Reflexión dominical Domingo XVI A; 17-VII-2011 La paciencia

Una tendencia espontánea de los hombres y de las mismas religiones es distribuir a las personas en dos categorías: buenas y malas. Se piden bendiciones para sí, para los suyos y para la propia nación; y se lanzan maldiciones sobre los demás como los enemigos o los que son de opinión contraria.

Una lectura superficial de la Biblia, puede dejar la impresión de un Dios impaciente, que quema etapas: Pero, los pasos más notables de la Biblia desvanecen esa impresión. El celoso profeta Elías, muy a su pesar, comprende que Dios no está en el huracán o en el terremoto, sino en la suave brisa, en el soplo más delicado de la brisa. Los Apóstoles Santiago y Juan, llamados en el Evangelio los hijos del trueno, fueron regañados por su deseo de hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos que no aceptaron a Jesús.

La cólera no es el momento último y definitivo de Dios. La Sagrada Escritura muestra la paciencia de un Dios misericordioso que respeta los ritmos del crecimiento y de la maduración de las personas; la Sagrada Escritura es el libro de la paciencia divina que siempre retrasa el castigo de su pueblo; el perdón vence siempre, pues Dios es siempre fiel a Sí mismo y a su Alianza; es rico en gracia y es siempre solícito a retirar sus amenazas cuando Israel se vuelve a conversión.

Jesús inaugura el Reino de los últimos tiempos, no como juez que separa los buenos de los malos, sino como pastor universal que vino sobre todo por los pecadores. No excluye a nadie del Reino, todos somos convocados y todos podemos entrar. En toda situación humana, Jesús encarna la paciencia divina; ningún pecado puede cortar irremediablemente los puentes del poder misericordioso de Dios.

Explicando a sus Apóstoles la parábola de la zizaña en el campo, Jesús pone en evidencia por una parte la impaciencia de los trabajadores y por otra parte la paciencia del dueño del campo, Jesús condena todo extremismo; Él sabe que esta situación no pone en riesgo el éxito del Reino; por lo pronto basta que el discípulo trate de ser un buen fermento; la perfección vendrá en la conclusión del Reino sobre la tierra.

La Palabra de Dios, hoy, es un mensaje clarificador sobre el concepto y sobre la imagen que nos hacemos de Dios. Dios acepta el escándalo del hombre limitado o malo, y Cristo parece provocar su comportamiento, tratando libremente con buenos y malos, con justos y pecadores; Él no anunció una Comunidad de santos o puros; es paciente con todos y da a los pecadores el tiempo necesario para madurar su conversión.

Más aún, no debe turbar el escándalo de una Iglesia mediocre, pecadora, lejana del ideal evangélico de pureza y santidad. Hecha de hombres y viviendo inmersa en el mundo, la Iglesia corre continuamente el riesgo de contaminarse con el mundo y de ver crecer en sus filas, plantas de zizaña junto al buen grano. El Reino de Dios tolera a los malvados, y a los pecadores porque confía en la acción de Dios que sabe esperar la libre decisión del hombre. El Papa Juan XXIII escribió: “la dulzura es la plenitud de la fuerza”.

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