Episcopeo «La paz es fruto de una pedagogía del perdón: el mal se vence con el bien»
La familia sigue teniendo un papel decisivo como célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. Ésta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento; además, con el cuidado recíproco que se promueve en el seno de la familia, ésta se desarrolla plenamente. La familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino, del proyecto de Dios para la familia.
La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, sobre todo en lo moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor.
Los obispos mexicanos ya nos hemos pronunciado, en diversas ocasiones, sobre el papel de la familia en la formación de la persona, de su mente y de su corazón para que como institución exprese y consolide los valores de la paz (Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, n° 67ss)
En esta inmensa tarea de educación a la paz también está implicada la Iglesia, tiene una gran responsabilidad, y la realiza a través de la nueva evangelización, que tiene como pilares la conversión a la verdad y al amor de Cristo. El encuentro con Cristo cuando se nos ha anunciado, lleva a un nuevo nacimiento espiritual y moral de las personas y las sociedades. “La novedad de nuestra vida en Cristo dará origen a formas nuevas de relacionarnos con las personas con las que convivimos día con día, nos permitirá construir comunidades sanas y justas, nos capacitará para solucionar de manera pacífica los conflictos y para ser misericordiosos con los que sufren” (Que en Cristo.. n° 189).
Existen diversas instituciones culturales, escolares y universitarias que desempeñan una misión especial en relación con la paz. A ellas se les pide una contribución significativa en la formación de nuevas generaciones de líderes, y también en la renovación de las instituciones públicas, nacionales e internacionales. También pueden contribuir a una reflexión científica que asiente las actividades económicas y financieras en un sólido fundamento antropológico y ético. El mundo actual, particularmente el político, necesita del soporte de un pensamiento nuevo, de una nueva síntesis cultural, para superar tecnicismos y armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al “bien común” que es la base de cualquier educación a la auténtica paz.
Hay la necesidad de proponer y promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior. Es necesario proponer pensamientos, palabras y gestos de paz ya que crean una mentalidad y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia y aceptación, más que con simple tolerancia. Hay que estar convencidos de que “hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar”, de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación.
Debemos difundir una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien, y la justicia se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos (Mt 5,21-48). Es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación a los más altos valores, una visión nueva de la historia humana. Es necesario renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. La pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia.
Jesús encarna el conjunto de estas actitudes en su existencia, hasta el don total de sí mismo, hasta “perder la vida” (Mt 10,39; Lc 17,33; Jn 12,35). Promete a sus discípulos que, antes o después, harán el extraordinario descubrimiento que en el mundo está Dios, el Dios de Jesús, completamente solidario con los hombres. Recordemos la oración con la que se pide a Dios que nos haga instrumentos de su paz, para llevar su amor donde hubiese odio, su perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde hubiese duda.
Los que gobiernan las naciones deben esforzarse por el justo bienestar de sus ciudadanos, asegurar y defender el don hermosísimo de la paz; deben animar las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar a cuantos nos hayan injuriado. Tienen la responsabilidad de hacer que todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz.
La construcción de la paz nos invita a una educación y cultura sobre la paz en nuestras familias y sociedad duranguense.
Durango, Dgo., 6 de Enero del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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