Homilía 20-mayo-2012

Domingo de la Ascensión

Se fue elevando a la vista de sus Apóstoles 20-V-2012

              El libro de los Hechos de los Apóstoles es continuación del tercer Evangelio; prosigue el relato de S. Lucas acerca del origen y desarrollo del Cristianismo, bajo la guía del Espíritu Santo, que dirigió al inicio, a los Apóstoles como testigos cualificados para que dieran testimonio de cuanto había enseñado y hecho Jesús.

Un día, estando a la mesa, Jesús mandó a los Apóstoles: “no se aparten de Jerusalén, aguarden aquí hasta que se cumpla la promesa de mi Padre…: ustedes serán bautizados por el Espíritu Santo”. Le preguntaron: ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel? Les contestó: “a ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero, cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra. Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos”. Así, inició la historia de la predicación apostólica.

En dicha convivencia, estaban algunos más de los Doce; alguno de entre ellos le preguntó: ¿ahora sí, vas a restablecer la soberanía de Israel?  El motivo de esta pregunta dirigida a Jesús es la visión de proximidad del cumplimiento de la promesa. Los discípulos no se referían a un mesianismo mundano y nacionalista, sino a la esperanza de una llegada inminente del reinado mesiánico en su último advenimiento hacia el que había de conducir la inmediata efusión del Espíritu Santo. También en la Carta a los Tesalonicenses y en otros textos se plantea la incertidumbre sobre la segunda llegada del Mesías. Actualmente los protestantes, proyectan ese nerviosismo y prolongan esa expectativa,  anunciando periódicamente el fin del mundo.

 

En vez de esa preocupación Jesús invierte los términos y dice: “recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá”. El acompañamiento del Espíritu sustituye a la llegada inminente; es decir, en vez de nerviosismo y preocupaciones terrenales. El Espíritu es el principio de una existencia cristiana mantenida durante una época de la historia sagrada, la era de la Iglesia y de la misión. Estas realidades han de ocupar el puesto de una espera como centro de la conciencia cristiana.  Los tres Evangelios, cada uno según su estilo, termina con una exhortación a predicar a todos los hombres.

 

Desde la Ascensión del Señor, el Espíritu Santo en la Iglesia es la respuesta a la preocupación por la llegada y la prolongación de la nueva creación. En Jerusalén recibieron los Apóstoles el bautismo en el Espíritu, que hizo de ellos nuevas criaturas: el Espíritu que aleteaba sobre las aguas en el primer día de la creación vino sobre los Apóstoles e inauguró los tiempos nuevos.

Por lo pronto, los discípulos están todavía en el mundo, en medio del cual deben dar testimonio de la nueva realidad inaugurada por Jesús, a saber, un reino que no es como los de la tierra, establecidos sobre el poder y el dinero, sino un reino de amor, de justicia y de paz. No hay que buscar este reino entre las nubes, ya está aquí y crece cada vez que nos dejamos guiar por el Espíritu de Dios.

La misión apostólica inició en Jerusalén, centro geográfico de la historia sagrada; pero de ahí, los Apóstoles y luego infinidad de agentes, fueron difundiendo el Evangelio por todas partes según se fue conociendo la geografía, hasta que llegó al nuevo mundo.  Por tanto, la Iglesia ha de sentirse siempre esencialmente misionera. Atendamos a esta advertencia grave: cuando una comunidad en la Iglesia, sea un grupo  religioso, sea  un grupo de laicos, sea una parroquia, (o sea una persona), deje de ser misionero, ya no es más la Iglesia de Jesucristo.

 

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