Homilía de Pentecostés; Basílica de Guadalupe 12 de junio del 2011

1.- Con gozo y alegría saludo a ustedes, estimados Presbíteros, Seminaristas y Laicos de Parroquias de la Arquidiócesis de Durango que peregrinan hoy a la Casita de Santa María de Guadalupe. De igual manera saludo a todos los hermanos presentes venidos de distintas partes. Les saludo con las mismas palabras de Cristo a sus discípulos en la tarde de la Resurrección: “la paz esté con ustedes”, (Jn 20, 21).

Este saludo, hoy es muy significativo ante la grave descomposición que estamos viviendo en las instituciones públicas o privadas, gubernamentales o eclesiales, familiares o individuales; pues bajo diferentes síntomas representan el mal, aumenta el nerviosismo, se alteran las costumbres y se ponen en riesgo la paz y la estabilidad como país.

Así, es necesario pedir y acoger la paz de Cristo: “les dejo la paz, les doy mi paz; no se la doy como la da el mundo”. Cristo Jesús, Señor resucitado “es nuestra esperanza” (1 Tim 1, 1), “es nuestra paz” (Ef 2, 14-18). Se trata del don de la paz de Cristo resucitado, la paz que el mundo no nos puede dar; (Jn 14, 27); la paz que es tarea y exigencia de todos como bautizados, y que por lo mismo estamos obligados a servirla, construirla, expresarla y abrazarnos a ella, pues sólo desde esta verdad podremos esperar una sociedad nueva, más humana y cristiana, más justa. La paz que es fruto de la justicia, construye relaciones fraternas y construye puentes de unidad.

Que Santa María de Guadalupe, nos acerque pues a Él; y busquemos esta paz para todos los hombres de la tierra, particularmente de nuestro país y de nuestra Arquidiócesis (Lc 2, 14). Nosotros mismos seamos pacíficos, constructores de paz (Mt 5, 9), como conviene a hijos de Dios.

Porque estos frutos de paz que tanto necesitamos y anhelamos, no son mágicos, ni vienen por azares del destino; exigen de nosotros una mentalidad y una vida nueva, una nueva forma de ser y de pensar “es necesario cambiar al hombre viejo” (Ef 3, 9-l0; Col 4, 22-22), enderezar las ramas torcidas de nuestras estructuras y sujetarnos a la vida que nace del Espíritu (Rom 8, 11-14). Desde esta vida nueva que nace del Espíritu es que podremos ser levadura que transforma la masa, reconciliando, perdonando, curando las heridas, fortaleciendo la esperanza, y mostrando al mundo que es posible vivir el amor y transformar las realidades más oscuras del mal a fuerza de bien.

2.- Santa María de Guadalupe: hoy, que venimos peregrinando desde la Arquidiócesis de Durango a postrarnos ante Ti, que, como nueva Arca de la Alianza albergaste en tu seno virginal a Xto., redentor, hoy también es Pentecostés, festividad del Espíritu Santo.

Cristo resucitado pidió a los discípulos no alejarse de Jerusalén, sino mantenerse unidos esperando el cumplimiento de las promesas del Padre: “Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días” (Hch 1, 4-5). Después de la Ascensión, cuando llegó el día de Pentecostés, estando todos reunidos “de repente vino del cielo un ruido, como de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 2-4). Aquella Iglesia naciente fue inundada del Espíritu para difundir el Evangelio por los cuatro puntos cardinales. Por ello, la Iglesia invoca: “envía, Señor tu Espíritu y se renovará la faz de la tierra” (Sal 103, 30).

Pentecostés se manifiesta en signos externos: “un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso”, “lenguas como de fuego sobre los presentes en el cenáculo” y finalmente el “hablar en otras lenguas”, provocando una gran transformación de las personas. Pentecostés completa la Pascua, y regenera la vida nueva, haciendo a los Apóstoles plenamente partícipes de esta vida y madurando en ellos el poder del testimonio, que darán del Señor resucitado.

En el Pentecostés de Jerusalén, se manifiesta públicamente la Iglesia, que brotó del costado de Cristo abierto en la Cruz. Se manifiesta la Iglesia, este pueblo de la Nueva Alianza, establecida “en la sangre de Cristo (1 Cor 11, 25), llamado a la santidad.

Perdiendo el miedo, los Apóstoles abrieron las puertas y salieron, y Pedro predicó: “sepa con seguridad toda la gente de Israel, que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien ustedes crucificaron… Pedro siguió insistiendo con muchos otros discursos. Los exhortaba diciendo: aléjense de esta generación perversa y sálvense. Los que acogieron la palabra de Pedro se bautizaron, y aquel día se unieron a ellos unas tres mil personas” (Hch 2, 36-41). Y empezaron a germinar y a difundirse los principios del Evangelio.

