitados.
Una pérdida del control sobre el tiempo ya que los medicamentos se suministran en horarios que son más adecuados a los demás y no a mí; una pérdida del control sobre lo que se hace a mi cuerpo, ya que para las personas que están en buena salud la piel es una especie de barrera, y en cambio ahora la agujas, los tubos y los líquidos que se introducen son considerados como intrusos indeseados; una pérdida de contacto con los amigos, ya que no es posible ir a visitarlos y ellos puedan venir a visitarte.
Se pierde la propia independencia: como dijo una vez un sacerdote anciano, “cuando te quitan los pantalones te das cuenta que ya no puedes ir a ninguna parte”. Esta pérdida de independencia comporta una experiencia de separación de las estructuras de la vida, del trabajo, y del tiempo libre, lo que hace que el enfermo se convierta en “la persona más triste del mundo”; una experiencia de fragmentación, ya que no se puede cumplir más con el propio papel de sacerdote, pastor, maestro, administrador; una experiencia que los hace sentir desvalorados, pues ahora sólo se puede recibir y ya no se puede brindar el propio aporte a la sociedad.
La gran mayoría de laicos se jubilan alrededor de los sesenta y cinco/setenta años. Los sacerdotes realmente nunca se jubilan, pues nos ordenamos para toda la vida. Un sacerdote, dado que es sacerdote para siempre, no se adapta fácilmente al “ser” como concepto diferente del “hacer”. Por esto, cuando son ancianos, los sacerdotes pueden vivir una gran soledad, allí donde habían puesto una escasa atención durante su vida a desarrollar una verdadera comunidad, y como resultado de esto tienden a identificarse con el trabajo.
Durante la formación inicial (Seminario) se pone gran énfasis en la formación intelectual y pastoral, y en un “trabajo” que de todos modos es de tipo mental, y no se pone la atención suficiente en el desarrollo de una verdadera vida espiritual. Se tienen en gran consideración las prácticas devocionales externas, y la oración discursiva, con una orientación poco atenta sobre cuestiones referentes a la vida interior. Al final de la vida el sacerdote anciano y enfermo experimenta una gran dificultad para dejar el ministerio cuando los años avanzan. Por eso se debe iniciar a aceptar la enfermedad y la ancianidad desde los primeros años del sacerdote.
La asistencia a los sacerdotes ancianos no es una preocupación sólo de su obispo, también de sus hermanos sacerdotes jóvenes y de la comunidad/es a las que ha servido el sacerdote durante años, ellos deben tener un papel en esta asistencia. A menudo el sacerdote ha permanecido en una parroquia por largo tiempo y está más cercano a los parroquianos y no a los sacerdotes.
En la tercera edad, los sacerdotes tienen el temor de no haber practicado plenamente la vida espiritual, en su ministerio siempre habían exhortado para que lo hicieran los demás. Un famoso teólogo lloraba cuando recibió el sacramento de los enfermos, decía: “He administrado el sacramento de los enfermos muchas veces, siempre reservando una meticulosa atención al ritual, pero sin orar realmente por la situación o por la persona que estaba delante de mí”.
¡Oremos por nuestros sacerdotes! ¡Oremos por nuestros sacerdotes enfermos! ¡Oremos por nuestros sacerdotes ancianos!
Durango, Dgo., 05 de Agosto del 2012 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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