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“Violencia e inseguridad: pérdida del sentido de Dios y desprecio por el hombre”

La situación de violencia e inseguridad sigue en aumento en México y en nuestro entorno más inmediato. Somos un pueblo profun¬damente religioso, que tiene fuertes manifestaciones de vida de fe y de vinculación con la comunidad cristiana, como la vivencia de los Sacramentos de Iniciación, especialmente el Bautismo y la Eucaristía, o por el respeto que tienen a la Iglesia, a María y a Cristo mismo. Sin embargo, se manifiesta una cre¬ciente superficialidad en su experiencia de fe y una reli¬giosidad popular sumamente confusa que lleva de manera rápida y directa a las supersticiones e idolatrías.
Es muy claro que el ambiente de violencia e inseguridad en que vivimos denota una pérdida del sentido de Dios que lleva al desprecio de la vida del hombre, un ambiente que influye negativamente en la formación de la conciencia y de los valores, donde encontramos modelos de realización equivocados, metas y aspiraciones intrascendentes, fruto de una cultura consumista, marcada por el materialismo imperante a nivel global. La corrupción de las costumbres y de las instituciones, la distorsión de las leyes que afectan el sentido de la vida y la dignidad de la persona, son el marco perfecto para llegar hasta donde estamos en una sociedad con claros signos de decadencia.
Este es un momento importante para nuestro país, en el que se deben tomar decisiones importantes. No es el momento de polémicas estériles ni de discusiones inúti¬les; esto nos impediría mostrar la verdad y la belleza de nuestra mi¬sión y generaría más violencia. Es el momento de manifestar con ma¬yor claridad el testimonio de la alegría de ser discípulos de Cristo; de contemplar desde su mirada la redención del mundo y de asumir el com¬promiso misionero que tenemos como Iglesia.
Los cristianos sabemos que la violencia engendra violencia, por lo que la solución a este problema es honda y compleja. Los actos violentos que presenciamos y sufrimos son síntomas de otra lucha más radical, en la que nos jugamos el futuro de la patria y de la humanidad. En el interior del ser humano se da la batalla de tendencias opuestas entre el bien y el mal. Los cristianos no vemos a las personas como enemigos que hay que destruir; nuestra lucha es contra el poder del mal que destruye y deshumaniza a las personas.
¡Qué significa ser cristiano en estas circunstancias? ¿Qué palabra de es¬peranza podemos dar los pastores de la Iglesia? ¿Cómo vencer la sensación de impotencia que muchos compartimos y al mismo tiempo ofrecer a este grave problema una solución que se aparte de la sinrazón de la violencia? Estamos ante un problema que no se solucionará sólo con la aplicación de la justicia y el derecho, sino fundamentalmente con la conversión. La repre¬sión controla o inhibe temporalmente la violencia, pero nunca la supera.
Las manifestaciones más evidentes de la violencia, como las originadas por el crimen organizado, así como otras que son menos visibles pero que están presentes en distintos ámbitos de la vida del pueblo de México, se ex¬plican por la existencia de distintos factores que contribuyen a su existencia, que se han mencionado anteriormente. Esto nos hace constatar que “la cuestión social se ha convertido radicalmen¬te en una cuestión antropológica” y que la raíz de todo tipo de deshuma¬nización es la pretensión de prescindir de Dios y de su proyecto de vida.
Debemos acercarnos a esta realidad con la luz de la fe, con una mirada crítica y realista, pero también esperanzadora, porque estamos convencidos de que, por encima del mal que oprime al ser humano, está la acción redentora y salvífica de Dios realizada en Jesucristo. Nuestro que¬hacer eclesial nos compromete profundamente a trabajar por la humani¬zación y restauración del tejido social, convencidos del valor de la vida hu¬mana, llamada a participar de la plenitud de la vida divina, porque Dios “no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan” (2 Pe 3,9).

Durango, Dgo., 17 Octubre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

“El ministerio del obispo será fructífero solo si está fundamentado en la santidad de su vida”

