Episcopeo: «Jesús se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de la esperanza»
El lunes 11 de febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, se celebrará la XXI Jornada Mundial del Enfermo. El Papa Benedicto XVI, en su Mensaje para esta ocasión, como cada año, nos invita a todos, enfermos, agentes sanitarios, fieles cristianos y para todas la personas de buena voluntad, a vivir esta jornada como “un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad”.
Meditamos la figura del Buen Samaritano (Lc 10,25-37). Esta parábola forma parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la vida cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de atención.
Se trata de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, vale para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Spe salvi, 37).
Jesús es el Hijo de Dios, que hace presente el amor del Padre, amor fiel, eterno, sin barreras ni límites. Pero Jesús es también aquel que “se despoja” de su “vestidura divina”, que se rebaja de su “condición” divina, para asumir la forma humana (Flp 2,6-8) y acercarse al dolor del hombre, hasta bajar a los infiernos, como recitamos en el Credo, y llevar esperanza y luz. Él no retiene con avidez el ser igual a Dios (Flp 6,6), sino que se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
El Año de la fe que estamos viviendo es una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, lo que nosotros llamamos Pastoral de la Salud en nuestra Arquidiócesis, en nuestras parroquias, en nuestros grupos y movimientos, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado.
En la historia de la Iglesia existen muchas figuras que han ayudado a las personas enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual y pueden servirnos de ejemplo y de estímulo. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, “experta en la scientia amoris”, supo vivir “en profunda unión a la Pasión de Jesús” la enfermedad que “la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos”. El venerable Luigi Novarese ejerció su ministerio impregnado de la oración por y con los enfermos y los que sufren. Movido por la caridad hacia el prójimo, Raúl Follereau dedicó su vida al cuidado de las personas afectadas por el morbo de Hansen (lepra), hasta en los lugares más remotos del planeta. La beata Teresa de Calcuta comenzaba siempre el día encontrando a Jesús en la Eucaristía, saliendo después por las calles con el rosario en la mano para encontrar y servir al Señor presente en los que sufren, especialmente en los que “no son queridos, ni amados, ni atendidos”.
En el evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota. No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios nacido en la gruta de Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia divina se vio iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del Señor.
El Catecismo de la Iglesia Católica (1500-1501) nos dice: La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.
Durango, Dgo., 10 de Febrero del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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