La persona humana es única e irrepetible y está abierta a la trascendencia

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, es un valioso “instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan a nuestro tiempo; como guía para inspirar, en el ámbito individual y en el colectivo, comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como subsidio para los fieles en la enseñanza de la moral social… elaborado con el objetivo preciso de promover un nuevo compromiso capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo y adecuado a las necesidades y a los recursos del hombre” (Introducción, nums. 10 y 15). Especialmente la Primera parte que cuando expone la doctrina sobre la persona humana, es útil para nuestra reflexión en este momento.
A la persona humana pertenece la apertura a la trascendencia: el hombre está abierto al infinito y a todos los seres creados. Está abierto sobre todo al infinito, es decir a Dios, porque con su inteligencia y su voluntad se eleva por encima de todo lo creado y de sí mismo, se hace independiente de las criaturas, es libre frente a todas las cosas creadas y se dirige hacia la verdad y el bien absolutos. Está abierto también hacia el otro, a los demás hombres y al mundo. Sale de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una relación de diálogo y de comunión con el otro. La persona está abierta a la totalidad del ser, al horizonte ilimitado del ser.
El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un “yo”, capaz de autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse. La persona humana es un ser inteligente y consciente, capaz de reflexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus propios actos. Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia y la libertad las que definen a la persona, sino que es la persona quien está en la base de los actos de inteligencia, de conciencia y de libertad. Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre deje de ser persona.
La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo como subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuyo ser único y distinto de los demás es irreductible a esquemas de pensamiento o sistemas de poder, ideológicos o no. Esto impone la exigencia del respeto de cada hombre de este mundo, por parte de todos, y especialmente por parte de las instituciones políticas y sociales y de sus responsables.
Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana. Ésta representa el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada: “El orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario”. El respeto de la dignidad humana no puede absolutamente prescindir de la obediencia al principio de “considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente”.
Es preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano. Si cada programa social, científico y cultural quiere realmente promover el desarrollo de la persona, debe tener en cuenta que éste sólo se puede realizar plena y definitivamente en Dios. Y, por lo tanto, el bienestar bio-psico-social de cada persona no puede ser real cuando se dan restricciones injustas en el ejercicio de la libertad y de la conciencia, sobre todo cuando la persona busca y expresa la relación con Dios. En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo, ya que es algo que puede realizar plena y definitivamente sólo en Dios y en su proyecto salvífico: el hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. Por esta razón, ni su vida, ni el desarrollo de su pensamiento, ni sus bienes, ni cuantos comparten vida personal y familiar, pueden ser sometidos a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su libertad.
La persona no puede estar finalizada a proyectos de carácter económico, social o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto progreso de la comunidad civil en su conjunto o de otras personas. En este sentido el Papa Benedicto XVI en “Caritas in veritate” recuerda a: “todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”. Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas vigilen con atención para que una restricción de la libertad o cualquier otra carga impuesta a la actuación de las personas no lesione jamás la dignidad personal y garantice el efectivo ejercicio de los derechos humanos.
Los auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos sólo si están fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal. No será posible jamás una auténtica moralización de la vida social si no es a partir de las personas y en referencia a ellas, “el ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana”. A las personas compete, evidentemente, el desarrollo de las actitudes morales, fundamentales en toda convivencia verdaderamente humana (justicia, honradez, veracidad, etc.), que de ninguna manera se puede esperar de otros o delegar en las instituciones. Éstas también pueden colaborar u obstaculizar este objetivo, de hecho se habla también del pecado estructural, en el que varios sujetos o personas colaboran para llevar proyectos contrarios a la dignidad humana. Por eso es necesario que las instituciones estén formadas por personas que piensen y vivan de manera íntegra en vistas al bien de la persona y al bien común. .
A todos, particularmente a quienes tienen responsabilidad política, jurídica o profesional, corresponde ser “conciencia vigilante” de la sociedad y “primeros testigos” de una convivencia civil y digna del hombre; especialmente esto es importante verificarlo en quienes aspiran gobernar y hacer leyes.

Durango, Dgo. 14 de Marzo del 2010.

+ Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

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