Episcopeo «Corrupción: hierba mala de nuestro tiempo. Infecta la política, la economía, la sociedad.»
Un libro que el entonces Cardenal Bergoglio escribió en 2005 “Corrupción y Pecado”, ahora se está publicando en otros idiomas. Es un texto de carácter moral que analiza la difusión de la corrupción en la sociedad argentina, en el mundo y en el individuo, y establece una diferencia del fenómeno de la corrupción del pecado.
La corrupción es la mala hierba de nuestro tiempo que se nutre de apariencia y de aceptación social, se erige como la medida de la actuación moral, y puede consumir el interior, con conductas de “mundanidad espiritual” cuando no “esclerosis del corazón”, incluso a la misma Iglesia. Y si para el pecado existe el perdón, para la corrupción no. Por esto, la corrupción debe ser curada.
En el libro explica que la corrupción está ligada doblemente al pecado, pero que se distingue de él. La corrupción no es “un acto sino un estado, un estado personal y social, en el cual uno se acostumbra a vivir”, a través “de la generación de costumbres que van deteriorando y limitando la capacidad de amar”.
Bergoglio resume así los rasgos más destacados de esta plaga: La Inmanencia. La corrupción tiende a generar “una verdadera cultura, con capacidad doctrinal, lenguaje propio, maneras concretas de proceder”, se convierte en una “cultura de la sustracción”, donde la trascendencia se acerca cada vez más a esto, hasta convertirse en inmanencia”. El proceso que lleva del pecado a la corrupción es un proceso de “sustitución de Dios con las propias fuerzas”. La génesis se remonta a un cansancio de la trascendencia: frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como autosuficiente en la expresión de su salvación: se cansa de pedir perdón”.
Buenas maneras. Esta autosuficiencia humana que se refiere a “un comportamiento del corazón relacionado con un tesoro que lo seduce, lo tranquiliza y lo engaña, “es una trascendencia frívola”. En la corrupción, de hecho, domina una especie de “descaro modesto”, se crea “un culto de las buenas maneras que cubren las actitudes malas”. El corrupto es un equilibrista de la “exquisitez”, campeón de las buenas maneras. Y si “el pecador, en el reconocimiento de su pecado, de alguna manera admite la falsedad del tesoro al que se ha adherido…el corrupto, sin embargo, ha sometido su vicio a un curso acelerado de buena educación”.
Medida moral. “El corrupto, escribe Bergolio, tiene siempre la necesidad de compararse con otros que parecen llevar la misma vida (aún cuando se trate de la coherencia del publicano al confesarse pecador)”. Una característica suya es el “modo en que se justifica”, presentando sus “buenas maneras” como opuestas a situaciones de pecado extremas o fruto de una caricatura y en esto se erige “juez de los demás”, se convierte en “medida del comportamiento moral”.
Triunfalismo. “El triunfalismo es el caldo de cultivo ideal para las actitudes corruptas”. Sobre esto se refiere el teólogo Henri de Lubac cuando habla de la veleidad y de la frivolidad que anidan en la “mundanidad espiritual”, “la tentación más pérfida” que tiene como meta moral al hombre y su perfección y no la gloria de Dios. Según Bergoglio, la mundanidad espiritual “no es otra cosa que el triunfo que confía en el triunfalismo de la capacidad humana; el humanismo pagano adaptado al buen sentido cristiano”.
Complicidad. “El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad”, tiende a conducir a los demás a su medida moral. O se es cómplice o se es enemigo. “La corrupción es proselitista”. “La corrupción se camufla con un comportamiento socialmente aceptable” como “Pilatos que hace como si el problema no tuviera nada que ver con él, y por esto se lava las manos, también para defender su zona corrupta de adhesión al poder, a cualquier precio”.
Que nos deja esta reflexión: “En el núcleo mismo del juicio que hace un corrupto se instala una mentira, una mentira a la vida, una mentira metafísica al ser que, con el tiempo, se volverá contra quien la hace. En el plano moral esto es evitado, por los corruptos, proyectando su propia maldad en otros”.
Los corruptos viven de sus propias mentiras, se engañan a sí mismos y desde luego que hacen lo posible para culpar a los demás de sus maldades. No toleran juicios en su contra y además están dispuestos a defenderse y a justificar todo cuanto hacen. Pues, en última instancia, tienen el recurso de echarle la culpa a los otros y ver el mal sólo en las conductas ajenas.
Están enfermos, por eso no funciona su propia conciencia de lo ético.
Sin duda, la corrupción es un grave problema endémico que también afecta a los mexicanos, a nuestras sociedades y que debemos de afrontar con valentía. Es una epidemia que debemos de cuidar que no azote a los miembros de nuestras familias.
Durango, Dgo., 7 de Abril del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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