En el segundo aniversario de mi ordenación episcopal, siguen estando presentes en mi mente las palabras que el Santo Padre Benedicto XVI, nos dirigió en audiencia, a los obispos nuevos en septiembre del 2008. Era la víspera del inicio del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios y además la celebración del Año Paulino. El Papa nos ofrece la figura de San Pablo “un maestro y un modelo para los obispos”. Como obispos debemos aprender del Apóstol, un gran amor por Jesucristo. Desde el momento de su encuentro con el divino Maestro en el camino a Damasco, su existencia se transformó en un camino de configuración interior y apostólica a Él, y así lo realizó entre persecuciones y sufrimientos (2 Tim 3,11). San Pablo mismo se define como un “hombre conquistado por Cristo” (Fil 3,12), hasta el punto de poder decir: “no soy yo quien vive en mi, sino Cristo es quien vive en mi” (Gal 1,20); sigue diciendo: “Estoy crucificado con Cristo, lo que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mi” (Gal 2,20). El amor de Pablo por Cristo nos conmueve por su intensidad.
El ejemplo del gran Apóstol invita a los obispos a crecer cada día en la santidad de vida para lograr tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (2Cor 3,11). La exhortación Apostólica “Pastores gregis”, hablando del compromiso de los obispos, afirma con claridad que el obispo debe ser primero “un hombre de Dios”, porque no se puede servir a los hombres sin ser primero “siervos de Dios” (no. 13).
La primera tarea espiritual y apostólica del obispo, debe ser el progreso en el camino de la perfección evangélica, por el camino del amor hacia Jesucristo. Como el apóstol Pablo, los obispos deben estar convencidos de que «nuestra capacidad proviene de Dios, que nos hizo ministros de una nueva Alianza» (2 Co 3,5-6). Entre los medios que ayudan a progresar en la vida espiritual, esta sobre todo, la Palabra de Dios, que debe ser el centro indiscutible en la vida y la misión del obispo. Pastores gregis recuerda a los obispos que “antes de ser transmisores de la palabra, el obispo, junto con sus sacerdotes y fieles… tiene que ser oyente de la Palabra, y añade que, “no hay primacía de la santidad sin escucha de la Palabra de Dios” (no.15).
Para abordar el desafío del secularismo de la sociedad contemporánea es preciso, que el Obispo medite cada día en la oración, la Palabra, para que “puedan ser eficaces en anunciarla, médico auténtico en explicarla y defenderla, maestro iluminado y sabio en transmitirla”. Los confío a la fuerza de la Palabra del Señor para ser fieles a las promesas que hicieron ante Dios y la Iglesia en el día de su ordenación episcopal, perseverantes en cumplir el ministerio a ustedes confiado, fieles en preservar intacto el depósito de la fe, enraizada en la comunión eclesial. Siempre debemos ser conscientes de que la Palabra de Dios nos garantiza la presencia divina en cada uno de nosotros de acuerdo a las palabras del Señor: «Quien me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él «(Jn 14:23).
Cuando les entregaron la mitra en el día de su ordenación episcopal, se les dijo: «Que resplandezca en ti el esplendor de la santidad.» El apóstol Pablo con su enseñanza y su testimonio personal nos llama a crecer en la virtud delante de Dios y de los hombres. El camino de perfección del Obispo debe inspirarse en los rasgos característicos del Buen Pastor, de modo que en su imagen y en su acción, los fieles puedan ver las virtudes humanas y cristianas que deben caracterizar a todo obispo.
Con la consagración episcopal y con la misión canónica, se les ha confiado el oficio pastoral, es decir, el habitual y cotidiano cuidado de sus diócesis. El apóstol Pablo, en las palabras dirigidas a Timoteo, le muestra el camino para ser el “pastor bueno y con autoridad” de sus iglesia particulares: «Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina»(2 Timoteo 4,2). A la luz de estas palabras, los invito a no dejar de comprometerse con el «consejo, la persuasión y el ejemplo, pero también con el poder y la autoridad sagrada», para hacer avanzar en la santidad y en la verdad, a la grey confiada a ustedes. Esta será la forma más adecuada para ejercer la plenitud de la paternidad que le es propia al obispo respecto a sus fieles. Tengan especial cuidado de los sacerdotes, sus colaboradores primeros e insustituibles en el ministerio, y los jóvenes. No escatimar esfuerzos en la aplicación de todas las iniciativas, entre ellas la de una verdadera comunión de vida, en la que a los sacerdotes se les ayude a crecer en la devoción a Cristo y la fidelidad al ministerio sacerdotal. Traten de promover una verdadera fraternidad sacerdotal que contribuya a superar el aislamiento y la soledad, fomentando el apoyo mutuo. Es importante que todos los sacerdotes sientan la cercanía paterna y la amistad del obispo.

