“Juan Bautista estaba con dos de sus discípulos, y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: este es el Cordero de Dios. Los dos discípulos, oyéndolo hablar así, siguieron a Jesús”.
Como estaba anunciado Juan Bautista vino para dar testimonio de la luz; y su testimonio es este: “he aquí el Cordero de Dios”. Aceptar esta indicación significa buscar y seguir a Jesús, y activar el mismo testimonio como en una reacción en cadena: si Juan Bautista orientó a Andrés y a su compañero hacia Jesús, y Andrés conquista a su hermano Simón; hay ahí una secuencia vocacional.
El buscar a Jesús, el ir hacia Él, el ver donde habita, el quedarse con él y el ver su gloria, caracterizan experiencialmente una vocación en continua profundización de fe. Las escenas del llamamiento de Isaías y de Jeremías, están entre las páginas más vivas de la Biblia. Nos revelan a Dios en su majestad y en su misterio; y nos muestran al hombre en toda su verdad, en su miedo, en su generosidad y en sus actitudes de resistencia y de aceptación.
Todo hombre por el hecho de estar en este mundo está en situación de vocación. A través de los caminos misteriosos de los acontecimientos humanos muy ordinarios y oscuros, Dios los llama a la existencia por un particular proyecto de amor. De hecho la vocación, como la existencia es siempre una llamada personal. Dios no crea a los hombres en serie, con un cliché: habla personalmente a casa uno.
La vida de soltería puede ser una verdadera vocación, pero no todos los que viven solos tienen vocación para ello; muchos se casan, pero de ellos no todos tienen vocación al matrimonio; hay muchas personas que profesan en la vida religiosa o se ordenan Sacerdotes, pero no todas tienen vocación para la vida religiosa o para el estado sacerdotal.
Porque la iniciativa es siempre de Dios, descubrir la propia vocación, significa descubrir el proyecto de vida que Dios tiene sobre cada uno de nosotros. Podremos observar la actitud que no enseña la primera lectura de hoy: “Habla Señor que tu siervo escucha”, en consecuencia, nuestra actitud ha de ser como dice el salmo responsorial: habla Señor, que tu siervo escucha: (1libro de Samuel, 4-10).
Acoger la iniciativa que proviene de Dios comporta todo un proceso de interiorización y de descubrimiento progresivo de las exigencias sociales, morales y espirituales que comporta la propia vocación. La llamada y el seguimiento de Cristo representa una categoría fundamental de la vida cristiana de estilo dialogal, esto es, de llamada y de respuesta; de exigencias que nos vienen de los acontecimientos y de respuestas expresadas no solo en profesiones de fe o plegarias, también en elecciones de vida y disponibilidad del corazón.