¡Vigilar! ¡Orar! y ¡Trabajar! por la paz en México

mons enrique episcopeo-01La “venida” del Señor (en griego “Parusía”), generalmente es interpretada como el “retorno” del Señor. Esto se comprende bien en el pasaje de hoy, donde se habla del retorno de un dueño de casa que se ha ido de viaje después de haberle confiado a sus servidores diversos encargos.

Pero hay una realidad más profunda detrás de este lenguaje simbólico. Se trata del hecho de vivir con confianza y perseverancia, apoyándose en la fidelidad de Dios, quien tiene el rostro de Jesús, el Hijo de Dios y Señor de la historia. Para decirlo más claramente: los cristianos no esperamos el “regreso” del Señor resucitado, sino que vivimos en la espera de su venida.

En la página sagrada del domingo nos ubicamos en la última gran lección de Jesús a sus discípulos. Es el “discurso escatológico” en el monte de los Olivos (13,5-37).

Este pasaje es la conclusión y la palabra que queda resonando en los oídos de los discípulos es: “¡Velad!”. Estamos, entonces, ante una enseñanza fundamental del discipulado. En su caminar, los discípulos deben estar atentos ante los peligros externos (los falsos profetas, la persecución) y los peligros internos (perder de vista al Señor).

Pero no todo es negativo, en medio de la oscuridad se asoma una esperanza. En la última parte del discurso (13,28-37), Jesús cuenta la parábola del patrón ausente (13,33-37).

El tema de esta parábola es la venida del Hijo del hombre. Las imágenes nos ponen ante situaciones de ausencia, pero ausencia provisional, en la expectativa del regreso: cuando los empleados están encargados de la casa, el patrón todavía no está presente, pero a su tiempo él llegará para pedirles cuentas (13,33-37).

Así se retoma la inquietud de los cuatro discípulos, Pedro, Santiago y Juan, quienes observando la belleza del Templo y ante la advertencia del Maestro de que éste llegaría a su fin, solicitaron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que todas estas cosas están para cumplirse” (13,4).

No se pueden hacer previsiones matemáticas sobre el día en que llegará el fin ni tampoco nadie conoce el tiempo de su segunda venida: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre” (13,32).

No se sabe el tiempo de la “venida”. A los discípulos se les dice: “porque ignoráis cuándo será el momento… porque no sabéis cuándo viene el dueño de la casa” (13,33b.35b). A la luz de esta realidad se sacan las consecuencias para el discipulado: ¿cuál debe ser su actitud en el tiempo de la espera?

Al inicio del Adviento los obispos mexicanos los invitamos a ¡Vigilar! y ¡Orar!

Nuestro país está en crisis. Eso nos duele y nos afecta a todos. La inequidad, la injusticia, la corrupción, la impunidad, las complicidades y la indiferencia nos han sumido en la violencia, el temor y la desesperación. Ante esto, muchísimos mexicanos nos hemos manifestado de distintas maneras para demandar justicia y paz. Conscientes de este deseo de participar y sabiendo que todos somos parte de la solución para construir una nación en la que se valore la vida, dignidad y derechos de cada persona, los obispos proponemos:

1.- Que del 30 de noviembre, Primer Domingo de Adviento, al 12 de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, nos unamos en un “docenario” (doce días) de oración por la paz, convencidos de que para Dios “nada es imposible” (cfr. Lc 1,37).

2. Que el 12 de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, unidos al Papa Francisco, pidamos la intercesión de la Madre de Dios por la conversión de todos los mexicanos, particularmente la de quienes provocan sufrimiento y muerte, y para que todos pongamos lo mejor de nosotros mismos para hacer posible la paz.

3. Que ese mismo día, 12 de diciembre, conscientes de que la Guadalupana camina con nosotros diciéndonos como a san Juan Diego: “No se turbe tu corazón… ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”, nos consagremos a Ella, a nivel personal, familiar o comunitario, ofreciéndole orar a su Hijo Jesús por la paz de manera permanente.

4. Que, con la ayuda divina, nos comprometamos a ser constructores de paz. Esa paz que se funda en la verdad, la justicia, el amor y la libertad, como enseñaba san Juan XXIII. ¡Sumémonos a los esfuerzos para atender a las víctimas de la violencia! ¡Participemos en los procesos de justicia, reconciliación y búsqueda de paz! ¡Privilegiemos el diálogo constructivo! ¡Trabajemos juntos en favor de un auténtico Estado de Derecho! ¡Formémonos en valores! ¡Ayudemos a los más vulnerables! ¡Reconstruyamos el tejido social!

 

Durango, Dgo., 30 de Noviembre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Arzobispo de Durango: padre y hermano para los Sacerdotes, Pastor para el pueblo de Dios

mons enrique episcopeo-01Hoy es día de fiesta y de alegría cristiana para nuestra Iglesia de Durango, porque hoy te recibimos, como el que viene “en el nombre del Señor”. Este pueblo de Dios te recibe como su nuevo Pastor, para continuar escribiendo la historia en estas tierras norteñas, duranguense y zacatecana, para seguir llevando el Evangelio por esta vasta y variada geografía de sierra, llanos, quebradas y largos caminos y carreteras, de tierra prieta y colorada, como lo hicieron tus antecesores y nuestros antepasados.

            Una Iglesia en la que fue sembrado el Evangelio y cultivado con la sangre de los mártires, desde el inicio de la evangelización, hasta hace poco con el martirio de los padres: San Mateo Correa y San Luis Bátis; los laicos: San Manuel Morales, San Salvador Lara, y San David Roldán, quienes fueron sacrificados en la persecución cristera. Somos gente recia, directa, noble, trabajadora y religiosa; de los Estados del norte somos los más pobres, pero con una gran esperanza, con un deseo de vida nueva, de mas justicia, de mas trabajo.

