El Concilio Vaticano II da una significativa respuesta a las expectativas del mundo contemporáneo, la Constitución Gaudium et spes (Gozos y esperanzas de 1966), “en sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva concepción de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios”. Traza el rostro de una Iglesia “íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia, que camina con toda la humanidad y está sujeta, juntamente con el mundo, a la misma suerte terrena, pero que al mismo tiempo es como un fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios”. Este documento estudia orgánicamente los temas de la cultura, de la vida económico-social, del matrimonio y de la familia, de la comunidad política, de la paz y de la comunidad de los pueblos, a la luz de la visión antropológica cristiana y de la misión de la Iglesia. Otro documento del Concilio es la Declaración “Dignitatis humanae” (Dignidad humana de 1966), en el que se proclama el derecho a la libertad religiosa.
El Papa Paulo VI escribe la Encíclica “Populorum progressio” (1967 Desarrollo de los pueblos). “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”; además indica las coordenadas de un desarrollo integral del hombre y de un desarrollo solidario de la humanidad. Para conmemorar el 80º aniversario de la Rerum Novarum, escribe “Octogesima adveniens” (1971), el Papa reflexiona sobre la sociedad post-industrial con su problemática, poniendo de relieve la insuficiencia de las ideologías para responder a estos desafíos: la urbanización, los jóvenes, la situación de la mujer, la desocupación, las discriminaciones, la emigración, el incremento demográfico, el influjo de los medios de comunicación, el medio ambiente.
El Papa Juan Pablo II escribe la Encíclica “Laborem Excercens” (1981), dedicada al trabajo como bien fundamental para la persona, factor primario de la actividad económica y clave de la toda la cuestión social. Delinea una espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de una profunda reflexión teológica y filosófica. En la Encíclica “Solicitudo rei socialis” (Solicitud por lo social de 1988), el Papa trata nuevamente el tema del desarrollo; la situación dramática del mundo contemporáneo, sobre todo la situación fallida del Tercer Mundo; las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno del hombre. En la Encíclica “Centesimus annus” (1991) el Papa, para conmemorar el centenario de la Rerum novarum, pone en evidencia cómo la enseñanza social de la Iglesia avanza sobre el eje de la reciprocidad entre Dios y el hombre: reconocer a Dios en cada hombre y cada hombre en Dios, es la condición de un auténtico desarrollo humano.
El Papa Benedicto XVI, escribe la Carta Encíclica “Caritas in veritate” (La caridad en la verdad, 2009), sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad. El amor (caritas) es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz, ésta fuerza tiene su origen en Dios. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente; el ser humano encuentra en dicho proyecto divino su verdad y, aceptando dicha verdad, se hace libre. Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla con la vida, son formas exigentes e insustituibles de la caridad.
El Papa Benedicto XVI, al referirse a la Doctrina Social de la Iglesia en Caritas in veritate, afirma: La caridad en la verdad, es la vía maestra de ésta doctrina; ésta responde a la dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es “caritas in veritate in re sociali”, anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Caritas in veritate es el principio sobre el que gira esta doctrina de la Iglesia, principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral. La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados. Tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de la sociedad y del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Y un aspecto importante de esta misión lo realiza a través de su doctrina social: porque está al servicio de la verdad que libera. La Doctrina social de la Iglesia acoge la verdad de cualquier saber que provenga, recompone en unidad los fragmentos en que a menudo la encuentra, y se hace su portadora en la vida concreta siempre nueva de la sociedad de los hombres y los pueblos. Hay una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva.
La Doctrina social de la Iglesia ilumina, con una luz que no cambia, los problemas siempre nuevos que van surgiendo. Eso salvaguarda tanto el carácter permanente como histórico de este patrimonio doctrinal que, forma parte de la Tradición siempre viva de la Iglesia. La doctrina social está construida sobre el fundamento transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado después por los grandes Doctores cristianos. Ha sido atestiguada por los Santos y por cuantos han dado la vida por Cristo Salvador en el campo de la justicia y la paz. En ella se expresa la tarea profética de los Sumos Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernir las nuevas exigencias de la evangelización.
Existe una relación muy profunda entre el anuncio de Cristo y la promoción de la persona en la sociedad. El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Estos son los fundamentos del aspecto misionero de la Doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización. Es anuncio y testimonio de la fe.
La Doctrina social de la Iglesia, que “tiene una importante dimensión interdisciplinar, puede desempeñar una función de eficacia extraordinaria, en el ámbito de la investigación científica y su valoración moral. Permite a la fe, a la teología, a la metafísica y a las ciencias encontrar su lugar dentro de una colaboración al servicio del hombre. La excesiva sectorización del saber, el cerrarse de las ciencias humanas a la metafísica, las dificultades del diálogo entre las ciencias y la teología, no sólo dañan el desarrollo del saber, sino también el desarrollo de los pueblos, ya que, cuando eso ocurre, se obstaculiza la visión de todo el bien del hombre en todas sus dimensiones”. La Doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o “después” de ella. El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza; es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente
La Doctrina social de la Iglesia ha sostenido siempre que la justicia afecta a todas las fases de la actividad económica, porque en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus derechos. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral. La Doctrina social de la Iglesia ofrece una aportación específica, que se funda en la creación del hombre “a imagen de Dios”(Gn 1,27), y que comporta la inviolable dignidad de la persona humana, así como el valor trascendente de las normas morales naturales.
La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, concretamente en la dimensión cultural, social, económica y, en particular, en la política. La Doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa “carta de ciudadanía” de la religión cristiana. La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. Cuando se excluye la religión de la vida pública, se impide en encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad; también la vida pública se empobrece de motivaciones y la política oprime y es agresiva. Esto conlleva el riesgo de que no se respeten los derechos humanos
El Papa Benedicto XVI, en continuidad con el Magisterio social de sus predecesores, nos ofrece importantes líneas de reflexión, con el fin de hacer nuestro el “proyecto de Dios” sobre nosotros y vivir el amor (caritas), comprometiéndonos “con valentía y generosidad con la verdad y en el ámbito de la justicia y de la paz”.
Durango, Dgo. 14 de Febrero del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com