Domingo XX ordinario; 18 agosto 2013 La palabra de Cristo divide

Domingo XX ordinario; 18 agosto 2013

La palabra de Cristo divide

En el año 588 los babilonios suspendieron el asedio a Jerusalén, por apoyar a Egipto; pero Jeremías continuó anunciando la destrucción. Entonces, los jefes del ejército lo arrojaron a una cisterna porque les contradecía; y Jeremías se queja: “me hiciste un hombre de contradicción sobre toda la tierra”.

 La lectura narra: “Los jefes dijeron al rey Sedecias: que se dé muerte a Jeremías, porque desalienta a los guerreros que han quedado en esta ciudad y desanima a todo el pueblo, diciéndole palabras semejantes; porque este hombre no busca el bienestar del pueblo, sino el mal. Sedecías respondió: él está en sus manos; el rey no tiene poder contra ustedes”; ellos entonces tomaron a Jeremías y lo arrojaron a una cisterna. Ebed-Melech el etíope,  subió ante el rey y le dijo: “Rey mío, Señor; aquellos hombres hicieron mal al profeta Jeremías, arrojándolo en la cisterna….. El rey dio orden a Ebed-Melech el etíope: toma contigo tres hombres y saca al profeta Jeremías de la cisterna antes que muera”.

 Jesús en el Evangelio de S. Lucas inicia expresando su actitud ante su pasión: es un deseo inmenso y angustioso de ser bautizado o sumergido en el abismo de sufrimiento que lo conducirá al cumplimitno de su misión dice a sus discípulos: “yo vine a este mundo a traer fuego a la tierra y cómo quisiera que estuviera ardiendo: con su misterio pascual traer el fuego del Espíritu con su fuerza purificadora y renovadora. Hay un Bautismo que debo recibir y me angustio, hasta que se cumpla. Piensen que no vine a traer la paz sobre la tierra sino la división:… en una casa de cinco personas, se dividirán tres contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”. El resultado de su obra entre los hombres: ellos,  puestos ante la disyuntiva de la libertad, provocará no la paz, sino la división, aún éntrelas familias. Pero, como será la suerte del maestro así será la del discípulo.

 El Reino de Dios es la realización del Misterio Trinitario, en la comunión entre los hombres y con Él. Ya los profetas lo habían anunciado y descrito como un tiempo de paz, de bienestar y de gozo jamás vistos; un tiempo de fraternidad universal y cósmica. Toda barrera sería eliminada, se constituiría un solo pueblo para un solo Dios.

 Jesús realiza el proyecto de Dios en la humanidad anunciado por los profetas. Viene a reunir a los hijos dispersos. Su última oración es oración por la unidad: “Padre, que todos sean una sola cosa, como Tú y Yo somos uno”. ¿Cómo poner de acuerdo estas expresiones con las palabras del Evangelio de este domingo?, ¿piensan que yo vine a traer la paz sobre la tierra? Les digo que no, sino la división”: porque, el anuncio de la verdad, suscita oposición. Las palabras de Jesús están enmarcadas en un profundo realismo: su Reino creará nuevas divisiones.

  Quien lo acoge no entra en un estado de paz paradisíaca, sino que primero prueba en sí mismo la guerra y la división. Él no puede aceptar la ambigüedad del compromiso, no puede vivir el bien y el mal; encontrar un acuerdo entre lo verdadero y lo falso, no puede fiarse totalmente a las certezas humanas, debe abandonar continuamente la tierra de las costumbres tranquilas por la incertidumbre de una tierra que no posee.           Es cosa extraña que la fe en Cristo cree enemigos o ponga obstáculos. Esto es así, porque el amor y la verdad tienen en la cruz su precio y su verificación. No hay amor verdadero que no lleve en sí el sufrimiento; no hay verdad que no hiera. Si el amor es don gratuito no puede no ser renuncia a sí mismo. Si la verdad es descubrimiento, no puede no ser un juicio sobre nuestras acciones, y un empeño por nuevos y mejores horizontes. Elegir a Cristo en un mundo dominado por el pecado es hacerse enemigos. Pero, el cristiano supera la división con el amor gratuito.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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