Nacionalismo Imperialista

El apogeo del Nacionalismo se sitúa en el período 1870-1914. Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos, Rusia e Italia, apoyados en los dos elementos de la educación nacional y el ejército, promovieron políticas nacionalistas tendientes a afirmar la propia superioridad, iniciando así una carrera hacia la hegemonía mundial que desembocará en la primera Guerra Mundial.
Esta carrera imperialista hará presente la cultura occidental en los cinco continentes, cultura integrada por estos ingredientes: universalismo cristiano secularizado, intereses económicos y científicos y sobre todo una manifestación más del espíritu nacionalista.
Tales naciones se consideraron depositarias de una misión civilizadora, conscientes de estar destinados a la hegemonía mundial.
Sin duda que el universalismo cristiano, estaba latente como impulso remoto en la base de la expansión colonial europea, impulso que le imprimió una formidable y arrolladora potencia.
El universalismo cristiano, el sentido ecuménico sustancialmente secularizado de la existencia, acertó a intuir como entre sombras que lo que Europa había logrado a lo largo de toda su existencia, era patrimonio de todos y se debía clocar a disposición de todos. En consecuencia, la expansión colonial tuvo lugar a partir de 1870, cuando la ideología liberal-progresista ya era patrimonio común de buena parte de las clases gobernantes europea.
Pero, detrás de la expansión liberal se advierte el sentimiento europeo de su supuesta superioridad. Es de observar que la élites del siglo XVIII equiparaban a las sociedades extraeuropeas con las sociedades del “buen salvaje americano”, según Rousseau y A. de Tocqueville, es decir libres de los males de la civilización occidental.
Pero ahora, parecen aceptables la superioridad de la raza blanca sobre las otras y de la cultura occidental sobre las culturas autóctonas. Fe, otra vez secularizada que ve el colonialismo como una cruzada religiosa para difundir los valores universales y absolutos de la Modernidad occidental.
Entre los teóricos del imperialismo europeo citemos a Thomas Carlyle (1795-1881) y Rudyard Kipling (1865-1936). En Francia Jules Ferry (1832-1893) dio un fuerte impulso a la secularización francesa por medio de la educación laicista.
Pero junto con la difusión de las nuevas técnicas europeas, del mejoramiento de la salud, de la progresiva universalización de la educación pública y del importante movimiento misionero que se verifica en este proceso, hay también muchas manifestaciones de explotación, de injusticias y de lesiones graves a la dignidad humana.
Darwinismo social, grosero materialismo y racismo no están ausentes en el expansionismo europeo y americano.
El imperialismo fue la consecuencia lógica del nacionalismo proclive a subrayar la grandeza nacional. Las naciones europeas debían demostrar al mundo su misión civilizadora. La ligazón entre imperialismo y nacionalismo queda manifiesta en que Francia e Inglaterra, naciones con más conciencia nacional, son las que llevaron adelante las políticas imperialistas más vigorosas.
Durango, Dgo. 26 de octubre del 2008.
Héctor González Martínez
Arz.de Durango

