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Compromiso de la Iglesia: formación integral de la persona y acción pastoral orgánica

El debilitamiento del sentido de Dios y del sentido del hermano, de la vida comunitaria y del compromiso ciudadano, es un desafío que cuestiona a la Iglesia, a sus pastores, sobre todo, la manera como estamos educando en la fe y como estamos alimentando la vivencia cristiana. La Iglesia debe asumir con creatividad y decisión este desafío, revisando e impulsando los pro-cesos de transmisión de la fe, de manera que lleven al encuentro con Jesu¬cristo, inviten a su seguimiento, inicien y fortalezcan la vida comunitaria y el compromiso social y misionero.
La situación de inseguridad y violencia que vive México exige una res¬puesta urgente e inaplazable de la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta respuesta parte del reconocimiento de las insuficiencias en el cumplimien¬to de la misión. Lo que se esta viviendo: la crisis de inseguridad, el alto índice de corrup¬ción, la apatía de los ciudadanos para construir el bien común, las distin¬tas formas de violencia, son opuestas a la propuesta de Vida Nueva que hace el Señor Jesús.
Lo que en este momento la Iglesia puede ofrecer al servicio de la nación, es lo que tiene como propio: tiene “una visión global del hombre y de la humanidad”, ella conoce el “sentido del hombre” gracias a la Revelación divina. Para conocer al hombre, al hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios. Los cristianos somos hombres y mujeres de esperanza y creemos que esta situación puede transformarse. Desde la misión de la Iglesia, podemos colaborar principalmente en la prevención, en el acompa¬ñamiento y en la animación de la sociedad civil responsable.
Lo primero que hay que hacer para superar la crisis de inseguridad y violencia es la renovación de los mexicanos. La conversión es fruto del encuentro y de la adhesión a Jesucristo, el Hijo de Dios, quien hace presente la misericordia del Padre, nos rescata de la esclavitud del pecado y de la muerte y nos hace volver a la vida de los hijos de Dios por medio del Espíritu. (Gal 4,6-7). La conversión es un don que implica necesariamente un proceso personal de reencuentro y reconciliación con Dios, reincorporación a la comunidad y de compromiso social, que lleva a la búsqueda del perdón a través del arrepentimiento sincero, el rechazo del mal y del desorden y orienta al rescate de los valores perdidos. La novedad de nuestra vida en Cristo dará origen a formas nuevas de relacionarnos con las personas con las que convivimos día con día, nos permitirá construir comunidades sanas y justas, nos capacitará para solucionar de manera pacífica los conflictos y para ser misericordiosos con los que sufren.
1er tarea: la formación integral de la persona. Hoy como nunca es una exigencia in¬vertir todos los recursos posibles en la formación de las personas y en la promoción de condiciones de vida digna para todos. La Iglesia tiene instrumentos para lograr esta formación.
Aprovechar la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia como instrumen¬to de evangelización, en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. También educa en las virtudes sociales y políticas con las que el discípulo de Jesucristo se inserta en la vida social, para ser en ella “sal y fermento”, de manera que las estructuras que organizan la convi¬vencia social estén siempre impregnadas por los valores evangélicos de la libertad, el amor, la justicia y la verdad, que son valores fundamentales de la convivencia humana. Debemos conocer a fondo esta doctrina.
También la Iglesia debe insistir en los fieles para que asuman responsa¬blemente su compromiso como ciudadanos para construir un orden so¬cial justo, cuidar de la creación y construir la paz. La finalidad de la obra de Cristo es la transformación del mundo: quien vive la caridad en la verdad, contribuye al verdadero progreso del mundo y este progreso o desarrollo integral, animado por este humanismo nuevo y solidario, es garantía de la paz.
En las comunidades, ya sea parroquias, grupos o movimientos se deben buscar formas de acompañamiento de la vida interior de las personas. En medio de una sociedad que fácilmente lleva al hastío, al sentimiento de va¬cío, que ofrece como bien de consumo lo que hace sentirse bien, incluido todo género de drogas, es necesario fortalecer la interioridad, la capacidad del corazón de ser perceptivo, “de ver y comprender el mundo y al hombre desde dentro, con el corazón”.
Hoy se necesita fomentar el amor a la verdad. La fe adulta se expresa “viviendo con verdad el amor” (Ef 4, 15). El poder del mal es la mentira, la mentira engendra corrup¬ción y la corrupción violencia y muerte. “En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros herma¬nos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad” (Jn 14,6).
2da. Tarea: unir todos los esfuerzos de la acción pastoral, poniéndolos al servicio de la formación de las personas. Una sola propuesta, orgá¬nica, de conjunto, que acompañe a todos en su proceso de conformación con Cristo y que busque responder a este desafío. En nuestra Arquidiócesis el Plan de Pastoral tiene como compromisos seis prioridades: Evangelización y Catequesis, Pastoral Litúrgica, Pastoral Social, Pastoral Familiar, Pastoral de Adolescentes y Jóvenes, y Formación de Agentes. Además, la Misión Diocesana, en el Marco de la Misión Continental, ha recorrido cuatro etapas: el Kerigma, Iniciación y Espiritualidad Bíblicas, Catequesis a partir del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, la Familia, y viene la etapa de la Iniciación Cristiana.
Todos, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas/os, fieles laicos, estamos llamados a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia la Misión en estas circunstancias que vivimos en nuestra Arquidiócesis de Durango. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigado en nuestra historia (la Diócesis de Durango ha cumplido 390 años de su fundación).