            De estas tierras han surgido innumerables vocaciones sacerdotales y religiosas; en nuestro Seminario hay jóvenes que quieren dar una respuesta al llamado de Dios. Vienen de todas partes, de la sierra, de los llanos, bastantes de las parroquias zacatecanas y también de las ciudades. Nuestra Arquidiócesis ha sido generosa en vocaciones de misioneros que se han entregado al servicio del Evangelio. Así también es nuestro presbiterio: unido, formado, bueno, generoso, disponible, sencillo, exigente, que espera de su pastor su cercanía para llevar el yugo suave y aligerar la carga.

Mons. José Antonio, queremos que seas nuestro Obispo y nuestro Pastor. Queremos que anuncies la Buena Nueva del Evangelio a todos los que vivimos en esta tierra. Queremos que seas el primer sacerdote, padre y hermano en el presbiterio de nuestra Arquidiócesis. Queremos que tengas la última palabra en el ejercicio del ministerio de la Comunión

            Queremos que seas para nosotros como lo dice el Papa Francisco: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación… y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos…el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos” (Evangelii Gaudium, 31).

Hoy te recibimos con esperanza, para caminar juntos. Anhelamos seguir siendo piedras vivas de esta Iglesia de Durango. Iglesia que se hace palabra, gesto, puerta abierta en todos los pueblos, comunidades y barrios, en la vida de nuestras parroquias, de los colegios católicos, de los grupos y movimientos, de nuestros planes de pastoral y de los proyectos sociales y educativos, que se llevan adelante. Queremos que tu cayado de Pastor nos indique el camino, y que tu caridad nos estimule a seguirlo. Que podamos anunciar a todos la alegría del Evangelio, esa que nadie nos puede quitar.

Cuenta con nosotros, con tu presbiterio, integrantes de la vida consagrada, los movimientos y asociaciones, de los innumerables laicos, que viven, trabajan y se entregan cada día con amor, para construir esta querida Iglesia de discípulos misioneros que peregrina en Durango.

            Ahora, nosotros somos tu hermano, tu hermana, tu padre y tu madre, somos tu nueva gran familia que hoy te recibe con alegría y que confía recibir lo mejor de ti; espera una palabra de consuelo para los que sufren, los enfermos, los pobres. Una familia que espera enriquecerse con tus dones, con tu guía de padre y de pastor.

Pero también hoy nosotros nos comprometemos como Iglesia, recordando las palabras que San Ignacio de Antioquía escribió a los cristianos de Esmirna: “que nadie haga nada en lo que atañe a la Iglesia sin contar con el Obispo”.

Que el Señor te bendiga, te siga colmando de Su presencia, y que María, la Virgen Inmaculada, patrona de nuestra Catedral y del Seminario, te acompañe siempre en este camino que hoy comienza. Amén.

Durango, Dgo., 23 de Noviembre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

¡¡BASTA YA!! Mensaje de los Obispos de México

mons enrique episcopeo-01Los Obispos de México decimos: ¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desparecidos. No queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o están desaparecidos en Iguala, en Tlatlaya y que se suman a los miles de víctimas anónimas en diversas regiones de nuestro país. Nos unimos al clamor generalizado por un México en el que la verdad y la justicia provoquen una profunda transformación del orden institucional, judicial y político, que asegure que jamás hechos como estos vuelvan a repetirse.

Reunidos para reflexionar sobre los desafíos actuales, vemos en esta crisis un llamado para construir un país que valore la vida, dignidad y derechos de cada persona, haciéndonos capaces de encontrarnos como hermanos.

En el año 2010, en la exhortación pastoral “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna” advertíamos sobre el efecto destructor de la violencia, que daña las relaciones humanas, genera desconfianza, lastima a las personas, las envenena con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza; afecta la economía, la calidad de nuestra democracia y altera la paz.

Con tristeza reconocemos que la situación del país ha empeorado, desatando una verdadera crisis nacional. Muchas personas viven sometidas por el miedo, la desconfianza al encontrarse indefensas ante la amenaza de grupos criminales y, en algunos casos, la lamentable corrupción de las autoridades. Queda al descubierto una situación dolorosa que nos preocupa y que tiene que ser atendida por todos los mexicanos, cada uno desde su propio lugar y en su propia comunidad.

En nuestra visión de fe, estos hechos hacen evidente que nos hemos alejado de Dios; lo vemos en el olvido de la verdad, el desprecio de la dignidad humana, la miseria y la inequidad crecientes, la pérdida del sentido de la vida, de la credibilidad y confianza necesarias para establecer relaciones sociales estables y duraderas.

En medio de esta crisis vemos con esperanza el despertar de la sociedad civil que, como nunca antes en los últimos años, se ha manifestado contra la corrupción, la impunidad y la complicidad de algunas autoridades. Creemos que es necesario pasar de las protestas a las propuestas. Que nadie esté como buitre esperando los despojos del país para quedar satisfecho. La vía pacífica, que privilegia el diálogo y los acuerdos transparentes, sin intereses ocultos, es la que asegura la participación de todos para edificar un país para todos.

Estamos en un momento crítico. Nos jugamos una autentica democracia que garantice el fortalecimiento de las instituciones, el respeto de las leyes, y la educación, el trabajo y la seguridad de las nuevas generaciones, a las que no debemos negarles un futuro digno. Todos somos parte de la solución que reclama en nosotros mentalidad y corazón nuevos, para ser capaces de auténticas relaciones fraternas, de amistad sincera, de convivencia armónica, de participación solidaria.

Nos vemos urgidos junto con los actores y responsables de la vida nacional a colaborar para superar las causas de esta crisis. Se necesita un orden institucional, leyes y administración de justicia que generen confianza. Es indispensable la participación de la ciudadanía para el bien común. Sin el  acompañamiento y la vigilancia por parte de la sociedad civil, el poder se queda en manos de pocos.

Ante la situación que enfrentamos, los Obispos de México queremos unirnos a todos los habitantes de nuestra nación, en particular a aquellos que más sufren las consecuencias de la violencia, acompañándoles, en su dolor, a encontrar consuelo y a recuperar la esperanza.