Agradecimientos

Es de corazones bien nacidos el ser agradecidos. Por lo cual, quiero reconocer y agradecer a muchas personas, sus participaciones para el éxito de la Eucaristía y del convivio por la ordenación del Sr. Obispo Auxiliar.
Me refiero en primer lugar al P. Héctor Frías y a su Equipo de apoyo con que previó y coordinó todos los aspectos del evento; a mí me tocó participar en algunas reuniones; del resto ellos previeron y gestionaron todo.
Deseo referirme a los cuatro ceremonieros y a sus equipos de sacristía, de pontifical, de lectores, de edecanes y de servicios varios que, con suma diligencia ensayaron y dirigieron la celebración, previendo infinidad de detalles para cada momento.
Me fijo en los Rectores y en los alumnos de los Seminarios, quienes con tiempo prepararon el canto, barrieron, acomodaron mesas y sillas para más de siete mil comensales y volvieron a recoger.
Me refiero a los encargados de hospedaje, quienes, con diligencia y esmero, y con la colaboración de otros, previeron y brindaron los medios para quienes nos honraron con su presencia en evento eclesial tan sobresaliente.
Resalto la participación de los cinco Decanatos de la Ciudad a quienes correspondió aportar la comida hecha y calientita para todos los asistentes. Ha sido una muestra de disponibilidad y desprendimiento; descubro en ello un signo fraternal de solidaridad de hombre a hombre en Cristo.
Los principales actores del evento, fueron los casi ocho mil asistentes a la celebración llegados de cerca y de lejos; resalto a quienes vinieron de Cuencamé tierra de origen de Mons. Enrique, y de Río Grande, Zac. ciudad en que Monseñor sirvió con dedicación y afecto. Gastando y cansándose, todos pusieron el corazón por delante para congregarse a festejar el Sacerdocio de Cristo y para llenarse de gozo espiritual con qué seguir bregando en el mar de nuestras preocupaciones.
Quiero mencionar, mirándoles como a distancia, pero con atención y mirándoles desde el corazón, a los voluntarios de la Cruz Roja, a los agentes de seguridad, a veladores y vigilantes; la intención y la acción de cada uno, son altamente constructivos de una sociedad cristiana, fermento del Reino de Dios.
Hago mención especial de la voluntad eficaz del Sr. Presidente Municipal y del Sr. Gobernador del Estado, con apoyos de distintas dependencias municipales y estatales, incluyendo avisos por los medios de comunicación; personalizo la representación del Sr. Edgar…. y la técnica profesional del Sr. Barajas….
En las personas mencionadas, englobo a tantas otras que no alcanzo a mencionar en esta lista de reconocimientos, pero cuyas acciones son altamente importantes en el fondo de su corazón y altamente constructivas de un mundo mejor.
Doy pues, muy rendidas gracias a cada uno de ustedes, por los signos de participación que cada quien ha puesto para edificar la Iglesia y la sociedad. Como el bien moral o espiritual que hagamos edifica la sociedad y como el bien social que hagamos tiende a la trascendencia, auguro que sigamos en armonía y colaboración. Doy gracias, a Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro; le doy gracias, por el bien que cada uno hace para satisfacción personal, para bien común y para gloria de Dios.
Durango, Dgo. 19 de octubre del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango

Fiesta del Espíritu

Este viernes, en la Velaria de las Instalaciones de la Feria, con la Ordenación Episcopal de Mons. Enrique Sánchez Martínez, la Arquidiócesis vivió una gran fiesta cargada de unción espiritual, en que pudimos experimentar que el Espíritu Santo es huésped, consejero, consuelo, fortaleza, alma y santificador de la Iglesia.
Empecemos porque el Sacramento del Orden es un Sacramento especial que transmite la presencia y los dones del Espíritu Santo. En la Ordenación de Diácono las palabras centrales incluyen esta invocación: “Señor, envía sobre él el Espíritu Santo”; en la Ordenación de Presbítero, las palabras centrales incluyen esta invocación: “renueva en su corazón el Espíritu de Santidad”; y en la Ordenación Episcopal, las palabras centrales incluyen esta invocación: “infunde sobre este tu elegido, la fuerza que de Ti procede, el Espíritu de gobierno que diste a tu amado Hijo Jesucristo”.
Este viernes, el Espíritu de fiesta resplandeció en la participación de unos siete u ocho mil fieles: religiosos/as, seminaristas, presbíteros, autoridades civiles y obispos de toda la Arquidiócesis y de otras partes. Los elementos culturales de Cuencamé, pueblo de origen de Mons. Enrique, como la Pintura de la Imagen del Señor de Mapimí, Buen Pastor que da la vida, presidiendo la grandiosa asamblea, sus alabanzas, las chímiles o flores de ornato elaboradas con pencas de la cabeza del maguey, la danza del barrio de Santiago, el rostro del Sr. de Mapimí en la mitra de Mons. Enrique, elementos religiosos y culturales que pusieron un toque de autenticidad, de arraigo popular y de frutos del Espíritu.
La presencia del Sr. Gobernador y de la Sra. Gaby, de la Sra. Gobernadora de Zacatecas y otras Autoridades civiles, formando una sola Asamblea y un solo pueblo con el Sr. Nuncio Apostólico y autoridades eclesiásticas, destacando los feligreses originarios de Cuencamé y de Rió Grande, como en una amplia comunión de corazones en la armonía y la paz que proceden del Espíritu.
Todo este marco dio paso a la unión de los corazones en los aplausos, en las plegarias y en los cantos de voces unidas en symphonía elevada al Creador.
La efusión del Espíritu subió en intensidad en la postración de Mons. Enrique cantando todos las Letanías de los Santos, en la polifonía del Veni Creator Spiritus (Ven, Espíritu Santo) en latín entonado por los alumnos de los Seminarios Mayor y Menor. La efusión del Espíritu Santo, alcanzó su mayor intensidad cuando los Obispos, uno a uno, impusieron sus manos sobre la cabeza de Mons. Enrique. Era el momento fuerte acompañado de la formula consecratoria pronunciada por el Sr. Nuncio y acentuada en las palabras centrales con la extensión de las manos de los demás Obispos hacia el ordenando. Y después de ese momento, bajo el silencio expectante de los asistentes, ya estaba cumplida la obra del Espíritu Santo en la persona de Mons. Enrique como Obispo de la Iglesia Católica y Auxiliar de Durango, no como una destinación exterior, sino como una obra interior del Espíritu Santo consagrado a Mons. Enrique como pertenencia de Dios.
La convivencia posterior compartiendo el pan y la sal, obsequiados por los cinco Decanatos de la Ciudad, igualmente nos sensibilizan a la convivencia fraterna y a la comunicación cristiana de los bienes, como los cristianos de los primeros siglos, para renovar en el Espíritu la convivencia social de los pueblos, obra urgente al quebrantarse la economía mundial sustentada en el liberalismo económico.
Durango, Dgo. 12 de octubre del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. De Durango

