Domingo XIX ordinario; 11-VIII.2013 La pobreza voluntaria, signo del Reino
Dice la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos: “la fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve. Por ella, nuestros antepasados obtuvieron la aprobación de Dios… Por la fe, Abraham, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la tierra que se le había prometido habitando en tiendas; y lo mismo hicieron Isaac y Jacob, herederos como él de la misma promesa”. En Abraham, la fe aparece como obediencia, que equivale al abandono de las propias seguridades para lanzarse a lo desconocido. La fe transformó a Abraham, Isaac y Jacob peregrinos sobre la tierra. Por la fe, Abraham se convirtió en padre y Sara en madre; por la misma fe, Abraham no dudó en sacrificar a su hijos Isaac, seguro de que Dios le daría la descendencia prometida.
Nos viene bien esta lección ahora que vivimos y celebramos el Año de la fe. La fe descrita aquí, no desde el punto de vista de su objeto, sino desde el fin al que tiende, es la fuerza dinámica que proyecta la vida del cristiano hacia el futuro. Queda claro, que así lo entiende el autor de la carta, presentando grandes testimonios de fe en la historia de la salvación; aquí aparecen Abraham, Isaac y Jacob, pero la lista es larga en el capítulo 11 de la Carta.
Y en el capítulo 12, nos exhorta a nosotros: “ya que estamos rodeados de tal nube de testigos, liberémonos de todo impedimento y del pecado que continuamente nos asalta, y corramos con perseverancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por la alegría que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Fíjense, pues, en aquel que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores, a fin de que no se dejen vencer por el desaliento” (12, 1-3).
En el Evangelio, Jesús dijo a sus discípulos: “no temas, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha complacido darles su Reino. Vendan lo que tengan y den limosnas; hagan ahorros que no envejecen, un tesoro inagotable en los cielos, donde los ladrones no lo roban ni la polilla corroe. Porque donde está tu tesoro ahí estará también tu corazón”. Este trozo evangélico, continúa la enseñanza del domingo anterior sobre la conducta del cristiano en cuanto a los bienes de este mundo, El uso correcto de los bienes ayuda a estar listos para el encuentro del Señor. Las palabras de Jesús son generales y válidos para todos los discípulos: ignorando el tiempo de la venida del Señor, el discípulo debe mantenerse alerta y listo
El hombre de todos los tiempos, en su reflexión moral, siempre ha descubierto en el tener, en la riqueza, un peligro de enajenación. En toda la historia del pensamiento y de las religiones se da un llamado al desprendimiento de los bienes materiales con miras a la liberación y a la realización de la persona. La pobreza evangélica no es moralistica ni centrada en el hombre; sino sobre la persona de Jesús. La pobreza evangélica es una consecuencia de la fe en Jesús y en la venida del Reino de Dios.
Jesús quiso ser pobre y predicó la pobreza no sólo como liberación espiritual o moral, sino como condición de la Encarnación redentora como paso necesario hacia la resurrección y a la preparación de su retorno (Fil 2, 5-11; 2Cor 8,9-13). La llamada de Jesús a la pobreza radica en su persona. Él sabe y declara que con El y en Él ha llegado el Reino de Dios. Este hecho, cuando es conocido por el anuncio de la predicación, invita a tomar posición, urge a una decisión absoluta. No se trata simplemente de la elección entre el bien y el mal, situación que se ofrece constantemente a la conciencia del hombre; ni siquiera es sólo la afirmación o la negación de Dios. Se trata de una realidad más profunda y decisiva: en Jesús, Dios hace al hombre la suprema y definitiva oferta de salvación; y por ello, su iniciativa lo empuja a tomar
una decisión definitiva.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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