CXV Peregrinación de la Arquidiócesis a la Basílica de Guadalupe

CXV PEREGRINACIÓN DE LA ARQUIDIÓCESIS A LA BASÍLICA DE GUADALUPE

1.- Saludo.
Santa María de Guadalupe: tus hijos de la Arquidiócesis de Durango te saludan: “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve”.
En esta CXV Peregrinación de la Arquidiócesis de Durango a tu casita sagrada, hemos venido tu servidor y representantes de los 211 miembros del Colegio presbiteral, incluidos los cuatro Presbíteros que estamos ordenando en estas semanas. Además de duranguenses y zacatecanos por aparte y residentes en esta gran Ciudad, han venido fieles organizados de varias Parroquias.
Los que hemos venido, representamos a un millón seiscientos mil feligreses que se han quedado afanados en la fatiga asolada por alcanzar “el pan nuestro de cada día”. Otros, de las Parroquias de la Ciudad de Durango, ya han hecho tradición de peregrinar en este mismo día por la calle hacia tu Santuario en nuestra Sede Episcopal, con la intención particular de suplicar tu intercesión por el beneficio de las lluvias para nuestros campos.
Nosotros, con ellos y por ellos, con el júbilo de estar en tu “casita sagrada”, como a Madre de Dios y Madre nuestra te alabamos, te ensalzamos y te glorificamos. Y también “a Ti clamamos hijos de Eva, a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”, dejando bajo tu mirada compasiva y misericordiosa y arrojando en tu manto nuestras súplicas para que atiendas nuestras necesidades.
Por ello, iniciamos esta Santa Eucaristía, con alargado acto de contrición, penitencia del corazón y rogativa, con las letanías de los Santos.

2.- Primera lectura (1Re 16-18).
Muerto Omrí rey de Israel, le sucedió su hijo Ajab, quien se portó con Yavé mal y peor que todos los reyes anteriores: “tomó por esposa a Jezabel, hija de Etbal, rey de los sidonios, por lo que se puso a servir a su dios Baal y se postraba ante él” (1Re 16,31). .
Elías, profeta de la fidelidad al Dios vivo y verdadero, dijo a Ajab: “por la vida del Dios de Israel a cuyo servicio estoy, no habrá estos años lluvia ni rocío mientras yo no lo mande” (1Re 17,1); y, obedeciendo “las palabras de Yavé, se fue a vivir a orillas del torrente de Kerit, al oriente del Jordán; y los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y tomaba agua del torrente” (1Re 17, 5-6).
A los tres años, Yavé dijo a Elías: “vete y preséntate a Ajab, pues nuevamente mandaré la lluvia sobre este país. Y partió Elías para presentarse a Ajab” (1Re 18, 1-2-). Cuando se encontraron, Ajab gritó a Elías: “ahí vienes ¡peste de Israel! Elías contestó: no soy yo la peste de Israel, sino tú y tu familia, que han abandonado los mandamientos de Yavé para servir a Baal” (1Re 18,17-18). Después de competir solo con Ajab y sus 450 sacerdotes de Baal, con la gloria y el poder de Yavé Elías venció y degolló a los sacerdotes de Baal y mandó decir a Ajab: “ya siento ruido de lluvia que cae”; subiendo al monte Carmelo, “Elías se postró con el rostro hasta las rodillas y dijo a su ayudante una y siete veces “sube y mira para el mar”, hasta que el ayudante dijo: “veo una nube pequeña, como la palma de la mano, que sube del mar”. Entonces Elías volvió a decir a Ajab: “prepara tu carro y baja para que no te detenga la lluvia. Empezó a soplar el viento, y las nubes oscurecieron el cielo, hasta que cayó una gran lluvia” 1Re 18, 41-46).
Cuando Elías invoca a Yavé sobre su sacrificio, dijo:”que todo el pueblo sepa que Tú eres Dios, y que Tú conviertes sus corazones” (1Re 18, 37). El fuego, el milagro y la lluvia no pretenden asustar al pueblo, ni siquiera dejarlo maravillado; su fin es que el pueblo descubra que Dios vive y se preocupe por buscarlo; su fin es mostrar que Yavé ama a Israel y que quiere despertar nuevamente su amor.
Actualmente los pronósticos metereológicos nacionales, anuncian para este año, escasez de lluvias para los campos de siembra en nuestras tierras norteñas. Nuestros ánimos entristecen y con las entrañas estrujadas también reconocemos nuestra infidelidad, en lo cual incluimos el pecado ecológico del calentamiento global, de los incendios forestales y del mal uso de los recursos naturales; en la larga historia humana no hemos aprendido a usar razonablemente los bienes de la tierra, como el agua, la madera, el oro o la plata. Sin embargo, la Providencia Divina que vela por la creación y por la humanidad, obra de sus manos, puede actuar por encima de los errores humanos o de los cálculos tecnologicos.
Por ello, recordando las penalidades del Pueblo de Israel y del profeta Elías por el desierto con la viuda de Sarepta y con los sacerdotes de Baal, ¡Santa María de Gudalapue!: interponemos la mediación de la Santa Iglesia e imploramos tu intercesión, para insistir hoy en sentido material y en sentido religioso-espiritual, con el responsorio a la primera lectura: “Señor, danos siempre de tu agua” (Salmo 84)..