Ordenación Episcopal

El viernes próximo la Arquidiócesis vivirá la emotiva experiencia de la Ordenación Episcopal de Mons. Enrique Sánchez Martínez como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis.

 

De familia duranguense, nacido el 2 de diciembre de 1960 en Cuencamé, Dgo., estudió en su pueblo, en nuestro Seminario y en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha desempeñado su ministerio ordenado en la Parroquia de Escobedo, en la Capellanía de S. Pedro y S. Pablo y en la Parroquia de Río Grande; maestro y Ecónomo del Seminario Mayor; Capellán de varias Comunidades Religiosas; Asistente de varios Movimientos Laicales; Asistente de la Pastoral Social, Secretario del Consejo Presbiteral, Ecónomo Diocesano y Vicario Regional de Pastoral.   Para ser Obispo, primero los Obispos de la Provincia Eclesiástica presentan prospectos a la Nunciatura Apostólica; luego la Nunciatura realiza varias investigaciones entre Obispos, Presbíteros, Religiosas y Laicos. Finalmente lo presenta en una terna a la Oficina del Papa encargada de Obispos; ahí es estudiado cada candidato y luego presentado en terna al Santo Padre, quien hace la designación para cubrir la vacante. Por el trámite descrito, alguien es designado por el Papa para el oficio de Obispo, esto es, Sucesor de los Apóstoles. Pero, el Sacramento del Orden, recibido en la ordenación solemne, configura a la persona para ser con Cristo: Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, desempeñando los ministerios de la Palabra, de la Liturgia y de la Conducción o gobierno. Tanto el trámite de elección para Obispo como la ordenación sacramental, tienen como origen primero el misterio Trinitario de Dios; particularmente Cristo y el Espíritu Santo. La presencia peculiar de Cristo para actuar “in persona Christi”, se origina en la sucesión apostólica que hace del Obispo Sucesor de los Apóstoles. Por el Espíritu Santo de las palabras consecratorias, el Obispo queda habilitado para el ejercicio del ministerio apostólico y ligado a él, de modo que el mismo ministerio episcopal ha de considerarse como una realidad carismática, a pesar de las posibles tensiones entre carismas y ministerios que puedan originarse en la vida apostólica concreta. El Concilio Vaticano II, establece que la Iglesia fue fundada como la Mediación o el Sacramento fundamental de donde brota la gracia de los distintos Sacramentos. Así entonces, el Obispo, por la ordenación sacramental, recibe la plenitud del Sacramento del Orden, para ejercer el ministerio sacramental inserto en la sacramentalidad de la Iglesia, pero de una manera mutuamente inclusiva, como expresa S. Cipriano: “el Obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el Obispo” (LG 23). Así se entiende la relación o especie de matrimonio espiritual que se da especialmente entre los Obispos diocesanos y sus Diócesis. Los Obispos diocesanos representan a sus Diócesis por razón del lazo particular que les vincula estrecha y mutuamente. La mutua inclusión se da también entre la misión de los Obispos y la misión de la Iglesia. Por ello, los Obispos somos los primeros servidores de una salvación y de un dinamismo misionero que precede a todos. Somos los catalizadores de una comunión que nos remite continuamente a su origen divino y enraizada en la fe apostólica. Somos testigos prominentes de una misión, en continuidad fiel con el envío del Padre, del Hijo y del Espíritu. Este viernes, acudamos pues, a las instalaciones de la Feria y disfrutemos la Ordenación Episcopal de Mons. Enrique por el ministerio del Sr. Nuncio Apostólico. Durango, Dgo. 5 de octubre del 2008 Héctor González Martínez Arz. de Durango

El viernes próximo la Arquidiócesis vivirá la emotiva experiencia de la Ordenación Episcopal de Mons. Enrique Sánchez Martínez como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis.