Durango, Dgo., 24 Octubre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

“Violencia e inseguridad: pérdida del sentido de Dios y desprecio por el hombre”

La situación de violencia e inseguridad sigue en aumento en México y en nuestro entorno más inmediato. Somos un pueblo profun¬damente religioso, que tiene fuertes manifestaciones de vida de fe y de vinculación con la comunidad cristiana, como la vivencia de los Sacramentos de Iniciación, especialmente el Bautismo y la Eucaristía, o por el respeto que tienen a la Iglesia, a María y a Cristo mismo. Sin embargo, se manifiesta una cre¬ciente superficialidad en su experiencia de fe y una reli¬giosidad popular sumamente confusa que lleva de manera rápida y directa a las supersticiones e idolatrías.
Es muy claro que el ambiente de violencia e inseguridad en que vivimos denota una pérdida del sentido de Dios que lleva al desprecio de la vida del hombre, un ambiente que influye negativamente en la formación de la conciencia y de los valores, donde encontramos modelos de realización equivocados, metas y aspiraciones intrascendentes, fruto de una cultura consumista, marcada por el materialismo imperante a nivel global. La corrupción de las costumbres y de las instituciones, la distorsión de las leyes que afectan el sentido de la vida y la dignidad de la persona, son el marco perfecto para llegar hasta donde estamos en una sociedad con claros signos de decadencia.
Este es un momento importante para nuestro país, en el que se deben tomar decisiones importantes. No es el momento de polémicas estériles ni de discusiones inúti¬les; esto nos impediría mostrar la verdad y la belleza de nuestra mi¬sión y generaría más violencia. Es el momento de manifestar con ma¬yor claridad el testimonio de la alegría de ser discípulos de Cristo; de contemplar desde su mirada la redención del mundo y de asumir el com¬promiso misionero que tenemos como Iglesia.
Los cristianos sabemos que la violencia engendra violencia, por lo que la solución a este problema es honda y compleja. Los actos violentos que presenciamos y sufrimos son síntomas de otra lucha más radical, en la que nos jugamos el futuro de la patria y de la humanidad. En el interior del ser humano se da la batalla de tendencias opuestas entre el bien y el mal. Los cristianos no vemos a las personas como enemigos que hay que destruir; nuestra lucha es contra el poder del mal que destruye y deshumaniza a las personas.
¡Qué significa ser cristiano en estas circunstancias? ¿Qué palabra de es¬peranza podemos dar los pastores de la Iglesia? ¿Cómo vencer la sensación de impotencia que muchos compartimos y al mismo tiempo ofrecer a este grave problema una solución que se aparte de la sinrazón de la violencia? Estamos ante un problema que no se solucionará sólo con la aplicación de la justicia y el derecho, sino fundamentalmente con la conversión. La repre¬sión controla o inhibe temporalmente la violencia, pero nunca la supera.
Las manifestaciones más evidentes de la violencia, como las originadas por el crimen organizado, así como otras que son menos visibles pero que están presentes en distintos ámbitos de la vida del pueblo de México, se ex¬plican por la existencia de distintos factores que contribuyen a su existencia, que se han mencionado anteriormente. Esto nos hace constatar que “la cuestión social se ha convertido radicalmen¬te en una cuestión antropológica” y que la raíz de todo tipo de deshuma¬nización es la pretensión de prescindir de Dios y de su proyecto de vida.
Debemos acercarnos a esta realidad con la luz de la fe, con una mirada crítica y realista, pero también esperanzadora, porque estamos convencidos de que, por encima del mal que oprime al ser humano, está la acción redentora y salvífica de Dios realizada en Jesucristo. Nuestro que¬hacer eclesial nos compromete profundamente a trabajar por la humani¬zación y restauración del tejido social, convencidos del valor de la vida hu¬mana, llamada a participar de la plenitud de la vida divina, porque Dios “no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan” (2 Pe 3,9).

Durango, Dgo., 17 Octubre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

“El ministerio del obispo será fructífero solo si está fundamentado en la santidad de su vida”