Durango, Dgo., 10 Octubre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad

Se vive una crisis de legalidad. Ante esto es conveniente una reflexión acerca de la autoridad y de un buen gobierno democrático. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (nums. 393-398), dice al respecto: “Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que impulse a todos hacia un bien común. Es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Ésta, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. La autoridad política es necesaria, en razón de las tareas que se le asignan y un componente positivo e insustituible de la convivencia civil”.
La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad. La autoridad política es el instrumento de coordinación y de dirección mediante el cual los particulares y los cuerpos intermedios se deben orientar hacia un orden que esté al servicio del crecimiento humano integral. El ejercicio de la autoridad política, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común según el orden jurídico legítimamente establecido. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer.
El sujeto de la autoridad política es el pueblo, como titular de la soberanía. El pueblo transfiere el ejercicio de su soberanía a aquellos que elige libremente como sus representantes, pero conserva la facultad de ejercitarla en el control de las acciones de los gobernantes y también en su sustitución, en caso de que no cumplan satisfactoriamente sus funciones. El solo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política.
La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral. La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales. Estos son innatos, derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado pueden crear, modificar o destruir. Estos valores no se fundan en mayorías de opinión, provisionales y mudables, sino que deben ser simplemente reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley moral objetiva, ley natural inscrita en el corazón del hombre (cf. Rm 2,15), y punto de referencia normativo de la misma ley civil.
La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón: la ley humana es tal en cuanto es conforme a la recta razón y por tanto deriva de la ley eterna. Cuando una ley está en contraste con la razón, se le denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia. La autoridad que gobierna según la razón orienta al ciudadano hacia la obediencia al orden moral y, por tanto, a Dios mismo que es su fuente última. Quien rechaza obedecer a la autoridad que actúa según el orden moral “se rebela contra el orden divino” (Rm 13,2). De la misma manera la autoridad pública, que tiene su fundamento en la naturaleza humana y pertenece al orden preestablecido por Dios, si no actúa en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se hace ilegítima.
Algunos elementos para de un “buen gobierno democrático”. El buen gobierno reside en el Estado de derecho. Este elemento constituye el núcleo interno de la democracia y distingue una sociedad progresista y moderna de una sociedad atrasada y medieval. Se trata del funcionamiento imparcial del Estado de derecho, que da dignidad a los débiles y justicia a quienes carecen de poder. Garantiza la separación de poderes y salvaguarda a los ciudadanos de las arbitrariedades del poder absoluto. Protege las libertades individuales y las libertades civiles. Sin la protección del Estado de derecho, una democracia puede caer rápidamente de la regla de la mayoría a la regla de la masa. Actualmente las sociedades que carecen de un Estado de derecho viven bajo el Estado de la jungla, donde el poder tiene la razón y quienes tienen las armas establecen las reglas.
Otro elemento de un sistema de gobierno democrático es tener una atención especial por los menos favorecidos y los débiles. No hay ninguna sociedad civilizada que no haga un esfuerzo por proteger a sus miembros más débiles y desfavorecidos, sobre la base misma de los derechos y valores humanos fundamentales, como son: los derechos civiles y políticos, y el derecho a la vida, la libertad y la seguridad, el derecho a tener propiedades, a no ser discriminado, al sufragio, el derecho a la libertad de expresión y de prensa, la protección contra invasiones arbitrarias de la privacidad, la familia o el hogar, etc.
Un gobierno democrático implica tolerancia, y la amplitud de espíritu que nos permite aceptar y adoptar una diversidad de creencias. Así como la tolerancia y la democracia van de la mano, la tolerancia es esencial para el progreso. También significa confianza en sí mismo, no en el sentido de una consigna política, sino en el de una confianza en los propios corazones y mentes de los ciudadanos. La confianza en uno mismo significa, esencialmente, creer en uno mismo sin arrogancia ni vanidad y encontrar los medios para que podamos crecer interiormente sin buscar atajos como la caridad de los otros y el apoyo del Estado.
Un buen sistema de gobierno democrático significa apertura, mantener una mente abierta a nuevas ideas e influencias y a los vientos del cambio. Ninguna sociedad ha alcanzado la grandeza atrincherándose tras puertas cerradas.

Durango, Dgo., 3 Octubre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Pro damnificados

A PRESBITEROS, PARROQUIAS, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, COLEGIOS Y LAICOS:

Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el Señor.
Todos sabemos de los repetidos, graves e intensos daños que los desastres nacionales han causado por muchos rumbos del territorio nacional. Por la TV, la Prensa y la Radio nos enteramos de dramas humanos a que han sido sometidos muchos hermanos, incluyendo la pérdida de vidas humanas.

Por otra parte la Conferencia Episcopal Mexicana, ha enviado repetidas circulares, exhortando al respeto ecológico, a la sensibilidad cristiana de fieles y Comunidades; sobre todo, a la solidaridad y la comunión social con los que vienen sufriendo más que el común de entre nosotros.

