Discriminación de la mujer: cómo afrontarlo
La discriminación sigue la lógica del «todos pierden». Pierde la mujer, pierde la sociedad que se ve privada de todo el potencial de riqueza que la mujer puede aportar y pierden los hombres. En este tema seguimos la “Guía para la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad”, del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano).
La violencia sobre la mujer produce la quiebra del respeto y de la reciprocidad relacional, la disminución de la autoestima, una insana relación de dependencia con el maltratador, la pérdida de confianza en sí misma y otros muchos traumas. Algo frecuente es que la mujer se considera culpable del maltrato que sufre, considerándolo la justa respuesta a su culpa y asumiéndolo como parte del castigo «merecido», a veces es incapaz de recuperar su autonomía y siempre está esperando que el maltratador cambie, que sea la última vez…
En el otro extremo se dan actitudes revanchistas que dan lugar a interpretaciones que se conviertan en una reversión del fenómeno desde un feminismo radical. Puede tener como consecuencia el anhelo de una «falsa igualdad que negaría las distinciones establecidas por el mismo Creador» (Octogésima Adveniens 14). En esa dirección errada irían concepciones de derechos de sentido propietarista y mecanicista como la de la disponibilidad sobre propio cuerpo o la llamada salud reproductiva.
Como cristianos católicos como debemos afrontar esta realidad? Debemos tener claros algunos principios y criterios: a) Hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). Jesús no solo no discrimina sino que se hace acompañar por «otras muchas» (Lc 8,3) y hace a María Magdalena testigo privilegiado de la resurrección. Cristo es auténtico promotor de la dignidad de la mujer (Mulieris Dignitatem 12-16). Pablo se acompañó de muchas mujeres en el apostolado (cfr. 1 Cor, 15,7) y algunas acogieron y animaron la fe de las iglesias locales, como Febe (Rom 16,1) o Prisca (Rom 16,5).
b) La dignidad de la mujer y su igualdad con el varón. En Christifideles laici 37 leemos: «redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada ser humano constituye la tarea central y unificante que la Iglesia presta a la familia humana». Mulieris dignitatem 10, señala que los problemas brotan de la perdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental que, en la unidad de los dos, poseen el hombre y la mujer. La dignidad de toda persona ante Dios es el fundamento de la dignidad del ser humano ante los demás (Cfr. Gaudium et Spes 29): este es el fundamento de la radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su raza, nación, sexo, origen, cultura y clase.
c) Igualdad y diferencia. La Trinidad invita a vivir una comunidad de iguales en la diferencia (Gal 3,28). En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible. Igualdad y diferencia son queridas por Dios (Catecismo 369-373).
d) No discriminación y auténtica igualdad de derechos a participar en la vida económica social, cultural y política (Octogesima Adveniens 13). La sociedad debe, sin embargo, estructurarse de manera tal que las esposas y madres no se vean obligadas a trabajar fuera del hogar. En esta línea algo que se debe tener en cuenta es el de la participación de la mujer y su visibilización social y eclesial: “Constituye uno de los rasgos característicos de la actitud no discriminadora y signo de los tiempos».
e) Los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina. Precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre, no solo en sus roles y las funciones a desempeñar, sino, más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal.
f) Los cambios culturales han modificado los roles tradicionales de varones y mujeres. Hoy se busca desarrollar nueva actitudes y estilos de sus respectivas identidades, potenciando todas sus dimensiones humanas en la convivencia cotidiana, en la familia y en la sociedad, a veces por vías equivocadas. En ese sentido, debe someter a discernimiento la ideología de género, según la cual cada cual puede escoger orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto del derecho a la vida y la identidad de la familia. Se trata de un «empoderamiento» de la mujer desde presupuestos falsos.
g) Es contrario a la dignidad de la mujer (fin en sí misma) ser tratada «como cosa, como objeto de compraventa». Esto revela el desprecio hacia la mujer, la esclavitud, la opresión de los débiles, la pornografía, la prostitución y todas las discriminaciones que se encuentran en el ámbito de la educación, de la retribución del trabajo, etc.
h) Respeto a lo propio y específico de la condición femenina: evitando tanto la imitación del carácter masculino, como las actitudes revanchistas o la homogeneización cultural de la feminidad. Se debe promover un «nuevo feminismo», evitando seguir modelos «machistas», reconociendo el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana y trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación.
i) «La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida. La mujer percibe y enseña que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por el mero hecho de ser persona y no por la utilidad, fuerza, inteligencia, belleza o salud que tenga. Esta es la aportación fundamental de las mujeres y la premisa para un auténtico cambio cultural». El Catecismo (ClC 239) señala que «la ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad que indica mas expresivamente la intimidad entre Dios y su criatura».
Durango, Dgo., 29 de Julio del 2012 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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