3.- Segunda lectura (Mateo 5, 20-26).
Inicia este trozo del Evangelio de S. Mateo, afirmando: “si su justicia no es mayor que la de los fariseos o de los maestros de la ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los cielos” (20). Unos renglones antes, en el versículo 17, Jesús asienta: “he venido no para deshacer cosa alguna, sino para llevarla a la forma perfecta”. Así y aquí comienza Jesús a presentar la nueva Ley. Prácticas, ayunos, oraciones y obras de nuestra religiosidad se asemejan a las prácticas religiosas de los judíos; Jesús casi no habla de ello, pues, aunque la Biblia se extiende sobre cosas que se han de cumplir, también prevé que nuestras costumbres, normas y prácticas deben evolucionar hacia la plenitud de la Nueva Alianza.
En el versículo 18 leemos: “mientras dure el cielo y la tierra, no pasará una letra o una coma de la Ley hasta que todo se cumpla”. La religión, el Decálogo, las profecías, los ritos y sacrificios del Antiguo Testamento debían cumplirse como expresión de la misericordia de Yavé y del pecado. Pero, para interiorizarlas el Espíritu nos lleva más lejos a la luz y en la plenitud de Cristo: “Yo les digo: si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos; ustedes no entrarán en el Reino de los Cielos” (20). Disculpas, pretextos, mentiras o ambiciones no nos justifican. Jesús muestra como más importante el camino del espíritu; los discípulos y misioneros de Jesucristo no piensan en un camino fácil, sino en el llamado a una vida perfecta.
Aunque en Durango contamos con la savia del Evangelio desde 1563, nos dejamos contaminar del mundo que nos rodea; y todos tenemos infidelidades pendientes con Dios por el quebranto al Decálogo, como decimos en el acto de contrición: de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Jesús recuerda el Decálogo: “no matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: todo el que se enoje con su hermano…, o el que insulte a su hermano, serán llevados ante el tribunal… y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda” (21-24). Quedan en pie los preceptos del Decálogo; pero, la Nueva Alianza llama a la purificación del corazón, de intenciones y deseos. Es una nueva lucidez que nace de la mirada puesta en Dios.