En el segundo aniversario de mi ordenación episcopal, siguen estando presentes en mi mente las palabras que el Santo Padre Benedicto XVI, nos dirigió en audiencia, a los obispos nuevos en septiembre del 2008. Era la víspera del inicio del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios y además la celebración del Año Paulino. El Papa nos ofrece la figura de San Pablo “un maestro y un modelo para los obispos”. Como obispos debemos aprender del Apóstol, un gran amor por Jesucristo. Desde el momento de su encuentro con el divino Maestro en el camino a Damasco, su existencia se transformó en un camino de configuración interior y apostólica a Él, y así lo realizó entre persecuciones y sufrimientos (2 Tim 3,11). San Pablo mismo se define como un “hombre conquistado por Cristo” (Fil 3,12), hasta el punto de poder decir: “no soy yo quien vive en mi, sino Cristo es quien vive en mi” (Gal 1,20); sigue diciendo: “Estoy crucificado con Cristo, lo que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mi” (Gal 2,20). El amor de Pablo por Cristo nos conmueve por su intensidad.
El ejemplo del gran Apóstol invita a los obispos a crecer cada día en la santidad de vida para lograr tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (2Cor 3,11). La exhortación Apostólica “Pastores gregis”, hablando del compromiso de los obispos, afirma con claridad que el obispo debe ser primero “un hombre de Dios”, porque no se puede servir a los hombres sin ser primero “siervos de Dios” (no. 13).
La primera tarea espiritual y apostólica del obispo, debe ser el progreso en el camino de la perfección evangélica, por el camino del amor hacia Jesucristo. Como el apóstol Pablo, los obispos deben estar convencidos de que «nuestra capacidad proviene de Dios, que nos hizo ministros de una nueva Alianza» (2 Co 3,5-6). Entre los medios que ayudan a progresar en la vida espiritual, esta sobre todo, la Palabra de Dios, que debe ser el centro indiscutible en la vida y la misión del obispo. Pastores gregis recuerda a los obispos que “antes de ser transmisores de la palabra, el obispo, junto con sus sacerdotes y fieles… tiene que ser oyente de la Palabra, y añade que, “no hay primacía de la santidad sin escucha de la Palabra de Dios” (no.15).
Para abordar el desafío del secularismo de la sociedad contemporánea es preciso, que el Obispo medite cada día en la oración, la Palabra, para que “puedan ser eficaces en anunciarla, médico auténtico en explicarla y defenderla, maestro iluminado y sabio en transmitirla”. Los confío a la fuerza de la Palabra del Señor para ser fieles a las promesas que hicieron ante Dios y la Iglesia en el día de su ordenación episcopal, perseverantes en cumplir el ministerio a ustedes confiado, fieles en preservar intacto el depósito de la fe, enraizada en la comunión eclesial. Siempre debemos ser conscientes de que la Palabra de Dios nos garantiza la presencia divina en cada uno de nosotros de acuerdo a las palabras del Señor: «Quien me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él «(Jn 14:23).
Cuando les entregaron la mitra en el día de su ordenación episcopal, se les dijo: «Que resplandezca en ti el esplendor de la santidad.» El apóstol Pablo con su enseñanza y su testimonio personal nos llama a crecer en la virtud delante de Dios y de los hombres. El camino de perfección del Obispo debe inspirarse en los rasgos característicos del Buen Pastor, de modo que en su imagen y en su acción, los fieles puedan ver las virtudes humanas y cristianas que deben caracterizar a todo obispo.
Con la consagración episcopal y con la misión canónica, se les ha confiado el oficio pastoral, es decir, el habitual y cotidiano cuidado de sus diócesis. El apóstol Pablo, en las palabras dirigidas a Timoteo, le muestra el camino para ser el “pastor bueno y con autoridad” de sus iglesia particulares: «Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina»(2 Timoteo 4,2). A la luz de estas palabras, los invito a no dejar de comprometerse con el «consejo, la persuasión y el ejemplo, pero también con el poder y la autoridad sagrada», para hacer avanzar en la santidad y en la verdad, a la grey confiada a ustedes. Esta será la forma más adecuada para ejercer la plenitud de la paternidad que le es propia al obispo respecto a sus fieles. Tengan especial cuidado de los sacerdotes, sus colaboradores primeros e insustituibles en el ministerio, y los jóvenes. No escatimar esfuerzos en la aplicación de todas las iniciativas, entre ellas la de una verdadera comunión de vida, en la que a los sacerdotes se les ayude a crecer en la devoción a Cristo y la fidelidad al ministerio sacerdotal. Traten de promover una verdadera fraternidad sacerdotal que contribuya a superar el aislamiento y la soledad, fomentando el apoyo mutuo. Es importante que todos los sacerdotes sientan la cercanía paterna y la amistad del obispo.

Durango, Dgo., 10 Octubre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad

Se vive una crisis de legalidad. Ante esto es conveniente una reflexión acerca de la autoridad y de un buen gobierno democrático. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (nums. 393-398), dice al respecto: “Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que impulse a todos hacia un bien común. Es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Ésta, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. La autoridad política es necesaria, en razón de las tareas que se le asignan y un componente positivo e insustituible de la convivencia civil”.
La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad. La autoridad política es el instrumento de coordinación y de dirección mediante el cual los particulares y los cuerpos intermedios se deben orientar hacia un orden que esté al servicio del crecimiento humano integral. El ejercicio de la autoridad política, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común según el orden jurídico legítimamente establecido. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer.
El sujeto de la autoridad política es el pueblo, como titular de la soberanía. El pueblo transfiere el ejercicio de su soberanía a aquellos que elige libremente como sus representantes, pero conserva la facultad de ejercitarla en el control de las acciones de los gobernantes y también en su sustitución, en caso de que no cumplan satisfactoriamente sus funciones. El solo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política.
La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral. La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales. Estos son innatos, derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado pueden crear, modificar o destruir. Estos valores no se fundan en mayorías de opinión, provisionales y mudables, sino que deben ser simplemente reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley moral objetiva, ley natural inscrita en el corazón del hombre (cf. Rm 2,15), y punto de referencia normativo de la misma ley civil.
La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón: la ley humana es tal en cuanto es conforme a la recta razón y por tanto deriva de la ley eterna. Cuando una ley está en contraste con la razón, se le denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia. La autoridad que gobierna según la razón orienta al ciudadano hacia la obediencia al orden moral y, por tanto, a Dios mismo que es su fuente última. Quien rechaza obedecer a la autoridad que actúa según el orden moral “se rebela contra el orden divino” (Rm 13,2). De la misma manera la autoridad pública, que tiene su fundamento en la naturaleza humana y pertenece al orden preestablecido por Dios, si no actúa en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se hace ilegítima.
Algunos elementos para de un “buen gobierno democrático”. El buen gobierno reside en el Estado de derecho. Este elemento constituye el núcleo interno de la democracia y distingue una sociedad progresista y moderna de una sociedad atrasada y medieval. Se trata del funcionamiento imparcial del Estado de derecho, que da dignidad a los débiles y justicia a quienes carecen de poder. Garantiza la separación de poderes y salvaguarda a los ciudadanos de las arbitrariedades del poder absoluto. Protege las libertades individuales y las libertades civiles. Sin la protección del Estado de derecho, una democracia puede caer rápidamente de la regla de la mayoría a la regla de la masa. Actualmente las sociedades que carecen de un Estado de derecho viven bajo el Estado de la jungla, donde el poder tiene la razón y quienes tienen las armas establecen las reglas.
Otro elemento de un sistema de gobierno democrático es tener una atención especial por los menos favorecidos y los débiles. No hay ninguna sociedad civilizada que no haga un esfuerzo por proteger a sus miembros más débiles y desfavorecidos, sobre la base misma de los derechos y valores humanos fundamentales, como son: los derechos civiles y políticos, y el derecho a la vida, la libertad y la seguridad, el derecho a tener propiedades, a no ser discriminado, al sufragio, el derecho a la libertad de expresión y de prensa, la protección contra invasiones arbitrarias de la privacidad, la familia o el hogar, etc.
Un gobierno democrático implica tolerancia, y la amplitud de espíritu que nos permite aceptar y adoptar una diversidad de creencias. Así como la tolerancia y la democracia van de la mano, la tolerancia es esencial para el progreso. También significa confianza en sí mismo, no en el sentido de una consigna política, sino en el de una confianza en los propios corazones y mentes de los ciudadanos. La confianza en uno mismo significa, esencialmente, creer en uno mismo sin arrogancia ni vanidad y encontrar los medios para que podamos crecer interiormente sin buscar atajos como la caridad de los otros y el apoyo del Estado.
Un buen sistema de gobierno democrático significa apertura, mantener una mente abierta a nuevas ideas e influencias y a los vientos del cambio. Ninguna sociedad ha alcanzado la grandeza atrincherándose tras puertas cerradas.

