Día de la familia
La familia es el ámbito de vida social y eclesial en donde repercute con mayor crudeza el cambio de época que estamos viviendo. Es el espacio vital más sensible, no solo porque allí nacen y crecen las nuevas generaciones, sino también porque allí se inician los procesos más importantes y decisivos en la vida de las personas y por lo tanto de la sociedad. En ella se acumulan sombras que amenazan la unidad y su naturaleza. Dice el Papa Benedicto XVI, “la familia sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos”.
La Iglesia proclama con alegría el valor de la familia. La familia: “patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos” (Discurso Inaugural. Aparecida, num. 5)
Cristo nos revela que Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor, y, optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de “Iglesia doméstica”. Dios creó al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera confundir esta verdad: “Creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el uno en el otro su reciprocidad y complementariedad.
El amor humano encuentra su plenitud cuando participa del amor divino, del amor de Jesús que se entrega solidariamente por nosotros en su amor pleno hasta el fin. El amor conyugal es la donación recíproca entre un varón y una mujer, los esposos: es fiel y exclusivo hasta la muerte y fecundo, abierto a la vida y a la educación de los hijos, asemejándose al amor fecundo de la Santísima Trinidad. El amor conyugal es asumido en el sacramento del Matrimonio para significar la unión de Cristo con su Iglesia, por eso, en la gracia de Jesucristo, encuentra su purificación, alimento y plenitud (Ef 5, 25-33).
En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.
Oremos por la paz y tranquilidad de nuestras familias:
Señor Mío te pido por la Paz y la Tranquilidad de Nuestras Familias, por nuestros Niños que les está tocando vivir cosas que nosotros nunca imaginamos vivir. También Señor te pido con todo mi corazón por estas personas que han escogido su vida fácil y que han hecho de la Violencia un estilo de vida, Tocas su Corazón para que recapaciten Señor, ya que ellos también tienen Familia, Hijos Inocentes como nosotros que tienen todo el derecho de vivir una vida tranquila. En memoria de cualquiera que conozcas y por los que no conocemos, y que en estos momentos están padeciendo alguna forma de violencia, que no están cerca de su familia y están enfrentando una lucha por su vida. Dales Señor Mío Fortaleza a ellos como a sus Familias. ¡Acompáñanos Señor!
Durango, Dgo., 6 de Marzo del 2011.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
email:episcopeo@hotmail.com
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