Homilía Domingo XIV, 8-VIII-2012

Pecar, rechazando a Cristo

             En la primera lectura de hoy, inspirado el profeta Ezequiel dice: “hijo del hombre, yo te mando a los israelitas, a un pueblo de rebeldes, que se han vuelto contra mí. Ellos y sus padres pecaron contra mí hasta hoy; aquellos a los que te mando son hijos testarudos y de corazón duro. Tú les dirás: dice el Señor Dios; escuchen o no escuchen; porque son rebeldes; sabrán al menos que un profeta está en medio de ellos”; aún conociendo de antemano las reacciones y actitudes, Dios, confía a Ezequiel la misión de ir a los israelitas; la razón de ello, es para que sepan que existe un profeta en medio de ellos; que sepan, que Dios no los ha abandonado, pues es un Dios fiel y que por ello está presente.             

             El Evangelio de hoy, presenta el resultado del ministerio de Jesús entre las masas: “Un sábado, Jesús empezó a enseñar en la sinagoga; muchos quedan estupefactos y decían: ¿de donde la viene a este ese conocimiento?… y se escandalizaban de Él. Jesús se admiraba de su incredulidad”. Cuando Jesús busca la adhesión, obtiene el rechazo; ¿porqué?; porque los oyentes se dejan encasillar en categorías humanas como la familia, la ocupación o los parientes, y no quieren ir más allá, aceptando lo que se revela en Jesús. Si la idolatría caracteriza a las naciones paganas, la incredulidad afecta al mismo pueblo de Dios; toda la historia de Israel, está plagada de incredulidad, de rechazos y de regresos a los ídolos, de confianza en los dioses de los pueblos paganos. Expresión de este rechazo es la condición del profeta siempre obstaculizado y hasta perseguido.

             La relación de Jesús con su pueblo fue al mismo tiempo tierna y tempestuosa: “cuántas veces he querido recoger a tus hijos como una gallina recoge a sus polluelos bajo sus alas; pero no has querido” (Mt 23, 37). Como sus padres se comportaron con los profetas, así los israelitas se comportaron con Jesús: “son un pueblo de rebeldes… son hijos testarudos y de corazón duro;”.

             Son muchas las fallas y los  rechazos del pueblo elegido. Sobre todo los errores  de interpretación de la ley; el pueblo sofocó en la letra un documento lleno de tensión escatológica; redujo la figura y la misión del Mesías a dimensiones demasiado pequeñas, humanas y nacionalistas. Algunos sectores del pueblo creyeron poder ser autosuficientes por sí mismos y se cerraron a toda iniciativa de Dios. Ofuscados por la preocupación de ventajas humanas, los hebreos descuidaron los signos que Dios les enviaba. También el culto fue deformado en el formulismo y resultó un lugar de prestaciones cultuales sin un verdadero empeño personal.

             En este panorama el incidente del Evangelio de hoy, en Nazaret la tierra de Jesús, alcanza un significado educativo. Jesús se presenta en su pueblo, no como un simple ciudadano que visita a su familia; Él va con sus discípulos en pleno ejercicio de su calidad de Maestro dotado de sabiduría y de autoridad fuera de lo común. Pero, sus paisanos contrastan sus cualidades excepcionales con su origen; su gente, “se escandaliza de Él” y no lo acepta en lo que realmente es. S. Pablo dice, que un Mesías como Jesús “es locura para los griegos y escándalo para los judíos” (1Cor 1,23).

             Una gran parte de los hebreos no reconocieron a Jesús; entendamos que las razones de este rechazo aluden también a nosotros: es decir, también nosotros estamos en el peligro de querer salvarnos por nosotros mismos, de poner nuestra confianza solo en medios externos, de restringir la universalidad de nuestra religión con nuestras interpretaciones demasiado humanas y demasiado ligadas a un ambiente muy particular. Sobre todo también nosotros estamos en la continua tentación de hacer callar a los profetas porque nos incomodan de nuestras posturas adquiridas y hacen aparecer nuestras seguridades.

             Jesús no vino a confirmarnos en nuestras seguridades; su persona es siempre un signo de contradicción; su palabra empuja a hacer siempre nuevas y mejores elecciones y a comprometernos. Y sin embargo, nosotros sabemos tomar la justa distancia; sabemos ponernos por encima de las partes para no incomodar a nadie, para no provocar reacciones o rechazos. El profeta nos obliga a salir de nuestra posición de equilibrio, a dejar nuestra tranquilidad; por ello, frecuentemente el profeta es irritante. Una constante de los profetas es la dificultad de impactar con sus oyentes inmediatos. En un mundo como el nuestro, que busca vivir tranquilo, y disfrutar egoístamente el presente, el profeta es por fuerza, signo de contradicción.                

 

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