homilía Domingo XVIII ordinario 5 de agosto del 2012
Fortalecerse en la fe
Hoy, en el Evangelio de S. Juan, Jesús dice a sus discípulos de todos los tiempos: “ustedes me siguen no porque han visto signos, sino porque han comido de aquel pan y se saciaron”. Pero, Jesús realizó aquel signo para revelar el sentido de su persona; aunque la multitud lo comprendió sólo en la línea de sus necesidades materiales. Y, eso es aún muy frecuente entre las grandes mayorías de los bautizados católicos; muchas expresiones de la religiosidad católica tienen trasfondo de interés por resolver necesidades de seguridad y paz, de pan y de pescado, de trabajo, salud, techo, vestido, agua y comida, etc.
En cambio, Jesús quiere conducirnos a la comprensión de su persona. Dice a los discípulos: “crean en Aquel que el Padre les ha enviado”. Pues, sólo comprendiendo en la fe quien es Él, le será posible darse a nosotros como alimento; pero, para que esto suceda, es necesario preocuparnos por un alimento y una vida que no terminan y que son un don del Hijo del hombre. Los judíos luego le preguntan: “¿qué debemos hacer para cumplir las obras de Dios?; Jesús contesta: “creer en Aquel que el Padre ha enviado”, o sea reconocer que tenemos necesidad de él, así como tenemos necesidad de alimento material; la exigencia de Jesús era grande y su identificación no les parecen suficiente; por ello, le piden una señal a la medida de Moisés que dio de comer al pueblo en el desierto. Jesús responde afirmando que es mayor que Moisés; y replica que es mayor, porque en El (que es el Cristo), se realiza el don de Dios que no perece: la comida del desierto se acababa, el pan de Cristo perdura y alcanza vida eterna.
En el desierto, por las tardes una nube de perdices cubría el campamento. El fenómeno de las perdices, que proviniendo del norte se posaban sobre el Sinaí para reposar de su transmigración hacia el sur, puede ser explicable como del todo natural, pero en el momento crítico de Israel en el desierto toma un significado providencial. Lo mismo se puede decir del maná, producto vegetal de tamarisco de alto valor nutritivo traído por el viento, que por las mañanas cubría el campamento. Aunque no interesa tanto definir la naturaleza esencial del alimento, sino captar el significado religioso. Es la visión religiosa de los hebreos que hacen decir a Moisés: “yo haré llover del cielo pan para ustedes” (Es 16,4). La inquietud de los hebreos preguntando ¿“qué cosa es?”, expresa el carácter misterioso del maná.
El fondo religioso de la narración manifiesta la certeza adquirida por el pueblo de una intervención especial de Dios. En esta coyuntura sucede un fenómeno en que ellos ven un signo de la presencia de Dios destinado a asegurarlos. Ante la condición de precariedad en que se encuentra en el desierto el pueblo incrédulo casi desafía a Dios a obrar y a manifestarse: “Yahvé, ¿está en medio de nosotros o no? (Es 17,7). Dios responde manifestando su poder, entre otras maneras con el don de las perdices y del maná.
El maná, a su vez, es una interrogación que Dios pone a su pueblo: (“en hebreo: man hu=¿qué es?: maná) interrogación que Dios pone a su pueblo para educarlo poniéndolo a prueba: “para ver si camina según mi ley o no”(Es 16, 4). Dando a Israel este medio de subsistencia, Dios le comunica su presencia eficaz, pero invita al hombre a no fijarse sólo en los nutrientes terrenos, que como el maná, pronto cansan y resultan insípidos. Hay otro alimento misterioso que viene del cielo, del cual el maná es símbolo: la palabra de Dios (Dt 8,25). Cristo, en el desierto, confirma y subraya esta lección del Antiguo Testamento: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,1-4), y renueva esta enseñanza nutriendo al pueblo de Dios con un pan admirable; el pan que Jesús da es el “Pan de vida”.
En el Evangelio de S. Juan, la expresión “Pan de vida” se relaciona al árbol de la vida del paraíso, símbolo de la inmortalidad, de la que el pecado privó al hombre. El maná en el desierto no tenía capacidad para restituir esta inmortalidad; pero Jesús la combina con la respuesta de fe. En el pan de vida hay pues un matiz salvífico: Jesús es el árbol verdadero de la vida que comunica la inmortalidad a que tiende el hombre desde el principio y que luego nos resulta posible y accesible por medio de la fe. Pero no solo con la fe, es necesario un pan concreto que exigirá comerlo y que nos unirá al misterio de la cruz.
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