            Jesucristo es nuestra paz. Él está presente en su Palabra, en la Eucaristía, en donde dos o más se reúnen en su nombre, en todo gesto de amor misericordioso y en el compromiso por construir la paz en la verdad y la justicia.

Con esta certeza, redoblaremos nuestro compromiso de formar, animar y motivar a nuestras comunidades diocesanas para acompañar espiritual y solidariamente a las víctimas de la violencia en todo el país. A colaborar con los procesos de reconciliación y búsqueda de paz. A respaldar los esfuerzos de la sociedad y sus instituciones a favor de un auténtico Estado de Derecho en México. A seguir comunicando el Evangelio a las familias y acompañar a sus miembros para que se alejen de la violencia y sean escuelas de reconciliación y justicia.

Agradecemos al Papa Francisco su cercanía y preocupación en estas circunstancias. Unidos a él, celebraremos el próximo 12 de diciembre la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, haciendo una jornada de oración por la paz. Le pediremos su intercesión por la conversión de todos los mexicanos, particularmente la de quienes provocan sufrimiento y muerte.

Que Santa María de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive, que reclama a sus hijos desaparecidos y ruega por la paz en México, interceda por nosotros para que una oleada de amor nos haga capaces de reconstruir la sociedad dañada.

 

Durango, Dgo., 16 de Noviembre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Formar y promover una sociedad civil responsable para la construcción de la paz

mons enrique episcopeo-01Ante la oleada de violencia e inseguridad que se vive en nuestro país (desde hace años) y especialmente en algunos puntos importantes de nuestra geografía, es necesario que reflexionemos sobre qué podemos hacer ante esta realidad. Además de pedir con insistencia que se dé una respuesta a los familiares, amigos, compañeros de la escuela, y a toda la sociedad, sobre la desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, debemos enfocarnos en lo que debemos hacer para detener este cáncer que rápidamente avanza y nos afecta a todos. Aunque este no es el único caso de impunidad, corrupción y violencia que existe en nuestro país.

            Los obispos mexicanos en el año 2010 (Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna) hicimos un análisis sobre esta realidad y además propusimos varias acciones como compromisos pastorales para construir la paz: promover el desarrollo; formar hombres y mujeres nuevos en Cristo; educación para la paz; formar ciudadanos para la paz y construcción de la paz.

Propusimos promover una sociedad civil responsable. La respuesta a los desafíos de la inseguridad y la violencia es responsabilidad de la autoridad pública, pero también de los ciudada­nos que asumen su responsabilidad social y que, de manera individual o asociados, asumen sus compromisos y obligaciones ante la sociedad a la que pertenecen constituyendo lo que llamamos la socie­dad civil responsable. Ésta se concretiza en las organizaciones sociales que participan activamente para encontrar solución a problemas que afectan a todos y tiene en sus manos la oportunidad para participar creativamente en la construcción de una sociedad segura y sin violencia. Estos grupos están tomando conciencia del poder que tienen entre manos y de la posibilidad de generar cambios importantes para el logro de políticas públicas más justas.

La sociedad civil actúa normalmente en el campo público en función del bien común, no busca el lucro personal, ni el poder político o la adhesión a algún partido. El bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana y aquí se tiene el punto de encuentro entre sociedad civil y comunidad política: ésta se constituye para servir a la sociedad civil y tiende al bien común cuando actúa en favor de la creación de un ambiente humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento de los respectivos deberes.

Llamamos sociedad civil responsable a los ciudadanos que, de manera individual o asociada, establecen relaciones que dan vida al tejido social y base a una verdadera comunidad de personas. Es importante subrayar la responsabilidad, pues en la sociedad civil pueden existir grupos organizados y legítimamente constituidos para defender sólo sus idearios o intereses, sin apropiarse las exigencias del bien común. En cambio, en la sociedad civil responsable las cosas no funcionan por imperativos externos a ella, no participa, ni se organiza en función del poder político, administrativo o económico, sino por propia iniciativa, por autodisciplina y por sentido del interés general; es decir, por responsabilidad cívica y ciudadana que le lleva a ser vigilante y propositiva frente a las instituciones del Estado.

La sociedad civil responsable no surge por generación espontánea; es necesario formarla, desarrollando en ella tres capacidades: el conocimiento de la realidad, la responsabilidad social y el sentido y compromiso con la justicia social. Es necesario formar a los laicos de nuestras comunidades, mediante la Doctrina Social de la Iglesia y las ciencias sociales y políticas para que tengan incidencia significativa en los ámbitos: social, cultu­ral y político, e incluso en la conciencia de la misma comunidad eclesial.

El Catecismo de la Iglesia Católica (417-418) nos ilumina: “La comunidad política se constituye para servir a la sociedad civil, de la cual deriva…La sociedad civil es un conjunto de relaciones y de recursos, culturales y asociativos, relativamente autónomos del ámbito político y del económico…Se caracteriza por su capacidad de iniciativa, orientada a favorecer una convivencia social más libre y justa, en la que los diversos grupos de ciudadanos se asocian y se movilizan para elaborar y expresar sus orientaciones, para hacer frente a sus necesidades fundamentales y para defender sus legítimos intereses…La comunidad política y la sociedad civil, aun cuando estén recíprocamente vinculadas y sean interdependientes, no son iguales en la jerarquía de los fines. La comunidad política está esencialmente al servicio de la sociedad civil y, en último análisis, de las personas y de los grupos que la componen”.

Lo que hemos visto en estas últimas semanas como respuesta a la desaparición de los 43 estudiantes, ha sido el despertar de una sociedad civil, encabezada por los estudiantes normalistas y a la que se han unido otros sectores de la sociedad, que busca una incidencia social, política y cultural, para defender sus derechos y los de la comunidad, y para provocar cambios estructurales, en orden a la construcción del bien común y el respeto por derechos humanos. ¡Oremos por los que han muerto! ¡Oremos por nuestra patria!