Durango, Dgo., 3 Octubre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Justicia social: camino en el que hay que comprometernos todos

Se ha terminado el proceso electoral en el Estado de Durango, Ahora tenemos una autoridad legalmente constituida y a la que debemos unirnos para buscar juntos el bien común que es el bienestar y el desarrollo de nuestro Estado. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nums. 1928-1942), “La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad”.
El fundamento sobre el que hay que partir es el respeto de la “dignidad trascendente del hombre”, es la persona el fin último de la sociedad y hacia ella debe ordenarse. “Esto implica el respeto de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos, son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos”. En este momento coyuntural como Iglesia y como debemos recordar estos derechos a todos los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas, para que guíe nuestro esfuerzo.
El respeto a la persona humana supone respetar este principio: “Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como ‘otro yo’, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente. Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un ‘prójimo’, un hermano”. El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más urgente cuando éstos están más necesitados. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.
Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad. La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella: “Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión”.
Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los “talentos” no están distribuidos por igual (Mt 25, 14-30, Lc 19, 11-27). Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación.
Existen también desigualdades escandalosas que están en abierta contradicción con el Evangelio: “La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional” (Gaudium et Spes 29).
Otro principio del que se debe partir es la solidaridad, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana: “Un error capital, hoy ampliamente extendido y perniciosamente propalado, consiste en el olvido de la caridad y de aquella necesidad que los hombres tienen unos de otros; tal caridad viene impuesta tanto por la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora” (Pío XII, Carta enc. Summi pontificatus).
La solidaridad se manifiesta en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución negociada. Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz depende de ella.
¿Cómo podemos involucrarnos, para que, junto con nuestros gobernantes alcancemos mas justicia social? Es momento de orientarnos a los principios básicos desde donde se pueden proyectar normas y decisiones encaminadas a un desarrollo integral de la persona y de la sociedad, y hacia la justicia social. Pero además los ciudadanos deben vigilar a las autoridades para que en el ejercicio del gobierno, respondan a las aspiraciones y necesidades de más justicia social y cumplan las promesas realizadas en campaña.

Durango, Dgo., 19 de septiembre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Oremos por nuestra Patria

