Domingo XXXIII; 17-XI-2013 El Reino de Dios, aunque incompleto, está entre nosotros

Domingo XXXIII; 17-XI-2013

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El próximo domingo será domingo de Cristo Rey. Por ello, ya desde ahora la liturgia dominical nos viene adelantando el tema del Reinado de Cristo Rey. El profeta Malaquías nos anuncia: “ya viene el día del Señor, ardiente como un horno; los soberbios y los injustos serán como paja, hasta no dejar raíz ni rama; para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”. La prosperidad de los impíos, siempre ha sido motivo de escándalo, y una tentación para los justos; no conviene ser como ellos. Pero el Señor hace entender que los nombres de los justos están escritos en un libro misterioso, es decir bajo la protección de Dios; y en el día del juicio, los impíos se condenarán, pero para los justos surgirá el sol de justicia, ellos serán los verdaderos vencedores.

El salmo responsorial, después de la primera lectura, dice: “El Señor es rey sobre toda la tierra. Ven Señor a juzgar al mundo”. Este salmo es un himno a Dios como Rey, pues Dios es Rey sobre toda la tierra.

El reinado de Dios no se funda en el ejercicio de la justicia y del derecho; es descrito con elementos propios de las apariciones divinas: tormenta, nubes, relámpagos, fuego, terremoto, que simbolizan su manifestación gloriosa, su majestad y su trascendencia.

Ante la llegada de salvación, se produce la reacción se produce la reacción de los distintos protagonistas: cielos y pueblos, idólatras y sus dioses, Sión y las ciudades de Judá. Finalmente, los fieles y los justos, destinatarios y beneficiarios del amor, la justicia y la salvación de Dios, celebran su alegría por el establecimiento de la realeza de Dios. Por eso, en el verso responsorial antes del Evangelio dice Jesús: “estén atentos y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”.

Bajo la acción de los profetas, nace la esperanza y la acción del Mesías, que finalmente sabrá dar a Dios una fidelidad absoluta e incondicionada; cuando eso suceda, Dios acercará a su pueblo la plenitud prometida. Una promesa de vida tal que no tendrá nada en común con el mundo presente y con el nuevo paraíso. Será una nueva tierra, nuevos cielos, un corazón nuevo que hará al hombre sensible a la acción del Espíritu Santo.

Ciertamente, la plenitud de la vida has sido prometida. La intervención histórica del Mesías, inaugura los últimos tiempos; su obra está situada bajo el signo del universalismo. Él, debe reunir a los hombres de los cuatro puntos cardinales, porque todos están llamados a ser hijos del Padre. Jerusalén fue castigada, porque traicionó la misión que se le confió, no renunciando a su particularismo y transformando en privilegio exclusivo para sí, el servicio que se le había confiado en favor de todos los pueblos.

El Reino del Mesías no es el triunfo sobre los enemigos del pueblo, sino su camino de obediencia hasta la muerte en cruz. El camino para alcanzar la plenitud esperada es distinto del esperado: es necesario pasar por la muerte, para entrar en la vida eterna; porque la muerte, aceptada en obediencia, puede ser la realidad donde se realiza el amor más grande por Dios y por los hombres.

Interviniendo en la historia de modo distinto a las expectativas del pueblo, Jesús de Nazaret, no aporta una plenitud completamente terminada; no es una intervención mágica que desresponsabiliza al hombre; es verdadera la plenitud prometida llegada a nosotros, pero espera a ser completada: es un don, y al mismo tiempo, un compromiso empeñativo para toda persona humana. A veces se quisiera, que los resultados vinieran milagrosamente del exterior, sin mover un dedo. La acción de Dios por el Reino, no se manifiesta como un poder exterior: es, a través de signos históricos, oscuros, ambiguos y fragmentarios: Dios quiere implicar y comprometer al hombre en la venida del Reino.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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