Cuaresma tiempo propicio para vivir la caridad y las buenas obras
El tiempo de Cuaresma es un tiempo de una más intensa escucha de la Palabra y como tiempo de oración para los discípulos que se preparan para la celebración de la Pascua. La Cuaresma nos convoca a todos, tanto a los que ya son discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia, como a los que se preparan para serlo. Para todos, el punto de encuentro común es la Palabra misma proclamada a unos como anuncio y a otros como cumplimiento de todas las promesas de salvación. Incrementemos en este tiempo la lectura-escucha de la Palabra.
Otro aspecto importante que se nos insistirá a lo largo de la cuaresma es la metánoia, el «cambio de mentalidad» que se concretiza mediante esta escucha de la Palabra, abandonando a los ídolos que deforman el rostro del Dios verdadero y que obstaculizan al hombre para escucharlo.
Propone una conversión a nivel personal y comunitario. Cuando existe un verdadero retorno del discípulo a la comunidad del Señor es cuando se propicia el encuentro del mundo con el verdadero Dios. Aunque se sea cristiano, hay que aceptar que muchas veces «no se ha comprendido» el misterio de Cristo, que el camino de conocimiento y seguimiento del Señor son siempre una tarea discipular, de estar constantemente escuchando al maestro (Mc 9, 32). El llamamiento urgente del Señor es válido para todos; «El tiempo se ha cumplido. Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1, 12ss).
El llamado al cambio, a la transformación, se escucha de la misma voz del mismo Señor y de su precursor, Juan Bautista. Ambos proponen el inicio de un proceso interno muy concreto como desechar el egoísmo e inclusive del temor frente al plan de Dios que quiere irrumpir en la vida. Esto significará una existencia nueva, un nuevo «nacimiento de lo alto», donde el suceso de la Pascua es visible sólo para aquellos que están dispuestos a vivir la Pasión, Muerte, Resurrección a los que introduce el Bautismo en su Señor, Cristo (Rm 5,lss).
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad, nos invita el Papa Benedicto XVI en su Mensaje de Cuaresma. Lo primero a lo que nos invita la caridad es a una responsabilidad para con el hermano, como resultado de estar atentos a Jesús nuestro Señor, de que estamos cerca de Él, debemos estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, a no ser indiferentes a lo que le pasa a los hermanos. Con frecuencia prevalece la indiferencia, el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la “esfera privada”. La caridad debe llevarnos a hacernos a cada uno a hacernos cargo del otro.
Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos “guardianes” de nuestros hermanos (Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a los demás que también son hijos de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro, a personas que también son amadas por el Señor. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón.
La atención al otro conlleva desearles el bien en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es “bueno y hace el bien” (Sal 119,68). La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de “anestesia espiritual” que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. Estamos llamados a mirar a los hermanos que sufren con amor y compasión, como el “Buen Samaritano”.
Con frecuencia anteponemos los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de “tener misericordia” para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión: “El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos” (Pr 29,7).
Hoy se nos presenta una verdadera oportunidad para vivir esta caridad cristiana. Miles de hermanos sufren las consecuencias de la crisis económica, de la inseguridad y la violencia, agravadas por la sequía: falta de agua, alimentos, no hay empleo, pobreza, etc. ¿No es tiempo propicio para ayudar al hermano que sufre?
Durango, Dgo., 26 de febrero del 2012
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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