Como damnificados por las lluvias también nosotros tenemos y parece que tendremos más, por escasez en las cosechas, me he frenado en solicitarles apoyos. Pero la Conferencia Episcopal continúa motivando nuestras conciencias sobre la gravedad de las necesidades y promoviendo “dar desde nuestra pobreza”.

Compartiendo estas reflexiones y reticencias en el Consejo de Gobierno, una vez más, exhorto a todos ustedes a provocar una reflexión entre los fieles y a promover alguna actividad (una segunda colecta, una rifa, una kermese, etc), a favor de tantos mexicanos en desgracia.

Terminando, recordemos que “Dios bendice al que da con alegría”.

Aftmo. En Xto.

Durango, Dgo. 30 de septiembre de 2010.

+Héctor González Martínez
Arz. de Durango

José de la Luz Guerrero Haro
Secretario Canciller

Convocatoria al Plenario Sacerdotal

A PRESBITEROS DIOCESANOS, RELIGIOSOS Y DIÁCONOS:

Estimados Hermanos:

Les saludo afectuosamente en este tiempo de Adviento, el cual nos invita a una actitud de apertura a Dios, a un deseo de vivir para Dios, atendiendo el ejemplo de María quien se abre al don de una vida nueva.

Sin duda alguna todos estarán anhelando el Plenario Sacerdotal Anual, por ello les hago recordatorio y exhortación para que acudan todos, gustosos y puntuales a este encuentro a celebrarse en el Seminario Mayor del lunes 31 de enero al viernes 4 de febrero del 2011.

Su objetivo será: Avivar en los sacerdotes la importancia de la iniciación cristiana, como proceso que lleva al encuentro-vivencia de Jesucristo vivo, a través del estudio, la celebración litúrgica y de la convivencia, en orden a la conversión personal y pastoral.

Inicio: lunes 4.00 p.m. Término: viernes con la comida.
Para reservar hospedaje hay que dirigirse a tiempo con el Pbro. Luis Rubén de la Torre Acosta, su número de celular es (618) 112-97-35. Se les recomienda traer su propia ropa, sus cobijas y su toalla.
También se les recuerda traer lo necesario para participar en todos los actos litúrgicos.
Cuota: $900.00 por persona, asista o no. Encargados de colectarlas: cada Decano y las entregará, en lo posible, al inicio al Pbro. Abraham Mejía Mier, Tesorero de la Comisión del Clero

Que esta Navidad sea ocasión para renovar nuestra entrega Ministerial con generosidad y alegría.

Confiando vernos pronto, saludarnos y convivir fraternalmente.

Durango, Dgo. 13 de diciembre del 2010

+Héctor González Martínez
Arzobispo de Durango

Pbro. José de la Luz Guerrero H.
Secretario Canciller

Justicia social: camino en el que hay que comprometernos todos

Se ha terminado el proceso electoral en el Estado de Durango, Ahora tenemos una autoridad legalmente constituida y a la que debemos unirnos para buscar juntos el bien común que es el bienestar y el desarrollo de nuestro Estado. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nums. 1928-1942), “La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad”.
El fundamento sobre el que hay que partir es el respeto de la “dignidad trascendente del hombre”, es la persona el fin último de la sociedad y hacia ella debe ordenarse. “Esto implica el respeto de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos, son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos”. En este momento coyuntural como Iglesia y como debemos recordar estos derechos a todos los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas, para que guíe nuestro esfuerzo.
El respeto a la persona humana supone respetar este principio: “Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como ‘otro yo’, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente. Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un ‘prójimo’, un hermano”. El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más urgente cuando éstos están más necesitados. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.
Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad. La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella: “Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión”.
Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los “talentos” no están distribuidos por igual (Mt 25, 14-30, Lc 19, 11-27). Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación.
Existen también desigualdades escandalosas que están en abierta contradicción con el Evangelio: “La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional” (Gaudium et Spes 29).
Otro principio del que se debe partir es la solidaridad, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana: “Un error capital, hoy ampliamente extendido y perniciosamente propalado, consiste en el olvido de la caridad y de aquella necesidad que los hombres tienen unos de otros; tal caridad viene impuesta tanto por la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora” (Pío XII, Carta enc. Summi pontificatus).
La solidaridad se manifiesta en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución negociada. Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz depende de ella.
¿Cómo podemos involucrarnos, para que, junto con nuestros gobernantes alcancemos mas justicia social? Es momento de orientarnos a los principios básicos desde donde se pueden proyectar normas y decisiones encaminadas a un desarrollo integral de la persona y de la sociedad, y hacia la justicia social. Pero además los ciudadanos deben vigilar a las autoridades para que en el ejercicio del gobierno, respondan a las aspiraciones y necesidades de más justicia social y cumplan las promesas realizadas en campaña.

