La justicia y el bien común, criterios indispensables para el desarrollo integral auténtico
El amor en la verdad, es un principio fundamental para la vida social ya que proporciona criterios orientadores para la acción moral (Benedicto XVI “Caritas in veritate”, nums. 6-9). Dos de ellos son importantes, porque son indispensables en una sociedad que busca su desarrollo integral: la justicia y el bien común. Es importante que todos (empresarios, comerciantes, servidores públicos, políticos, sociedad civil, la sociedad entera), tengamos en cuenta estos criterios para tomar las decisiones en favor de la unidad y de la paz que tanto necesitamos y que además es lo único que nos conducirá a un desarrollo integral auténtico; sin estos criterios jamás lo podremos alcanzar.
La justicia (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nums. 201-203). Toda sociedad tiene un sistema propio de justicia, pero éste debe estar impregnado del amor. La caridad (el amor) va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo “mío” al otro; además del amor, la justicia, nos llevará a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo “dar” al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.
La justicia es inseparable de la caridad, es propio de ella. La justicia es el primer camino que nos conduce a la caridad, ya que es parte integrante de ese amor “Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,18). La caridad exige la justicia, es decir, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas. Se ocupa de la construcción de la “ciudad del hombre”, (la “pólis”) según el derecho y la justicia. La caridad supera la justicia y la completa. Esta “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, sobretodo, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión.
El bien común (Compendio, nums. 164-170). Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese “todos nosotros”, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz.
El bien común exige a todos: un compromiso por la paz, una correcta organización de los poderes del Estado, un sólido ordenamiento jurídico, salvaguardar el ambiente, la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa.
La responsabilidad de edificar el bien común compete también al Estado, porque “el bien común es la razón de ser de la autoridad política. El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión, de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios (materiales, culturales, morales, espirituales) para gozar de una vida auténticamente humana”.
Trabajar por el bien común es cuidar y utilizar ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social. Se ama al prójimo cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la vida social. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene un significado superior al compromiso meramente político o económico.
El amor en la verdad es un gran desafío para la Iglesia y para todos, en una sociedad que tiende a la globalización y que busca su desarrollo integral. El riesgo es que en la búsqueda de tal desarrollo no se tenga en cuenta la ética de la conciencia y el intelecto. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador. Los bienes y recursos necesarios para el desarrollo integral de la sociedad, no se aseguran sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, se necesita la fuerza del amor que vence al mal con el bien (Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad.
La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados”. No obstante, tiene una misión que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad cuyo centro es el hombre, su dignidad y su vocación: anunciar la verdad. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Su Doctrina Social es una dimensión de este anuncio: está al servicio de la verdad que libera; la acoge, recompone en unidad los fragmentos en que a veces se encuentra, y la lleva a la vida concreta de la sociedad, de los hombres y los pueblos.
Durango, Dgo., 13 de Marzo del 2011.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
email:episcopeo@hotmail.com
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