4.- En la postmodernidad.
Jesús nos propone las normas de la nueva Alianza: “yo se los digo: si no hay en ustedes algo mucho más perfecto que lo de los fariseos o de los maestros de la Ley, ustedes no podrán entrar en el Reino de los cielos” (20).
Aunque, cuando intentamos la gran novedad de imitar a Dios Padre: “sean ustedes perfectos como es perfecto su Padre que está en el cielo” (48), descubrimos lo imperfecto de nuestros criterios acompañados de inmoralidad e incoherencia.
La caída de Constantinopla en poder de los turcos (1453), inicia el cambio más hondo del presente milenio, de un “mundo medieval cristiano” que pasa por una nueva era a un “mundo moderno y secularizado”. Desde entonces, la humanidad viene arrastrando un proceso de secularización, que ensalza la razón humana, los valores corporales y artísticos como el amor, el arte o la vida, pero rebaja los valores sobrenaturales.
El Dios personal y trinitario, subsistente y trascendente, fuente de amor y origen de todos y de todo, es sustituido por un valor humano elevado al nivel de lo divino. No desaparece la religiosidad, sino que es trasladada del Dios trascendente a una divinidad en cierta medida creada por el hombre. Los medios terrenos para llegar a Dios se convierten en fines. Hay católicos gays (contentos) que quieren casarse por la Iglesia, adoptar niños y bautizarlos; hay Presbíteros que los aprueban, los acompañan y les celebran los Sacramentos, puesto que Dios acepta a todos. Igualmente se diviniza la vida terrena; si la naturaleza obra y actúa continuamente, el hombre como parte de la naturaleza debe vivir en acción continua: “la convicción acerca de nuestra supervivencia brota para mí desde el concepto de actividad: si yo obro sin descanso hasta mi fin, la naturaleza está obligada a darme otra forma de existencia” (Goethe). De este texto se deduce que la vida eterna no se presenta como un don de Dios, sino como fruto de la actividad terrena: el obrar humano adquiere un sentido religioso autosalvífico. Lo que encontramos no es una desaparición de lo religioso, sino que la fe se separa de la Iglesia, del dogma o de la relación institucional de tal manera que lo religioso se enseñorea de nuevas esferas: algo terreno es elevado a lo ultraterreno y sagrado, y lo que se convierte en ultraterreno se ofrece como sustituto del viejo dios muerto, perdido o puesto en discusión. Así lo que esperan los poetas, no es la venida de Cristo, sino el retorno de la cultura griega; la fuerza operativa de la historia no es el Espíritu Santo, sino la plenitud placentera del espíritu.
De lo subyacente en lo anterior, quiero realzar nuestra pereza espiritual y moral para seguir radicalmente la puesta en práctica del Evangelio; pero sobre todo, nuestra flojera misionera, evangelizadora y pastoral para afrontar la avalancha de perversión que nos lanza la globalización mundial; y en consecuencia pereza y flojera pastorales en el empeño por reimplantar el Evangelio y el Reino.
Especialmente, salta a la vista, el pecado social del narcotráfico y su secuela de violencia acarreando derramamiento de sangre y muerte, dolor y lágrimas, orfandad y viudez. Igualmente, el narcomenudeo para consumo interno y popular, impulsado por ventanas y puchadores en las sombras de la noche o a la luz del día. El gran mercado de la droga y el narcomenudeo traen luego su secuela violenta de lucha de espacios, levantones, atentados, secuestros, ejecuciones, lucha campal, descabezados, complicidades e impunidades, fenómenos que afloran por toda la geografía de la Arquidiócesis.
Necesitamos pues, purificarnos todos de los pecados de deseo, de pensamiento o internos que sólo cada quien conoce; también necesitamos purificarnos de los pecados que externamente son conocidos y condenables, de los pecados privados o públicos, personales, eclesiales o sociales.

4- Plan de Pastoral y Misión.
Cierto, que nuestra Iglesia particular, quiere ser “Iglesia bonita, semilla del Reino” y quiere ser “Iglesia sencilla, corazón del pueblo”; pero arrastra el polvo de mucho tiempo que no logra sacudirse; quiere ser “Iglesia viva y dinámica, vigorosa y pujante”, pero pesan los siglos de pasividad y entumecimiento. Muchos, como adormecidos, parecen no darse cuenta que la vida evangélica se desvanece y que aumentan las costumbres secularizadas.
Porque, desde 1986 tenemos pendiente la ejecución de un Plan Global de Pastoral; desde 1989 tenemos pendiente la ejecución o actualización del III Sínodo Diocesano; desde 2002 tenemos pendiente la ejecución del nuevo Plan de Pastoral y desde 2005, traemos entre manos metas concretas a diez años y la Misión Diocesana a realizarse en todo el territorio de la Arquidiócesis, a tono con la Misión Continental de Aparecida.
Queda claro, que los documentos escritos en papel, por sí solos no bastan para renovar a la Iglesia y reformar sus instituciones. Es preciso que anteceda o acompañe una reforma como norma espiritual y pastoral impresa en el interior de los agentes de pastoral; es preciso que muchos más hermanos se pongan en movimiento para impulsar el Reino en nuestra Arquidiócesis.

