El próximo domingo 16 de Enero, la Iglesia celebra el “Jornada mundial del migrante y del refugiado”, y es oportuno reflexionar sobre el mensaje que el Papa Benedicto XVI nos ha regalado para la ocasión. La Organización de las Naciones Unidas lo celebra el 18 de diciembre. Se ha agudizado la crisis migratoria en México, en los últimos meses hemos escuchado noticias constantes de deportaciones masivas y asesinatos en todo lo largo y ancho de la frontera norte con Estados Unidos, pero también la crisis por los inmigrantes desde la frontera sur, especialmente con Guatemala: explotación, corrupción, asesinatos, etc. A nivel del Estado de Durango, volteamos hacia el norte, porque casi todos tenemos familia o amigos en USA. “El sueño americano dista mucho de ser uno en la vida real; cada día es más precaria la calidad de vida de muchos migrantes que viven en Estados Unidos, sobre todo los indocumentados, con rezago en servicios de salud, educación y violación a sus derechos, denuncia la organización Durango Unido en Chicago… La cacería contra los migrantes en Estados Unidos acentúa la caída de las remesas: el estado de Durango registró en el último corte de 2010 ingresos de divisas por esta vía por el orden de los 284.8 millones de dólares, 83.27 millones menos que en el año de 2007 cuando lograron su mayor auge, lo que representa una disminución del 16.73 por ciento, y 3.9 millones menos que en 2009, así lo reveló el Banco de México (Banxico). El estado de Durango es el cuarto expulsor de connacionales hacia el vecino país del norte y cuyas remesas que envían constituyen un fuerte apoyo para sus familias radicadas aquí… Las deportaciones masivas y redadas de indocumentados son ya un grave problema y no podemos ser omisos, porque sólo en 2010 se registraron 392 mil deportaciones y este año se anticipa una meta de 404 mil”.
En este tema la Iglesia católica ha manifestado constantemente una solicitud por los que viven la experiencia de la migración: Es un fenómeno que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional. Podemos decir que estamos ante un fenómeno social que marca época, que requiere una fuerte y clarividente política de cooperación internacional para afrontarlo debidamente… Ningún país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales. Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios. Como es sabido, es un fenómeno complejo de gestionar (Caritas in veritate, no. 62).
Nos invita el Papa a aprovechar “la oportunidad de reflexionar sobre el creciente fenómeno de la emigración, de orar para que los corazones se abran a la acogida cristiana y de trabajar para que crezcan en el mundo la justicia y la caridad, columnas para la construcción de una paz auténtica y duradera. El tema que el Papa escogió es “Una sola familia humana”, inspirado en Jn 13, 34: “Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros”, es la invitación que el Señor nos dirige con fuerza y nos renueva constantemente: si el Padre nos llama a ser hijos amados en su Hijo predilecto, nos llama también a reconocernos todos como hermanos en Cristo. Una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades cada vez más multiétnicas e interculturales, para encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias. No vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas.
El camino es el mismo, el de la vida, pero las situaciones que atravesamos en ese recorrido son distintas: muchos deben afrontar la difícil experiencia de la emigración, en sus diferentes expresiones: internas o internacionales, permanentes o estacionales, económicas o políticas, voluntarias o forzadas. En algunos casos las personas se ven forzadas a abandonar el propio país impulsadas por diversas formas de persecución, por lo que la huida aparece como necesaria. La globalización no es sólo un proceso socioeconómico, conlleva también una humanidad cada vez más interrelacionada, que supera fronteras geográficas y culturales. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones, dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios.
La Iglesia le reconoce a todo hombre, la posibilidad de salir del propio país y la posibilidad de entrar en otro, en busca de mejores condiciones de vida. Al mismo tiempo, los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. Los inmigrantes, además, tienen el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y la identidad nacional. Se trata, pues, de conjugar la acogida que se debe a todos los seres humanos, en especial si son indigentes, con la consideración sobre las condiciones indispensables para una vida decorosa y pacífica, tanto para los habitantes originarios como para los nuevos llegados.
Es preciso considerar la situación de los refugiados y de los demás emigrantes forzados, que son una parte relevante del fenómeno migratorio. Respecto a estas personas, que huyen de violencias y persecuciones. El respeto de sus derechos, así como las justas preocupaciones por la seguridad y la cohesión social, favorecen una convivencia estable y armoniosa. La solidaridad de todos y en especial de los católicos, se alimenta en la “reserva” de amor que nace de considerarnos una sola familia humana y miembros del Cuerpo Místico de Cristo: de hecho nos encontramos dependiendo los unos de los otros, todos responsables de los hermanos y hermanas en humanidad y, para quien cree, en la fe. Acoger a los refugiados y darles hospitalidad, es para todos, un gesto obligado de solidaridad humana, a fin de que no se sientan aislados a causa de la intolerancia y el desinterés. Esto significa que a quienes se ven forzados a dejar sus casas o su tierra se les debe ayudar a encontrar un lugar donde puedan vivir en paz y seguridad, donde puedan trabajar y asumir los derechos y deberes existentes en el país que los acoge, contribuyendo al bien común, sin olvidar la dimensión religiosa de la vida.
Si esto lo pedimos para nuestros familiares, amigos y paisanos en Estados Unidos, también debemos ofrecerlo a quienes entran a nuestro país por la frontera sur.
Termina el Papa invitándonos: Queridos hermanos y hermanas, el mundo de los emigrantes es vasto y diversificado. Conoce experiencias maravillosas y prometedoras, y, lamentablemente, también muchas otras dramáticas e indignas del hombre y de sociedades que se consideran civilizadas. Para la Iglesia, esta realidad constituye un signo elocuente de nuestro tiempo, que evidencia aún más la vocación de la humanidad a formar una sola familia y, al mismo tiempo, las dificultades que, en lugar de unirla, la dividen y la laceran. No perdamos la esperanza, y oremos juntos a Dios, Padre de todos, para que nos ayude a ser, a cada uno en primera persona, hombres y mujeres capaces de relaciones fraternas; y para que, en el ámbito social, político e institucional, crezcan la comprensión y la estima recíproca entre los pueblos y las culturas.
Durango, Dgo., 9 Enero del 2011.
+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
email:episcopeo@hotmail.com