¿Cómo podremos superar la violencia?: Educar para la paz

La superación de la violencia sólo será posible con el hábil uso de herra¬mientas que se consiguen con la educación. Estas herramientas son: el testimonio, la fuerza moral, la razón y la palabra. Si queremos responder al mal con la fuerza del bien, tenemos que educarnos para la paz; esto significa sacar desde dentro, desde lo más íntimo, pensamientos y sen¬timientos de paz que se expresen a través de un lenguaje y de gestos de paz. Con estas herramientas podremos impregnar la sociedad con los valores y principios de la paz.
Para superar la violencia, los mexicanos debemos aprender a humanizar la carga pasional de nuestras opciones mediante la racionalidad. Es preciso introducir una estructura racional en el corazón de nuestras actitudes. Es necesario: crear y difundir pensamientos de paz que nos permitan ir más allá de las emociones y reacciones primarias que generalmente son agresivas y violentas; Proponer el Evangelio de la paz, mediante todos los recursos a nuestro alcance, incluyendo las nuevas tecnologías y las redes sociales, motivando con creatividad para que la sinrazón de la violencia, de la venganza, sea sustituida por la lógica de la paz; Crear círculos de reflexión a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia para repensar el actual orden social, político y económico y difundir de manera creativa sus principios de reflexión, sus criterios de juicio y sus orientaciones para la acción; Sumarnos a los esfuerzos que muchos hacen para ofrecer una alternativa cultural diversa a la que ha originado la crisis de inseguridad y violencia que vivimos, que no propicie el individualismo, la competencia y la ex¬clusión, y que al contrario, sea inclusiva, democrática, hospitalaria, acogedora y cooperativa.
De¬bemos aprender también a serenar el mundo de los sentimientos, que acompañan nuestras opciones. En muchos ciudadanos y dirigentes polí¬ticos se alojan actitudes violentas como la demonización de quienes son considerados adversarios, la pasión por eliminarlos del escenario públi¬co. Para contrarrestar esto, es necesario: Impulsar el desarrollo humano de las personas, en las familias y en las comunidades, que propicie la reconciliación de la propia afectividad; Desarrollar la indignación contra toda violencia presente en no¬sotros y en torno a nosotros. No podemos acostumbrarnos a la vio¬lencia ni asumirla como estilo de vida; ésta nos debe sorprender y nos tiene que llevar a la indignación que nos mueve a evitarla; Expresar el amor a la paz. Es importante amar la paz, adherirse a ella de un modo espontáneo, disfrutarla y celebrarla cuando se tiene y también expresar el dolor y sufrimiento cuando nos vemos privados de ella; Fomentar el sentido de pertenencia a la nación y el reconocimien¬to de que en nuestras diferencias está nuestra riqueza.
Lo que suscita horizontes de paz debe expresarse en gestos de paz. Cuan¬do éstos están ausentes, las convicciones se evaporan y cualquier esfuerzo a favor de la paz se vuelve incon-sistente. La práctica de la paz arrastra a la paz. Esto lleva a comprometernos: a proponer, por todos los medios, la reconciliación social y el perdón como alternativas a la violencia. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen a otros, sino cuan¬do todos juntos logramos vencer la recíproca incomprensión y la incapaci¬dad para aceptar las diferencias de los demás; Promover la no-violencia como alternativa en la vida civil y política. La no-violencia consiste en llevar a sus últimas consecuencias el mensaje del amor universal de Jesús; Proponer un estilo de vida austero y sencillo, en medio de una sociedad consumista que propicia violencia, tenemos que aprender a evitar lo super¬fluo y vivir con lo necesario. La búsqueda obsesiva de lo que haga más cómo¬da la vida nos debilita, nos hace frágiles y vulnerables, egoístas e insaciables; Ofrecer, en los momentos propicios de la vida social y eclesial de nuestras comunidades, gestos de paz que consoliden los esfuerzos y condiciones de paz. La experiencia religiosa es propicia para ello, ya que facilita que en las distintas situaciones las personas se abran al misterio de Dios y descu¬bran el anhelo compartido de una fraternidad universal y la necesidad de promover una cultura de solidaridad.
La educación para la paz nos pide un lenguaje pacífico y pacificador, que sea capaz de expresar la riqueza de nuestros pensamientos y sentimientos de paz y que sea un lenguaje propicio para la comunión y la reconcilia¬ción. Nuestro compromiso debe llevarnos a: Invitar a todos a despojar de su carga bélica las formas ordinarias de expresión -palabras, signos, gestos- ya que éstas intimidan, aíslan y ha¬cen difícil la comunicación y el encuentro entre las personas, y con ello nos acercan a la violencia y nos alejan de la paz; Hacer conciencia de que la ironía acerba y la dureza en los juicios, la crí¬tica irracional de los demás, la agresividad verbal, no son el cami¬no que lleva a la justicia, porque confunden en la búsqueda de la verdad, en la aplicación de la justicia y hacen más difícil la instauración de la paz; Promover el diálogo como camino real para la superación de todas las confrontaciones “El diálogo se presenta siempre como instrumento insus¬tituible para toda confrontación constructiva tanto en las relaciones inter¬nas de los Estados como en las internacionales”. La actitud dialogante se adquiere por la educación. El aprendizaje ha de ser desde la edad temprana. La familia y la escuela son dos espacios privilegiados para aprender a solventar los conflictos por vía pacífica y dialogal. Capacitar y capacitarnos para la escucha.

Durango, Dgo., 28 Noviembre del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

email:episcopeo@hotmail.com

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