Existe la grave responsabilidad de elegir correctamente a nuestros gobernantes

La historia nos muestra que en todas las épocas y en todos los países, el sufragio ha sido utilizado normalmente como instrumento de selección de las autoridades políticas. Es un modo de poner en acto el derecho natural del ciudadano de participar en la vida pública de su sociedad. La forma de una república representativa de gobierno, que fija nuestra Constitución, implica la periódica elección de autoridades, y la obligación moral de votar.
A pocos días de las elecciones en nuestro Estado, decir que es inútil ejercer el voto, pues “todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos”, revela una apreciación equivocada de la actividad política. Precisamente en estos momentos de problemas sumamente complejos y una gran confusión de ideas, se hace más necesario que nunca acudir a la política para procurar resolver los problemas. Rehusarnos a intervenir en la vida comunitaria porque “no nos gusta lo que vemos”, equivale a avalar la continuidad de lo existente. Destaca Santo Tomás Moro: “Si no conseguís realizar todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán por lo menos la intensidad del mal”.
Tampoco es correcto decir que la política necesariamente conduce a la corrupción. Puesto que la autoridad ha sido creada por Dios, su ejercicio no puede ser malo en sí mismo. Son las personas quienes están frente a ocasiones de peligro moral y son quienes con su comportamiento han degradado la actividad política. Otros toman la decisión de votar o no, como una “obligación de conciencia”. Pero la conciencia debe estar iluminada por los principios y ayudada por el consejo de los prudentes. El abstenerse de hacer algo por objeción de conciencia es válido, si es la única manera de no afectar el principio en que se funda: no dañar. Antes de invocar la obligación de conciencia, cada persona debe procurar disponer de la información necesaria para evaluar correctamente a los partidos y a los candidatos que se presentan a una elección.
Santo Tomás de Aquino afirma: “Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, que en cada una de ellas hay peligro, aquélla se debe elegir de que menos mal se sigue”. Por cierto que nunca es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado, pero sí es lícito tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande. Aplicando la doctrina, al tema de las elecciones: «En el caso concreto de una elección, al votarse por un representante considerado mal menor, no se está haciendo el mal menor, sino permitiendo el acceso de alguien que posiblemente, según antecedentes, lo hará».
En ocasiones, el ciudadano no tiene la posibilidad de elegir entre varios partidos o candidatos, pues ninguno le ofrece garantías mínimas, al presentar plataformas que permiten prever acciones perjudiciales para la sociedad, o declaraciones de principios que contradicen la ley natural. Aunque no le satisfaga totalmente, debe votar por el partido y el candidato que parezca menos dañino. Al proceder así, no está avalando aquellos aspectos cuestionables de su plataforma electoral, sino, simplemente, eligiendo el mal menor.
Un ejemplo de mal menor es el llamado “voto útil”, y consiste en que “el elector otorgue su voto a un partido que tiene posibilidades de ganar, aunque no sea el que más le atrae, para que el voto no se desperdicie”. El mal menor no se vincula con el maquiavelismo político, que admite “hacer un mal para obtener un bien”, lo cual es siempre ilícito. El mal menor consiste en tolerar un mal, no realizarlo.
Votar por un partido que carece de posibilidades de obtener algún puesto (gobernador, presidente municipal, diputado local), no es una acción inútil. Si el partido satisface las expectativas, pues defiende principios sanos y presenta una plataforma que convendría aplicarse, y además postula a dirigentes capaces y honestos, merece ser apoyado. El voto, en este caso, servirá de estímulo para quienes se dedican a la política en esa institución, les permitirá ser conocidos, y facilitará una futura elección con mejores perspectivas.
En Sacramentum Caritatis, el Papa Benedicto XVI, señala la grave responsabilidad social de decidir correctamente, cuando están en juego valores que no son negociables para los bautizados: como la Defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural; La familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer; La libertad de educación de los hijos; La promoción del bien común en todas sus formas (núm. 83). Esta orientación puede servir de guía para el análisis de las plataformas electorales y decidir el voto, ya que se concentra en los temas esenciales. Nuestra fe y “el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe”.
La participación en la vida cívica incluye varias acciones, pero el modo más simple y general de participar es el ejercicio del voto, y ninguna causa justifica el abstencionismo político pues equivale a no estar dispuesto a contribuir al bien común de la propia sociedad. Afirma Aristóteles, “es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por los malos”, por esto es imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas.
El papel de la Iglesia y de sus pastores, en estos momentos de elección de nuestros gobernantes, es orientar nuestra conciencia hacia los valores fundamentales, los valores del Reino que no son negociables, y en base a ellos elegir a nuestros gobernantes.

Durango, Dgo., 20 de junio del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

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