Homilía Santísima Trinidad; 26-V-2013
Dios siempre se da a conocer a los hombres
Meditando hoy en la Palabra revelada, alcanzaremos a percibir como Dios nos va revelando gradualmente su misterio trinitario, misterio fundamental del Cristianismo. La primera lectura de hoy, tomada del libro de los Proverbios, asocia y hasta identifica a Yavé, el Dios del Antiguo Testamento, con la sabiduría ya existente antes que la tierra existiera. En los libros de Job (c.28) y del profeta Baruc (3,9-4,4) la sabiduría aparece como un bien deseable a Dios y a los hombres; pero en el libro de los Proverbios la sabiduría es presentada como una persona: “la sabiduría grita por las calles, levanta su voz en las plazas, en las encrucijadas, pronuncia su mensaje en las puertas de la ciudad” (Prov. 1.20,33; 3,16-19: 8-9). Hoy, en la lectura de Proverbios, la Sabiduría revela su origen, su participación en la obra de la creación y la tarea que tiene para con los hombres, esto es conducirlos a Dios: “Yavé me creó, fue el inicio de su obra; antes de todas las creaturas, desde siempre. Antes de los siglos fui formada, desde el comienzo, mucho antes que la tierra”. En el Nuevo Testamento, esta doctrina será aplicada a Cristo.
En la segunda lectura, tomada de la Carta de S. Pablo a los Romanos, se nos revela Yavé-Dios con quien estamos en paz “por medio de nuestro Señor Jesucristo”; se nos revela “que el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado”. Podemos resumir esto, con las palabras de S. Pablo a los Romanos: “justificados por la fe, nosotros estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…..el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado”. Ahora, reconciliados con Dios, estamos en paz con Él y tenemos acceso a su amor: ahora sí podemos esperar de verdad, una salida positiva de nuestra vida.
En el Evangelio, Cristo y el evangelista Juan anuncian: “Cuando venga el Espíritu de verdad, Él les guiará a la verdad plena; no hablará de sí, sino que dirá todo lo que ha oído y les anunciará lo futuro. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y se los comunicará”. El Espíritu Santo entra en acción: como Espíritu de verdad, nos hará conocer el misterio de Cristo: cómo ha cumplido las Escrituras, el sentido de sus palabras, de sus hechos y de sus signos; cosas que los discípulos no comprendieron antes. Cumpliendo estos cometidos, el Espíritu glorifica a Cristo; Cristo, que recibe todo del Padre, glorifica al Padre. Y, así se manifiesta la unidad de la revelación: la fuente de todo está en al Padre, se realiza en el Hijo y se cumple en los creyentes por medio del Espíritu.
Cuando escuchamos comentarios sobre alguien como una gran personalidad, nos viene el deseo de conocerlo. Celebrando a la Santísima Trinidad, nos brota este deseo, y nos toca el turno, porque Dios da siempre el primer paso para con nosotros. Pero, continuamente notamos que Dios se nos revela, se nos da a conocer, se nos manifiesta de múltiples modos, nos hace conocerlo y nos ofrece un conocimiento personal. Quiere y busca un “tú a tú” personal con cada uno de nosotros, para que nos abramos todos juntos al gran “Tú” de Dios.
En la Ascensión del Señor, los Apóstoles se dejaron ganar por la tristeza, pues Jesús los dejaba. Estaban más impresionados de esto, que de las cosas maravillosas que les dijo en la última Cena; estaban más preocupados por el hecho que los dejaba; y no del porqué y del sentido que tiene este “dejarlos”. Jesús explica el profundo significado de su partida: es más una transformación que una separación; es más una manifestación que un alejarse: al irse, enviará al Espíritu Santo: La Trinidad se manifiesta máximamente al comunicar a los hombres el Espíritu de amor, para que los hombres, amándose, como se aman el Padre, el Hijo y el Espíritu, conozcan la obra de Cristo aquí abajo y la demos a conocer. Bien podemos entonces exultar de gozo santo en una alegre doxología; esto es en una síntesis de alabanza y glorificación a las tres divinas Personas: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a Dios que es, que era y que viene. Alleluia.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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