INSEGURIDAD Y VIOLENCIA
Ya va para dos años que la inseguridad y la violencia originadas en el narcotráfico, se han difundido por la República Mexicana y nos hace recordar los años de la mafia de Sicilia o de Chicago. La gente se siente desprotegida de sus autoridades, que no han sido capaces de restablecer la paz pública.
Los grupos, de narcotraficantes o no, le estiran a la cobija cada quien para su lado, queriendo repartirse el control del territorio. Cada semana se sabe de balaceras aquí o allá, cerca o lejos; se sabe de explosiones de bombas, de levantados o ejecutados.
Algunos grupos aparecen como antagónicos, destacándose en discutir directamente a sus contrincantes las plazas o distribuidores: van por los contrarios, los levantan, los ocultan, los masacran, los descabezan y los exponen en la vía pública.
A veces, algunos, de nómadas se van haciendo sedentarios, asentándose en poblaciones grandes y pequeñas. Otros se posesionan del control de los pueblos, suplantando a las autoridades legítimamente constituidas, sintiéndose sus protectores, en pago de ello obligan a la gente a pagar un tributo: vgr. S. Bernardo, Gpe. Victoria, etc.
Paralelamente existen partidas que se valen de la confusión, dedicadas simplemente a extorsionar a ricos y pobres. Se consiguen direcciones y haciéndose pasar por Zetas, por la familia michoacana o por otro: telefonean exigiendo cantidades en efectivo, pero también en especie, inclusive vehículos o bienes muebles.
Estos párrafos no agotan le descripción del fenómeno; pero ciertamente la gente de los pueblos se sienten desorientada, desconcertada y en crisis, sin autoridad competente que ponga orden a esta situación crítica o casi caótica.
Algunos pueblos se defienden, con el recurso a la oración, cavando fosas en el paso de los caminos o alrededor de los poblados, turnándose por casas para dormir juntos, hasta el extremo de dormir en las azoteas de las casas para descansar o para vigilar.
La gente clama por ayuda de sus pastores, quienes se encuentran en situación parecida, pues también a ellos les ha alcanzado la inseguridad y la extorsión. Ciertamente la religión no es un recurso meramente estratégico para proteger a la población; pero sí es un elemento de seria defensa confiando en la poderosa mano de Dios.
Primeramente, alentemos una confianza firme en la Divina Providencia que nos guarda y protege diariamente. Con seguridad de que el Señor nos libra de peligros y enemigos, alentemos nuestra esperanza y cantémosle: “Poderoso es nuestro Dios, poderoso es nuestro Dios…”. Recemos la Coronilla de la divina Misericordia. Confiemos en las oraciones que diariamente decimos en Misa: “Líbranos, Señor, de todos los males pasados, presentes y futuros…”. Recurramos a la antigua plegaria litúrgica invocando a S. Miguel Arcángel. Renovemos la devoción al Santo Ángel de la Guarda.
Con lo consiguiente seguridad de que también nosotros tenemos poder y algo o mucho podemos hacer, abatamos el narcotráfico, cuidemos nuestras familias, oremos por los hermanos descarriados, organicémonos solidariamente, acudamos a las autoridades, etc.
Entrando hoy a los días de la Semana Santa, tiempo para contemplar los misterios de nuestra salvación, ahora tenemos que aplicarla a nuestra situación. Ojalá que los hermanos descarriados, se dejen tocar de la gracia redentora y dejen a los fieles, vivir el ambiente de los días santos. Los pastores oren entre el vestíbulo y el altar.
Durango, Dgo. 5 de abril del 2009.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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