Reflexión dominical La Ascensión del Señor; 5-VI-2011
Los Hechos de los Apóstoles presentan a Jesús “mostrándose vivo, después de su Pasión, apareciéndose por cuarenta días y hablando del Reino de Dios”. Y estos contenidos permanecerán como el gran tema de la predicación apostólica. Y, precisamente, previo a la Ascensión, Jesús ordena a los discípulos: “vayan pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que yo he mandado”.
Las dos narraciones describen la Ascensión en un estilo espacio-temporal, es decir la elevación al cielo del Señor resucitado y los cuarenta días después de la Pascua; son solamente un modo para indicar la conclusión de una fase de la historia y el comienzo de una nueva. Aquel Jesús con quien convivieron y comieron los Apóstoles, continúa su presencia invisible en la Iglesia.La Iglesia está ahora llamada a continuar la misión y la predicación de Cristo y recibe la encomienda de anunciar el Reino y de dar testimonio del Señor Jesús. Por ello, luego de la Ascensión de Cristo resucitado, los Apóstoles son invitados por los ángeles a no retrasarse mirando el cielo: el evento a que han asistido no atañe solamente a ellos; al contrario, ahí comienza un dinamismo universal salvífico y misionero que será animado por el Espíritu Santo.
Leemos en la segunda lectura de hoy, que Dios “manifestó en Cristo resucitado la eficacia de su poder, cuando lo resucitó de los muertos y lo hizo sentar a su derecha en los cielos, por encima de todo principado y autoridad, de toda potencia y dominación y de todo otros nombre”. Es decir, por la fuerza de este Espíritu, Cristo glorificado es constituido Señor universal, cabeza de la Iglesia y de la humanidad, atrayendo hacia Sí a todos, para que accedan con Él y por Él a la vida junto al Padre.
Más aún, Él mismo anima y atrae a los hombres todos, en su búsqueda de libertad, de dignidad, de justicia y de responsabilidad; su deseo de ser más, su voluntad de construir un mundo más justo y más unido. Así, la Comunidad de los creyentes, consciente de haber recibido un poder divino, llena de empuje misionero y de gozo pascual, se convierte en el mundo testimonio de las nuevas realidades de vida alcanzadas en Cristo Señor.
Así vemos que, el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, reacciona sobre una presentación alienante de la religión, presentada como un obstáculo para la liberación económica y social de la humanidad por elevar la esperanza del hombre hacia la vida futura. Pero, buscando un nuevo equilibrio, la espera de una tierra nueva no ha de debilitar, sino más bien estimular la responsabilidad en la construcción del mundo presente, donde crece el cuerpo de la humanidad nueva que ya alcanza a vislumbrar adelantos del mundo nuevo. La fe nos hace responsables del mundo. Aparecida (501) nos dice: “los discípulos y misioneros de Cristo deben iluminar con la luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social… si muchas de las estructuras actuales generan pobreza, en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales”.
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