Pentecostés es la solemne manifestación pública de la Nueva Alianza entre Dios y el hombre “en la sangre de Cristo” (1 Cor 11, 25). Se trata de una Alianza Nueva, definitiva y eterna, preparada por las alianzas anteriores. Ya el profeta Ezequiel (36, 27) había anunciado: “infundiré mi espíritu en ustedes”. Pentecostés tiene también el significado de una nueva inscripción de la ley de Dios en lo profundo del ser humano o como dice Jeremías “en el corazón” (Jer 31, 31).

3.- Santa María de Guadalupe, en la Anunciación, el Arcángel Gabriel te saludó haciéndote objeto de los más impresionantes saludos, que nunca se dirigieron a ningún otro personaje bíblico: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…, has encontrado el favor de Dios…, el Espíritu Santo descenderá sobre ti”, (Lc 1, 28-31).

Es un saludo melodioso, como tus diálogos con Juan Diego cargados de alegría y sabiduría, en diciembre de 1531, preámbulos para la vocación que luego se te revela; las palabras de S. Lucas carga el acento en la fuente de la bondad, señalando que elegida desde mucho tiempo atrás ya eras objeto de la gracia y del favor de Dios, favor divino que ya se ha remansado en Ti cuando te fue anunciado.

Preguntando al Arcángel “qué significaba semejante saludo” (Lc 1, 29), el misterio se abrió: “concebirás en tu seno y darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31); atribuyendo a este hijo características que sirven para describir la presencia redentora de Dios en medio de su pueblo: “el niño crecerá hasta hacerse grande, será llamado Hijo del Altísimo, se le dará el trono de David su padre, gobernará por siempre y su reinado no tendrá fin” (Lc 1, 32-33).

Ante tus dudas: “¿pero cómo puede ser esto, si no conozco varón?” (Lc 1, 34), o sea ¿Cómo, si soy virgen?; el Arcángel aclara: “el Espíritu Santo descenderá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). Los libros sagrados hablaban de la nube o sombra que llenaba el templo (1Re 8, 10; Sir 24, 4); en el Éxodo (13, 22) la nube es la manifestación sensible de la presencia de Yahvé que toma posesión de su Santuario; señal de la presencia divina que protegía siempre la Ciudad; ahora, María bajo la sombra del Altísimo pasa a ser la morada de Dios, el comienzo de una Nueva Alianza.

Nueva Alianza que se estableció en nuestra tierra por el Evangelio Guadalupano, que como códice abierto habla al interior de cada mexicano, indígena, europeo o mestizo, “de todos en uno” para hacer en esta tierra hombre, mundo y sociedad nuevos. Por ello traes en tu Imagen los signos de una jovencita casta y al mismo tiempo encinta, portadora de la salvación, por el poder del Altísimo. Así, Juan Diego se decía en 1531: “¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos, nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?” (Nican Mopohua 9-10).

Con estas expresiones de Juan Diego, Santa María de Guadalupe, nos dejas entrever la transformación de los pueblos que nos ha traído el Evangelio. Narra la historia: “diez años después de conquistada la ciudad de México; cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos; así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquel por quien se vive, el verdadero Dios” (Nican Mopohua 1-2).

Sta. Ma. de Guadalupe: como dijiste aquí en el Tepeyac en 1531, “yo soy la madre del verdaderísimo Dios por quien se vive… (Aquí) lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación” (NM 26), acudimos a ti, clamando que también hoy nuestra Arquidiócesis y toda la Iglesia en México, sea fecundada por el Espíritu Santo, para que continúe impulsando las realidades pascuales que transformen la faz de nuestra Patria. A Ti, que presidiste y acompañaste con tu intercesión el nacimiento y el comienzo de la misión de la Iglesia primitiva, te rogamos que sigas acompañando el caminar y el rumbo de la Iglesia de Dios que peregrina en Durango y en México entero.

También dijiste: “yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno y de las demás variadas estirpes de hombres mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas su diferentes penas, sus miserias y dolores” (Nican Mopohua 29-32): como estamos sufriendo una muy prolongada sequía, te rogamos que intercedas ante el Dador de todo bien por el beneficio de las lluvias para nuestros campos, nuestros animales y nuestro sustento, a fin de que ayudados suficientemente con los auxilios presentes, aspiremos con más confianza a los bienes eternos. Te encomendamos a Mons. Enrique Sánchez y a Mons. Juan de Dios Caballero, quienes en este mes cumplen 25 años de ordenación sacerdotal y 80 de vida, respectivamente. Te encomendamos a nuestros Sacerdotes enfermos Eduardo Gutiérrez, Juan Ramón Vázquez, Fernando Campos, José Luis Soto, Jesús García, Ricardo Rosales, Francisco Rodríguez, Raúl Chávez, Ignacio Alcázar, Adolfo Adame, Eduardo Ríos, Luis Flores, Juan Manuel Martínez, J. Ascensión Valenzuela, Alejandro Terrones y Sergio Saúl Méndez. Te encomendamos a los seminaristas que estamos promoviendo en este mes como candidatos a las Ordenes Sagradas, a los Ministerios y al Diaconado.

Esto y todo lo que cada quien trae en su corazón lo dejamos en tu regazo maternal.

Amén, Amén, Amén,

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