III Domingo Ordinario; 23 de enero del 2011 Jesús, Luz del mundo
Hoy en la primera lectura el profeta Isaías empieza presentando el cuadro oscuro de la ocupación asiria.: “en el pasado, el Señor humilló la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí”. Pero, en el año 732 fue anunciada la liberación a los habitantes de los territorios ocupados por Asiria: “en el futuro el Señor, volverá glorioso el camino del mar… el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre aquellos que habitaban en tierra tenebrosa brilló una luz. Haz multiplicado el gozo y has aumentado la alegría”, porque se ha instaurado el reino de la libertad y de la paz.
Por ello, cumpliendo la profecía de Isaías, Jesús, “dejando Nazaret, fue a habitar en Cafarnaúm, junto al mar, en el territorio de Zabulón y de Neftalí… y el pueblo inmerso en tinieblas vio una gran luz… Y Jesús comenzó a predicar diciendo: conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca”.
La luz es una necesidad primordial del hombre; necesaria para ver y como imagen de la vida misma; en el lenguaje humano “venir a la luz “ es sinónimo de nacer; “ver la luz sol” es sinónimo de vivir. Y, al contrario, cundo el hombre muere se dice “se apagó” o “cerró los ojos a la luz”.
La Biblia menciona la luz como sinónimo de salvación; así, en el salmo responsorial mostramos hoy una equivalencia: “el Señor es mi luz y mi salvación”. “Dios es luz y en Él no hay tinieblas” (Jn1,5). Arrancado de las tinieblas del pecado e inmerso en la luz de Cristo por el Bautismo, el cristiano debe hacer las obras de la luz: “si en un tiempo eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Por tanto, compórtense como hijos de la luz” (Ef 5,8).
Pero, el cristiano nunca es pura luz; es una masa o amasijo de luz y tinieblas. Es por lo que la vida humana es una lucha; pero Cristo la reviste con “las armas de la luz”(Ef 6, 11-17). Con ello, el cristiano está seguro que después de participar aquí abajo de la compañía de los santos en la luz, resplandecerá como el sol en el Reino del Padre” (Mt 13,43). Esto nos reconforta y nos llena de optimismo para buscar la luz ahora y después.
La evangelización cristiana es luz; empezó en Cafarnaúm con la llamada de Jesús, “conviértanse”. Pero, para la mayoría de los cristianos, esta llamada resulta extraña y lejana, como si esta llamada fuera aplicable solo para los que viven en las tinieblas del error y del pecado. Sin embargo, la evangelización también es conversión y la conversión es luz. Es el primer anuncio del Reino que debe resonar continuamente en nuestras comunidades.
Precisamente, desde este mes, en la Arquidiócesis estamos empeñados en la V Etapa de la Misión Diocesana, en la que habrán de resonar frecuentemente las palabras, Iniciación Cristiana; y también la urgencia de una conversión personal y pastoral. “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad” (DA 370).
Que la luz de Cristo brille más nítidamente en el amasijo de nuestra Arquidiócesis.
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