 

Durango, Dgo., 9 de Noviembre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Lo humano no es verdaderamente humano más que allí donde está sostenido por la armadura incorrupta de lo sagrado

           mons enrique episcopeo-01 Hace unos días Participé en el Congreso Latinoamericano “Pastoral de Salud y Humanización”, convocado por el Consejo Episcopal Latinoamericano, en Bogotá, Col. Una de las ponencias magistrales fue la del P. José Carlos Bermejo, “Aspectos antropológicos de la humanización en salud”, nos habló del fenómeno de la deshumanización que se vive, sobre todo en las instituciones de salud pública y practica sanitaria. La medicina, la atención sanitaria, la protección social, las profesiones como médicos y enfermeras, son intrínsecamente humanas y humanizadoras.

            Como se manifiesta la deshumanización. Surgen realidades como; no todos los seres humanos tienen el mismo acceso a los recursos preventivos, diagnósticos, terapéuticos, paliativos, rehabilitadores; no todas las personas son atendidas en el respeto de su dignidad de seres humanos. Otros signos de deshumanización son: el paciente se convierte en un objeto, se cosifica, pierde sus rasgos personales; descuido de la dimensión emotiva y de valores; ausencia de calor humano en la relación profesional; falta de autonomía del enfermo que termina siendo manipulado; la frecuente negación al paciente de sus opciones últimas en diagnósticos graves, etc., por esto se detecta una lamentación generalizada de deshumanización en el campo sanitario.

Existe una conciencia de que la persona enferma no es siempre tratada con la dignidad que le corresponde, y esto sucede cuando se producen procesos de despersonalización en las relaciones, cuando las necesidades no son satisfechas a la medida del hombre, cuando la tecnología anula o reemplaza la insustituible importancia del encuentro interpersonal, cuando los criterios economicistas impiden que los valores más genuinamente humanos estén en el centro de los programas y servicios que tienden a prevenir, curar, cuidar.

Vivimos en una sociedad más humana respecto al pasado. Este es un momento de la historia en que la dignidad de la vida humana está más considerada a la vez que grandemente violada. Se describe el fenómeno de la deshumanización como un problema de ética fundamental (Bioética), y se detecta en todos los campos de la vida.

Qué es Humanizar, es “hacer una cosa más humana, menos cruel, menos dura para los hombres”. Humanizar algunos ambientes supone partir de una idea: cómo debería vivir el ser humano para realizarse plenamente como tal. Humanizar una realidad significa hacerla digna de la persona humana, es decir, coherente con los valores que acepta como peculiares e inalienables, hacerla coherente con lo que permita dar una significado a la existencia humana, todo lo que permite ser verdadera persona.

            Ser rico en humanidad consiste en restituir la plena dignidad y la igualdad de derechos a cualquier persona que se vea en dificultades y no pueda participar plenamente en la vida social. La riqueza de humanidad es un compromiso con las capas débiles y los sujetos frágiles. Quien tiene la cualidad de la humanidad mira, siente, ama y sueña de una manera especial. La preocupación por el otro vulnerable es la fuerza motora de la humanización.

            Humanizar el mundo de la salud es un proceso complejo que comprende todas las dimensiones de la persona y que va desde la política hasta la cultura, la organización sanitaria, la formación de los profesionales de la salud, el desarrollo de planes de cuidados, etc. En el mundo sanitario, humanizar dignifica hacer referencia al hombre en todo lo que se realiza para promover y proteger la salud, curar las enfermedades, garantizar un ambiente que favorezca una vida sana y armoniosa a nivel físico, emotivo, social y espiritual.

            Un primer aspecto humanizador de la salud se centra en el respeto a la unicidad de cada persona. Cada persona es irrepetible, no puede ser generalizada, y responde con un estilo propio a las crisis de la vida. En segundo lugar, el contacto debe intentar reconocer el protagonismo de los pacientes y familiares en los procesos de salud. Para convertirse en protagonista, el enfermo debe ser ayudado a comprende su situación con una información clara y precisa. Además, para poder asumir responsabilidades, el enfermo tiene derecho a conocer las opciones terapéuticas disponibles; de lo contrario, solo desempeñará un papel pasivo de dependencia.

            Es importante el concepto de calidad de vida, vinculado con el de dignidad de la vida humana. Atender a la calidad de vida es una exigencia moral innegable, y esta se refiere a cualquier tipo de acción orientada a crear condiciones más favorables para la expansión y desarrollo de cualquier ser humano. La responsabilidad de la calidad de vida se extiende a todos los seres humanos, los más débiles corren el riesgo de convertirse objetos, en lugar de sujetos de su propia historia. Los frágiles, los enfermos, los pobres, deben pasar de la resignación y pasividad a la confianza en sí mismos y a la colaboración solidaria en el camino de la salud.

Humanizar no es una tarea que tenga que ver exclusivamente con el mundo de la salud. Afecta a la cultura, a la política, a la educación, a la economía. Afecta a todos los ámbitos en los que el ser humano se realiza y despliega su ser.

Razón y corazón han de dialogar sabiamente con una inteligencia ética integrada que despeje el racionalismo y el emotivismo para humanizar la vida, porque no es lo mismo ser humano que vivir humanamente y precisamente esta última es la tarea que nos ha sido encomendada a cuantos vivimos.

Durango, Dgo., 2 de Noviembre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Jesús médico de cuerpos y almas

mons enrique episcopeo-01La Pastoral de la Salud celebró, del 20 al 24 de octubre, el Encuentro Nacional de agentes en la Arquidiócesis de Yucatán (Mérida): “La comunidad católica generadora de salud, acción y misión”. El curso tuvo el objetivo de afianzar la formación de los agentes en torno a la fuente y culmen de la salud que es Jesús.

Revisamos la realidad de la salud en México; reflexionamos sobre la misión de la Iglesia en el campo de la salud: Evangelización y pastoral de la salud; pastoral orgánica y pastoral de la salud; criterios teológicos para una correcta organización de la pastoral de la salud; la parroquia fuente de salud; pastoral de la salud en hospitales, asilos, dispensarios y estructuras sociales de salud; aplicación práctica de las dimensiones de la pastoral de la salud (anuncio-celebración-fraternidad-solidaridad); bases de formación y espiritualidad de los agentes de pastoral de la salud.