 

De familia duranguense, nacido el 2 de diciembre de 1960 en Cuencamé, Dgo., estudió en su pueblo, en nuestro Seminario y en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha desempeñado su ministerio ordenado en la Parroquia de Escobedo, en la Capellanía de S. Pedro y S. Pablo y en la Parroquia de Río Grande; maestro y Ecónomo del Seminario Mayor; Capellán de varias Comunidades Religiosas; Asistente de varios Movimientos Laicales; Asistente de la Pastoral Social, Secretario del Consejo Presbiteral, Ecónomo Diocesano y Vicario Regional de Pastoral.   Para ser Obispo, primero los Obispos de la Provincia Eclesiástica presentan prospectos a la Nunciatura Apostólica; luego la Nunciatura realiza varias investigaciones entre Obispos, Presbíteros, Religiosas y Laicos. Finalmente lo presenta en una terna a la Oficina del Papa encargada de Obispos; ahí es estudiado cada candidato y luego presentado en terna al Santo Padre, quien hace la designación para cubrir la vacante. Por el trámite descrito, alguien es designado por el Papa para el oficio de Obispo, esto es, Sucesor de los Apóstoles. Pero, el Sacramento del Orden, recibido en la ordenación solemne, configura a la persona para ser con Cristo: Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, desempeñando los ministerios de la Palabra, de la Liturgia y de la Conducción o gobierno. Tanto el trámite de elección para Obispo como la ordenación sacramental, tienen como origen primero el misterio Trinitario de Dios; particularmente Cristo y el Espíritu Santo. La presencia peculiar de Cristo para actuar “in persona Christi”, se origina en la sucesión apostólica que hace del Obispo Sucesor de los Apóstoles. Por el Espíritu Santo de las palabras consecratorias, el Obispo queda habilitado para el ejercicio del ministerio apostólico y ligado a él, de modo que el mismo ministerio episcopal ha de considerarse como una realidad carismática, a pesar de las posibles tensiones entre carismas y ministerios que puedan originarse en la vida apostólica concreta. El Concilio Vaticano II, establece que la Iglesia fue fundada como la Mediación o el Sacramento fundamental de donde brota la gracia de los distintos Sacramentos. Así entonces, el Obispo, por la ordenación sacramental, recibe la plenitud del Sacramento del Orden, para ejercer el ministerio sacramental inserto en la sacramentalidad de la Iglesia, pero de una manera mutuamente inclusiva, como expresa S. Cipriano: “el Obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el Obispo” (LG 23). Así se entiende la relación o especie de matrimonio espiritual que se da especialmente entre los Obispos diocesanos y sus Diócesis. Los Obispos diocesanos representan a sus Diócesis por razón del lazo particular que les vincula estrecha y mutuamente. La mutua inclusión se da también entre la misión de los Obispos y la misión de la Iglesia. Por ello, los Obispos somos los primeros servidores de una salvación y de un dinamismo misionero que precede a todos. Somos los catalizadores de una comunión que nos remite continuamente a su origen divino y enraizada en la fe apostólica. Somos testigos prominentes de una misión, en continuidad fiel con el envío del Padre, del Hijo y del Espíritu. Este viernes, acudamos pues, a las instalaciones de la Feria y disfrutemos la Ordenación Episcopal de Mons. Enrique por el ministerio del Sr. Nuncio Apostólico. Durango, Dgo. 5 de octubre del 2008 Héctor González Martínez Arz. de Durango