El Bicentenario de la Independencia de México se celebrará el próximo 16 de Septiembre de 2010. “La Iglesia católica participó activamente en todos estos hechos de manera protagónica, ya que los mas notables iniciadores y actores fueron miembros del clero y el pueblo era mayoritariamente católico”. Esta celebración y los acontecimientos históricos que le dieron origen, no pueden ignorar el papel de la Virgen de Guadalupe en el origen de la identidad nacional de los mexicanos. “No fue fortuito el que el símbolo escogido por el movimiento libertario fuera el estandarte de Santa María de Guadalupe, que años mas tarde, sería proclamada por Morelos como La Patrona de nuestra Libertad… Es precisamente la devoción por Guadalupe lo que provoca el sino espiritual en la búsqueda apasionada del alma nacional: la aspiración colectiva era por alcanzar una dignidad que desarrolló un culto cívico religioso en que se convirtió la imagen tutelar de la Guadalupana. La Virgen de Guadalupe fue el estandarte que permitió a Hidalgo encontrar la visión mística y libertaria que lo acompañó en sus luchas, para reaparecer 100 años después como bandera de los campesinos zapatistas, porque su culto no tiene clases, ni regiones, es público y colectivo, íntimo y masivo. La vemos como a nuestra Gran Madre pues nos sacó de la orfandad, es natural, es ínsito, es de tierra morena, es raíz y matriz, es nuestra y de todos. Ella preside el nacimiento de nuestra nacionalidad, ella palpita lo mismo en los pendones insurgentes que en las proclamas de Morelos, en las insignias de Iturbide, en las banderas de Guerrero, tanto en el nombre de Victoria como en el estandarte campesino. Ella es emblema, vínculo de unidad nacional; sin lugar a dudas, destino”.
Si bien este no es en realidad el aniversario de la independencia mexicana, fue el comienzo de la rebelión contra el sistema colonial español. La Conspiración de Querétaro fue descubierta en septiembre de 1810. Los conspiradores tuvieron tiempo de prevenirse ante la intervención de las autoridades virreinales en la ciudad de Querétaro. Josefa Ortiz de Domínguez alcanzó a dar aviso a Juan Aldama del peligro en que se encontraba el movimiento independentista, al encontrarse las tropas realistas en Querétaro. A su vez, Aldama se puso en camino a Dolores, para poner al tanto de la situación al cura Hidalgo. Apremiado por la situación, Hidalgo convocó al pueblo de Dolores, tocando las campanas de la parroquia local. Acudieron las personas, aún cuando era de madrugada. Luego se dirigió a la cárcel del pueblo. Junto con un pequeño grupo de campesinos, de prácticamente nula experiencia militar y portando un improvisado armamento, tomó el presidio. Allí tomaron algunas armas y partió Hidalgo con su ejército de campesinos hacia Atotonilco el Grande.
“Al mediodía del domingo 16 de septiembre de 1810, el tranquilo y sereno pueblo de Atotonilco fue violentado por la presencia intempestiva de una chusma de más de tres mil hombres que, llegaron al mando del cura de Dolores hasta el hermoso santuario… El cura apeó de su brioso corcel, entró al santuario y, antes de llegar al altar a donde habría de postrarse a pedir la ayuda divina por la misión que iniciaba, tuvo entonces la genial intuición… Fue entonces cuando desvió sus pasos hacia la Capilla Mariana que se encuentra a la izquierda del altar, tomó la pintura de la Virgen, pidió una pica o asta, y en ese instante convirtió la imagen en pendón primigenio de los mexicanos y declaró en esos momentos de sublime inspiración hacia la Guadalupana “Capitana jurada de nuestras legiones” ¡Viva la Virgen de Guadalupe! y ¡Mueran los gachupines! Su camino le llevaría luego hacia San Miguel el Grande, donde convergieron los militares rebeldes Abasolo y Allende. Era el comienzo de la larga lucha por la independencia de México, que no habría de culminar sino hasta 1821.
La celebración de la Independencia es una ocasión única para unirnos en la reflexión de nuestra historia, bajo la mirada de fe; pero además del 9 al 15 de septiembre, hagamos una Semana de Oración por la Patria, sobre todo para agradecer los dones recibidos por medio de estos acontecimientos sociales y para orar intensamente por las urgentes necesidades de México en los actuales momentos de la historia.

Durango, Dgo., 12 de septiembre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Los medios de comunicación social pueden contribuir a erradicar la cultura de la violencia

Celebramos el Bicentenario de nuestra Independencia y constatamos que somos un pueblo con una gran riqueza cultural, un estilo de vida y de convivencia social, que se expresa con una gran variedad de símbolos, lenguajes, costumbres; que somos un pueblo que ama la vida que somos un pueblo hospitalario, fraterno, alegre y solidario. Dentro de la pluralidad cultural de nuestro país existen elementos valiosos de unidad y de identidad nacional, muchos de ellos relacionados con la fe cristiana. Sin embargo, se asocian también al “modo de ser”, a la cultura de los mexicanos, anti-valores y actitudes negativas, entre ellas: la violencia. Seguimos sufriendo la violencia y la inseguridad a lo largo y ancho de nuestro país y de nuestro Estado.
“El comportamiento violento no es innato, se adquiere, se aprende y se desarrolla; en ello influye el contexto cultural en que crecen las personas…La crisis de valores éticos, el predominio del hedonismo, del individualismo y competencia, la pérdida de respeto de los símbolos de autoridad, la desvalorarización de las instituciones (educativas, religiosas, políticas, judiciales y policiales) los fanatismos, las actitudes discriminatorias y machistas, son factores que contribuyen a la adquisición de actitudes y comportamientos violentos”.
“La violencia se vuelve una forma de ver el mundo como un ambiente problemático; que inhibe la libertad personal; que amenaza y obliga a la persona a reducirse al espacio privado que le brinda seguridad y protección. Esta conducta también es una forma de reaccionar, pues ante cualquier situación considerada como amenaza, se reacciona visceralmente, sin reflexión, reforzando prejuicios sobre las personas y sobre los hechos y justificando acciones discriminatorias.
Se debe “enfrentar este modo de ser que con facilidad recurre a formas violentas de relación y que para resolver dificultades y conflictos hace uso de la fuerza y de la violencia, verbal, física o psicológica. Esto sucede en la familia, en las relaciones laborales, sociales e incluso en la diversión”. Estas conductas son conductas aprendidas y transformarlas exige intervenir y cambiar las instancias que nos forman como personas, los procesos de socialización, particularmente en los educativos, formales e informales.
Hay “medios de comunicación social que incrementan en la población la percepción de inseguridad y la cultura de la violencia. La transmisión de contenidos violentos, que recurre al sensacionalismo sangriento, que narra con lujo de detalles las acciones criminales y los hallazgos macabros; que repite, una y otra vez, los modos de operar de los delincuentes, sus mecanismos de tortura o de eliminación de las víctimas; genera en la sociedad miedo y desconfianza, con lo que se afecta la convivencia social y se daña el tejido social. Los medios de comunicación no ayudan a la construcción de la paz cuando informan, sin tener el más mínimo pudor o respeto para su auditorio, para las víctimas o para sus familiares y sin medir el impacto social o comunitario”. Al exponer a los auditorios a ser testigos indirectos de hechos violentos presentados con toda crudeza y al privilegiar contenidos en los que el uso de la fuerza es el mejor remedio para cualquier problema, los medios de comunicación se convierten en un factor significativo de la violencia.
Muchos comunicadores han vivido en carne propia los embates de la violencia en el cumplimiento de su profesión. Se sabe de las amenazas a las que están sujetos y las pérdidas que han sufrido. Forman parte de nuestro pueblo y apreciamos su servicio. De ellos se esperan lecturas imparciales de los posicionamientos de los distintos actores sociales, incluidos los de la Iglesia. Cuando la verdad que construye a la comunidad no se transmite con imparcialidad, perturba un correcto análisis de los hechos y de las propuestas adecuadas sobre los caminos para instaurar la paz.

