Domingo XXVII ordinario; 6-X-2013 La fuerza de quien tiene fe
Domingo XXVII ordinario; 6-X-2013
La fuerza de quien tiene fe
Hoy leemos en la primera lectura, del profeta Habacuq. Entre los años, del 609-598 a.C. en tiempos del tirano Joaquim rey de Judea, Habacuq se lamenta con Dios por todas las injusticias que ve en el pueblo: “hasta cuando Señor, imploraré y no me escucharás; elevaré mi grito: violencia y no socorrerás? ¿Por qué me haces ver la iniquidad, y te quedas mirando la opresión?”. Dios le responde diciendo: “escribe bien la visión en la tabla: habla de un término, de un final, y no miente; vendrá y no tardará”; sucumbirá quien no tenga ánimo recto; pero el justo vivirá por la fe. En este contexto, Dios promete la salvación a los que crean firmemente, que Él salvará a Israel. Aquí la fe es confianza total en Dios, en oposición a los caldeos; y es una fe teológica en cuanto que apela a las promesas.
En el Evangelio de S. Lucas, los apóstoles dijeron a Jesús: “aumenta nuestra fe”. El Señor respondió: “si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a esta montaña: arráncate de ahí y arrójate al mar; la montaña les escucharía”. En el trozo evangélico, Jesús, provocado por la petición de los discípulos, ofrece una enseñanza sobre la fe. Los discípulos, que entendieron bien como el cristiano solo si tiene fe, pueda mantener distancia de las riquezas y estar decidido a todo por el Reino, se ha convencido que vale la pena dejar todo por seguir al Maestro. Jesús lo aprueba y con un argumento desde lo imposible como es decir a una montaña arráncate de ese lugar y arrójate al mar, declara que tal decisión sólo es fruto de la fe.
La fe es una característica específica del Cristianismo. Nosotros, muy a la ligera, suponemos que religión y fe sean siempre la misma e idéntica cosa, lo cual es cierto sólo en parte. Por ejemplo, el Antiguo Testamento, globalmente se presentaba bajo el concepto de la Ley, que en virtud del acto de fe, adquiere mayor importancia. Para la religiosidad romana, no es decisivo que se emita un acto de fe en lo sobrenatural; esto puede faltar completamente, sin que por ello venga a menos la religión; siendo esta un sistema de ritos, basta una minuciosa observancia de las ceremonias.
En cambio, la historia de la fe comienza con Abraham; cuya actitud ante Dios, es una actitud de fe, aunque no haya percibido completamente el objeto de la fe; tuvo todas las condiciones personales necesarias para la fe: respondió prontamente “sí” a la llamada de Dios, que trastornaba completamente sus planes, dispuesto a darle todo, incluyendo el hijo, abandonando todo cálculo humano; superó las aparentes contradicciones para someterse sólo a la palabra de Dios, y vio en ella la verdad que salva. Los profetas, durante toda la historia del pueblo de Dios, fueron heraldos de la fe; superaron las seguridades y las alianzas humanas, adhiriéndose con confianza a la palabra dicha por Dios.
Creer, es abandonarse a Dios. Lo vemos en la primera lectura: Dios parece ausente de la historia: el profeta, lo interroga, sobre la opresión y la injusticia que invaden las sociedades tanto en Israel como entre las naciones, en que los débiles son aplastados. Dios responde, que la fe es el único camino para comprender el misterio de la historia.
Pero, la respuesta de Dios no es una consolación fácil: Él habla de una larga espera. Lo que cuenta es permanecer sólida y únicamente anclados en Dios. Creer en su amor, a pesar de toda apariencia contraria, porque su Palabra no nos puede engañar.
La fe no consiste tanto en una adhesión intelectual a una serie de verdades abstractas; es la adhesión incondicionada a una persona, a Dios que nos propone su amor en Cristo muerto y resucitado. Por esto, la fe es obediencia a Dios, comunión con Él, victoria sobre la soledad. Es un don de Dios que espera nuestra libre respuesta, que busca convertirse en el alma de nuestra vida cotidiana y de la comunidad cristiana.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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