Domingo XI ordinario 17-VI-2012

La semilla que crece

 En el año 597, Nabucodonosor deporta a Babilonia al rey Joaquín y pone a Sedecías en su lugar, el cual rompe la alianza con el rey de Babilonia y con Dios; el Señor lo castiga, pero eso no quita a Dios la posibilidad de continuar con Israel su obra de salvación, e inmediatamente anuncia la restauración del reino con la alegoría de un agricultor  que planta una rama y observa su crecimiento; dice pues, la primera lectura tomada del profeta Ezequiel: “yo tomaré de lo alto de un cedro una ramita, la plantaré sobre un monte alto, macizo, sobre el monte alto de Israel; echará  ramas y será un cedro magnífico”.  S. Marcos en su Evangelio  nos ofrece hoy una enseñanza orgánica de Jesús sobre el Reino de Dios.  Jesús dice: “el Reino de Dios es como un hombre que siembra la semilla en la tierra; duerma o vigile, de noche o de día, la semilla germina y crece; cómo, él mismo no lo sabe”.

 Como semejanzas del Reino, a pesar de sus humildes apariencias, la ramita de cedro y la pequeña semilla de mostaza sembrada, crecerán hasta dar fruto; a los humildes comienzos, corresponderá una grandeza sin igual; porque el Reino es obra de Dios y no de los hombres. Los dos trozos bíblicos de Ezequiel y de Marcos, están estrechamente ligados, sea por los símbolos de la ramita de cedro y de la semillita de mostaza, sea por el fondo doctrinal del admirable  crecimiento del Reino de Dios y su extensión sin límites.

 

 Para comprender la parábola de la semilla y de la ramita de cedro que crecen, en lo escondido, tengamos en cuenta que en tiempos de nuestro Señor, era del todo desconocida las técnicas modernas para acelerar el crecimiento y la producción con métodos químicos y mecánicos. Todo se dejaba a la fertilidad de la tierra la cual espontáneamente hacía crecer la planta y los frutos.

 Con estas parábolas, Cristo quería responder a las ideas y a las expectativas mesiánicas de los hebreos de su tiempo: los fariseos, pensaban que se podía acelerar la llegada del Reino con la penitencia, los ayunos, la observancia de la Ley y de las tradiciones; los zelotas buscaban implantar el Reino recurriendo a la violencia y a la resistencia armada contra los conquistadores romanos; los apocalípticos, convencidos de poder establecer con precisión, por medio de cálculos cabalísticos, la hora y el lugar de la gloriosa manifestación del Mesías.

 Jesús corrige estas expectativas y afirma solemnemente que el Reino es obra de Dios y no de los hombres. Es la misma óptica de S. Pablo cuando afirma categóricamente: “yo planté, Apolo regó, pero es Dios el que da el crecimiento” (1Cor 3,6). En síntesis, las lecturas, se colocan en la perspectiva  de la libre y plena iniciativa de Dios: “sabrán todos los árboles de la floresta que yo soy el Señor…” (Ez 17,24). Desde un punto de vista teológico, las dos lecturas, subrayan la libre y gratuita iniciativa de Dios para la llegada de su Reino; aunque operativamente, también reclaman al cristiano algunas actitudes fundamentales.            

              Frente al eficientísmo de los planes, la organización, los proyectos y programas, más que la escucha de la Palabra de Dios, el confrontarse con el Evangelio, la confianza en Dios, la humildad y la oración, contrasta un estilo de Iglesia en que prevalecen las estadísticas, los registros, las ceremonias. En contra, la Palabra de Dios sugiere el estilo de una Iglesia pobre, que no se anuncia a sí misma, que no se busca a sí misma, que se despega de las riquezas, y se libera de alianzas, pactos o compromisos con los poderes de la tierra como el tener, el poder, el dominar, porque sabe que el Reino no depende de estas cosas. Dios se sirve de otros instrumentos como los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, las bienaventuranzas, la sencillez, el respeto, la hermandad, el servicio, el silencio, etc.

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