Durango, Dgo., 5 de septiembre del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

La violencia intrafamiliar favorece la violencia en la vida social

Existen algunos factores en la vida social que han influido en el crecimiento de la inseguridad y la violencia. La violencia social tiene muchas manifestaciones: hay violencia de grupos por razones políticas; en las relaciones laborales; la discriminación por cuestiones étnicas y también quienes sufren maltrato por su orientación sexual; en las escuelas; la que se da entre generaciones y entre las comunidades, etc. Para superar la violencia la sociedad necesita verse a sí misma.
La seguridad de las personas también corresponde a la sociedad. El principal responsable es el Estado, pero también la sociedad misma tiene responsabilidad, ésta debe ser asumida de manera proporcional, cada quien de acuerdo a su situación, a su posición y a sus capacidades. Los ciudadanos, quienes tienen derechos y que exigen respeto a los mismos, también tienen obligaciones que deben asumir. Una sociedad responsable requiere de condiciones para establecer en la sociedad relaciones de confianza.
Cuando no hay confianza en la vida social, los grupos se mueven por intereses privados y las situaciones que les afectan se deciden por lógicas de poder; esto tiene efectos disgregadores en la sociedad. Para tener una sociedad responsable que responda a los desafíos de la inseguridad y la violencia es necesario recuperar la confianza y credibilidad social. Hoy no se puede excluir sin más, la visión de las cosas que tienen los demás sólo por que contrastan con las propias. Una sociedad responsable tiene que aprender el arte del diálogo, de la mediación, de la negociación y la búsqueda del bien común.
Hay quienes criminalizan la pobreza y a los pobres, pero hay que señalar que no hay correlación directa entre violencia y pobreza, pero sí la hay entre violencia y desigualdad. Hay ricos que son promotores de injusticia y violencia. La convivencia democrática se estrella con la realidad de desigualdad. Esto produce profunda insatisfacción y rencor social, que abonan la violencia y da base social a los grupos de delincuentes organizados, ya que propicia condiciones que favorecen que haya personas dispuestas a “engancharse” con ellos.
La seguridad de los ciudadanos tiene que ver con el tejido social, cuando éste existe hay control social en sentido positivo. “El tejido social es más fuerte en las comunidades pequeñas que en las grandes urbes, por lo cual es importante crearlo y fortalecerlo en las ciudades, ya que a mayor tejido social, mayor seguridad. Para generar acciones que permitan la reconstrucción del tejido social, es necesario fomentar la responsabilidad social y el diálogo real, honesto y fértil entre sociedad y Gobierno para la construcción de la paz”.
Un actor importante de la sociedad lo es, sin duda, la familia. Desgraciadamente se constata que la crisis de la familia, ha generado un clima que ha favorecido la violencia social. Las relaciones familiares explican la predisposición a una personalidad violenta. La familia favorece la violencia cuando: no existe comunicación y diálogo entre ellos; cuando hay actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; cuando no hay actividades familiares que propicien la participación; cuando la relación de los padres es conflictiva y violenta cuando hay hostilidad en la relación padre-hijo. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas. Además hay que señalar el daño que hace en la familia cuando uno de sus miembros cae en la adicción a las drogas o al alcohol.
Esta violencia intrafamiliar se constata en todos sus componentes: en especial la violencia contra la mujer, que en nuestra cultura es muy común. Además de la violencia intrafamiliar muchas mujeres sufren violencia en distintos contextos sociales, por ejemplo en el trabajo, en donde no existen condiciones laborales adecuadas a la situación de la mujer.
También es un hecho el crecimiento de la violencia a los niños. “Quien ha sufrido malos tratos y violencia, o haber sido testigo de la violencia dentro de su familia incrementa el riesgo de violencia en la edad adulta. Es frecuente que los padres de familia que maltratan a sus hijos o que son agresores de pareja y que quienes hacen daños a los niños en las instituciones o realizan pedofilia, hayan sido, en su momento, víctimas de maltrato infantil. El niño que es maltratado sufre una pérdida notable de su autoestima y se refugia en sus fantasías, muchas de ellas violentas, con probabilidad de que las materialice en la adolescencia o en la vida adulta. Desgraciadamente en las familias violentas la violencia se vive como algo normal”.
Los adolescentes y jóvenes también viven situaciones familiares y sociales que los convierten en víctimas y actores de hechos violentos. “La violencia del crimen organizado afecta especialmente a los jóvenes que se han convertido en vidas utilitarias de poco valor, en herramientas de un engranaje criminal, fácilmente renovables ante la muerte de miles de ellos. Cada vez más la violencia forma parte de la vida de los jóvenes y adolescentes, se trata de un problema grave, se está agudizando y está presente en distintos ámbitos sociales. La drogadicción y la delincuencia asociadas al pandillerismo son síntomas que muestran la profundidad de este problema que es resultado de la fuerte carga de violencia y agresividad que reciben los jóvenes diariamente de los medios de comunicación. A esto se agrega la falta de oportunidades de trabajo y de crecimiento personal sin contar con el contrapeso de criterios de discernimiento y de valores éticos que tendrían que ser recibidos en la familia o en la escuela”.
La violencia y la inseguridad social depende de todos los actores de la sociedad. Todos somos responsables.

