Reflexión dominical Domingo ordinario XIII A; 26-VI-2011 Dignidad de Cristo en los humildes
Leeremos en S. Mateo: “quien ama al padre, la madre, o los hijos mas que a mí, no es digno de mi;… quien encuentre su vida la perderá, quien pierda su vida por mi causa la encontrará… quien les recibe a ustedes, me recibe a mí, quien me recibe a mí recibe al que me envió”. El trasfondo de este pasaje es la exigencia proyectada por el ejemplo de Cristo y su disponibilidad hasta el martirio. Siguiendo esos pasos, el apóstol hace presente a Cristo en el mundo, y Cristo hace presente al Padre. Si Cristo es escuchado en su calidad de profeta justo, es decir como hombre de Dios, quien lo acepta no quedará sin recompensa por parte de Dios. El texto presenta a todos los discípulos, particularmente a los humildes, como una ampliación de la dignidad de Cristo.
En la segunda lectura de este domingo tomada de S. Pablo, también sobresalen otros dos acentos: primero, las condiciones del Bautismo para seguir a Jesús, como desapego, cruz, disponibilidad total. S. Pablo presenta el rito bautismal como signo e iniciación a un estado permanente de existencia: en todo momento de la vida, el cristiano prolonga el significado y la realidad del Bautismo en el dinamismo pascual de muerte-resurrección: el cristiano muere a cada momento al pecado, al egoísmo, a la carne, al hombre viejo para transformarse en hombre nuevo, lleno de amor y de gracia en el Espíritu Santo. En la base de esta existencia cristiana, hay pues, un conflicto entre un “sí” a las exigencias de la gracia y a las mociones incesantes del Espíritu Santo, contrastando a un “no”, o sea a las seducciones de la carne, al peso del egoísmo y de la pereza. Y todo esto es cruz, es morir y resucitar a la vez.
Segundo acento de S. Pablo: la acogida fraterna y la hospitalidad, adornadas de diálogo y simpatía. La aceptación fraterna y la escucha se manifiestan y se interpelan en la atención al otro, en la capacidad de diálogo, en el esfuerzo por comprender las razones del otro. Es una actitud o una disposición de fondo que acoge sin espíritu crítico, sin ánimo desconfiado y sospechoso, los gestos de otros, aún si vemos sus límites o aspectos faltantes; se sabe escuchar, sin apagar el Espíritu que se manifiesta en personas, grupos e instituciones cuyas opciones o métodos no compartimos.
La hospitalidad, mide nuestro Cristianismo. Entre los antiguos la hospitalidad era sagrada; aún hoy, entre los pueblos pobres el huésped es recibido y respetado con espontaneidad y humanidad; los pobres se ayudan y comparten voluntariamente lo poco que poseen. En cambio, entre los países ricos y opulentos, el extranjero es considerado como un intruso; la hospitalidad se practica, condicionada por el interés y marcada de industria o fuente de ganancia. El turista es recibido como divisa valiosa que genera ganancia y por tanto trae riqueza. Los trabajadores extranjeros, los migrantes nacionales, son aceptables en cuanto ofrecen mano de obra de la que se tiene necesidad.
Los cristianos, por tanto, hemos de hacer examen de conciencia sobre la acogida y la hospitalidad, como signos de fidelidad al Evangelio. Gestos de intolerancia para con los migrantes, manifiestan posturas anticristianas y antievangélicas de personas o comunidades aparentemente cristianas y practicantes.
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