Episcopeo «Debemos comprometernos más en promover la reconciliación y la paz a todos los niveles»

Hace 50 años, el 11 de abril de 1963, en el tiempo en que desarrollaba el Concilio Vaticano II en Roma, el Papa Juan XXIII, escribió un documento, una Encíclica llamada Pacem in Terris, cuyo tema principal es la Paz. Para los jóvenes de hoy quizá esto no les interese o no les llame la atención, pero es necesario saber que la Iglesia ha sido una de las primeras de hablar y defender los derechos del hombre, porque este es un documento que habla principalmente de los “derechos de los seres humanos”, importantes para lograr construir la paz en el mundo.

Al final de la década de los años 50s y el inicio de los 60s, la situación mundial era la postguerra y estaba cargada de grandes tensiones entre los países que ganaron la 2da. Guerra Mundial, encabezados por Estados Unidos de Norteamérica (boque occidental) y la Unión Soviética (bloque oriental). El mundo se encontraba dividido y sometido por las dos grandes ideologías: el Socialismo Marxista y el Capitalismo Liberal. Los países se alinearon a uno u otro bloque. Por otro lado era también el tiempo del surgimiento de los países del así llamado Tercer Mundo (la mayoría los no alineados), caracterizados por el subdesarrollo, la pobreza, la opresión y el dominio ideológico de los grandes.

Esta división desencadenó la llamada “Guerra Fría”, aunque no hubo un enfrentamiento armado total, cada uno se equipó con armamento nuclear, químico y se desafiaban uno a otro. Al repartirse Europa entre los dos bloques (Pacto de Varsovia y la OTAN Organismo del Tratado Atlántico Norte), Rusia desencadenó golpes de Estado en varios países europeos (Rumania, Checoslovaquia, etc.) sometiéndolos, el desenlace fue la división territorial de Alemania y de Europa. En cuba aparece la revolución en 1959, con un personaje principal Fidel Castro.

No se puede entender el documento sin este antecedente. La Encíclica empieza así: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios»

El documento ofrece 4 líneas principales para proceder por el camino de la paz:
La centralidad de la persona, inviolable en sus derechos; la universalidad del bien común; el fundamento moral de la política; la fuerza de la razón y el faro de la fe. Juan XXIII no dirigió la encíclica a los católicos, a los creyentes o a los cristianos, la extendió a “todos los hombres de buena voluntad”. Después subrayó que la paz es el “anhelo profundo del ser humano de todos los tiempos y puede ser instaurada y consolidada solo en el respeto del orden establecido por Dios”.

El documento sugiere criterios de acción a todos, también para los que no son cristianos. Es una clara exhortación a vivir bajo el amparo de la paz. Pero para respetar el orden establecido por Dios, se ha de reconocer el plan de Dios y las leyes de la naturaleza del hombre. La base de toda ley humana es la dignidad, la personalidad natural del hombre, con sus derechos y deberes.

La paz puede darse en la sociedad, si primero se da en el interior de cada persona, es ahí donde se empieza a respetar el orden que Dios ha establecido. Con esta verdad el hombre está obligado a respetar a sus semejantes (seres humanos). Se debe establecer el bien común tanto nacional como internacional, esto se logra uniendo la justicia con el amor. Tiene que haber una autoridad pública de nivel mundial para promover el bien común universal. Lo es, a partir de ese tiempo, la Organización de las Naciones Unidas.

            Aunque el escenario político mundial haya cambiado en el último medio siglo, nos dijo El papa Emérito Benedicto XVI, la visión de Juan XXIII tiene mucho que enseñarnos aún ahora, cuando nos enfrentamos a nuevos retos para la paz y la justicia en la era de la posguerra fría, en medio de la continua proliferación de armas. La encíclica ofrece un mensaje de esperanza a un mundo hambriento de ella. Se trata de un mensaje que puede llegar a la gente de todas las creencias y de ninguna porque su verdad está al alcance de todos.

Después de los atentados terroristas que sacudieron el mundo en septiembre de 2001, el Papa Juan Pablo II insistió en que no puede haber paz sin justicia, ni justicia sin perdón. La noción de perdón tiene que abrirse camino en el discurso internacional sobre la resolución de conflictos, para transformar el lenguaje estéril de la recriminación mutua que no lleva a ninguna parte. Si la criatura humana está hecha a imagen de Dios, un Dios de justicia pero rico en misericordia, estas cualidades deben reflejarse en la resolución de los asuntos humanos. El perdón no es una negación del error sino una participación en la curación y el amor transformador de Dios que reconcilia y restaura.

Luchemos por la paz y la justicia en el mundo de hoy, confiando en que nuestra búsqueda común del orden establecido por Dios, en un mundo en el que todo ser humano goce del respeto que le es debido, puede dar y dará frutos.

Que la enseñanza de esta gran Encíclica, “sea un incentivo para comprometerse siempre más en promover la reconciliación y la paz a todos los niveles”, nos augura su Santidad Papa Francisco.

            Una gran enseñanza y un reto para el mundo de hoy que ha visto un aumento de guerra y enfrentamientos entre naciones en casi todas partes del mundo. La crisis que se vive entre Corea del Norte y Corea del Sur implica a muchos, nos implica a todos. ¡Oremos por la Paz!

Durango, Dgo., 14 de Abril del 2013                                  + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                          Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                      Email: episcopeo@hotmail.com

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