Durango, Dgo., 19 de septiembre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Oremos por nuestra Patria

El Bicentenario de la Independencia de México se celebrará el próximo 16 de Septiembre de 2010. “La Iglesia católica participó activamente en todos estos hechos de manera protagónica, ya que los mas notables iniciadores y actores fueron miembros del clero y el pueblo era mayoritariamente católico”. Esta celebración y los acontecimientos históricos que le dieron origen, no pueden ignorar el papel de la Virgen de Guadalupe en el origen de la identidad nacional de los mexicanos. “No fue fortuito el que el símbolo escogido por el movimiento libertario fuera el estandarte de Santa María de Guadalupe, que años mas tarde, sería proclamada por Morelos como La Patrona de nuestra Libertad… Es precisamente la devoción por Guadalupe lo que provoca el sino espiritual en la búsqueda apasionada del alma nacional: la aspiración colectiva era por alcanzar una dignidad que desarrolló un culto cívico religioso en que se convirtió la imagen tutelar de la Guadalupana. La Virgen de Guadalupe fue el estandarte que permitió a Hidalgo encontrar la visión mística y libertaria que lo acompañó en sus luchas, para reaparecer 100 años después como bandera de los campesinos zapatistas, porque su culto no tiene clases, ni regiones, es público y colectivo, íntimo y masivo. La vemos como a nuestra Gran Madre pues nos sacó de la orfandad, es natural, es ínsito, es de tierra morena, es raíz y matriz, es nuestra y de todos. Ella preside el nacimiento de nuestra nacionalidad, ella palpita lo mismo en los pendones insurgentes que en las proclamas de Morelos, en las insignias de Iturbide, en las banderas de Guerrero, tanto en el nombre de Victoria como en el estandarte campesino. Ella es emblema, vínculo de unidad nacional; sin lugar a dudas, destino”.
Si bien este no es en realidad el aniversario de la independencia mexicana, fue el comienzo de la rebelión contra el sistema colonial español. La Conspiración de Querétaro fue descubierta en septiembre de 1810. Los conspiradores tuvieron tiempo de prevenirse ante la intervención de las autoridades virreinales en la ciudad de Querétaro. Josefa Ortiz de Domínguez alcanzó a dar aviso a Juan Aldama del peligro en que se encontraba el movimiento independentista, al encontrarse las tropas realistas en Querétaro. A su vez, Aldama se puso en camino a Dolores, para poner al tanto de la situación al cura Hidalgo. Apremiado por la situación, Hidalgo convocó al pueblo de Dolores, tocando las campanas de la parroquia local. Acudieron las personas, aún cuando era de madrugada. Luego se dirigió a la cárcel del pueblo. Junto con un pequeño grupo de campesinos, de prácticamente nula experiencia militar y portando un improvisado armamento, tomó el presidio. Allí tomaron algunas armas y partió Hidalgo con su ejército de campesinos hacia Atotonilco el Grande.
“Al mediodía del domingo 16 de septiembre de 1810, el tranquilo y sereno pueblo de Atotonilco fue violentado por la presencia intempestiva de una chusma de más de tres mil hombres que, llegaron al mando del cura de Dolores hasta el hermoso santuario… El cura apeó de su brioso corcel, entró al santuario y, antes de llegar al altar a donde habría de postrarse a pedir la ayuda divina por la misión que iniciaba, tuvo entonces la genial intuición… Fue entonces cuando desvió sus pasos hacia la Capilla Mariana que se encuentra a la izquierda del altar, tomó la pintura de la Virgen, pidió una pica o asta, y en ese instante convirtió la imagen en pendón primigenio de los mexicanos y declaró en esos momentos de sublime inspiración hacia la Guadalupana “Capitana jurada de nuestras legiones” ¡Viva la Virgen de Guadalupe! y ¡Mueran los gachupines! Su camino le llevaría luego hacia San Miguel el Grande, donde convergieron los militares rebeldes Abasolo y Allende. Era el comienzo de la larga lucha por la independencia de México, que no habría de culminar sino hasta 1821.
La celebración de la Independencia es una ocasión única para unirnos en la reflexión de nuestra historia, bajo la mirada de fe; pero además del 9 al 15 de septiembre, hagamos una Semana de Oración por la Patria, sobre todo para agradecer los dones recibidos por medio de estos acontecimientos sociales y para orar intensamente por las urgentes necesidades de México en los actuales momentos de la historia.

