HOMILÍA 29 DE JULIO DEL 2012

Domingo XVII ordinario; 29-VII-2012

Multiplicar el pan para los pobres

              En la primera lectura de la Eucaristía dominical, un individuo ofreció al profeta Eliseo como primicias veinte panes de cebada. Eliseo indicó al que servía: “dalo de comer a la gente”; el que servía dijo: ¿cómo puedo dar de comer con esto a cien personas? Eliseo replicó: “dalo de comer a la gente; porque así dice el Señor: comerán y sobrará. Comieron, y sobró, según la palabra del Señor”. Las primicias son algo que pertenece a Dios; este don, fruto del trabajo del hombre, pero también de la bendición divina, se multiplica hasta saciar a todos. Esta abundancia es la idea dominante en los banquetes del tiempo mesiánico.

            Igual en el Evangelio, S. Juan narra el milagro de Jesús,  multiplicando cinco panes de cebada y dos pescados, con lo que alimenta una gran multitud que le seguía. Leído el trozo del Evangelio en clave de signos, varios datos de la lectura aluden  a  signos, como que estaba cercana la Pascua de los judíos, el lugar sea montaña o desierto y el poner a prueba a los Apóstoles, son signos que hacen recordar la experiencia del desierto y de la salvación; recuerdan al Salvador, y la tensión de la narrativa, toda centrada en Jesús hace concluir que Él es el profeta y rey-mesías. Tal aspecto surge del hecho que Jesús permanece como el sujeto del episodio, que en todo momento tiene la iniciática: se interesa y distribuye.

 Los panes de cebada, alimento de los pobres, como en el milagro de Eliseo, son en sí un don de Dios; pero sobre todo son signo de otro alimento que Jesús dará. Comer es una función esencial de los seres

vivos que todas las religiones convierten en símbolo y lo acompañan de un rito litúrgico. El Cristianismo, propone la salvación bajo el tema de un banquete, que es símbolo y anticipación del banquete eterno.

            Los tiempos previstos por los profetas son los tiempos del Mesías, caracterizados como abundancia para los pobres: “los pobres comerán y se saciarán” (Sal 21,27); Isaías, en una visión profética, ve a todos los pueblos reunidos para un gran banquete: “preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos, sobre este monte, un banquete de alimentos suculentos, de sabrosos platillos y de vinos excelentes” (Is. 25,6). Para apreciar esta visión profética, veamos sobre todo a los pobres que jamás comen hasta saciarse; la idea de abundancia y de saciedad es subrayada por los acentos del profeta Eliseo: “comerán y sobrará” (2Re 4, 43); igualmente el Evangelio de S. Juan: “Jesús tomó los panes, y dando gracias lo distribuyó a los que estaban sentados, y lo mismo hizo con los pescados, hasta que quisieron” (Jn 15, 11).

            El milagro de Jesús sobre la multiplicación de los panes y de los pescados se reviste de un transparente significado eucarístico. El vocabulario que usamos en la Celebración Eucarística es igual al que usan los evangelistas: “tomó el pan y luego de dar gracias lo distribuyó”. La Eucaristía es así entendida en su sentido más genuino de abundancia de vida  y por tanto, capaz de dar vida eterna en el sentido del banquete mesiánico.

            Ciertamente, en el mundo, el problema del hambre es una de las cuestiones más angustiosas de nuestro tiempo; su solución aún está muy lejana. El desequilibrio económico entre las naciones desarrolladas y las demás continúa registrando preocupantes aumentos. La ayuda económica ofrecida por los países desarrollados a los subdesarrollados es aún muy débil y mal orientado para obviar el progreso económico y social de los países en vías de desarrollo.

            Cabe preguntarnos si la Iglesia hoy multiplica los panes para los que tienen hambre, o más concretamente si en el problema del hambre que asedia al mundo de hoy, la Iglesia tiene algo qué hacer más allá de su oficio de recordar sin cesar a sus miembros sus obligaciones individuales y colectivas. Jesús sació concretamente a los hombres que tenían hambre, partiendo de realidades concretas. No es posible revelar el pan de vida eterna sin empeñarse en serio con los deberes de la solidaridad humana.

 

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