Los obispos mexicanos este año hemos publicado la Carta Pastoral “Conmemorar nuestra historia para comprometernos hoy con nuestra patria”, para compartir con el Pueblo de México un ejercicio de discernimiento histórico de nuestra Nación, y un mensaje de compromiso, fe y esperanza frente al futuro. “Sentimos el deber de sumarnos con actitud solidaria y lucidez crítica a la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana. Como creyentes, descubrimos en los hechos de la historia el designio de Dios, aun en medio de las debilidades y pecados de los hombres. Como nos decía S.S. Juan Pablo II hemos de ver el pasado con gratitud, vivir el presente con responsabilidad y proyectarnos al futuro con esperanza”.
Los católicos estuvieron presentes y participaron activamente en los inicios de la Revolución Mexicana de diversas maneras y en diversos grados. En los movimientos y grupos sociales del momento: porfiristas, reyistas, maderistas, liberales y anarcosocialistas. Al comienzo del siglo XX, su participación tuvo un mayor grado y significado. Son dos los hechos intraeclesiales sobresalientes que favorecieron este despertar: la doctrina y estímulo de la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII y la experiencia favorable de la participación de otras naciones católicas en el campo de lo social. Esto provocó el surgimiento de agrupaciones e instituciones católicas de orientación social, como fueron la Unión Católica Obrera (1908); los Operarios Guadalupanos (1909) de corte más bien intelectual; los periodistas católicos se agruparon en la llamada Prensa Católica Nacional (1909); las cajas de ahorro Rafeasen se hicieron populares al proporcionar crédito barato a los campesinos; los Jesuitas crearon la Unión de Damas Católicas (1912) y se fundó la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (1913) y aparecieron las sociedades de obreros católicos. Lo que más llamaría la atención y provocaría diversas y encontradas reacciones sería la aparición del Partido Católico Nacional (1911) unos días antes de la caída del régimen de Porfirio Díaz, y que prosperó gracias a la apertura democrática propiciada por Madero.
En esta efervescencia social de inspiración católica, se suman los numerosos Congresos Católicos, Semanas y Encuentros Sociales celebrados distintas diócesis del país: en Puebla (1903), en Morelia (1904), en Guadalajara (1906), en Oaxaca (1909). Se tuvieron dos Congresos Agrícolas en Tulancingo (1904-1905), uno en Zamora (1906) y la Semana Social en León (1908), dos en la Ciudad de México (1909-1910) y una en Zacatecas (1912). Entre todas estas sedes y sus respectivas diócesis se formó una especie de entramado social católico con múltiples y generosos frutos dentro de una provechosa diversidad, que favoreció el paso de un catolicismo de corte tradicional a un catolicismo social, liberal y a una democracia cristiana entendida como acción benéfica en favor del pueblo.
Persistía en la Iglesia como también en ambientes profanos, la doble tendencia, por una parte, de reducir el ámbito de operación de los católicos a sólo lo “espiritual” y al interior de los templos y de las conciencias y, por otra, la de participar activamente en el ámbito público, político y social. El éxito obtenido por las agrupaciones y movimientos católicos en los tres primeros lustros del siglo, influyeron decididamente sobre el espíritu de los constituyentes más radicales, que limitaron y proscribieron las actividades y participación pública de la Iglesia, llegando a negarle toda personalidad jurídica en la Constitución de 1917.
A pesar de las hostilidades, la presencia católica quedó profundamente marcada en un ámbito particularmente querido para ella, el campo laboral. En efecto, los católicos percibieron con razón el fruto de sus luchas en la redacción del artículo 123 de la Constitución, donde reconocieron la doctrina de la Rerum Novarum, que había sido su gran bandera a favor de la justicia social y de una patria mejor. La proclama de las garantías individuales en correspondencia con los derechos humanos defendidos por la Iglesia, la justicia social y la cohesión nacional dentro de un marco legal que propició la Constitución de 1917, son los frutos que se han podido recoger y posteriormente mejorar, en parte al menos, de los anhelos y sufrimientos que sostuvieron los actores de la Revolución Mexicana. Es de alabar el intento de proteger los derechos humanos mediante las llamadas garantías individuales y sobre todo, la defensa de la integridad territorial y de los derechos de los trabajadores. La Iglesia, en esto, mostró particular complacencia al ver allí reflejada en parte su doctrina social.
Con profunda gratitud, hemos contemplado la presencia de Jesucristo en la historia de nuestra Nación. Hemos valorado las acciones de muchos hombres y mujeres que con sus virtudes, e incluso sus defectos, han participado decididamente en la construcción y desarrollo de nuestra Patria, especialmente en los momentos más decisivos de la historia, como lo ha sido el Movimiento de Independencia y la Revolución Mexicana. Debemos también ser veraces al reconocer que muchos de estos hombres no supieron seguir los caminos de paz, no supieron acordar consensos en el diálogo, la concordia, la construcción de instituciones. Incluso, muchos cristianos ilustrados no supieron regir, en todo momento, su conducta con criterios de fe, esperanza y caridad, mostrando desesperación, angustia y violencia. Lo diremos siempre: una visión maniquea de la historia, que busque sintetizar en un “todo bueno”, “o todo malo”, es injusta. Estamos llamados a ver con objetividad la historia y desentrañar sus enseñanzas que son más positivas que negativas, en su contexto histórico.
La reflexión histórica nos abre necesariamente al presente y nos interpela hacia el futuro, en tanto que los ideales propuestos por la independencia y la Revolución se nos presentan hoy como nuevos rostros, en situaciones mucho más complejas. Debemos descubrir, en los desafíos de nuestro presente, la oportunidad y ocasión para responder conjuntamente reconociéndonos todos partícipes de esta sociedad diversa y plural mexicana. Es aquí donde también nosotros queremos aportar, desde nuestra mirada de fe, lo que nos corresponde en la construcción de este futuro común, puesta nuestra esperanza en Jesucristo.
Durango, Dgo., 21 Noviembre del 2010.
+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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