Durango, Dgo., 12 de septiembre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Los medios de comunicación social pueden contribuir a erradicar la cultura de la violencia

Celebramos el Bicentenario de nuestra Independencia y constatamos que somos un pueblo con una gran riqueza cultural, un estilo de vida y de convivencia social, que se expresa con una gran variedad de símbolos, lenguajes, costumbres; que somos un pueblo que ama la vida que somos un pueblo hospitalario, fraterno, alegre y solidario. Dentro de la pluralidad cultural de nuestro país existen elementos valiosos de unidad y de identidad nacional, muchos de ellos relacionados con la fe cristiana. Sin embargo, se asocian también al “modo de ser”, a la cultura de los mexicanos, anti-valores y actitudes negativas, entre ellas: la violencia. Seguimos sufriendo la violencia y la inseguridad a lo largo y ancho de nuestro país y de nuestro Estado.
“El comportamiento violento no es innato, se adquiere, se aprende y se desarrolla; en ello influye el contexto cultural en que crecen las personas…La crisis de valores éticos, el predominio del hedonismo, del individualismo y competencia, la pérdida de respeto de los símbolos de autoridad, la desvalorarización de las instituciones (educativas, religiosas, políticas, judiciales y policiales) los fanatismos, las actitudes discriminatorias y machistas, son factores que contribuyen a la adquisición de actitudes y comportamientos violentos”.
“La violencia se vuelve una forma de ver el mundo como un ambiente problemático; que inhibe la libertad personal; que amenaza y obliga a la persona a reducirse al espacio privado que le brinda seguridad y protección. Esta conducta también es una forma de reaccionar, pues ante cualquier situación considerada como amenaza, se reacciona visceralmente, sin reflexión, reforzando prejuicios sobre las personas y sobre los hechos y justificando acciones discriminatorias.
Se debe “enfrentar este modo de ser que con facilidad recurre a formas violentas de relación y que para resolver dificultades y conflictos hace uso de la fuerza y de la violencia, verbal, física o psicológica. Esto sucede en la familia, en las relaciones laborales, sociales e incluso en la diversión”. Estas conductas son conductas aprendidas y transformarlas exige intervenir y cambiar las instancias que nos forman como personas, los procesos de socialización, particularmente en los educativos, formales e informales.
Hay “medios de comunicación social que incrementan en la población la percepción de inseguridad y la cultura de la violencia. La transmisión de contenidos violentos, que recurre al sensacionalismo sangriento, que narra con lujo de detalles las acciones criminales y los hallazgos macabros; que repite, una y otra vez, los modos de operar de los delincuentes, sus mecanismos de tortura o de eliminación de las víctimas; genera en la sociedad miedo y desconfianza, con lo que se afecta la convivencia social y se daña el tejido social. Los medios de comunicación no ayudan a la construcción de la paz cuando informan, sin tener el más mínimo pudor o respeto para su auditorio, para las víctimas o para sus familiares y sin medir el impacto social o comunitario”. Al exponer a los auditorios a ser testigos indirectos de hechos violentos presentados con toda crudeza y al privilegiar contenidos en los que el uso de la fuerza es el mejor remedio para cualquier problema, los medios de comunicación se convierten en un factor significativo de la violencia.
Muchos comunicadores han vivido en carne propia los embates de la violencia en el cumplimiento de su profesión. Se sabe de las amenazas a las que están sujetos y las pérdidas que han sufrido. Forman parte de nuestro pueblo y apreciamos su servicio. De ellos se esperan lecturas imparciales de los posicionamientos de los distintos actores sociales, incluidos los de la Iglesia. Cuando la verdad que construye a la comunidad no se transmite con imparcialidad, perturba un correcto análisis de los hechos y de las propuestas adecuadas sobre los caminos para instaurar la paz.

Durango, Dgo., 5 de septiembre del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

El Bicentenario de la Independencia.

A LOS SRES. VICARIOS REGIONALES, DECANOS, PARROCOS, CAPELLANES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, SEMINARISTAS, LAICOS COMPROMETIDOS Y FIELES DE LA ARQUIDÓCESIS.

Los saludo en Cristo Jesús, Señor de la creación y dueño de la historia, ante quien se someten todas las cosas del cielo y de la tierra.

Nuestra Arquidiócesis se suma a la celebración del Bicentenario de la Independencia y al Centenario de la Revolución, ya que amamos nuestra Patria y buscamos que tenga bienestar.

Con motivo de éste acontecimiento los Obispos mexicanos hemos publicado una Carta Pastoral:“Conmemorar nuestra Historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra Patria”, y les invito a que la reciban y la difundan, ya que ahí hacemos una reflexión basándonos en datos bien documentados, a la luz de la teología de la historia y pensando en los principales desafíos que nos plantea la realidad actual.