El primero que aplica a Cristo el título de médico es Ignacio de Antioquía: “No hay más que un solo médico, carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios venido en carne, en la muerte vida verdadera, Hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y ahora impasible, Jesucristo nuestro Señor” (Ad Eph 7,2). Clemente de Alejandría lo llama “médico integral”; Cirilo de Jerusalén “médico de almas y cuerpos”.

            Los cristianos de los primeros siglos, reproduciendo la imagen de Cristo-Médico, eran llamados “terapeutas” y las comunidades se presentaban como lugares de curación y salvación. La fuerza de atracción del movimiento cristiano que se difundió, por toda el área mediterránea, pese a las persecuciones dramáticas que hubo de afrontar, se debía a la dimensión terapéutica de su apostolado.

En tiempos de Jesús, obviamente, no existían los actuales conocimientos científicos acerca de las enfermedades y los microorganismos que las pueden causar, no existía una descripción teórica adecuada de los males psicológicos. Tampoco eran conocidas intervenciones quirúrgicas significativas, exceptuando la circuncisión (carácter más socio-religioso que terapéutico). Las normas de higiene eran bien rudimentarias, al igual que las medicinas y los cuidados médicos, que a menudo se reducían a dietas (Lc 8,55), ungüentos y cataplasmas (Is 1,6;38,21), colirios (Ap 3,18) y baños terapéuticos (Jn 5,4). No obstante, existía una cierta observación de la experiencia que daba origen a una especie de medicina práctica. Los evangelios describen discapacidades físicas como la parálisis (Hech 5,5-10), la sordera y la mudez (Mc 7, 31-37) la epilepsia (Lc 9,38), la hidropesía (Lc 14,2), las hemorragias (Mt 9,20-22).

La actividad curativa de Jesús es una de las paginas mejor atestiguadas del Nuevo Testamento: “Jesús recorría toda Galilea… predicando el Evangelio de reino y curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria. Le traían todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y sufrimientos, endemoniados, lunáticos y paralíticos y los curaba” (Mt 4,23-24). A quien le reprochaba que compartiera su mesa con pecadores, Jesús respondía: “No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos… No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12-13).

            Son innumerables los relatos de curación de los evangelios. Jesús sana a la suegra de Pedro de la fiebre que la atormentaba: “Él la agarró de la mano y desapareció la fiebre” (Mt 8,14-15); cura al paralítico, a quien también perdona los pecados (Mt 9,1-8); restituye la salud a una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años (Mt 9,20-22); devuelve la vista a los ciegos (Mt 9,27-31); el caso del joven ciego de nacimiento, quien es curado por Jesús (Jn 9,1-41); restituye la palabra y el oído a un sordomudo (Mc 7,31-37) y el uso de la articulación a un hombre que tenía la mano seca (Mt 12, 9-14); sana a un epiléptico (Mt 17,14-21), a un hidrópico (Lc 14,1-6) y a una mujer encorvada, enferma desde hacía dieciocho años (Lc 13,10-17).

En una ocasión fue el mismo Jesús quien se hizo presente en persona ante un enfermo crónico, abandonado por todos desde hacía treinta y ocho años. Jesús entró en la piscina Betesda bajo cuyos pórticos yacía un gran número de enfermos, ciegos, cojos, y paralíticos (Jn 5,3). En ciertos momentos descendía un ángel a la piscina y agitaba el agua; el primero que accedía a esta tras el movimiento del agua quedaba curado de cualquier enfermedad de la que estuviera aquejado: “Había allí un hombre, enfermo hacía ya treinta y ocho años. Jesús lo vio echado y, sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres curarte? El enfermo le respondió: Señor no tengo a nadie que, al agitarse el agua, me meta en la piscina; y, en lo que yo voy, otro baja antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda. En aquel mismo instante el hombre quedó curado, tomo la camilla y comenzó a andar. Aquel dia era sábado” (Jn 5,5-9). La piscina, con su agua de manantial fresca y abundante, tenía un poder de regenerados para la salud. Jesús toma la iniciativa ¿Quieres curarte? (Jn 5,6).

En este paralítico podemos vislumbrar a la humanidad expuesta a la extrema marginación de la enfermedad y la soledad. El paralítico ve cada día a los otros enfermos, que vienen acompañados y son introducidos dentro del agua con el fin de obtener la curación. El, mientras tanto, queda solo e inmóvil. Nadie se ocupa de él.

Las grandes ciudades y sus muchedumbres anónimas esconden dramas silenciosos de marginación y soledad. Jesús se hace el encontradizo con todos, ofreciendo de varios modos su agua de vida; con la palabra del evangelio, con su presencia eucarística en la comunidad eclesial, con la acogida, la ayuda y la solidaridad de hombres buenos y virtuosos. Es este un extraordinario antídoto contra la soledad y la marginación de pobres, enfermos, ancianos.

 

                                                                                          Durango, Dgo., 26 de Octubre del 2014

 

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Que no disminuya la ayuda de la comunidad internacional para aliviar a los hermanos que están sufriendo a causa de la epidemia del ébola

mons enrique episcopeo-01Esta es la invitación del Papa Francisco: “Mi pensamiento se dirige ahora a los países de África que están sufriendo a causa de la epidemia del ébola. Estoy cercano a las numerosas personas afectadas por esta terrible enfermedad. Os invito a rezar por ellos y por quienes han perdido tan trágicamente la vida. Deseo que no disminuya la ayuda necesaria de la comunidad internacional para aliviar los sufrimientos de estos hermanos y hermanas nuestros”.