Nacionalismo Objetivo

La visión del nacionalismo anterior, llamado subjetivo, es muy distinta del nacionalismo objetivo que arrastrará a las dos guerras mundiales.
En el nacionalismo objetivo, la nación no es fruto de una libre elección sino herencia que contiene una tradición colectiva, de contenido cultural o material concreto en la raza y en la sangre. Desarrolla una teoría racista, esencia del nacionalsocialismo.
Autores más representativos son Arthur de Gobineau (1816-1882) y Houston Stewart Chamberlain (1855-1927). Gobineau, en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, sostiene un determinismo étnico que define la condición de una nación: “la cuestión étnica domina los problemas de la historia y de la desigualdad de las razas, y basta para explicar el encadenamiento del destino de los pueblos”. La raza superior debe dominar sobre las inferiores. Vacher de Lapouge señala los elementos característicos de la raza superior: individuos altos, rubios y de cráneo dolicocéfalo.
Estas teorías encontrarán más acogida en Alemania, donde las difundirán Chamberlain y Richard Wagner. Para Chamberlain, el elemento decisivo de la superioridad de una nación, es la toma de conciencia de dicha superioridad: “lo esencial es poseer la raza en la propia conciencia”.
En Estados Unidos, a mitad del siglo XIX, el imperialismo americano justificará la guerra contra los aborígenes, contra México y contra el resto del Continente argumentando la superioridad de la sangre anglosajona y de la religión protestante sobre los pueblos mestizos y católicos. El problema de la esclavitud que llevará a la Guerra de Secesión, manifiesta la tendencia racista de algunos elementos de la cultura americana.
En Francia, Charles Maurras (1868) y Marurice Barrés (1862-1923), se apartan del nacionalismo subjetivo y defienden un nacionalismo integral; pusieron el interés nacional como prioridad política y antropológica exclusiva. Murras afirmaba: “ante todo, Francia”, lo que imponía la necesidad de una acción francesa rápida y eficaz. Barres, pedía la unión de pensamiento y sentimiento en torno a la nación por encima de la divisiones individualistas y liberales: las generaciones anteriores y el suelo ancestral eran el cemento de la unidad nacional; en su obra “Los desarraigados”, sostenía que los hombres pierden su integridad moral y espiritual fuera de la tradición nacional: los individuos eran fruto de la historia y de la herencia biológica; el fundamento de la nación son la tierra y sus muertos. La afirmación de la identidad nacional provocó un sentimiento de xenofobia: el extranjero es el otro, lo diverso, fuente de sospechas y enemigo de la nación. Actitudes que se manifestarán con fuerza, en el movimiento antisemita.: los judíos son lo extranjero por antonomasia, aunque viviendo dentro de la patria. La inserción de los judíos en las sociedades del siglo XIX, no fue fácil.
En el imperio ruso, se desencadenaron persecusiones violentas contra los hebreos. En Polonia, la presencia de una comunidad judía numéricamente importante suscitó incomprensiones.
El antisemitismo, ejerció mayor influencia y mayores consecuencias históricas en Alemania. Richard Wagner hablaba del “peligro hebreo”; Heinrich von Treitschke tituló un libro “Los hebreos son nuestra desgracia”; en 1930, en las vísperas del nacionalsocialismo, Alfred Rosenberg resumía las teorías racistas en “El mito del siglo veinte”.
Durango, Dgo. 28 de septiembre del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango

Política Practica e Imperialismo

El Nacionalismo idealista y romántico cede el lugar al nacionalismo de la Política real o práctica. Es la época de la unificación alemana, estrategia de Bismarck y de la unificación italiana por obra de Cavour.
Primeramente, una corriente subjetiva o voluntarista, en que la nación es el producto de la voluntad general del pueblo, que desea vivir junto y desea mantenerse junto en el futuro.La historia cuenta, pero lo importante son los proyectos que se sacarán adelante como voluntad de la nación, idéntica a la voluntad general o popular.
Ernest Renan, en su conferencia del 11 de marzo de 1882 en La Sorbona, define: “una nación es un alma, un principio espiritual… es una gran solidaridad creada por el sentimiento de los sacrificios que se han realizado y que se está dispuesto a realizar en el futuro: el consenso, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común. La existencia de la nación es un plebiscito cotidiano”.
La más importante concreción histórica de este pensamiento, se dará con el nacimiento de los Estados Unidos de América. Rocco Buttiglione dice: “esta nación, empieza a existir en la historia, mediante un específico acto de conciencia. Nace junto a una filosofía”.
Es un pacto social estructural en torno a un conjunto de principios de carácter universal, que, por una parte concretaba las teorías políticas contractualístas de corte federalista y de Common Law; visión que podríamos identificar con la legítima autonomía de lo temporal, consciente de que el fundamento último de la sociedad y de la existencia humana no radica en sí misma sino en la trascendencia del Absoluto. La constitución de los Estados unidos no sostiene ninguna religión oficial, pero para que el experimento americano subsista, son necesarias “las virtudes civiles derivadas de las virtudes morales y en última instancia de alguna religión. El Estado renuncia explícitamente a producir como propio, a través de una iglesia de estado, el conjunto de presupuestos de los cuales tiene absoluta necesidad para subsistir; deja a la sociedad el elaborar tales presupuestos; el resultado es la fundación pluralista del orden civil.
Por otra parte, el pacto civil estructural se ligaba a la ilustración francesa y masónica, representada por Jefferson y Flanklin. Culmina en una concepción diferente: intenta promover una filosofía liberal militante, capaz de fundamentar en forma autónoma y autosuficiente un orden civil. Buttiglione hable de una auténtica religión civil rousseauniana, hostil a toda religión revelada.
El origen religioso de la primera colonización propició un matiz mesiánico al nacionalismo americano, mesianismo posteriormente secularizado con la doctrina del Destino manifiesto (artículo de John Louis O´Sullivan en 1845) o destino providencial de la nación americana a su engrandecimiento y a su posterior lanzamiento hacia la hegemonía mundial. El futuro de Estados Unidos es la anexión de California, Canadá y de toda Latinoamérica; la anexión de Texas fue sólo un botón de muestra; nadie tiene derecho a obstaculizar el cumplimiento del destino manifiesto.
No obstante, Estados Unidos se ha forjado con gentes de muchas razas y culturas, como proyecto para desarrollar juntos. Pero, la entrada de Estados Unidos a la segunda Guerra mundial, le convirtió en superpotencia y protagonista principal.
Durango, Dgo. 21 de septiembre del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango

El Nacionalismo Romantico.

El romanticismo fue un fenómeno cultural del mundo germánico que tuvo un desarrollo particularmente importante provocando por el rechazo del racionalismo ilustrado
Volver la mirada hacia el pasado. Si el concepto de nación más occidental se basaba en factores políticos, en Alemania el concepto fundante era el de pueblo, más romántico, cargado de imaginación y de emotividad.
Herder (1744-1803), delinea el concepto de espíritu del pueblo, convencido de que en la naturaleza y en la historia, autorrevelaciones de la Divinidad, hay que prestar atención no a lo general y común, sino a lo particular y único. Herder, inicia un gran movimiento de recuperación del folklore de muchos pueblos europeos.
Fichte (1872-18149, encarnó una etapa importante del nacionalismo político alemán. En sus Discursos a la nación alemana, exalta al pueblo alemán proponiendo el liderazgo mundial de su cultura y la divinización de la nación. A diferencia de otras naciones, la alemana es pura; conserva su lengua y su cultura, elementos de unificación nacional. La lengua alemana es superior a la de los oros pueblos, y quien la habla posee una misión cultural de superioridad.
Giuseppe Mazzini (1805-18729), cultivando un nacionalismo de misión cultural y de implicaciones políticas, considera que los italianos son el pueblo destinado a guiar la mundo hacia la libertad y la paz, con la ideología como religión sustitutiva. Un día, Italia será protagonista de la historia. El movimiento nacionalista “La Joven Italia”, no es una secta o un partido, sino una fe y un apostolado, con que Manzini intenta superar el Cristianismo, que ha hecho grande al pueblo italiano. El movimiento “La joven Europa” agrupaba diferentes movimientos nacionalistas. Cercano a Manzini estaba el escritor polaco Adam Mickiewiccz (1798-1855), emigrado en Paris, que sostuvo el patriotismo polaco con su mesianismo nacionalista. Junto a él se encuentran Juliusz Slowacki (1803-1849) y Zygmunt Krazinski (1812-1859). Para los románticos polacos, Polonia (territorio dividido en tres soberanías: rusa, prusiana y austriaca), era el Cristo de las naciones: inocentemente crucificada en el futuro resucitará y con su emancipación establecerá un período de paz y de amor.
Vincenzo Gioberti (1801-1852), con su obra El Primado moral y civil de los italianos, se declara favorable a la unificación nacional de Italia bajo la guía del Papa. Con Manzini comparte la visión del pueblo italiano como “pueblo elegido”, pero no trata de superar el Cristianismo. La misión de los italianos sería la de guiar a la humanidad no a través de la guerra y la conquista sino mediante el primado moral de la cultura. Sin embargo, su visión del Cristianismo tiene un marcado signo liberal.
La historia y la literatura revisten importancia en el nacionalismo romántico de los pueblos del Imperio austriaco, con sus once nacionalidades, lenguas, tradiciones e historias diferentes. En la primera mitad del siglo antepasado, hay dos tendencias nacionalistas en Europa central: una subraya la identidad propia de cada nación, apoyada por un Congreso Pangermánico en Frankfurt, que servirá para unificar a Alemania y crear la Europa Central con hegemonía alemana. La otra tendencia afirma la unidad substancial de los pueblos de lengua eslava; interviene el historiador y político Frantisek Palaccky promoviendo en 1848 el Congreso Paneslavo, proyectando a los eslavos como amantes de la libertad.
Durango, Dgo. 14 de septiembre del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango

El Nacionalismo

El nacionalismo es la manifestación colectiva del liberalismo como pretensión de autonomía absoluta ya no del hombre individual, sino de la comunidad nacional.
El puesto de la libertad individual en el liberalismo para sustituir al Absoluto por algo relativo, en el Nacionalismo lo ocupa la libertad nacional; lo mismo la libertad individual burguesa del siglo XIX es sustituida por la libertad nacional, entendida como poder del pueblo que se expande y conquista nuevas glorias.
La tierra donde hemos nacido y la historia anterior a nosotros condicionan nuestro ver y juzgar el mundo, por tanto, el patriotismo es una virtud humana; parte integral de la virtud de la piedad; pero el nacionalismo absolutiza este aspecto de nuestra pertenencia social, transformando a la nación en un fin en sí mismo: no se trataría de amar a la patria, sino de un sentimiento de devoción total, convirtiendo a la nación en fin absoluto.
Empecemos. El concepto de nación surge en la baja edad media y poco a poco se identifica con la forma estatal del poder. En los siglos XV-XVI se dan los primeros estados nacionales: Inglaterra, Francia, España, Portugal. De entonces hasta los movimientos revolucionarios, la nación estaba encarnada en el Estado y el Estado en le persona del rey. La corona representaba el interés general de la nación, su unidad, y la consagración religiosa manifestaba una especie de matrimonio místico entre la nación y su rey.
Esto cambia en 1789 con la Revolución Francesa. La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano instaura los elementos de la representación y de la legitimidad: “el principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación”. Si en el Antiguo Régimen la legitimidad política estaba encarnada en la corona, se basaba radicalmente en la aceptación del origen divino del poder. Con la Revolución cambia el titular de la legitimidad política y la legitimidad ontológica se traslada desde Dios al pueblo constituido en nación.
Este traslado no era en sí mismo necesario. El gobierno popular, a pesar del cambio de legitimidad política, bien podía seguir afirmando la fundamentación trascendente de la autoridad. La causa del cambio teórico se debe a la antropología ilustrada y no a la esencia misma del gobierno popular y representativo.
Durante la Revolución y el Imperio todo es nacional: fiestas nacionales, símbolos nacionales, panteón nacional, guardia nacional, etc. Este proceso de absolutización, trae consigo, como toda religión, que la nación exige sacrificios: el servicio militar obligatorio manifiesta que, ahora la guerra es asunto de todos, es la nación en armas, que los jóvenes de la Patria deben avanzar, porque la Patria necesita de sus esfuerzos. Este cambio ideológico comporta el nacimiento de la guerra moderna, en la que toda la sociedad se ve involucrada, con sus consecuencias.
Aparece también una religión cívica. Si antes la Iglesia inscribía las fechas más importantes de la vida personal como el nacimiento, el matrimonio y la muerte, ahora lo hace el Estado y hasta se levantan altares de la patria. En educación se intenta la homogeneización lingüística sustituyendo los dialectos por la lengua nacional.
Retomando una vieja idea de Rousseau, se considera que sólo el Estado puede educar buenos ciudadanos; la educación y el ejército serán dos pilares del nacionalismo revolucionario.
Durango, Dgo. 7 de septiembre del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. De Durango