Nuestra fe nos dice que Dios toma el compromiso de salvar a su pueblo y se adelanta en la iniciativa, involucrando a Moisés en esta nada fácil aventura libertaria. En el relato del Libro de Éxodo 3, 1-13 constatamos el sufrimiento del pueblo de Israel, el cual puede ser identificado con nuestro pueblo. La visión cristiana de la Historia parte del misterio de la encarnación del Verbo por el cual el tiempo es ya una dimensión de Dios, y toda la historia humana es una historia sagrada, por eso más allá de los hechos burdos, hemos de saber leer la gramática de Dios y descubrir su mano providente que rige la vida de los hombres y el caminar de la Iglesia al unísono de nuestra Nación. El estandarte de Santa María de Guadalupe ha ondeado en todas las luchas y momentos significativos de la historia del Pueblo mexicano y ha sido signo de la voluntad de acompañamiento de la Iglesia a la Nación.

El designio de Dios sobre los pueblos es la libertad. Los próceres de la Independencia Miguel Hidalgo y José María Morelos, y otros, fueron sacerdotes, quienes, más allá de sus deficiencias humanas, sirvieron de instrumento a la Providencia para iniciar la Independencia Nacional y favorecer nuestra Patria Mexicana. Como creyentes, en aquellas circunstancias específicas, lucharon por los valores de la libertad y la igualdad y dieron voz al reclamo de justicia de un pueblo sumido en la pobreza y la opresión largamente padecida. Hoy valoramos sus acciones libertarias agradeciendo que actualmente existan múltiples instituciones e instrumentos jurídicos para resolver nuestros conflictos en diálogo y con caminos de paz (Cfr. Carta Pastoral, Conmemorar nuestra Historia desde la Fe 15).

Con los acontecimientos que conmemoramos este año 2010, estamos ante una oportunidad para valorar el legado del pasado y proyectarlo en el presente hacia nuevos horizontes. El camino lo conocemos, es Jesucristo, “único Libertador y Salvador que, con su muerte y resurrección rompió las cadenas opresivas del pecado y la muerte, que revela el amor misericordioso del Padre y la vocación, dignidad y destino de la persona humana (Aparecida 6). Nuestra Madre María Santísima es también la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 59). Hoy lo que la Iglesia celebra es el don de la libertad, lo agradece y se esfuerza por preservarlo y enriquecerlo (Cfr. Carta Pastoral, Conmemorar nuestra Historia desde la Fe 12).

En comunión con los Obispos de nuestra Patria, yo también exhorto a todos los actores sociales a “cerrar las puertas a cualquier tentación de emprender caminos violentos que sólo provocan muerte, atraso y destrucción”, e insto “a aquellos que buscan sembrar un estado de miedo y de muerte, mediante actividades ilícitas y delincuenciales poniendo en riesgo todo lo que hemos alcanzado en nuestro camino histórico, como es la libertad y las instituciones democráticas, debemos decir que la auténtica sociedad humana los repudia y la Iglesia los llama a la conversión que los haga reencontrar caminos de bien y de justicia” .

A mi Presbiterio diocesano les convoco a que promuevan la “Semana de Oración por la Patria” del 9 al 15 de éste mes, aprovechando los subsidios que ofrece la Comisión Episcopal para la Pastoral Litúrgica y que se publican en los Propios de la Misa y en la Actualidad Litúrgica, y les exhorto a celebrar en todas las Parroquias y Templos de nuestra Arquidiócesis una Eucaristía por la Patria el miércoles 15, para dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, pedir perdón por las injusticias y crueldades cometidas, e implorar la ayuda divina que tanto necesitamos.
Que todos como creyentes y como mexicanos, impulsemos un verdadero desarrollo para nuestro País, y nos unamos en la plegaria ante Nuestra Señora de Guadalupe “Patrona de nuestra Libertad”.

Durango, Dgo., 1º de septiembre de 2010.