Durango, Dgo., 29 de Agosto del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

Factores en la vida política que contribuyen a la inseguridad y a la violencia

Ya se han mencionado algunos en la edición del 8 de agosto, otros factores son: La inseguridad ciudadana “es puerta de entrada al ejercicio intimidatorio de la autoridad siguiendo el principio de que es más fácil gobernar a una sociedad con miedo”. Las prácticas despóticas y autoritarias para combatir el crimen no se justifican en un estado democrático, provocan miedo y desconfianza y con ello debilitan el tejido social, cerrando así el círculo vicioso de la inseguridad. “Es necesario revisar el sistema de denuncia anónima para que no sea la base de un sistema de justicia en el que fácilmente se pueden violar los derechos humanos y que puede ser usado para venganzas y motivo de arbitrariedades; deben evitarse abusos y ultrajes a personas inocentes”.
“La seguridad no se relaciona directa y principalmente con la capacidad bélica, con la cantidad de policías, con la militarización o con la compra de armas, ni con medidas represivas. En cambio, si tiente relación con la inversión que se hace en políticas de acceso a la educación y al trabajo. Para muchos jóvenes es más fácil conseguir un arma que una beca educativa. La inseguridad se relaciona con la carencia de espacios públicos para la convivencia que sean saludables, sanos, seguros, plurales e incluyentes”.
Otro factor es la Procuración de justicia: “Es necesario que los funcionarios del sistema de Procuración de Justicia sean personas que no tengan trayectoria de impunidad. Hay quienes proponen como salida a la situación de violencia llegar a acuerdos y negociaciones con el crimen organizado. El gobierno no tiene derecho de ceder porciones del territorio nacional a grupos criminales que terminan sometiendo a la población y a las mismas autoridades. En el pasado se dieron acuerdos que permitieron actuar impunemente a quienes se dedicaban a negocios ilícitos con la complicidad de actores políticos y de autoridades. Hoy es inadmisible. Los costos en el mediano y largo plazo de una solución que lleve a cierta estabilidad inmediata, no la justifican”. Esto llevaría a un sistema ilegal de gobiernos que contaminarían a la sociedad desde el punto de vista social, económico y político y la vida comunitaria en general.
Otro factor es el Sistema penitenciario: “La delincuencia no sólo se enfrenta con medidas de fuerza y con endurecimiento de penas. Son problemas mucho más complejos que deben de atacarse por distintos frentes y con soluciones integrales, dando prioridad a la prevención con medidas sociales. Enfrentamos la crisis del sistema penitenciario que no re-socializa ni readapta a los internos y en muchos casos promueve la organización criminal. La sobrepoblación y la corrupción carcelaria han originado que los reclusorios sean cotos de poder del crimen organizado, desde los cuales se planean y dirigen acciones delictivas”. Estos lugares no sirven a la readaptación social y mas bien, son verdaderas universidades del crimen dada la indiscriminada convivencia de los reos de alta peligrosidad con la multitud de detenidos por delitos famélicos. La crisis del sistema penitenciario se ha constatado en los centros que existen en el Estado de Durango.
Violencia institucionalizada: “En un Estado democrático y de derecho, las demandas sociales y civiles deben ser atendidas y respondidas. Cuando este derecho de los ciudadanos no encuentra cauces adecuados se originan distintas formas de protesta social por parte de grupos y de personas, que dejan de ser legítimas cuando recurren a la violencia y amenazan la paz pública. El gobierno, que actúa en nombre del Estado, tiene la delicada tarea de distinguir entre las formas legítimas de protesta social y las acciones delictivas con las que ésta puede confundirse”.
No se debe criminalizar la protesta social y quienes recurren a ella para expresar legítimamente sus inconformidades, aunque tienen la responsabilidad de respetar a terceros. La superación pacífica de los conflictos sociales requiere de quienes actúan en nombre del Estado, la pericia del diálogo y de la mediación política antes que el recurso a la represión o la judicialización de los conflictos. De los líderes sociales requiere un claro sentido del bien común, del respeto al derecho ajeno y de capacidad de diálogo y concertación.
Las fuerzas de seguridad: “Las Fuerzas Armadas de México han sido instituidas para defender la soberanía, independencia e integridad territorial de la Nación. Tienen el reconocimiento y aprecio de la ciudadanía que reconoce su labor, particularmente, en las situaciones de emergencia provocadas por desastres naturales. En la estrategia oficial de lucha contra la delincuencia organizada se les han confiado tareas, contando con el beneplácito ciudadano en el primer momento de la emergencia provocada por la escalada de violencia de los grupos criminales”.
Sin embargo, “con el paso del tiempo la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el crimen organizado ha provocado incertidumbre en la población, ya que se prolonga una estrategia que por su carácter de emergente no tendría porque prolongarse. La formación y capacitación que reciben los miembros de las Fuerzas Armadas no es para ejercer funciones policiacas entre los ciudadanos de la nación, sino para cumplir su misión, en los lugares y con los objetivos precisos que la ley les indica. Como todas las instituciones del Estado, las Fuerzas Armadas tienen la obligación de respetar los derechos humanos y las garantías constitucionales de los mexicanos”.
Una emergencia no debe ser permanente. Es conveniente ampliar la estrategia para superar los desafíos que las actividades del crimen organizado presentan a la estabilidad de la nación, de manera que pronto las tareas propias de la seguridad pública sean ejercidas por policías civiles capacitados, adecuadamente remunerados y bien coordinados a nivel federal, estatal y municipal. El perfil de los miembros de los cuerpos policíacos no se puede improvisar, lo mismo que la formación para las tareas que se les encomiendan; en ella no debe faltar un alto sentido de respeto a la ciudadanía y el conocimiento práctico de los derechos de todos.