Según informes internacionales, la epidemia de ébola en África occidental ha causado hasta ahora la muerte de 2.811 personas, de los 5.864 infectados en Liberia, Sierra Leona y Guinea Conakry. De acuerdo a algunos científicos e investigadores, muy preocupados por la rápida difusión de esta enfermedad, la tasa de mortalidad en esta epidemia es del 71 por ciento.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anuncia la ampliación del plan de respuesta de su Gobierno contra la epidemia de ébola en África Occidental, una misión a la que asignará 3.000 militares y destinará nuevos fondos que podrían ascender a unos 600 millones de dólares. Obama considera el brote una prioridad para la seguridad nacional. Dos estadounidenses han sido tratados con éxito y otros dos se encuentran en tratamiento en Estados Unidos tras ser evacuados de África Occidental, pero la Casa Blanca considera que no hay riesgo de un brote en Estados Unidos.

La Organización de las Naciones Unidas, estima en mil millones de dólares el requerimiento financiero para poner bajo control la epidemia de ébola en África Occidental, diez veces más de lo que había calculado hace un mes. Los mil millones solicitados, si se consiguen, se repartirán en los tres países más afectados (Guinea Conakry, Liberia y Sierra Leona) en acciones para lograr los cinco objetivos que se han marcado como prioritarios: detener los contagios, tratar a los infectados, asegurar los servicios esenciales, preservar la estabilidad de los países más afectados y prevenir nuevos brotes en países que no han registrado contagios.

El subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de la Secretaría de Salud en México, Pablo Kuri, aseveró que desde el 1 de agosto, se emitieron los primeros avisos preventivos de viaje, ya que «en salud pública nunca puede decir uno nunca y lo que hay que hacer es estar preparados». En entrevista para el programa «En los Tiempos de la Radio» (13 octubre 2014) dijo que lo que ocurrió en España y Estados Unidos da cuenta de la importancia de la capacitación del personal de salud, que es quien atiende.

Para que haya un caso de ébola tiene que haber contacto con un paciente y no porque alguien venga de algún lugar de África donde no hay ébola y tenga fiebre va a ser un caso de ébola, tiene que venir de algunos de los países donde está habiendo este brote, que no es toda África, son Liberia, Guinea y Sierra Leona.

Si alguien llegara a México procedente de estos países africanos donde pudo haber estado en contacto con algún enfermo, se tienen todos los focos rojos para detectarlo y diagnosticarlo, porque ya se inició con la capacitación de infectólogos para que se haga la toma de muestra y se tomen todas las precauciones correspondientes, además de que hay ocho hospitales distribuidos en el país para ayudar a pacientes.

El ébola no se transmite por aire, por agua, por alimentos, ni en el periodo de incubación, se transmite si uno tiene contacto con la saliva, diarrea, vómito y ropa de un paciente, así como el tener contacto con un cadáver infectado. No hay casos de ébola en México, sino que ha habido varios «sospechosos» de ébola.

No existe un tratamiento específico o vacuna para las personas que contraen este virus, están en proceso de desarrollo y obviamente hay una inversión importante en muchos lugares del mundo para ver si se puede encontrar una vacuna y un tratamiento específico. El tratamiento es de sostén, es decir, cuestiones para los fluidos, la fiebre y para los dolores. Entre los síntomas del ébola se encuentran: fiebre súbita alta, adinamia (no se quieren mover), diarrea y vómito; así como hemorragias. El ébola surgió en 1976, y el brote más importante se dio cerca del río Ébola, de ahí el nombre.

            Otros, como el Dr. José Gerardo Velazco Castañón, investigador responsable del Laboratorio de Influenza e infecciones respiratorias del Centro de Investigación y Desarrollo en ciencias de la Salud de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), afirma que en México, como en muchos otros países, existe una posibilidad alta de que lleguen personas contagiadas con el virus del Ébola (Entrevista en Telediario, 13 de Octubre del 2014 a las 18:36).

            “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16). Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás se vuelve el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios (Mensaje en la Jornada Mundial del Enfermo 2014).

                                                                                          Durango, Dgo., 19 de Octubre del 2014

 

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

El único camino para la paz es la cultura del encuentro y del diálogo

mons enrique episcopeo-01Hoy se celebra por vez primera la fiesta de San Juan XXIII y, en las oraciones litúrgicas, se le recuerda como «imagen viva del Buen Pastor» y se pide que, al igual que en el Papa Roncalli, se despierte en nosotros «la llama de la caridad».

Ante el fantasma de la guerra que está presente en el mundo, es necesaria una vuelta a la encíclica del Papa “Bueno” Pacen in Terris (1963).

Su santidad el Papa Francisco constantemente  ha hecho oír el “grito que, con creciente angustia, se levanta en todas las partes de la tierra, en todos los pueblos, en cada corazón, en la única gran familia que es la humanidad: ¡el grito de la paz! Es el grito que dice con fuerza: Queremos un mundo de paz, queremos ser hombres y mujeres de paz, queremos que en nuestra sociedad, desgarrada por divisiones y conflictos, estalle la paz; ¡nunca más la guerra! La paz es un don demasiado precioso, que tiene que ser promovido y tutelado”.

Además denuncia también, “con particular sufrimiento y preocupación las numerosas situaciones de conflicto que hay en nuestra tierra”.  En los últimos meses el papa Francisco ha reiterado varias veces su llamada a poner fin a los conflictos en Ucrania, Irak, Siria, Gaza, Ucrania y algunas partes de África. La guerra es irracional. Solo lleva a destrucciones. A través de las destrucciones crece. La avidez, la intolerancia y el deseo del poder son los motivos de la guerra.

La paz en la tierra (Pacem in Terris 1-35), es la suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios. En los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, dotándole de inteligencia y libertad, y le constituyó señor del universo, como el mismo salmista declara con esta sentencia. Resulta sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre los individuos y entre los pueblos. Parece como si las relaciones que entre ellos existen no pudieran regirse más que por 1a fuerza.

Sin embargo, en lo más íntimo del ser humano, el Creador ha impreso un orden que la conciencia humana descubre y manda observar estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia. Por otra parte, ¿cómo podría ser de otro modo? Todas las obras de Dios son, en efecto, reflejo de su infinita sabiduría, y reflejo tanto más luminoso cuanto mayor es el grado absoluto de perfección de que gozan.

Equivocadamente se piensa que las relaciones de los individuos con sus respectivas comunidades políticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas y los elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del hombre.

Son, en efecto, estas leyes las que enseñan claramente a los hombres: cómo deben regular sus mutuas relaciones en la convivencia humana; cómo deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades públicas de cada Estado; cómo deben relacionarse entre sí los Estados; cómo deben coordinarse, de una parte, los individuos y los Estados, y de otra, la comunidad mundial de todos los pueblos, cuya constitución es una exigencia urgente del bien común universal.

El orden que debe regir entre los hombres, se fundamenta en la persona humana como sujeto de derechos y deberes. Todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto. Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna.

¿Qué podemos hacer nosotros por la paz en el mundo? Como decía el Papa Juan XXIII, a todos corresponde la tarea de establecer un nuevo sistema de relaciones de convivencia basadas en la justicia y en el amor (Pacem in Terris 301-302).

¡Que una cadena de compromiso por la paz una a todos los hombres y mujeres de buena voluntad! (Ángelus 1 sept. 2013). Es una fuerte y urgente invitación que dirijo a toda la Iglesia Católica, pero que hago extensiva a todos los cristianos de otras confesiones, a los hombres y mujeres de las diversas religiones y también a aquellos hermanos y hermanas no creyentes: la paz es un bien que supera cualquier barrera, porque es un bien de toda la humanidad. No es la cultura de la confrontación, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino ésta: la cultura del encuentro, la cultura del diálogo, éste es el único camino para la paz.

 

                                                                                          Durango, Dgo., 12 de Octubre del 2014

 

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Que los obispos de todo el mundo debatan “en total libertad” sobre el nuevo modelo de familia

 

mons enrique episcopeo-01Hoy existe una problemática inédita sobre la familia, que hasta hace pocos años no se presentaba: la difusión de parejas de hecho, que no acceden al matrimonio y a veces excluyen la idea del mismo, a las uniones entre personas del mismo sexo, a las cuales a menudo es consentida la adopción de hijos; matrimonios mixtos o interreligiosos; la familia mono parental; la poligamia, difundida todavía en no pocas partes del mundo; los matrimonios concordados con la consiguiente problemática de la dote, a veces entendida como precio para adquirir la mujer; el sistema de las castas; la cultura de la falta de compromiso y de la presupuesta inestabilidad del vínculo; formas de feminismo hostil a la Iglesia.

Otras situaciones de la familia: fenómenos migratorios y reformulación de la idea de familia; pluralismo relativista en la concepción del matrimonio; influencia de los medios de comunicación sobre la cultura popular en la comprensión de la celebración del casamiento y de la vida familiar; tendencias de pensamiento subyacentes en la propuestas legislativas que desprecian la estabilidad y la fidelidad del pacto matrimonial; la difusión del fenómeno de la maternidad subrogada (alquiler de úteros); nuevas interpretaciones de los derechos humanos.

En el ámbito estrictamente eclesial, se constata el debilitamiento o el abandono de fe en la sacramentalidad del matrimonio y en el poder terapéutico de la penitencia sacramental.

Todo esto nos muestra la urgencia con la cual el Papa Francisco ha convocado este Sínodo extraordinario y el desafío que representa para la Iglesia. Por esto ha despertado grandes  expectativas  las conclusiones y decisiones pastorales sobre la familia que puedan surgir de esta Asamblea.

Este domingo 5 de octubre a las 10, el Santo Padre celebrará la misa en la basílica de San Pedro con ocasión de la apertura de la III Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que se realizará del 5 al 19 de octubre, y que lleva el título: “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización”.

Qué es un Sínodo. Es una reunión de obispos de todo el mundo elegidos, unos directamente por el Papa, otros por las Conferencias Episcopales y otros en representación de determinadas instituciones religiosas, que se reúnen para asesorar y ayudar al Papa en su Gobierno con respecto a determinados temas previamente acordados. Tiene un carácter puramente consultivo. Es decir, aconseja al Papa, nunca determina lo que se ha de hacer.

Una vez reunidos, de manera plenaria o en comisiones, los obispos atienden las cuestiones que les ha propuesto el Papa para emitir una opinión. Estas, una vez aprobadas por la Asamblea en pleno, se recogen en las Actas del Sínodo que son entregadas al Santo Padre.

Los Padres sinodales serán191: hay 61 Cardenales, 1 cardenal patriarca, 7 patriarcas, 1 arzobispo mayor, 67 arzobispos metropolitanos, 47 obispos, 1 obispo Auxiliar, 1 sacerdote prelado y 6 religiosos. A ellos se unen como invitados 16 expertos, 38 auditores y auditoras y 8 delegados fraternos. Con motivo de esta asamblea centrada en la familia, se ha prestado una especial atención a las parejas casadas, a los padres y madres y a los cabezas de familia, que suman en total 12 personas y que incluso entre los expertos habrá una pareja casada

Este Sínodo demuestra la voluntad del Santo Padre de emprender un camino sinodal innovador y original, que se articula en dos partes, la primera con esta asamblea extraordinaria: los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización y la segunda con la asamblea ordinaria del próximo año, que tendrá por objeto: La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo.

Se realizó una preparación durante el cual resonó la voz de todo el pueblo de Dios, desde los obispos a los fieles laicos que a través del cuestionario adjunto al Documento preparatorio remitido a las Conferencias Episcopales, expresaron sus opiniones en materia. Hubo un elevado número de respuestas debido por un lado, al tema del Sínodo, que afecta a la vida de las comunidades, las familias y los individuos, y también porque refleja la preocupación pastoral que los obispos siempre han tenido para con la familia. Por otro lado, la amplitud del material recibido es ciertamente índice de la apertura y la libertad con la que se llevó a cabo la consulta. Esta amplia libertad de expresión también caracteriza a la asamblea sinodal, que sin duda se llevará a cabo en un clima de respeto para cada posición, de caridad mutua y de espíritu constructivo.

Habrá elementos nuevos en relación a la organización del trabajo en la metodología interna de la Asamblea y otros en relación con los medios de comunicación. Cada día habrá una sesión informativa en la Oficina de Prensa de la Santa Sede en colaboración con los Encargados de prensa y con la participación de algunos Padres sinodales. El boletín de la Oficina de Prensa contendrá la información del día. Además, estará activo el servicio Twitter para transmitir en tiempo real la síntesis de las noticias más importantes.

El trabajo de los Padres sinodales estará acompañado por las oraciones del pueblo de Dios. En Roma, en la capilla de la Salus Populi Romani de la basílica de Santa María la Mayor, todos los días a las seis de la tarde un obispo o un cardenal celebrará misa por la familia. En todo el mundo y especialmente en los santuarios dedicados a la Sagrada Familia, así como en los monasterios, comunidades religiosas, diócesis y parroquias se rezará por el Sínodo.

                                                                                           Durango, Dgo., 5 de Octubre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Los Obispos son pastores capaces de reconstruir la unidad, tejer redes, remendar, vencer la fragmentación

mons enrique episcopeo-01El pasado 26 de septiembre, su santidad el Papa Francisco ha nombrado a Mons. José Antonio Fernández Hurtado como IX Arzobispo de nuestra Arquidiócesis de Durango. La reacción del pueblo de Dios ante tal acontecimiento, especialmente en las redes sociales, ha sido de gran alegría porque Dios se ha fijado en nosotros, y de agradecimiento al Sr. Arz. Emérito Héctor González Martínez.

            Debemos prepararnos para recibir a nuestro nuevo pastor. Todos: presbiterio, religiosas/os, seminaristas, fieles laicos,  grupos y movimientos diocesanos. Quiero retomar ideas de un mensaje que recientemente el Papa Francisco dirigió a un grupo de obispos y que pueden ayudarnos a profundizar sobre lo que él quiere de ellos.

El Papa les recuerda, que existe un vínculo inseparable entre la presencia estable del obispo y el crecimiento de su rebaño. Toda reforma auténtica de la Iglesia de Cristo comienza por la presencia, la de Cristo que nunca falta, pero también la del pastor que gobierna en nombre de Cristo. Cuando el pastor está ausente o no se le encuentra, están en juego el cuidado pastoral y la salvación de las almas.

También, recordando su ordenación, les dice que están unidos por un anillo de fidelidad a la Iglesia que se le ha encomendado y que están llamados a servir. No se necesitan obispos felices superficialmente; hay que excavar en profundidad para encontrar lo que el Espíritu continúa inspirando a su Esposa. “No seáis obispos con fecha de caducidad, que necesitan cambiar siempre de dirección, como medicinas que pierden la capacidad de curar, o como los alimentos insípidos que hay que tirar porque han perdido ya su utilidad” (Mt 5, 13).

Para vivir en plenitud en sus Iglesias es necesario vivir siempre en Él y no escapar de Él: vivir en su Palabra, en su Eucaristía, en las “cosas de su Padre” (Lc 2, 49), y sobre todo en su cruz. No detenerse de pasada, sino quedarse largamente, como permanece inextinguible la lámpara encendida del Tabernáculo de sus majestuosas catedrales o humildes capillas, para que así el rebaño no deje de encontrar la llama del Resucitado. Por lo tanto, no obispos apagados o pesimistas, apoyados sólo en sí mismos y rendidos ante la oscuridad del mundo o resignados a la aparente derrota del bien.

Su vocación no es la de ser guardianes de un montón de derrotados, sino custodios del Evangelii Gaudium, y por lo tanto, no pueden probarse de la única riqueza que verdaderamente tenemos para dar y que el mundo no puede darse a sí mismo: la alegría del amor de Dios.

Una tarea importante del obispo está en primer lugar hacia sus sacerdotes. Hay muchos que ya no buscan al Señor, o viven en otras latitudes existenciales, algunos en los bajos fondos. Otros, olvidados de la paternidad episcopal o quizá cansados de buscarla en vano, ahora viven como si ya no fueran padres. Los exhorto a cultivar un tiempo interior en el que se pueda encontrar espacio para sus sacerdotes: recibirles, acogerles, escucharles, guiarles.

Quisiera que fueran obispos fáciles de encontrar no por la cantidad de los medios de comunicación de que disponen, sino por el espacio interior que ofrezcan para acoger a las personas y sus necesidades concretas, dándoles la totalidad y la amplitud de la enseñanza de la Iglesia, y no un catálogo de añoranzas. Y que la acogida sea para todos sin discriminación, ofreciendo la firmeza de la autoridad que hace crecer, y la dulzura de la paternidad que engendra. No caigan en la tentación de sacrificar su libertad rodeándose de séquitos y cortes o coros de aprobación, puesto que en los labios del obispo la Iglesia y el mundo tienen el derecho de encontrar siempre el Evangelio que hace libres.

Otra tarea es hacia el Pueblo de Dios encomendado a ustedes. Este pueblo tiene necesidad de su paciencia para curarlo, para hacerlo crecer. Sé bien lo desierto que se ha hecho nuestro tiempo. Se necesita imitar la paciencia de Moisés para guiar a su gente, sin miedo a morir como exiliados, pero gastando hasta su última energía no por ustedes sino para hacer que Dios entre en quienes ustedes guían. Nada es más importante que introducir a las personas en Dios. Les confío, sobre todo a los jóvenes y a los ancianos. Los primeros porque son nuestras alas, y los segundos porque son nuestras raíces. Alas y raíces sin las cuales no sabemos quiénes somos y ni siquiera adónde tenemos que ir.

Los quiero Obispos centinelas, hombres capaces de cuidar los campos de Dios, pastores que caminan delante, en medio y detrás del rebaño, les deseo fecundidad, paciencia, humildad y mucha oración.

 

                                                                                           Durango, Dgo., 28 Septiembre del 2014

 

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango