Invocarán mi Nombre y yo los Bendiciré en el lecho del Nazas

INVOCARÁN MI NOMBRE Y YO LOS BENDECIRÉ
En el lecho del Nazas

Estimados Hermanos Obispos, HH. Autoridades Civiles, Apreciados Presbíteros católicos y ministros evangélicos, Queridos religiosos y religiosas, Apreciables Organizaciones de Iniciativa Privada, Estimadísimos fieles todos.
Por todas partes de esta Región, tobosos (Bolsón de Mapimí), irrítilas o laguneros (Torreón, Gómez, Lerdo), texues y ocoles (S. Pedro) o zacatecos (Parras), lucharon por la posesión de estas tierras y vinieron a ser sus primeros, antiguos y legítimos posesores.
La mañana brumosa del 12 de octubre de 1492, el vigía en turno, Rodrigo de Triana, desde el mástil de una carabela de Cristóbal Colón, frente a las costas de Guanahaní en el archipiélago de las Bahamas, gritó: ¡Tierra! Esa fecha fue para el mundo el descubrimiento de nuevos horizontes y posibilidades.
En la Conquista y la Colonización de México, Hernán Cortés insistió a los Reyes Católicos que enviaran misioneros para convertir a los nativos al Cristianismo. De hecho en 1523 llegaron a México tres magníficos franciscanos enviados por Carlos V. En 1524 llegaron los 12 franciscanos presididos por Fray Martín de Valencia, excelentes misioneros de la Provincia reformada de S. Gabriel. En 1526 llegaron 12 dominicos.
Después de los enfrentamientos indígenas, con la Evangelización misionera y sobre todo a partir de 1531, con la presencia de la primera Evangelizadora de México, Santa María de Guadalupe, los pueblos fueron entrando en paz. Cuando en 1538 Antonio Valeriano escribe magistralmente la historia de las Apariciones guadalupanas, en el Nican Mopohua dice: “diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquel por quien se vive: el Verdadero Dios” (NM 1-2). La aparición de Santa María de Guadalupe trajo a México, sobre todo a Cristo-Evangelio abierto del Padre y la dignificación de los pobres indígenas; pero también trajo, otro gran don inesperado: la reconciliación racial entre los indígenas y los europeos, quienes de muchas maneras entraron en paz.
Pero de ahí siguieron muchos otros viajes; pues los ojos de muchos europeos quedaron deslumbrados, ante ¡tanta tierra!, tantos recursos y tantos horizontes de posibilidades para prosperar, no importando que dicha tierra ya tenía pobladores y posesores aborígenes. Entre las oleadas de peninsulares colonizadores, algunos llegaron a ser propietarios de grandes extensiones de tierra, haciendas y ranchos.
Más adelante siguieron nuevos enfrentamientos históricos como la expulsión de los jesuitas, de los extranjeros y de los religiosos; las guerras del México bronco en la Independencia, en la Reforma, en la Revolución y en la Persecución Religiosa.
Hoy y aquí, descendientes de antiguos nómadas, de colonizadores europeos, de gente bronca del norte y de recientes pobladores, hemos peregrinado desde uno y otro lado del padre Nazas, congregándonos en unidad en este lecho del río para implorar a nuestro Dios grande, fuerte, poderoso y santo, que venga en nuestra ayuda ante la inseguridad y la violencia.
Porque, en la antevíspera del bicentenario de grandes acontecimientos, nuevas incursiones desestabilizan esta patria de Santa María de Guadalupe y una vez más vamos perdiendo la convivencia pacifica: el crimen organizado se pasea por la Región como Juan por su casa; por aquí y por allá el secuestro y el levantón parecen la industria del momento para enriquecerse rápidamente; aquí, allá y también más allá de la Región, los grupos armados de hace tiempo y grupos nuevos, con ejecuciones y descabezados, siembran miedo y psicosis; el narcotráfico, el enriquecimiento ilícito, el lavado de dinero y el narcomenudeo, avanzan como el cáncer del siglo; y todo queda impunemente. Y, si fuera solo eso; pero, estas lacras sociales nos despiertan porque han afectado a cientos de particulares y nos someten a crisis, alterando la tranquilidad del ambiente mexicano para vivir y trabajar en paz; pero no perdamos de vista que igualmente hay otros pecados sociales graves y profundos origen de otros males a los que estamos apegados y de los que somos inconscientes.