5.- Penitencia y rogativa.
¡Santa María de Guadalupe!, dijiste a San Juan Diego: “sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios por Quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada en donde Lo mostraré, Lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación” (NM 26-28).
A tus plantas hemos hecho rogativa y penitencia implorando perdón por los pecados que cometemos en lo privado o al interior de nuestra Arquidiócesis. También pedimos perdón por los pecados de todos los fieles del Pueblo de Dios en la Arquidiócesis que trascienden el foro de la conciencia y desedifican a los fieles: desunión, desinterés de unos con otros, falta de solidaridad y de justicia, desedificación y falta de celo pastoral de algunos ministros ordenados, los muchos atropellos a la moral cristiana y a la dignidad de la persona, la pereza espiritual, moral y pastoral.
Pedimos perdón, por los pecados sociales cuya responsabilidad consciente o inconscientemente compartimos con nuestros hermanos duranguenses y zacatecanos de la Arquidiócesis como apatías, abulias o conformismos; perdón por los pecados de los cárteles de siempre y de los zetas de ahora. Perdón por los pecados nacionales, ante los cuales somos indiferentes como ante la acumulación de bienes por parte de unos pocos y la pobreza o la penuria por parte de las mayorías; por la corrupción generalizada que supura por todos los poros de la sociedad. Perdón por los pecados debidos al ateísmo, a la descristianización y a la deshumanización subsiguiente por falta de ética. Perdón por la política absorbente o excluyente, por los pecados debidos al pensamiento débil de los legisladores y sus legislaciones subsecuentes contra la ley moral y la dignidad de la persona. Perdón por el descuido de la creación que Dios confió al hombre, por nuestra irresponsabilidad ecológica, por nuestra colaboración a los incendios forestales, al adelgazamiento de la capa de ozono y al calentamiento creciente de la tierra; por el mal uso del agua y de los demás recursos naturales.

6.- Canto final
Dice el Apóstol Santiago en su carta: “mucho puede la oración insistente del justo; Elías era un hombre igual a nosotros, y cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió en tres años y medio; volvió a orar, y el cielo dio su lluvia, y la tierra sus cosechas” (5,17). ¡Santa María de Guadalupe!: Con particular ansiedad de nuestros ánimos, hacemos penitencia y rogativa en nuestra Peregrinación, interponiendo tu intercesión ante la Divina Providencia por el beneficio de las lluvias para nuestros campos, amenazados de sequía en este ciclo agrícola ya avanzado.
Por ello, con los corazones oprimidos por el cielo ardiente y caluroso, por nuestros campos resecos y agrietados, por los aguajes rurales agotados y por la sed de los animales, por el panorama sombrío que se pronostica. Aunque avergonzados por nuestras infidelidades, terminamos esta meditación, gimiendo con nuestro canto popular:
“¡Oh Divina Providencia!: yo te alabo noche y día: que nos mandes ya las lluvias por los ruegos de María, que nos mandes ya las lluvias por los ruegos de María. / Las nubes para llover a Dios le piden licencia, y nos da su bendición la Divina Providencia, y nos da su bendición la Divina Providencia (2). / Cuando tiramos el grano con humildad y paciencia, y nos da ciento por uno la Divina Providencia (2). / Las mazorcas, las espigas ya sazonan con violencia, y nos da el ciento por uno la Divina Providencia (2). / Los árboles que dan fruto ya sin agua y en decadencia, y los hace producir la Divina Providencia” (2).
Basílica de Guadalupe, 12 de junio del 2008.

Héctor González Martínez
Arz. de Durango

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