Homilía Domingo I de Adviento
Que es el Adviento
Al iniciar hoy el Adviento, es necesario tener una clara conciencia de que inicia un tiempo distinto a las semanas anteriores. Es importante clarificar cual es el finalidad de estas cuatro semanas, para poder vivirlas como un todo progresivo. El Adviento es fundamentalmente el tiempo de la venida del Señor. Venida contemplada en dos aspectos: la venida escatológica y la venida histórica de Jesús.
La venida histórica son los 33 años que Jesús pasó conviviendo con nosotros en nuestra tierra; la venida escatológica será al final de los tiempos presentes, cuando se cumpla el conjunto de esperanzas del antiguo y del nuevo testamentos; esperanzas que, en parte ya se han cumplido en Cristo y en la Iglesia, pero que en parte habrán de cumplirse en el curso de la historia o al fin del mundo. En la liturgia de Adviento se entremezclan continuamente los acentos de la venida histórica y de la venida escatológica.
Para sensibilizar en el sentido del Adviento, se ambienta suprimiendo algunos signos festivos como el gloria y el color de los ornamentos; sin embargo, se mantienen otros signos festivos como el Aleluya. Es una manera de expresar que, mientras vivimos peregrinos en este mundo, algo falta para la fiesta completa. Pues sólo cuando el Señor esté de nuevo con su pueblo al final de los tiempos, la Iglesia podrá hacer su fiesta con todo esplendor.
En este sentido, es importante que en este tiempo pongamos especial atención a las palabras del Padre Nuestro: “venga a nosotros tu reino” y las hagamos una jaculatoria a recitar frecuentemente. Corresponde a Cristo “realizar el plan de Salvación de su Padre en la plenitud de los tiempos; ese es el motivo de su misión. El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía milenios en las Escrituras. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo presente ya en misterio” (Catic 763).
El Reino de Dios que Cristo predicaba no era una forma visible de gobierno temporal; consistía en la sumisión de los corazones a su ley; para captar el carácter espiritual del reinado de Dios, S. Mateo utiliza la expresión de “Reino de los cielos”.
En los Evangelios encontramos los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad por motivos del Reino. Y ciertamente hay en la Iglesia Universal incontables cristianos y cristianas que se consagran de tiempo completo durante toda la vida para hacer presentes los valores del Reino. Igualmente, son incontables los cristianos, que dedicados a los quehaceres del mundo, se esmeran por implantar en el, la vida y la verdad, la justicia y la paz, la gracia, la santidad y el amor, como valores del Reino. Así mismo somos incontables los que buscamos vivir en nuestro propio estado de vida el sermón de la montaña: felices los que tienen espíritu de pobre; felices los que lloran, porque recibirán consuelo; felices los pacientes, porque heredarán la tierra; felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados; felices los compasivos, porque obtendrán misericordia; felices los de corazón limpio, porque verán a Dios; felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios; felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos; felices ustedes, cuando por causa mía, los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias; alégrense y muéstrense contentos, porque su recompensa será grande en el Reino de los cielos (Mt 5, 3-12).
Los consejos evangélicos, los ingredientes del Reino de Dios y las bienaventuranzas, son lo más fino del Reino de Cristo y nuestro.
| Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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