Además, lastimosamente hay mucha gente bautizada que, bien a bien, ni cree en Dios ni a Dios y ni le adora. Cuántos no creen en la Resurrección, misterio central del Cristianismo; cuantos no creen en la vida eterna y piensan que todo termina con la muerte o aceptan la transmigración de las almas; cuantos niegan el pecado y no creen en el Sacramento de la Confesión Sacramental o cuantos creen en cualquier superstición y no creen en algo básico como es el misterio de la Santísima Trinidad.
Que bueno que los acontecimientos y los pecados sociales que vienen sucediendo nos convocan en este lecho del Nazas, nos despiertan y nos hacen tomar conciencia de nuestra fe, para adherirnos firmemente a Jesucristo y a su Evangelio de la verdad y de la solidaridad, de la familia, de la esperanza y del amor.
Por su parte, hoy la Liturgia nos ofrece en la primera lectura, algo que seguramente nos agradará; Dios se presenta a Sí mismo bajo el nombre de Bendición, pidiendo luego a Moisés: “di a Aarón y a sus hijos, familia sacerdotal: así bendecirán a los israelitas:” y sigue la hermosa plegaria que ya escuchamos; hermosa plegaria empleada por los sacerdotes cuando bendecían al pueblo. En el pensamiento de los pueblos bíblicos, bendición y maldición producen salvación o desgracia respectivamente.
La bendición puede tomar varias formas; por ejemplo, la más simple: “yo estoy contigo”. La raíz hebrea de gracia va anexa a la bendición, es como intercambiable como en la siguiente bendición: “que Dios te conceda su gracia” (Gn 43, 19). La bendición también se codea con vivir y vida: “te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida” Dt 30,19); Abraham pide para Ismael “la vida en tu presencia”, Yahvé le responde: “en cuanto a Ismael, yo te he escuchado: yo lo bendeciré, lo haré fecundo, lo multiplicaré” (Gn 17, 18. 20).
Hacer descender la bendición del Señor significa invocar su nombre, para que Él mismo descienda sobre nosotros en señal de salvación, que se concretice en protección “que el Señor les proteja” reza la bendición. Y sigue: “el Señor ilumine su rostro sobre ustedes”: esta invocación es un signo de la complacencia divina; Dios “les sea propicio”: es igual a Dios les tenga piedad y les ponga bajo la luz de su rostro, les mire complacido. “El Señor dirija su rostro sobre ustedes y les conceda la paz”; esto es abundancia de felicidad. La palabra paz resume los contenidos anteriores y otros más que componen la bendición; ¡shalom! – Paz, es uno de los capítulos de bienestar que Dios concederá con su presencia cercana a quienes cumplen su ley.
Así que no es solamente que cesen las guerras, la inseguridad y la violencia, que se acaben los secuestros y los levantones, que terminen los tiroteos, que se haga la paz como por arte de magia. Bendición, gracia, protección, iluminación, vida y paz, son ofrecidos como presencia primariamente a Israel y a sus amigos; ahora, al Pueblo de la Nueva Alianza. Pero exigen coherencia, pues solamente los que sean fieles al Señor y a sus leyes, recibirán los bienes de la bendición (Gn 27,10-18); el aspecto mágico se doblega al aspecto ético, mientras que la maldición alcanza a sus enemigos.
Si bien, nuestro Dios es compasivo y misericordioso con todos: autoridades, ministros ordenados, ministros evangélicos, religiosos/as, padres de familia, jóvenes, adultos, traficantes de drogas, lavadores de dinero, grupos armados, secuestradores, justos e injustos, amadísimos todos: “ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón” (salmo 94); cada uno es invitado a convertirse al Evangelio: México, México, conviértete, al Señor, tu Dios (todos, tres veces).
Felicidades a todos, porque, queriendo vivir y trabajar en paz, nos hemos puesto de pie y hemos dado la cara. Que sigamos juntos, unidos como Pueblo de la Bendición, para nuestra Región y para México. Amén.

Lecho del Río Nazas, 22 de agosto de 2008.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango

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