+Héctor González Martínez
Arzobispo de Durango

Pbro. José de la Luz Guerrero Haro.
Secretario Canciller

La violencia intrafamiliar favorece la violencia en la vida social

Existen algunos factores en la vida social que han influido en el crecimiento de la inseguridad y la violencia. La violencia social tiene muchas manifestaciones: hay violencia de grupos por razones políticas; en las relaciones laborales; la discriminación por cuestiones étnicas y también quienes sufren maltrato por su orientación sexual; en las escuelas; la que se da entre generaciones y entre las comunidades, etc. Para superar la violencia la sociedad necesita verse a sí misma.
La seguridad de las personas también corresponde a la sociedad. El principal responsable es el Estado, pero también la sociedad misma tiene responsabilidad, ésta debe ser asumida de manera proporcional, cada quien de acuerdo a su situación, a su posición y a sus capacidades. Los ciudadanos, quienes tienen derechos y que exigen respeto a los mismos, también tienen obligaciones que deben asumir. Una sociedad responsable requiere de condiciones para establecer en la sociedad relaciones de confianza.
Cuando no hay confianza en la vida social, los grupos se mueven por intereses privados y las situaciones que les afectan se deciden por lógicas de poder; esto tiene efectos disgregadores en la sociedad. Para tener una sociedad responsable que responda a los desafíos de la inseguridad y la violencia es necesario recuperar la confianza y credibilidad social. Hoy no se puede excluir sin más, la visión de las cosas que tienen los demás sólo por que contrastan con las propias. Una sociedad responsable tiene que aprender el arte del diálogo, de la mediación, de la negociación y la búsqueda del bien común.
Hay quienes criminalizan la pobreza y a los pobres, pero hay que señalar que no hay correlación directa entre violencia y pobreza, pero sí la hay entre violencia y desigualdad. Hay ricos que son promotores de injusticia y violencia. La convivencia democrática se estrella con la realidad de desigualdad. Esto produce profunda insatisfacción y rencor social, que abonan la violencia y da base social a los grupos de delincuentes organizados, ya que propicia condiciones que favorecen que haya personas dispuestas a “engancharse” con ellos.
La seguridad de los ciudadanos tiene que ver con el tejido social, cuando éste existe hay control social en sentido positivo. “El tejido social es más fuerte en las comunidades pequeñas que en las grandes urbes, por lo cual es importante crearlo y fortalecerlo en las ciudades, ya que a mayor tejido social, mayor seguridad. Para generar acciones que permitan la reconstrucción del tejido social, es necesario fomentar la responsabilidad social y el diálogo real, honesto y fértil entre sociedad y Gobierno para la construcción de la paz”.
Un actor importante de la sociedad lo es, sin duda, la familia. Desgraciadamente se constata que la crisis de la familia, ha generado un clima que ha favorecido la violencia social. Las relaciones familiares explican la predisposición a una personalidad violenta. La familia favorece la violencia cuando: no existe comunicación y diálogo entre ellos; cuando hay actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; cuando no hay actividades familiares que propicien la participación; cuando la relación de los padres es conflictiva y violenta cuando hay hostilidad en la relación padre-hijo. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas. Además hay que señalar el daño que hace en la familia cuando uno de sus miembros cae en la adicción a las drogas o al alcohol.
Esta violencia intrafamiliar se constata en todos sus componentes: en especial la violencia contra la mujer, que en nuestra cultura es muy común. Además de la violencia intrafamiliar muchas mujeres sufren violencia en distintos contextos sociales, por ejemplo en el trabajo, en donde no existen condiciones laborales adecuadas a la situación de la mujer.
También es un hecho el crecimiento de la violencia a los niños. “Quien ha sufrido malos tratos y violencia, o haber sido testigo de la violencia dentro de su familia incrementa el riesgo de violencia en la edad adulta. Es frecuente que los padres de familia que maltratan a sus hijos o que son agresores de pareja y que quienes hacen daños a los niños en las instituciones o realizan pedofilia, hayan sido, en su momento, víctimas de maltrato infantil. El niño que es maltratado sufre una pérdida notable de su autoestima y se refugia en sus fantasías, muchas de ellas violentas, con probabilidad de que las materialice en la adolescencia o en la vida adulta. Desgraciadamente en las familias violentas la violencia se vive como algo normal”.
Los adolescentes y jóvenes también viven situaciones familiares y sociales que los convierten en víctimas y actores de hechos violentos. “La violencia del crimen organizado afecta especialmente a los jóvenes que se han convertido en vidas utilitarias de poco valor, en herramientas de un engranaje criminal, fácilmente renovables ante la muerte de miles de ellos. Cada vez más la violencia forma parte de la vida de los jóvenes y adolescentes, se trata de un problema grave, se está agudizando y está presente en distintos ámbitos sociales. La drogadicción y la delincuencia asociadas al pandillerismo son síntomas que muestran la profundidad de este problema que es resultado de la fuerte carga de violencia y agresividad que reciben los jóvenes diariamente de los medios de comunicación. A esto se agrega la falta de oportunidades de trabajo y de crecimiento personal sin contar con el contrapeso de criterios de discernimiento y de valores éticos que tendrían que ser recibidos en la familia o en la escuela”.
La violencia y la inseguridad social depende de todos los actores de la sociedad. Todos somos responsables.

Durango, Dgo., 29 de Agosto del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com