Durango, Dgo., 22 de Agosto del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

“nuestro planeta no goza de buena salud y, en gran parte, la humanidad ha sido responsable”

En la Sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano, se han congregado, procedentes de distintas Diócesis de la República, 170 personas, Obispos, presbíteros, religiosos y religiosas, laicos y laicas para tener el Encuentro Nacional de Pastoral Social 2010. El tema en el que se han centrado es el Cambio Climático, realidad que preocupa a mujeres y hombres de nuestro tiempo. El objetivo es “fortalecer e impulsar la respuesta de la Pastoral Social a los desafíos que el cuidado de la creación presenta a la misión de la Iglesia en México”.
Ya el Papa Benedicto XVI en su Mensaje anual en la Jornada Mundial por la paz del 1 de enero del 2010, nos urgía en este sentido: “Si quieres promover la paz, protege la creación”. “… aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral —guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos—, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado”. En su encíclica “Caritas in veritate”, ha señalado “que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad. En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre”. El Papa Juan Pablo II, llamó la atención sobre “la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. En nuestros días aumenta cada vez más la convicción de que la paz mundial está amenazada, también por la falta del debido respeto a la naturaleza, añadiendo que la conciencia ecológica no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas”. Papa Pablo VI apuntó “que debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el hombre corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación… no sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera”.
Ante el llamado del Papa Juan Pablo II, de “crisis ecológica y, destacando que ésta tiene un carácter predominantemente ético, hizo notar la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad. Este llamamiento se hace hoy todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis, que sería irresponsable no tomar en seria consideración. ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales?… ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales?”
Hoy “el tema del deterioro ambiental cuestiona… nuestros comportamientos, los estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente dominantes… Ha llegado el momento en que resulta indispensable un cambio de mentalidad efectivo, que lleve a todos a adoptar nuevos estilos de vida… Se ha de educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran calado en el ámbito personal, familiar, comunitario y político. Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiaridad, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Es importante el papel de sensibilización y formación corresponde particularmente a los diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas… y de los Medios de Comunicación social en este campo”.
En la Reunión Anual de Pastoral Social han abordado “este tema con una actitud de escucha, atentos a un concierto multidisciplinario de estudios y opiniones de personas conocedoras que nos han ayudado a acercarnos con seriedad a la realidad del Cambio climático, compartiendo con nosotros información acerca de las causas, de los riesgos y de las consecuencias que las ciencias identifican… hemos compartido también horizontes de acción en los intercambios de experiencias que alientan nuestra esperanza al constatar cómo se suscitan iniciativas que impulsan la responsabilidad social hacia la creación y sus bienes. Asumimos esta tarea con esperanza; no sentimos temor ni compartimos ideas catastróficas. La naturaleza no es nuestra enemiga, tampoco es cierto que nunca perdone. Somos nosotros, los seres humanos, quienes deformando nuestra conciencia hemos alterado la armonía original de la relación del hombre y la mujer con el medio ambiente”.
“No hemos sido justos con nuestra madre Tierra, hemos fingido sordera a las voces de las creaturas; hemos atentado contra el aire, el agua y el suelo, cortamos, arrancamos pero no plantamos; pisoteamos, contaminamos, destruimos, nos mueve el ansia de consumir y desechar; hemos perdido el sentido de administradores y hemos olvidado que la Creación nos fue entregada para cuidarla y cultivarla, lamentamos que aún se sobreponga una falsa concepción de dominio y libertad sobre los bienes del planeta a costa de prácticas depredadoras y abusivas de los recursos naturales que simulan un desarrollo humano, pero no hacen más que responder a intereses mezquinos de corrupción y muerte”.
“El Cambio Climático es un signo que nos da incertidumbre; pone al descubierto lo vulnerables que podemos ser, nos presenta un panorama en el que las emergencias serán cada vez más frecuentes y de mayor intensidad; reconocemos una vez más que la pobreza y desigualdad son la mayor catástrofe para los pueblos; no abonemos más los riesgos, no construyamos los desastres con nuestro descuido y apatía, no los agudicemos con la corrupción e impunidad; si caminamos a favor del bien común y hacemos nuestro el principio universal de los bienes, podremos reducir los riesgos; si somos más solidarios y subsidiarios seremos menos vulnerables a los huracanes, sequías. La inversión que hoy se haga en educación, en la promoción de nuevos estilos de vida y en acciones preventivas. Implica costos que son mínimos con los que se hagan para reparar los daños de los desastres, que son una construcción social y que pueden tener su origen en eventos climáticos. Es necesario actuar ya, ante esta realidad no podemos ni debemos quedarnos con los brazos cruzados creyendo que nada nos va a pasar”.

Durango, Dgo., 15 de Agosto del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com