Reflexión dominical Domingo XVIII A; 31-VII-2011 Los males de la humanidad.

Jesús se hallaba a la orilla del lago, en el desierto en sentido estricto, tuvo compasión de la gente que le seguía y curó a muchos enfermos. “Hacia el fin de la tarde, se le acercaron los discípulos y le dijeron. El lugar es desierto, y ya es tarde, despide a la gente para que vaya a los poblados a comprarse de comer. Jesús respondió, no es necesario que vayan, denles ustedes de comer. Le respondieron, solo tenemos cinco panes y dos pescados; les dijo traiganlos. Tomó los cinco peces y los dos pescados, elevó los ojos al cielo pronunció la bendición, partió los panes y los pescados, los dio a los discípulos y los discípulos los distribuyeron a la gente… Todos comieron y se saciaron, como cinco mil, y sobraron doce canastos”.

Aquí, Jesús aparece como el nuevo Moisés que ofrece un maná superior al antiguo, triunfa sobre las aguas del mar como Moisés, libera al pueblo del legalismo en que había caído la ley de Moisés, y abre la entrada á la tierra prometida no solo a los miembros del pueblo elegido, sino también a los paganos.

En el Evangelio de hoy fácilmente vemos una imagen y una revelación de la Iglesia: se realiza la abundancia anunciada como característica de los tiempos mesiánicos. Tal abundancia se da en el convivio que es signo de comunión de vida y de participación de los bienes de Dios. Así, en pocos rasgos Mateo presenta a la Iglesia como comunidad mesiánica al final de los tiempos. Y la presenta en su vitalidad y fecundidad: organizada con los discípulos en torno a Cristo para el servicio del pueblo. También sobresale de significado, el hecho que el evangelista use los signos de la narración de la última Cena como partir el pan y repartirlo a los discípulos.
La proyección del convivio de Cafarnaúm tiene resonancia histórica más allá de prodigio a favor de una multitud hambrienta Hay que ver la multiplicación de los panes como anticipación y promesa de la última Cena, de nuestra celebración Eucarística cristiana. La abundancia de la multiplicación, pues sobraron doce canastos, tiene referencia simbólica a la vida de la Iglesia y al mismo tiempo, es signo de la presencia permanente de Cristo para dar a la humanidad de todo tiempo el verdadero pan de vida.
Tengamos pues en cuenta que la Iglesia es el lugar y la Eucaristía es el momento privilegiado donde se descubre el poder de Cristo, y se espera tener la capacidad de repetir
Ilimitadamente a través de los tiempos, el prodigio realizado por Él. Y ciertamente en parte lo vemos en tantas obras sociales que alivian los males de la humanidad: los comedores populares, los dispensarios, los hospitales, los horfanatorios, los asilos para niños y ancianos, nosocomios, casas de cuna, casas de reposo para ancianos, clínicas para enfermos de sida, las escuelas a todo nivel, etc. Obras todas inspiradas por el amor a Dios y al prójimo y repartidas en veinte siglos en todas las latitudes y climas del mundo.
El milagro de la multiplicación de los panes, inspirado por la Eucaristía se sigue prolongando por todas partes. Cierto, que en nuestra Iglesia Arquidiocesana nos falta florecer en obras evangélicas de gran testimonio; pero, ahí está la caridad individual que cada uno hace en muchísimas actividades personales y cotidianas.
Pensemos que todo esto se manifiesta al mundo como una respuesta efectiva a las necesidades de pan de la humanidad, fruto de la Eucaristía y de la compasión cristiana.

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