Neoliberalismo

John Maynard Kaynes (1883-1946), manteniendo los principios liberales de la propiedad privada y de la iniciativa individual, considera que es el Estado la autoridad central y el actor económico determinante. Las finanzas públicas constituyen el Instrumento principal para dirigir la economía, y los impuestos el medio para una redistribución equitativa de la riqueza nacional. En vez de una Providencia invisible, existe una Providencia estatal que guíe las relaciones económicas. Este primer neoliberalismo se acercaba al socialismo democrático europeo.
Ludwig von Mises (1887-1973), repropone la idea del “Estado mínimo” y presenta un concepto humanitario del “interés por uno mismo”: el individualismo se identifica con el altruismo, puesto que en el mercado se da una dependencia reciproca entre los individuos y buscando el bien propio también se busaca el bien ajeno. Milton Friefmann y Friedrick Hayeck de la Escuela de Chicago propusieron redimensionar al Estado, pues el mundo económico tiene una cierta naturaleza espontánea que hay que respetar; la función del Estado debe reducirse a la protección y a la defensa de los débiles.
John Rawls (1921-20029, en su obra “Una teoría de justicia”, en torno a la neutralidad del Estado sobre toda doctrina moral y religiosa, considera que la sociedad es una empresa de cooperación para beneficio mutuo, con reglas compartidas por todos. Por tanto los criterios ordenadores de la sociedad no deben privilegiar conceptos del “bien” o de la llamada “vida buena”; en la vida social haya tiene prioridad lo justo sobre lo bueno, dejando a un lado los conceptos morales de la vida privada de los ciudadanos. Rawls se manifiesta a favor de un liberalismo meramente político, distante de toda doctrina metafísica o moral. En una sociedad bien ordenada, cada uno convive y coopera manteniendo las propias convicciones de bien, dentro de los límites establecidos por la estructura de base, que es la concepción común de justicia.
El Liberalismo del Modus Vivendi de Charles Larmore, se basa en el concepto de neutralidad o moral mínima que sirva de base a una convivencia pacífica, con dos reglas mínimas: el respeto mutuo y el diálogo racional; Ahí, el hombre sería incapaz de aprender valores morales absolutos derivantes de una verdad completa.
En contraposición, algunos teóricos liberales proponen un liberalismo antineutralista, que promueva unos valores morales determinados y sus correspondientes virtudes como la libertad de elección de la más amplia gama de estilos de vida y excentricidades, que no gustará nunca a quienes buscan un sentido último a la existencia humana. En esta corriente se presentan teorías anarquistas o sea la desaparición completa del Estado; lo único absoluto es el individuo autónomo, que tiene derechos igualmente autónomos sobre su cuerpo, sus propiedades y sus convicciones morales. El Estado aparece como opresor, y debe ser sustituido por relaciones interindividuales.
La esencia del liberalismo y de los neoliberalismos se concentra en la matriz ideológica de libertad e individuo implícitos en el contenido semántico de autonomía. Hace de la autonomía del hombre una bandera política, económica y moral. La libertad creatural, absolutizada, se vuelve contra sí misma, y se convierte en totalitarismo ideológico en nombre de una libertad que no es respetada cuando se piensa diversamente.
Durango. Dgo. 31 de agosto del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango

Liberalismo y Utilitarismo

Liberalismo y democracia no son términos idénticos. El desarrollo democrático masculino, femenino, racial o laboral ha sido desigual.
Jeremy Bentham (1748-1832), filósofo y político teórico, interesado en las reformas sociales de su tiempo, autor de numerosas obras de carácter moral, político y económico, sobre todo su Introducción a los principios de la moral y de la legislación (1789).
En el utilitarismo de Bentham, los hombres se mueven por la búsqueda de la felicidad localizada en el placer y por el rechazo del mal localizado en el dolor y el sufrimiento.
Útil será lo que posibilite alcanzar la felicidad; aunque hay placeres y dolores del cuerpo y también del alma. Por eso, hay que llevar una conducta austera, pues la felicidad no coincide necesariamente con el placer inmediato. Hay que analizar pues los placeres y dolores, y de un cálculo entre ellos, establecer las reglas de la conducta moral y de la legislación social.
Si la felicidad individual es el fin del hombre, la felicidad general es el fin de la sociedad; que consiste en la suma de las felicidades individuales: “la mayor felicidad del mayor número, en cuanto medida de lo justo y lo injusto”. No bastan los principios abstractos de la Revolución francesa de igualdad, fraternidad, libertad; porque lo que existe no son seres abstractos, sino que somos hombres reales viviendo en circunstancias finitas y determinadas.
Para alcanzar este fin, la legislación debe reducir los males sociales al mínimo, creando las circunstancias propicias para que el mayor número de individuos pueda libremente proveer a sus propios intereses. El gobierno debe desaparecer al máximo posible las desigualdades.
John Stuart Mill (1806-1807), escribió Sistema de Lógica (1843), Principios de economía política (1848), Sobre la libertad (1859), El Utilitarismo (1861). En él resalta, la felicidad como el fin de la vida del individuo, coincidiendo con Bentham y su utilitarismo como credo que acepta, como fundamento de la moral, como principio de máxima felicidad. Distingue placeres que en sí mismos son superiores a otros, por contribuir a la perfección espiritual del hombre y lo llevan a desarrollar de un modo más armonioso sus potencias y cualidades.
Los hombres, con la moral social deben coordinar los fines comunes, para crear una sociedad justa que elimine los obstáculos a la felicidad general. La sociedad interviene cuando los individuos dañan la vida común.
Durango, Dgo. 24 de agosto del 2008.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango