Homilía Domingo XXI ordinario
Elegir a Cristo
S. Juan evangelista siempre describe en su Evangelio las reacciones de los oyentes de Jesús. En el c. 3 analizó las actitudes de un doctor de la ley; en el c. 4 las actitudes de una mujer del pueblo; también en el c. 4, 43-53, las actitudes de un funcionario; hoy describe las reacciones de quienes rodean a Jesús, en torno a su discurso sobre el pan de vida.
El contenido del discurso sobre el pan de vida es un discurso duro. El evangelista propone el dilema de creer o no creer. Pues, ahora, Jesús se manifiesta plenamente; ahora aparece claro a los discípulos lo que significa aceptarlo; muchos no se sienten capaces y se retiran. Lo que Jesús pregunta es demasiado; algunos exclaman este lenguaje es duro; quien puede entenderlo? Y la incomodidad ante una elección que no admite posibilidades de evasión o de coartada, Jesús no hace nada para suavizar su discurso.
Sus palabras están destinadas a provocar ruptura. Él llega a ser signo de contradicción: su palabra invita ú obliga a salir de sí mismo para seguir a Dios; a superar la “carne” para vivir en el “Espíritu”; a no cerrarse en lo temporal o pasajero; sino trascender a lo eterno. En cambio, los hombres, instintivamente prefieren un Dios que les siga el juego, una vida carnal concreta antes que una vida espiritual, una seguridad temporal inmediata antes que una incierta perspectiva futura.
Cada intervención de Cristo en la historia del mundo o en los acontecimientos personales de cada persona, exige una respuesta decidida y precisa; un juicio o un discernimiento y al final un sí o un no. Y esto vale, no sólo para el último día de la existencia, sino para toda acción del hombre en cuanto que procede de un juicio interno que dice sí o que dice no “a la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”. El juicio final será una ratificación a muchos no y a muchos si que tejen nuestra vida.
Se trata de una adhesión incondicional. En la Celebración Eucarística, después de la consagración, el celebrante presenta el pan y al vino anunciando: “Misterio de la fe”; es decir lo que se está cumpliendo sobre el altar no es comprensible sino por una elección de fe; ante lo cual los razonamientos de la “carne” pierden su significado.
La palabra que resuena en la Misa es luz y es el pan ofrecido a todo cristiano, es fuerza y alimento para una respuesta positiva a las llamadas de Cristo Y, la Eucaristía pone a los fieles frente a Cristo, los interpela y los empuja a una elección decisiva.
Ante las palabras y las acciones de Cristo, el hombre de hoy no es distinto de los oyentes de ayer; no encuentra fácil superar las apariencias y ver con los ojos de la fe. No encuentra fácil aceptar que la vida viene sólo de Él. La elección que salva es la adhesión a Cristo: “Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos conocido y creído que Tú eres el santo de Dios”
Pero, esta elección es un don de Dios y es libre respuesta del hombre; presupone pues un reconocimiento de los propios límites y la necesidad absoluta de salvación, con la renuncia, más aún con el rechazo de todo mesianismo terreno, es decir el rechazo de toda perspectiva de auto-salvación por parte del hombre.
El duro discurso de Jesús, nos recuerda que la conversión, sea individual sea estructural, nunca es una operación sin dolor. La palabra de Jesús es tajante como espada de doble filo. Apliquemos pues, que, si la palabra del predicador solo tranquiliza la conciencia, pero no sacude, no escandaliza o no crea fracturas en quien escucha, no es un discurso cristiano, porque no obliga a elecciones fundamentales que son las que están en la raíz de nuestra fe.